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¿Por qué el Dios verdadero es irreal para muchas personas?
¿Realmente existe Dios? ¿Podemos comprobarlo?
¿Hay un solo Dios o hay muchos dioses?
O ¿es la idea de Dios un simple producto de la imaginación humana?
En las Sagradas Escrituras encontramos las respuestas correctas a todas las preguntas acerca de Dios. Y es necesario encontrarlas porque no podemos darnos el lujo de andar a tientas en lo que respecta a este tema tan importante. Aunque es muy posible que al enterarnos de las respuestas correctas, como la mayoría, ¡quedemos estupefactos!
Según las encuestas, la mayoría de las personas creen en Dios; sin embargo, se comportan en la vida como si en realidad Dios no existiera. Más del 80 por ciento de quienes se declaran cristianos no van a la iglesia con regularidad, y muchos más los que no leen la Biblia. La mayoría se rige por su conciencia sin considerar que la Palabra de Dios, es decir, la Biblia, debe ser la máxima autoridad en nuestra vida. En los países europeos quienes practican alguna religión e incluso quienes creen en Dios, aun son menos.
Nuestras sociedades se han vuelto seculares y materialistas. George Gallup, de la firma de encuestas que lleva su nombre, revela que las naciones que se consideran cristianas, en realidad son bíblicamente analfabetas, donde menos de la mitad de los adultos pueden nombrar los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento.
Muchas personas practican un cristianismo superficial, que se ha descrito como un “cristianismo de consumidor” o “cristianismo de cafetería”. Es decir, que escogen aquellos principios que desean creer y rechazan las doctrinas que no les interesan o no les convienen. Para mucha gente, las creencias religiosas son algo general, que pueden cambiar y depender de opiniones personales. Es muy poca la confianza en las creencias religiosas y la convicción es casi nula. Los detalles específicos de las doctrinas son vagos. Cada persona hace lo que bien le parece.
En esta época de religión adulterada y blandengue, los conceptos sobre Dios son borrosos, y pocas personas tienen conciencia del poder y los propósitos del Creador.
El continente Americano ha heredado su cultura de Europa. El conocimiento del Dios de la Biblia llegó de Europa llevado desde Jerusalén por los discípulos de Jesucristo, los apóstoles. En el libro de los Hechos vemos cómo, estando en Atenas, el apóstol Pablo describió al único Dios verdadero ante los griegos supersticiosos y paganos. Al observar una inscripción que decía: “AL DIOS NO CONOCIDO”, dijo: “Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del Cielo y de la Tierra, no habita en templos hechos por manos humanas” (Hechos 17:23-24).
Lo que muchas personas no comprenden, es que el conocimiento del Dios verdadero y las enseñanzas del cristianismo auténtico que Pablo llevó a Grecia, a Roma y a España (Romanos 15:24, 28); pronto fueron mezclados con ideas religiosas paganas y se corrompieron. Como bien lo dice el historiador católico Will Durant: “El cristianismo no destruyó al paganismo, sino que lo adoptó”. La forma de cristianismo que se desarrolló en Europa, y que más tarde pasó a América y al resto del mundo fue “la última gran creación del mundo pagano antiguo” (Caesar and Christ, Durant, 1944, pág. 595). Will Durant y otros historiadores explican cómo, por influencia de la filosofía pagana, el único Dios verdadero se convirtió en una “trinidad”.
Las ideas gnósticas oscurecieron el verdadero evangelio que predicó Jesucristo, y los teólogos formados dentro de la filosofía griega pretendieron explicar la naturaleza de Dios mediante la especulación, en vez de enseñar lo que Dios ha revelado sobre Sí mismo en las Sagradas Escrituras. Luego de siglos de debate, el Dios del cristianismo moderno, a menudo reducido a un concepto abstracto, guarda muy poco parecido con el verdadero Dios de la Biblia.
De Europa emanaron también otras ideas que alteraron y socavaron el conocimiento del Dios verdadero. Las ideas del siglo 18, el llamado “Siglo de las Luces”, así como los descubrimientos de la ciencia que contradecían las erróneas interpretaciones tradicionales de la Biblia, llevaron a muchos a creer que la Biblia y el Dios que esta revela no eran más que mitos.
