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¿Alguna vez pensó usted, aunque fuera solo por un segundo, que habría sido mejor que Dios no le hubiera mostrado la verdad porque era imposible cumplir todo lo que se esperaba?
¿O consideró no tener fuerzas suficientes para llegar hasta el final?
Estas palabras las escribió un hombre atormentado que era adicto a las drogas desde los 11 años. Sabía la verdad del plan y del propósito de Dios. ¡Lo creía! Pero al mirarse a sí mismo, con sus muchas fallas y problemas, se sentía abrumado. La idea de cambiar, ¡le parecía una meta inalcanzable!
Ahora bien, ¿cual es nuestro caso personal? Aunque nuestros problemas no sean por el alcohol o las drogas, siempre en el mundo hay una infinidad de problemas: vidas estrechas, matrimonios fracasados, sueños frustrados y muchos más. Podría ser que estuviéramos entre esas tantas personas que se sienten abrumadas por la vida, sin saber qué podemos hacer para cambiarla. Personas que no siguen el rumbo que siguen porque lo eligieron, sino porque no saben cómo dar un viraje ni qué es lo que deben hacer.
El cristianismo tradicional no tiene soluciones. “Entrega tu corazón al Señor”, dicen los predicadores. Muchas personas sinceras que respondieron a las llamadas emotivas e insistentes de los predicadores en alguna campaña de evangelización masiva, encuentran días más tarde que su nueva religión se ha desvanecido dejándolas sin cambio alguno... excepto, quizá, que ahora tienen menos esperanza.
El deseo que tienen tantas personas de cambiar lo que son y lo que sienten, ha dado origen a una serie de lucrativas industrias. Tenemos psiquiatras y psicólogos. Tenemos libros y dietas que garantizan convertirnos en “otra persona”, para no mencionar los maquillajes, los trasplantes de cabello, las pelucas y hasta la cirugía reconstructiva... todo ello con la promesa de estimular nuestra confianza y de transformar la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Nuestro mundo es amante de las píldoras. La solución para el niño inquieto y desatento en clase es la misma que para el adulto estresado por problemas en el trabajo: Administrarle alguna droga. En algunos países el aborto es la intervención quirúrgica más frecuente, y el tranquilizante Valium es el medicamento que más se prescribe. Eso nos está diciendo mucho de la sociedad. Los cambios que muchas personas buscan son cambios en los efectos que sienten en la vida, ¡pero no prestan atención a las verdaderas causas de esos efectos!
En 1935 se encontraron en un hotel dos caballeros desechados por la mayoría de sus amigos y parientes, por ser alcohólicos sin remedio. Los dos, hoy conocidos por millones como Bill W. y el doctor Bob, fundaron la comunidad llamada Alcohólicos Anónimos. Mediante esta comunidad dieron a conocer a otros alcohólicos 12 pasos, que al seguirlos, han mejorado dramáticamente la vida a muchísimas personas. En los más de ochenta y seis años transcurridos desde esa primera reunión, han proliferado agrupaciones similares en las cuales la gente busca desesperadamente transformar su vida, y dejar de recurrir a las drogas o al alcohol como medio para huir de los problemas de la vida.
En ese mismo tiempo, se ha desarrollado toda una industria de recursos de auto ayuda como libros y videos que ofrecen una amplia gama de técnicas y estrategias diversas. Unas se dirigen a quienes padecen fobias o llevan en sí las huellas del maltrato. Otras apuntan a la gente que sencillamente quiere alcanzar sus metas con más eficacia. Las hay que adoptan modalidades psicológicas puramente seculares y otras que se presentan como psicología cristiana.
¿Cuál es el factor común? En pocas palabras, millones de seres reconocen la necesidad de llevar a cabo un cambio en su vida. Sienten insatisfacción por lo que son y por el rumbo que llevan. ¿Cuál es el resultado de esas industrias surgidas de la frustración de la gente consigo misma y en las cuales se invierte muchísimo dinero? Que nuestro mundo se hace cada vez más enloquecedor, y nuestros semejantes tienen cada vez más frustración.
