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El magistral diseño de la goleta canadiense Bluenose nos inspira a alcanzar logros mayores en nuestra vida.
La moneda canadiense de diez centavos trae la imagen de un elegante velero: una goleta, que es reconocida por la mayoría de los canadienses como una representación del Bluenose, velero de dos palos, con el de proa más corto que el palo mayor. El Bluenose fue ante todo un barco pesquero, con un casco capaz de llevar voluminosa carga y al mismo tiempo alcanzar alta velocidad con el viento. El diseño se promovió en parte por la competencia entre las comunidades pesqueras, ya que los primeros barcos que llegaban a las zonas de abundante pesca aventajaban a los demás. Aun antes del Bluenose, las goletas tuvieron gran auge entre 1880 y 1920, especialmente en la costa Oriental de Norteamérica. Gracias a su diseño, la goleta era más veloz que cualquier otro barco.
La rivalidad más intensa por las aguas ricas en peces al sur del gran banco de Terranova, ocurrió entre los pescadores de Nueva Inglaterra, especialmente de Massachusetts, y los de Nueva Escocia de Canadá. Hacia finales del siglo 19 ambas regiones eran centros de importantes astilleros, y eran pobladas por marineros empeñados en demostrar con orgullo que sus barcos eran los más rápidos, y en consecuencia los más rentables. Estas regiones rivales decidieron llevar a cabo una carrera anual de goletas de pesca en aguas profundas internacionales. El ganador recibiría el Trofeo international del pescador.
La primera carrera se efectuó en octubre de 1920 en la costa de Halifax. El resultado fue una tremenda victoria del Esperanto, de Gloucester, Massachusetts; y una derrota humillante para los pescadores de Nueva Escocia.
En la primavera de 1921 se vivieron días de gran expectativa en los astilleros Smith and Rhuland, en el pueblo y puerto pesquero de Lunenburg, Nueva Escocia; sede de la flota pesquera más grande de las Américas. Desde sus astilleros Smith and Rhuland habían botado más de 120 naves. ¿Por qué tanta expectativa por uno más?
Tras la derrota de 1920, un comité se había dirigido a William Roué, conocido arquitecto naval de Dartmouth, Nueva Escocia; con el propósito de que diseñara un barco capaz de salvar el orgullo herido de la provincia. William Roué aceptó el reto y puso manos a la obra.
Nacido en Halifax en 1879, el señor Roué fue el primer arquitecto naval de origen y formación canadiense. Cuando era niño, a menudo se le veía con el escuadrón de yates de Halifax, donde pasaba horas en el mar aprendiendo cada detalle del manejo de un barco. Llegó a decirse que “manejaba la caña del timón como un gran violinista maneja su arco” (WJRoue.ca, 31 de diciembre del 2020). Roué abandonó los estudios secundarios antes de graduarse, decidido a estudiar arquitectura naval.
Entonces se matriculó en cursos nocturnos en la Victoria School of Art and Design de Halifax, para aprender la técnica del dibujo lineal. Ahora, con 18 años, trabajaba como empleado menor en una empresa mayorista de comestibles, y de su salario anual de cien dólares gastó sus primeros diez en una membresía juvenil en el escuadrón, y otros $16 para reemplazar los manuales de diseño de Dixon-Kemp en el escuadrón, que los había desgastado mientras aprendía por sí mismo la ciencia de la arquitectura naval.
Las aptitudes del diligente joven obtuvieron inmediato reconocimiento, y miembros pudientes del escuadrón le pidieron que diseñara sus barcos. Sus primeros éxitos con el diseño de veleros rápidos llamaron la atención del comité, que buscaba una goleta nueva y más veloz. Su decimoséptimo diseño fue un barco que se llamaría el Bluenose, un apodo común para cualquier cosa en Nueva Escocia.
Desde el principio se notó algo ligeramente distinto en esta goleta. Sus líneas eran más elegantes, los mástiles puestos un poquito más atrás. La proa quedaba un poco más levantada. Esos cambios, aunque sutiles, eran visibles. La colocación de la quilla fue toda una ceremonia, con la presencia del duque de Devonshire, entonces Gobernador general del Canadá, quien tuvo el honor de colocar el primer clavo. La goleta alzó velas el 26 de marzo de 1921. Su primera temporada en los mares de pesca, al mando del atrevido y capacitado Angus Walters, fue todo un éxito; gracias al brillante diseño de Roué. Aunque el Bluenose se concibió para carreras, su capacidad de carga era enorme, y ese verano logró la pesca más rentable.
En el otoño, el Bluenose zarpó con destino a Halifax, donde tuvo un recibimiento digno de la realeza. En una sola temporada de pesca se había ganado la fama de veloz. Las carreras del Trofeo internacional del pescador se llevaban a cabo los días 22 y 24 de octubre, y el Bluenose las ganó fácilmente contra la goleta Elsie, de Gloucester. Manteniéndose invicta durante 12 años, la goleta Bluenose se llegó a conocer en las Américas y Europa como la Reina del Atlántico Norte. En 1935 navegó a Inglaterra, donde recibió la medalla George.
Pero todo, hasta los barcos, tiene su duración. Terminados sus días de trabajo como goleta pesquera en 1938, el Bluenose pasó a la West Indies Trading Company. Allí le quitaron los mástiles y trabajó entre las islas hasta que, en 1946, dio contra un arrecife en la costa haitiana y se hundió.
En 1963 se construyó una réplica del famoso velero en el mismo astillero de Lunenburg, como recuerdo de la era de la navegación a vela y tributo al genio del arquitecto del Bluenose. William Roué se mantuvo diseñando barcos, más de 200 en total, entre estos, barcazas de carga seccional, y remolques para uso del Ministerio de Guerra de Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, los que merecieron altos elogios incluso del general estadounidense Dwight Eisenhower.
Gracias a su diligencia y dedicación al estudio, Roué se hizo hombre rico, pero algo mucho más importante fue que gozó del respeto y reconocimiento por su aporte a la vida de sus congéneres.
La Biblia nos estimula a esforzarnos por emular estas cualidades: “¿Has visto hombre solícito en su trabajo? Delante de los reyes estará; no estará delante de los de baja condición” (Proverbios 22:29). “Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas... Busca lana y lino, y con voluntad trabaja con sus manos” (Proverbios 31:10, 13).
Roué tenía grandes deseos de aprender, y estaba dispuesto a trabajar con diligencia por alcanzar una meta. No solo construyó la goleta más veloz de la historia, sino que trajo honra a su país y conciencia del éxito a sus compatriotas. Tuvo un matrimonio y una familia feliz, que también disfrutaron los frutos de su diligencia.
Hay en nuestra sociedad quienes denigran a la llamada “ética del trabajo”. Sin embargo, esa ética trae beneficios que Dios aprueba. Cuando alguien se esfuerza por alcanzar una meta valiosa, y en el empeño pone el amor al aprendizaje y la alegría del logro por encima de los placeres momentánesos de la diversión, asume una perspectiva correcta. Muchos ven el trabajo como un mal necesario, y buscan demasiadas diversiones. Pocos alaban a Dios por darnos la oportunidad de trabajar, y contribuir a mejorar no solo nuestra propia vida, sino también la de otras personas.
El trabajo ofrece la oportunidad de ser productivos en la vida física, y hace de este mundo temporal un mejor lugar para todos; al tiempo que somos productivos espiritualmente y vamos avanzando hacia una herencia eterna. Esta es una oportunidad que no debemos dejar pasar.