Las especulaciones darwinianas acerca de la evolución, parecían eliminar la necesidad de un Dios Creador. El concepto de Dios comenzó a basarse, no en determinadas convicciones, sino en la experiencia religiosa. En otras palabras, Dios pasó a ser un sentimiento cálido en el corazón y no un Ser Supremo que interviene en la historia y cuya existencia se puede demostrar.
Según esas cosas, basta con creer, y no hay necesidad de comprobar nada. El apóstol Pablo les dijo a sus oyentes griegos: “Sométanlo todo a prueba y retengan lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21, Dios habla hoy). Por su parte, el profeta Malaquías transmite la exhortación de Dios: “Probadme” (Malaquías 3:10). Una prueba exige razones sólidas y convincentes, ¡no solamente cálidos sentimientos en el corazón!
Durante los últimos dos siglos, la creencia en Dios ha sido objeto de ataques directos por parte de muchos intelectuales. Nietzche dijo: “Dios es un pensamiento”. Freud consideró que creer en Dios era un tipo de alteración mental que la humanidad acabaría por superar. Carlos Marx tildó a las creencias religiosas de “opio del pueblo”. El ateo Henry Louis Mencken aseveró: “Dios es el refugio inmemorial de los incompetentes, los imposibilitados y los desgraciados”.
Un autor teatral describió a Dios como un “delincuente senil”. En los años sesenta del siglo pasado, algunos teólogos destacados llegaron al colmo de proclamar: “Dios ha muerto”. A la luz de semejantes ataques directos contra la fe, unidos a la ausencia total de instrucción seria y contundente sobre las verdades bíblicas por parte del clero, no es de extrañar que el verdadero Dios del Universo siga siendo casi un desconocido para la gente de este tiempo.
Pero debemos preguntarnos si acaso los críticos tienen alguna razón, o si más bien han caído en el engaño. ¿Será posible que los vociferantes desatinos de los intelectuales ateos hayan dado a la sociedad una idea trágicamente equivocada de Dios? Veamos algunas lecciones importantes que podemos aprender de la Biblia y del pasado reciente.
Hace más de tres mil años el rey David escribió en los Salmos: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmos 14:1). Salomón dijo: “De la lengua de los sabios brota sabiduría; de la boca de los necios, necedades” (Proverbios 15:2, Dios habla hoy). Si observamos en los últimos quinientos años, vemos que muchos de los intelectuales ilustrados que dieron forma al mundo moderno, ¡obviamente estaban equivocados!
Eran, en pocas palabras, “ciegos guías de ciegos” (Mateo 15:14). Las teorías psicológicas de Freud ya han sido ampliamente desacreditadas. Mientras Freud proclamó que la religión era una neurosis, uno de sus discípulos, Carl Jung, quien más tarde rechazó las ideas de su maestro, encontró que la religión era altamente benéfica en el tratamiento de personas con trastornos psicológicos (God: The evidence, Glynn 1997, pág. 69). Entretanto ha seguido aumentando el volumen de publicaciones científicas que documentan los efectos positivos de ciertas creencias religiosas sobre la salud. Sigmund Freud, cuyas ideas contribuyeron a secularizar nuestra sociedad socavando sus fundamentos religiosos y morales, estaba completamente equivocado en muchas cosas.
Las teorías de Darwin sobre la evolución, que supuestamente eliminaban la necesidad de Dios, en los últimos decenios también han sido blanco de críticas bien fundamentadas. Si bien las alteraciones al azar y la selección natural pueden explicar la aparición de ciertas variaciones, esencialmente dentro de la misma especie, la teoría de Darwin nunca fue capaz de explicar el origen de nuevas especies. Darwin veía variaciones en los pajaritos pinzones, así como en tortugas y perros; entonces llegó a la conclusión de que dado un largo lapso de tiempo, la naturaleza por sí sola podía crear especies totalmente nuevas.
El problema es que la naturaleza no funciona de esa forma. Las nuevas especies aparecen en los anales geológicos de repente, y totalmente desarrolladas. Es decir, nunca hubo indicios de que hubieran evolucionado, sino de que fueron creadas. La profusión de formas intermedias, que es el postulado de la teoría evolucionista, sencillamente no existe. La información real, recabada de fósiles en el último siglo, no apoya las ideas de Darwin. La teoría de la evolución, que ha sido descrita como “el más potente motor del ateísmo”, no tiene capacidad para negar la existencia de Dios.