La Biblia presenta muchos ejemplos de personas que cambiaron dramáticamente su vida. ¿Cómo lograron efectuar cambios tan radicales? ¿Podemos nosotros realizar cambios de igual magnitud en nuestra vida? La mayoría de las personas pasan por alto dos claves esenciales, y aun quienes las reconocen rara vez entienden de qué se trata en realidad.
El libro de los Hechos en su capítulo 2 narra los comienzos de la Iglesia primitiva en tiempos del Nuevo Testamento. El apóstol Pedro predicó un sermón inspirado y contundente ante miles de personas que se habían reunido en Jerusalén para celebrar el día de Pentecostés. Muchos de sus oyentes sintieron desaparecer su presumida confianza. Se sintieron profundamente conmovidos ante su propia culpabilidad y vergüenza. “¿Qué haremos?”, preguntaron con toda humildad. Profundamente convencidos de la verdad del mensaje de Pedro, ¡querían saber qué debían hacer ahora! “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros”, les dijo el apóstol. Estos eran los pasos necesarios para recibir el Espíritu Santo (v. 38). El Espíritu Santo es el don que Dios les ofrecía para llenarlos de poder y transformar su vida... ¡Y hoy nos ofrece el mismo don a nosotros!
Fe y arrepentimiento son palabras sencillas pero que encierran un profundo significado. La clave para transformar nuestra vida es comprender el mensaje de esas dos palabras.
Antes del arrepentimiento es necesario tener fe. Nos referimos aquí a una fe viva y real. Una fe que produce un estado de ánimo en el cual la persona desea dar media vuelta y acudir a Dios. Esta fe es confianza en Dios y en sus promesas ¡y genera acción! “La fe sin obras es muerta”, dice la Biblia en Santiago 3:27. El hecho de creer y de confiar plenamente en Dios nos permite entregarnos a Él de modo incondicional y absoluto.
Para poder confiar en Dios, es preciso que reconozcamos nuestra incapacidad para salvarnos por nuestros propios medios. Si no estamos realmente convencidos de nuestra propia impotencia, nos vamos a aferrar a ilusiones de autosuficiencia. Si esto hacemos, seguiremos luchando por resolver los problemas a nuestra manera. Un cambio verdadero exige mucho más que fuerza de voluntad y autodisciplina. No es simplemente cuestión de esforzarnos más. La fuerza de voluntad humana puede ayudarnos a efectuar ciertos cambios externos de comportamiento, pero ni siquiera comienza a atacar la raíz de nuestros problemas.
Antes de recurrir a Dios, tenemos que estar convencidos de la necesidad de hacerlo. Antes de revelarse a los antiguos israelitas como su Salvador, el Creador los dejó languidecer durante años como esclavos en Egipto. Incapaces de liberarse, cada vez se desesperaban más por sus condiciones de vida. Pero en la profundidad de su angustia clamaron a Dios... ¡Y Dios los oyó! (Éxodo 2:23-24). Con toda seguridad, ¡a nosotros también nos escuchará!
La fe en nosotros mismos, en las tácticas y los esfuerzos humanos, tiene que ser reemplazada por la fe en el Creador (Hebreos 11:6). Dios no solo es capaz de liberarnos y de transformar nuestra vida, ¡sino que desea hacerlo! Es el Creador que hizo el Universo con sus incontables galaxias. Creó la Tierra y toda la vida que en esta hay. Diseñó y formó a la humanidad a su imagen y le concedió la posibilidad de nacer en su propia Familia. ¿Podemos confiar en Aquel que nos dio la vida y aliento?
Hebreos 11:13 muestra claramente que los hombres y mujeres de fe, ¡tenían su confianza puesta en Dios! Si comprendemos lo que hacían, entenderemos mejor esa fe que transforma la vida. La Biblia nos dice que miraban lo prometido “de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la Tierra”. Al iguial que ellos, tenemos que ver y comprender las promesas que Dios hace, convencernos de su valor y realidad, y luego acogerlas. Tenemos que valorar lo que Dios nos ofrece como algo realmente precioso. De lo contrario, no vamos a perseverar entre los altibajos de la vida. Los hombres y mujeres de fe citados en Hebreos 11 tenían por precioso lo que Dios prometió, y por eso manifestaron de palabra y de obra que no eran parte de este mundo, sino extranjeros en busca de algo mucho más grande.
