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¿Podemos tener la esperanza de una solución definitiva ante la tragedia de la contaminación mundial del agua?
Recuerdo muy bien aquel pequeño valle asentado entre montañas donde pastaban libres y alegres los caballos. Corría por en medio de aquel campo un arroyo de aguas claras, procedente de los glaciares que coronaban las majestuosas cumbres de Los Andes. El agua limpia y rica en minerales contribuía a la buena salud del ganado que allí acudía a mitigar su sed.
Las ansias juveniles de aventura, y la sed de hallar el conocimiento que me diera razón de la razón de ser de la existencia, me llevaron a otras tierras, en otro continente muy distante de aquel valle.
Años después, cuando la ley del retorno me hizo volver a los jardines de mi infancia, encontré que, el que otrora había sido un torrente de aguas cristalinas, se había tornado en un fluido negruzco y pestilente, que hedía a una mezcla indescifrable y nauseabunda de desechos químicos. Los caballos, ya no estaban, y había también desaparecido la poesía del paisaje.
Unos kilómetros río arriba habían construido un parque industrial, lejos de la ciudad, pero cerca de las aguas adonde pudieran arrojar los desechos químicos sin consideración alguna para el medio ambiente.
No se trata aquí de atacar la iniciativa, ni la capacidad creativa y productiva que el Creador puso en el ser humano. Cuando Dios puso al hombre en el huerto de Edén, la instrucción específica fue que “lo labrara y lo guardase” (Génesis 2:15), no que lo envenenara. Y cuando le dio dominio sobre la tierra y el mar, le dio autoridad para “sojuzgarla”, es decir, para utilizar sus recursos; no para destruirla. A su regreso, Jesucristo va a “destruir a los que destruyen la Tierra” (Apocalipsis 11:18).
El ansia de acumular dinero a toda costa es rendirle culto a un falso dios (Colosenses 3:5). La transgresión persistente del primer mandamiento de la ley espiritual de Dios ha causado simultáneamente el trastorno de las leyes ecológicas establecidas por el mismo Dios, el Creador y Diseñador omnisapiente.
La transgresión de la ley espiritual y sus consecuencias físicas ha sido característica de la era industrial. Hoy, finalmente, cuando pareciera ser demasiado tarde, apenas empezamos a entender que dicha infracción produce nuestra propia destrucción. Vemos así asombrosamente cumplida la sentencia desde antaño escrita: “Raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6:10).
Hemos contaminado la tierra de la cual estamos hechos. La palabra “humano” se deriva del vocablo “humus” que en latín significa “tierra”. Esa es nuestra innegable realidad. Dictada por una mente divina, es una ley física que ni los ateos pueden refutar: “Polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19). Hemos contaminado el aire de cuya inhalación depende cada segundo de nuestra vida. Hemos contaminado el agua que constituye más del sesenta por ciento del cuerpo humano y dos terceras partes de la superficie del planeta.
Estudios recientes publicados por la Organización Mundial de la Salud demuestran que, entre el ochenta y el noventa por ciento de todos los casos de cáncer se deben a factores químicos y ambientales (Dra. Linda Page, Healthy Healing Guide to Cancer, pág. 14).
Las siguientes son estadísticas publicadas por el célebre doctor David Williams de Houston, Texas, en su prestigiosa publicación mensual Alternatives: “En la mayoría de las muestras de sangre humana que se toman actualmente, se pueden detectar más de 300 substancias cuyos efectos nocivos se conocen”. “El ser humano ha inventado no menos de diez millones de productos químicos, de los cuales 3.500 aproximadamente se encuentran en nuestros alimentos”. “Más de 350 pesticidas diferentes se aplican en la producción de lo que comemos cada día”. “En los tejidos de todo lo que tiene vida sobre la faz de la Tierra, se encuentran niveles detectables de productos químicos sintéticos de larga duración; tales como el DDT, plastificantes, dioxinas y solventes relacionados con el benceno”. “Hay por lo menos 5.000 ingredientes químicos en los cosméticos”. (Alternatives, suplemento de mayo del 2008).
Otras investigaciones más recientes revelan que el agua que llega al hogar común contiene residuos de recetas médicas como Prozac, antibióticos y anticonceptivos. Lo que sale por el retrete, regresa en parte por la llave del agua corriente.
¿Estamos acaso condenados a morir intoxicados, víctimas de nuestros propios inventos?