Algunas de las pruebas más contundentes de la existencia de un poderoso Dios Creador han surgido en los últimos decenios en los ámbitos de la astronomía, la cosmología, la física y la bioquímica.
Durante la mayor parte del siglo veinte prevaleció la idea de que el Universo y la vida en la Tierra se desarrollaron gradualmente a lo largo de miles de millones de años, y como resultado de fenómenos accidentales, impensados y al azar. Los científicos serios actuales expresan todo lo contrario.
La teoría del big bang, o la gran explosión, indica que el Universo comenzó de forma instantánea. Los científicos han comenzado a entender que las condiciones para que hubiera vida en la Tierra requieren de un equilibrio tal, que tuvieron que planificarse con anticipación. Como dijo un autor: “Lejos de ser accidental, la vida parece ser la meta hacia la cual se ha dirigido y refinado todo el Universo desde el primer momento de su existencia”. Esto es lo que se conoce como el principio antrópico (griego anthröpos=hombre).
Los hallazgos modernos indican con firmeza que el Universo tuvo que obedecer a un diseño. Si hay un diseño, tiene que haber un Diseñador inteligente. Esta ha sido una de las pruebas tradicionales de la existencia de un Dios que diseñó el Universo... y que lo hizo con un propósito. La Biblia dice con mucha claridad: “En el principio creó Dios los Cielos y la Tierra” (Génesis 1:1). Esto es precisamente lo que les dijo el apóstol Pablo a los atenienses al hablarles del único Dios verdadero (Hechos 17:24).
La idea secular de que la vida, tanto de los animales como del hombre, es simplemente el resultado de accidentes bioquímicos al azar, no encuentra apoyo en las pruebas que se vienen acumulando. La evidencia señala en dirección contraria: Hacia un Dios verdadero que es diseñador y creador a la vez que sustentador.
David exclamó: “Te alabaré, porque formidables, maravillosas son tus obras” (Salmos 139:14). Y Salomón escribió: “El Eterno con sabiduría fundó la Tierra; afirmó los Cielos con inteligencia” (Proverbios 3:19). Isaías declaró: “Así dijo el Eterno, que creó los Cielos; Él es Dios, el que formó la Tierra, el que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó: Yo soy el Eterno, y no hay otro” (Isaías 45:18).
Hasta Albert Einstein comprendió que Dios no juega a los dados con el Universo. El hecho de que haya una obra creada implica que tiene que haber un Creador real. El hecho de que haya un diseño exige un Diseñador. Como explicación del origen de la vida y del Universo, resulta totalmente insuficiente invocar una serie de hechos casuales, impensados, que tuvieron lugar a lo largo de miles de millones de años.
El apóstol Pablo les dijo a sus oyentes en Roma que las pruebas de la existencia de Dios y su modo de operar, saltan a la vista con solo observar lo creado. También les advirtió que si ignoramos lo evidente para seguir nuestras propias teorías, contrarias a lo que se ve en la naturaleza, nos convertimos en necios (Romanos 1:18-22). En estos versículos el apóstol predijo, incluso, que la verdad acerca de Dios se habría de suprimir. Esto es precisamente lo que ha ocurrido en el último siglo.
En los últimos 65 años se han llevado a cabo varios experimentos que pretenden apoyar la teoría de la evolución, según la cual la vida surgió por accidente en una mezcla primitiva de sustancias químicas. Pero ninguno de esos experimentos ha tenido éxito. Stanley Miller, profesor de química que efectuó uno de los primeros, reconoció: “El problema del origen de la vida ha resultado ser mucho más difícil de lo que yo, y la mayoría de las personas, nos imaginábamos” (The Creation Hypothesis, Moreland, 1994, pág. 15).
Esto no es sorprendente. Desde hace años, los textos de biología han descrito la ley de la biogénesis, según la cual la vida procede únicamente de vida, jamás de lo que no es vida. Si bien esta ley en años recientes ha recibido escasa atención en los libros de texto, debido a la influencia de la teoría de la evolución, tampoco ha sido posible refutarla. Las Sagradas Escrituras aseguran que Dios es quien imparte la vida (Génesis 1:11-24).