Si bien el Dios Creador se le ha revelado al hombre por diversos medios, su máxima revelación de Sí mismo la hizo en la persona de Jesucristo de Nazaret. No nos equivoquemos: ¡Jesús de Nazaret no fue simplemente un profeta o un hombre bueno! Era el único Hijo engendrado de Dios (Juan 3:16). Era “Emanuel”, que significa “Dios con nosotros” (Mateo 1:23). Era Aquel que existía en el principio con el Padre, y que fue el instrumento mismo de la creación (Juan 1:1-3). En el momento previsto, se hizo carne y nació de una virgen para convertirse en nuestro Salvador. Trajo del Padre el mensaje del nuevo pacto, la buena noticia del Reino de Dios. Un mensaje que habla del establecimiento del Reino de Dios en la Tierra, y de cómo los seres humanos podemos heredar y disfrutar de ese Reino por toda la eternidad. Es un mensaje sobre las leyes de Dios que pueden escribirse en nuestra mente y en nuestro corazón. Cómo Dios puede impartirnos su propia naturaleza y transformarnos desde nuestro interior. Es un mensaje de redención, de reconciliación con Dios, de la eliminación de la pena por nuestros pecados. Jesucristo no solamente murió para pagar la pena de muerte en nuestro lugar, sino que resucitó de la muerte después de tres días y tres noches en el sepulcro. Así se convirtió en nuestro Sumo Sacerdote e intercesor ante el Padre y pronto regresará a la Tierra como Rey y gobernante.
Para producir un cambio real en la vida, el punto de partida es aceptar que no podemos hacerlo... ¡Pero que Dios sí puede! Si aceptamos el mensaje que Jesucristo trajo, lo creemos y actuamos conforme a este desde lo más profundo de nuestro ser, ¡Dios va a intervenir para cambiar el rumbo de nuestra existencia!
La Biblia explica claramente que Satanás, el diablo, es “el dios de este mundo” y quien dirige el curso o sistemas de la sociedad actual (2 Corintios 4:4; Efesios 2:2). Razón por la que no podemos tener amistad con este mundo y con Dios al mismo tiempo (Santiago 4:4). Para armonizar con el mundo y recibir su aceptación y aprobación, debemos estar en sintonía con los valores del momento. El apóstol Juan describió los valores de este mundo como algo que atrae “los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida” (1 Juan 2:16). Esta era, y su sistema de valores decadente y corrupto, pasará; pero viene un mundo nuevo edificado sobre valores eternos. Ese nuevo mundo, el maravilloso mundo de mañana, será para siempre. Y si realmente lo creemos así, entonces desearemos volvernos a Dios de todo corazón, y aprenderemos a vivir eternamente en armonía con Él. Una fe viva produce acción, y una de las primeras acciones que genera es el auténtico arrepentimiento.
Para muchas personas, arrepentimiento equivale a sentir pesar o remordimiento. Pero el verdadero arrepentimiento no es simplemente lamentarse de algo. Tampoco equivale a las penitencias que algunas religiones imponen. El concepto de penitencia es que ciertas buenas acciones pueden compensar las acciones malas del pasado. Si el arrepentimiento no equivale a sentir pesar, remordimiento o penitencia, entonces ¿qué es? Son varias las palabras que se traducen como “arrepentirse” en la Biblia. El término hebreo que generalmente se emplea en el Antiguo Testamento es shûb, que significa “volverse”. El significado de esta palabra va más allá de la contrición y la pena, e implica la decisión consciente de volverse a Dios (Diccionario hebreo arameo Strong, 2002, pág. 130). El Nuevo Testamento emplea dos palabras griegas para describir el arrepentimiento. Una es epistrephö, que significa “convertir, cambiar, volver atrás”. La otra es metanoia, que significa “un cambio de mentalidad” (Concordancia greco española Petter, 1976). El verdadero arrepentimiento no es un simple sentimiento, una emoción ni un acto de contrición. ¡Es algo que produce un cambio total en la vida!