A pesar de los múltiples males que nos hemos acarreado por infringir las leyes ambientales, son muchos los que en el mundo de la tecnología y de la ciencia no quieren reconocer que hay un orden establecido que trasciende nuestra ignorancia. Hay un sistema regido por leyes armoniosas emanadas de la mente divina de un Diseñador supremo. Leyes físicas y espirituales cuya infracción trae graves trastornos ambientales y sociales. No hay espacio en el presente artículo para hablar de los efectos escalofriantes que nos esperan por la alteración de los códigos genéticos de las plantas, de los animales y de los seres humanos. Pretender aventurarse en la alteración de la estructura de la vida misma, que el hombre por sí mismo es incapaz de crear, sin temer las consecuencias para la Tierra y para el ser humano, es el colmo de la ceguera y de la ignorancia.
Dios predijo en términos dramáticos el estado actual de la Tierra: “La Tierra será enteramente vaciada, y completamente saqueada” (Isaías 24:3). Estas palabras cobran vida de manera sorprendente, las consecuencias que está causando el proyecto de la Ruta de la Seda en Iberoamérica. El ansia de dinero le impide al ser humano establecer un equilibrio armonioso entre lo económico, lo humanitario y lo ecológico.
“El Eterno ha pronunciado esta palabra. Se destruyó, cayó la Tierra; enfermó, cayó el mundo; enfermaron los altos pueblos de la Tierra” (Isaías 24:3-4). “Y la Tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto sempiterno. Por esta causa la maldición consumió la Tierra, y sus moradores fueron asolados; por esta causa fueron consumidos los habitantes de la Tierra, y disminuyeron los hombres” (vs. 5-6).
Vemos aquí, claramente señalado, cómo la transgresión de las leyes espirituales tiene como consecuencia el trastorno de las leyes ambientales.
El nombre de esta revista es El Mundo de Mañana. Nuestra misión es anunciar por adelantado las buenas noticias del Reino o gobierno de Dios que en breve será instaurado sobre la Tierra. Jesucristo viene a establecer un gobierno mundial fundado sobre las leyes espirituales y ecológicas que Él y su Padre trazaron desde antes de la creación del planeta y de su entorno. Todo maravillosamente diseñado y preparado para morada del ser humano.
Dios ha permitido que nuestra conducta, desviada de sus caminos, produzca los resultados que hoy presenciamos y experimentamos tanto en el ámbito social como en el ecológico. No obstante, tenemos la promesa infalible de que Dios intervendrá: “Si Dios no hubiera decidido acortar esos días, nadie sobreviviría” (Mateo 24:22, versión La Palabra de Dios para todos). Jesucristo mismo se refiere a su retorno a la Tierra como un tiempo de regeneración, en el cual se sentará sobre su trono para gobernar al mundo. Jesús les dijo a sus discípulos: “De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en su trono de gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mateo 19:28).
El apóstol Pedro inspirado por Dios se refiere a ese tiempo ya cercano en los siguientes términos: “Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y Él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el Cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hechos 3:19-21).
Aquí se nos indica claramente que en los profetas está escrito cómo se va a llevar a cabo la restauración de la Tierra. Veamos algunas de esas profecías para comprender mejor: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa del Eterno como cabeza de los montes… y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno” (Isaías 2:2-3).
Además de todas sus leyes morales, Dios le enseñará al mundo las leyes ambientales que ya están escritas en la Biblia. Leyes de las cuales el ser humano ha hecho caso omiso y por ello sufre graves perjuicios.
Por ejemplo, Dios hizo del suelo una planta de reciclaje absolutamente asombrosa, perfectamente equipada, con miles de millones de bacterias encargadas de procesar debidamente los desechos del cuerpo humano y demás materias en descomposición.
Dios estableció leyes para mantener la higiene en el entorno, para proteger la salud del pueblo, para impedir la contaminación de las aguas y la propagación de enfermedades parasitarias: “Tendrás también entre tus armas una estaca; y cuando estuvieres allí fuera, cavarás con ella, y luego al volverte cubrirás tu excremento; porque el Eterno tu Dios anda en medio de tu campamento… por tanto, tu campamento ha de ser santo, para que Él no vea cosa en ti inmunda, y se vuelva de en pos de ti” (Deuteronomio 23:13-14). Jesucristo hizo además mención de la letrina (Marcos 7:19), principio higiénico que hoy se aplica en el concepto del pozo séptico.