Dios hizo el cuerpo de Adán con elementos de la Tierra y luego “sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7). Todos los intentos del hombre por crear vida a partir de materia no viviente han fracasado. ¿Será porque están neciamente empeñados en lograr algo que no es posible? ¿Acaso tratan de asumir una prerrogativa que corresponde solamente al Dios Creador?
Desde hace años los textos de biología han citado otra ley conocida como la ley de la fijeza de las especies. Esta dice que hay un límite genético al grado de variedad que puede ocurrir dentro de una especie. Los criadores de plantas y animales conocen estos límites. La Biblia afirma clara y reiteradamente que Dios creó a los seres para que se reprodujeran “según su especie” (Génesis 1:24-25). Como ya hemos señalado, Darwin vio que podía haber variación dentro de una misma especie, como en los perros, los caballos, bovinos, aves y tortugas; pero especuló que dado suficiente tiempo y ocasión, este fenómeno podía llegar a la producción de especies nuevas. Pero no ocurre así. Los científicos lo han intentado, pero sin éxito.
En esto también se ignora lo que la Biblia revela y las pruebas naturales que respaldan las afirmaciones de Dios. Muchos simplemente hacen de lado o suprimen estas pruebas, estas leyes básicas de la biología que apuntan hacia la presencia de un Legislador sobrenatural.
Las leyes físicas de la biología no son las únicas leyes de las cuales se hace caso omiso desde el siglo pasado. Las leyes morales y espirituales de Dios, sus diez mandamientos, también han sido tema de burla y desprecio. Los humanistas seculares han dado por un hecho que los mandamientos son simples ideas de hombres y que se pueden desatender sin que ello traiga consecuencia alguna. Esta actitud está llevando a una catástrofe social. La idolatría de nuestra sociedad materialista deja las vidas vacías.
La fornicación no solamente produce insatisfacción, sino que se ha convertido en algo peligroso, como bien lo saben las víctimas del sida. El adulterio está destruyendo a la familia, elemento fundamental para la formación de una sociedad estable. En una cultura donde los medios de difusión derrochan violencia a diario, la vida humana pierde su valor. El asesinato es algo común y corriente, tanto en las calles de la ciudad como en las salas de obstetricia de los hospitales o en los centros donde se practica el aborto.
La delincuencia en el mundo ha alcanzado proporciones de epidemia. Nos quieren hacer creer que Dios no existe, que la vida humana no tiene propósito y que las leyes de Dios se pueden ignorar. La descomposición moral que nos rodea es el resultado de esa ignorancia. La verdad es que las leyes físicas y morales son sustentadas por un Dios verdadero y se aplican independientemente de que creamos o no creamos en Él. No se pueden desatender sin consecuencias. La existencia de las leyes inmutables señala la existencia de un Dios verdadero.
Muchas profecías que se remontan a los tiempos de Abraham, unos dos mil años antes de Cristo, revelan con detalles impresionantes el rumbo futuro de ciertas naciones modernas. Gracias a la obediencia de Abraham, Dios profetizó que sus descendientes serían prósperos y heredarían bendiciones y que de entre ellos surgiría el Mesías en quien serían benditas todas las naciones (Génesis 12:1-2). En su prosperidad los descendientes de Abraham lograrían apoderarse de las puertas de sus enemigos, tales como el estrecho de Gibraltar, el canal de Panamá y otras más (Génesis 22:17).
Con el tiempo dos de ellos se convertirían en una gran nación y una mancomunidad de naciones (Génesis 35:11; 48:19), las cuales extenderían sus colonias por todo el mundo (Génesis 49:22). En los Estados Unidos y en la Mancomunidad Británica se han cumplido esas promesas y otras igualmente extraordinarias. Ahora bien, otras profecías indican que por su desobediencia a las leyes del Dios Todopoderoso, esas naciones van a perder las bendiciones y los privilegios que recibieron gratuitamente. Lo que es más, indican también que con ello Dios le va a enseñar al mundo unas lecciones muy importantes. Para más detalles sobre estas profecías recomendamos leer y estudiar nuestro esclarecedor folleto: Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía, el cual pueden leer e imprimir desde nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org, enlace: folletos.
