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Una civilización plagada de divisiones está condenada al fracaso.
¿Habrá alguna forma de avanzar?
Abraham Lincoln dijo: “Una casa dividida contra sí misma, no permanecerá”. Fue una referencia a las palabras de Jesucristo, quien hablaba, con cierta ironía, de la casa o “reino” de Satanás: “Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá. Y si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su reino?” (Mateo 12:25-26).
Esta declaración tan poderosa debe hacernos reflexionar seriamente sobre las perturbaciones que aquejan a algunas naciones. Esta escritura dice mucho a nuestras sociedades, que no podrán permanecer en su estado actual de división.
Satanás sabe que la división lleva al derrumbe a las naciones, ciudades y familias. En esto es maestro, y sabe sembrar división y discordia entre la humanidad. La Biblia nos hace conscientes de su existencia, y revela sus tácticas divisorias para que las evitemos (2 Corintios 2:11; Efesios 4:27). El diablo aprovecha las diferencias entre la gente para sembrar contención, ¡diferencias que son obra del Creador no para generar contención sino para que funcionen en armonía!
¿Cómo puede sostenerse una “casa” que encierra en su interior todas las diferencias que observamos entre los pueblos del mundo?
Primero, es preciso comprender que no todas las diferencias son malas. El Dios de toda la creación estima las diferencias y la variedad. Esto se desprende claramente de su creación física, desde las estrellas y planetas en lo alto, hasta la flora y fauna de la Tierra. También se observa en la humanidad: hay una enorme diversidad entre las naciones y pueblos de la Tierra. Hay diferencias en las culturas, en las personalidades y en los dones naturales. (Romanos 12:3-8). También, como es obvio, creó las diferencias entre hombre y mujer, que deben complementarse (Génesis 2:18). Y como dice el refrán: ¡Viva la diferencia! Aun las diferencias en las perspectivas y experiencias de la vida nos dicen que conviene buscar consejo de otros (Proverbios 24:6). Las diferencias deben fortalecernos, no debilitarnos. No nos engañemos.
Segundo, tiene que haber un terreno común o, para ser más específicos, una ley común para todos. Las reglas y normas existen con el fin de establecer y mantener el orden. El Universo físico se rige por leyes, y debe ser obvio que lo mismo ocurre con las relaciones humanas. Nadie en su sano juicio aceptaría la idea de que debemos vivir sin ley, cosa que muy rápido degeneraría en caos, división y anarquía. Desde tiempos antiguos, Dios le dijo a Israel que “una misma ley y un mismo decreto” deben aplicarse a los nacionales y a quienes han inmigrado al país (Números 15:16).
Para conservar la unidad es imprescindible comprender el propósito de las diferencias, y la importancia de las normas comunes. El libro de Isaías trae una hermosa profecía que se levanta como faro de esperanza en un mundo repleto de enfrentamientos y conflictos: “En aquel tiempo Israel será tercero con Egipto y con Asiria para bendición en medio de la Tierra; porque el Eterno de los ejércitos los bendecirá diciendo: Bendito el pueblo mío Egipto, y el asirio obra de mis manos, e Israel mi heredad” (Isaías 19:24-25).
Todo estudioso de la profecía bíblica también notará que esas tres naciones han sido adversarias en el pasado. En el mundo de mañana no será así, sino que las mismas naciones, y muchas más, se reunirán para adorar juntas y recibir las leyes y bendiciones de Dios (Miqueas 4:2).
Por dondequiera que miremos, vemos sociedades divididas, pero no tenemos por qué ser parte de ese espíritu contencioso y descorazonador. Por el contrario, seamos pacificadores con la ayuda de la santa Palabra de Dios, y empecemos a capacitarnos para el glorioso Reino que vendrá. [MM]