Para poder arrepentirnos, primero tenemos que saber qué es en realidad el pecado, y estar absolutamente convencidos de que Dios está bien y que nosotros estamos mal. La Biblia define así el pecado en 1 Juan 3:4: “Pecado es infracción de la ley”. Vemos así que la misma ley de Dios define el pecado. ¿A cuál ley de Dios nos estamos refiriendo? A ¡la gran ley espiritual que se resume en los diez mandamientos! (Romanos 7:4-7). El apóstol Pablo explicó en el versículo 7 que no podría saber que la codicia es pecado, si el décimo mandamiento no dijera: “No codiciarás”.
El arrepentimiento requiere una actitud de entrega incondicional de nuestra vida y nuestra voluntad a Dios. Tenemos que presentarnos ante Dios reconociendo nuestro pecado sin excusas y reconociendo nuestra total falta de capacidad para transformarnos. Si reconocemos que somos incapaces para cambiar por nuestro propio esfuerzo; y si creemos y confiamos en el poder de Dios para efectuar el cambio por medio de Jesucristo y su sacrificio, y si le pedimos humildemente que se encargue de nuestra vida, ¡estaremos en camino! Luego tendremos que seguir escudriñando en nuestra vida, siempre en disposición a confesar nuestros pecados y faltas a medida que los vamos descubriendo.
Claro está que nunca vamos a terminar totalmente con lo malo hasta que aprendamos a detestarlo. Tenemos que hacer cambios en las cosas que nos atraen y en nuestros gustos. Tenemos que llegar a odiar el mal y a amar el bien. La ley de Dios y sus instrucciones nos dan los medios para distinguir entre el bien y el mal. Al fin y al cabo, ¡no hemos nacido sabiendo lo que es bueno o lo que es malo! Dios es el único que establece la distinción, y su Palabra es la única y verdadera fuente para saber realmente cuál es la diferencia (Salmos 119:9-11).
Recordemos que sentir pesar por algo o arrepentirse son dos actitudes diferentes. La Biblia muestra que hay dos tipos de pesar o tristeza. Uno es según el mundo, pero el otro es según Dios. En 2 Corintios 7:10 el apóstol Pablo explica que la tristeza según el mundo produce muerte. Esta tristeza según el mundo es un pesar o un remordimiento que pueden colmarnos de angustia y desesperación, e incluso impulsarnos hacia el suicidio. Este tipo de pesar por las acciones cometidas y sus consecuencias no es el verdadero arrepentimiento.
La tristeza según Dios no conduce a la desesperación, por el contrario, produce ímpetu hacia el cambio y entrega a Dios. El arrepentimiento genuino implica pasar del camino del pecado al camino de la rectitud. Implica someter nuestra vida y voluntad a Dios incondicionalmente y de todo corazón. Cuando llegamos a este punto, el apóstol Pedro dice claramente en Hechos 2:38 que debemos bautizarnos. Dios promete que después del bautismo, correctamente administrado, recibiremos el maravilloso don del Espíritu Santo. Este Espíritu es lo que renueva la mente y el corazón de la persona, y la faculta para ser partícipe de la naturaleza divina.
¿Podemos realmente cambiar nuestra vida? ¡No por nuestros propios medios! Pero la buena noticia es que Dios si puede hacerlo por nosotros, y que lo hará si verdaderamente lo deseamos. La fe y el arrepentimiento, seguidos por el bautismo y recepción del Espíritu Santo de Dios, es lo que abre la puerta a un cambio real en nuestra vida; un cambio no solamente de lo que sentimos y hacemos, sino lo más importante, ¡un cambio en lo que somos! Es así como seremos “hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29).
Para más información sobre este tema tan importante, le invitamos a escribirnos o llamarnos para solicitar, sin ningún costo para usted, nuestro folleto titulado: ¿Es necesario el bautismo? El cual también puede descargar desde nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org.
Si además desea hablar más a fondo sobre el tema del arrepentimiento y bautismo, puede solicitar la visita de uno de nuestros ministros. Para esto llame al número de teléfono más cercano entre los que se encuentran en la página 2 de esta revista, o escriba un correo a nuestra dirección: [email protected]. De esta manera podrá comunicarse con alguien que podrá ayudarle a descubrir que usted, con la ayuda de Dios, ¡sí puede cambiar su vida! [MM]