Hablando sobre “los postreros días”, el Dios de la Biblia describió un imperio que pasaría por una serie de resurgimientos y que emergería por última vez precisamente antes del regreso de Jesucristo a la Tierra (ver: Daniel 2:28, 40-45; 7:7-8, 19-28; Apocalipsis 13, 17, 18). Este gran sistema que comenzó con el Imperio Romano está surgiendo de nuevo en Europa. Inicialmente va a dar la impresión de ser algo conveniente, pero esta unión de países europeos acabará por convertirse en una potencia militar que, en un breve lapso de tres años y medio, blasfemará contra el Dios verdadero y perseguirá a los verdaderos creyentes (Apocalipsis 13:19).
El Dios de las Sagradas Escrituras predijo hace más de dos mil quinientos años que este período de tres años y medio sería “tiempo de angustia para Jacob” (Jeremías 3:1-7). Dios se valdrá de ese Imperio Romano Germánico resucitado para corregir a las naciones rebeldes que se olvidaron del Dios verdadero. Por extraño que parezca, el Dios de la Biblia predijo a Moisés que los mismos pueblos que Él escogería para ser un ejemplo ante el mundo (Deuteronomio 4:1-10), se olvidarían del Dios verdadero y caerían en grandes tribulaciones en “los postreros días” (Deuteronomio 4:23-30; 31:27-29).
El Dios verdadero va a intervenir dramática y decisivamente en los asuntos de la humanidad en un futuro no muy lejano. Pero al final, la humanidad verá y comprenderá que sí hay un Dios verdadero. Estos sucesos sacudirán a todo el mundo y ¡repercutirán en la vida de todos nosotros!
El Dios como lo presenta la religión cristiana tradicional es amoroso, perdonador y da por inocente al culpable; al mismo tiempo es poco confiable, y probablemente se vale de la evolución para cumplir sus designios y propósitos. Por el contrario, el Dios verdadero de la Biblia es alguien muy diferente. El Dios que se revela en las Sagradas Escrituras es un Creador poderoso, un Diseñador inteligente que sustenta la vida y lo que Él mismo creó, así como las leyes que puso en marcha. Ciertamente es amoroso y lleno de misericordia; pero también es un Dios de justicia y de juicio que nos premia conforme a nuestras obras (ver Apocalipsis 22:12), pero que de ninguna manera dará por inocente al culpable (ver Éxodo 34:7).
Dios permite que cosechemos los frutos de lo que sembramos. El Dios de la Biblia no predica cosas “halagüeñas” (Isaías 30:9-10) que seducen y engañan a la gente, sino que ordena a sus siervos de esta manera: “Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado” (Isaías 58:1). El Dios verdadero nos perdona cuando comprendemos lo que define como pecado y nos arrepentimos. “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). Arrepentimiento significa que cambiamos nuestra conducta de vida para vivir por cada palabra de Dios (Mateo 4:4).
La Biblia revela que el Dios verdadero va a enviar a su Hijo Jesucristo nuevamente para juzgar al mundo con justicia (Salmos 96:13; Apocalipsis 19:11). Va a poner fin a los gobiernos corruptos y al sufrimiento de la humanidad, encaminándola en la dirección correcta, es decir, hacia la paz, la justicia y la verdad (Isaías 9:6-7; Apocalipsis 11:15-18). El profeta Miqueas dice: “Juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra” (Miqueas 4:3).
El Dios viviente también inspiró al profeta Ezequiel para escribir: “Haré notorio mi santo nombre en medio de mi pueblo Israel, y nunca más dejaré profanar mi santo nombre; y sabrán las naciones que yo soy el Eterno, el Santo de Israel. He aquí viene, y se cumplirá, dice el Eterno el Señor; este es el día del cual he hablado” (Ezequiel 39:7-8).
El Dios de la Biblia es real. El Creador, Diseñador y Sustentador del Universo vive, y cumple lo que ha profetizado en su Palabra. Nuestro Dios poderoso se dispone a intervenir de manera dramática en los asuntos de la humanidad. Jesucristo va a regresar a la Tierra para establecer el Reino de Dios, el cual regirá a todas las naciones. Nuestro Padre, el Dios poderoso, amoroso y justo; va a salvarnos de nosotros mismos. Este es el verdadero mensaje del evangelio. Podemos ser parte de este glorioso futuro siempre y cuando lleguemos a conocer al Dios verdadero. La pregunta es: ¿Lo vamos a hacer? [MM]