Si estas simples leyes se pusieran hoy en práctica en todos los asentamientos humanos, desparecerían las enfermedades parasitarias, el cólera, la tifoidea y la diarrea; por las cuales mueren a diario miles y aun morirán millones, especialmente niños en el tercer mundo. Además, las fuentes de los montes no estarían contaminadas con peligrosos parásitos como se les advierte a los excursionistas.
Las gigantescas y hacinadas urbes que el ser humano ha construido en la presente civilización no existirán en el mundo de mañana (Isaías 14:21). De cierto habrá ciudades y aldeas, casas con jardines y huertos donde “se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera” (Miqueas 4:4); y con espacio suficiente para un pozo séptico a fin de utilizar gratuitamente la planta de reciclaje llamada suelo, ya instalado por el Creador para proteger las aguas y el medio ambiente de la inmundicia.
El gravísimo problema de las aguas negras que emanan de las grandes urbes no existirá. Se evitará por completo la contaminación de los ríos y de los mares. En la actualidad, más de la mitad de la contaminación de los océanos es causada por las aguas negras que allí se vierten indiscriminadamente. Por ejemplo, la población de Inglaterra produce alrededor de 1.200 millones de litros diarios de aguas negras, de las cuales la mayor parte se arroja sin tratar en el mar.
Uno de los lagos más hermosos de Centroamérica, irónicamente, por su alto grado de contaminación, representa una grave amenaza para la salud pública. En este se vierten las aguas negras de las poblaciones que lo circundan.
Al finalizar el siglo 20, se llevó a cabo en Johannesburgo, Sudáfrica, la Conferencia Mundial del Medio Ambiente. Entre las declaraciones oficiales que se publicaron al concluir la conferencia, se señaló como el peor fracaso del siglo 20 el no haber podido proveer de agua potable a la población mundial. La razón principal de dicho fracaso, según se mencionó, fue el altísimo costo de las plantas de purificación de aguas negras.
Casi causa risa el pensar cuán sencilla es la solución al peor fracaso ambiental del siglo 20. Basta poner por obra la ley ambiental que nos ordena Dios en su Palabra, utilizando la planta de reciclaje gratuita que puso debajo de nuestros pies. Dios en su sabiduría nos ordena en su ley empezar por no contaminar el agua. El hombre en su torpeza la contamina y luego se halla incapaz de reparar el daño. He estado en muchos lugares del mundo donde la gente no sabe que tiene que enterrar su excremento. Cuántos problemas, enfermedades y muertes se evitarían si los gobiernos enseñaran a sus pueblos la aplicación de las leyes higiénicas descritas en la Biblia.
Pero hay esperanza. Muy pronto será establecido un gobierno mundial con sede en Jerusalén (Isaías 2:1-4), con Jesucristo en persona como Jefe Supremo. Un gobierno que pondrá en ejecución todo el conjunto armonioso de leyes ambientales, agrícolas, judiciales y espirituales que producirán equilibrio ecológico, salud, orden, paz social y prosperidad hasta los confines de la Tierra.
En lugar de las aguas negras inmundas y nauseabundas que produce la civilización actual, veamos una descripción de las aguas que saldrán de Jerusalén para sanar al ser humano y purificar los océanos de la indescriptible contaminación que hemos causado: “Acontecerá también en aquel día, que saldrán de Jerusalén aguas vivas, la mitad hacia el mar oriental, y la otra mitad hacia el mar occidental, en verano y en invierno” (Zacarías 14:8).
En el libro del profeta Ezequiel se nos revelan detalles del efecto de regeneración y de restauración que tendrán esas aguas vivas: “Me hizo volver luego a la entrada de la casa [el palacio de Jesucristo]; y he aquí aguas que salían de debajo del umbral de la casa… y midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos. Midió otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta las rodillas. Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta los lomos. Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado… Y me dijo: Estas aguas… entrarán en el mar; y… recibirán sanidad las aguas” (Ezequiel 47:1, 3-5, 8).
Estas son buenas noticias, ante la magnitud del perjuicio causado por los enormes derrames de petróleo crudo. Toda la fauna acuática que habrá perecido intoxicada y privada de oxígeno, será restaurada por el poder creador de Jesucristo, operando por medio de las aguas vivas.
También recibirán sanidad los seres humanos: “Toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río” (v. 9).
“Junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina” (v. 12).
¡Amén! ¡Que ese tiempo venga pronto!