“Prepárate para venir al encuentro de tu Dios, oh Israel” | El Mundo de Mañana

“Prepárate para venir al encuentro de tu Dios, oh Israel”

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La Biblia hace una severa advertencia a quienes dicen falsamente que han recibido un mensaje de Dios, quienes aseguran que les ha hablado cuando no es así. Siempre ha habido, y seguirá habiendo, personas que se atribuyen la condición de profetas. Pero Ezequiel, un verdadero profeta, comunica la advertencia sobre quienes hacen predicciones supuestamente provenientes de Dios, con la esperanza de que se hagan realidad.

“Hijo de hombre, profetiza contra los profetas de Israel que profetizan, y di a los que profetizan de su propio corazón: Oíd palabra del Eterno. Así ha dicho el Eterno el Señor: ¡Ay de los profetas insensatos, que andan en pos de su propio espíritu, y nada han visto!... Vieron vanidad y adivinación mentirosa. Dicen: Ha dicho el Eterno, y el Eterno no los envió; con todo, esperan que Él confirme la palabra de ellos” (Ezequiel 13:2-3, 6).

Dios no anda con rodeos en cuanto a las predicciones falsas que se le atribuyen, llamándolas vanidad y mentira. Ezequiel prosigue: “¿No habéis visto visión vana, y no habéis dicho adivinación mentirosa, pues que decís: Dijo el Eterno, no habiendo yo hablado? Por tanto, así ha dicho el Eterno el Señor: Por cuanto vosotros habéis hablado vanidad, y habéis visto mentira, por tanto, he aquí yo estoy contra vosotros, dice el Eterno el Señor” (vs. 7-8).

¿Por qué en El Mundo de Mañana hablamos tanto de profecía? ¿Y cómo pueden comprobar nuestros lectores que nuestras palabras son verdad?

Comprender las profecías bíblicas no es fácil. Lo sería si Dios nos hablara claramente en visiones y sueños, como hacía con los antiguos profetas, pero ahora no lo hace. Nadie aquí en El Mundo de Mañana dice ser profeta. Por lo tanto, debemos leer lo que los profetas escribieron, y discernir dos puntos claves: a quiénes se dirigían, y los tiempos del cumplimiento de esas profecías. Tenemos, además, el deber de transmitir las palabras inspiradas por Dios.

Voy a explicar las razones.

Ezequiel y la casa de Israel

Dios le encargó al profeta Ezequiel una extraña comisión. Le dijo que llevara un mensaje a la casa de Israel, y si no lo hacía, tendría que responder. ¿Por qué tiene esto importancia? ¿Y qué tiene que ver con la labor de El Mundo de Mañana, y con la Iglesia del Dios Viviente que lo patrocina?

Ezequiel recibió un rollo que traía escrito un mensaje para el futuro. Luego recibió la orden de comérselo:

“Hijo de hombre, ve y entra a la casa de Israel, y habla a ellos con mis palabras. Porque no eres enviado a pueblo de habla profunda ni de lengua difícil, sino a la casa de Israel. No a muchos pueblos de habla profunda ni de lengua difícil, cuyas palabras no entiendas; y si a ellos te enviara, ellos te oyeran. Mas la casa de Israel no te querrá oír, porque no me quiere oír a mí; porque toda la casa de Israel es dura de frente y obstinada de corazón” (Ezequiel 3:4-7).

Observemos que se repite cuatro veces quién es el destinatario del mensaje: la casa de Israel. Ahora bien, esto implica un problema nada pequeño y que pocos entienden, aunque, no es difícil de resolver. Al terminar el reinado de Salomón, la nación de Israel se dividió en dos casas separadas: la casa de Israel al Norte y la casa de Judá al Sur. La casa de Israel se componía de diez tribus, y la casa de Judá comprendía únicamente Judá, Benjamín y los levitas. Todo esto se encuentra en 1 Reyes 12.

La mayoría de las personas creen que Judá e Israel son sinónimos, pero no es así. Israel es un término más amplio, que incluye a Judá (cuyo gentilicio es judíos), así como a las demás tribus. Cierto es que todos los miembros de la etnia judía son descendientes de Jacob, cuyo nombre se cambió a Israel, y por consiguiente son hijos de Israel. Pero no todos los israelitas son judíos, de la misma forma que los estadounidenses no todos son californianos. Igualmente, los habitantes de Canadá, Estados Unidos y México todos son norteamericanos; en sentido amplio, porque todos viven en Norteamérica, pero Canadá, México y Estados Unidos son tres países diferentes.

La Biblia dedica cuatro libros: 1 y 2 de Reyes y 1 y 2 de Crónicas a la historia de estas dos naciones separadas. La casa de Israel fue llevada en cautiverio por el Imperio Asirio entre los años 721 y 718 a.C. La casa de Judá fue llevada en cautiverio a Babilonia por Nabucodonosor II entre los años 604 y 585 a.C., más de cien años después que la casa de Israel en el Norte dejara de existir como nación. La historia secular, lo mismo que la bíblica, muestran que estas dos naciones desde entonces no volvieron a formar una sola nación. Sin embargo, ambas existirán cuando Jesucristo regrese, y entonces volverán a ser una, como se ve claramente en Ezequiel 37:15-28. Tomemos el tiempo para leer este pasaje, que se refiere al futuro, cuando el rey David habrá resucitado y Dios habrá establecido su Reino en la Tierra (vs. 23-28).

Algunos estudiosos de la Biblia dan una falsa idea de los libros de Esdras y Nehemías, contradiciendo Ezequiel 37, al afirmar que Israel y los judíos ya eran un mismo pueblo por cuanto algunos judíos regresaron del cautiverio en Babilonia, cuando ese Imperio cayó en el año 539 a.C. Señalan versículos como Esdras 10:5: “Se levantó Esdras y juramentó a los príncipes de los sacerdotes y de los levitas, y a todo Israel, que harían conforme a esto”, y Nehemías 12:47: “Todo Israel en días de Zorobabel y en días de Nehemías daba alimentos a los cantores y a los porteros, cada cosa en su día”.

Decir que estos versículos se refieren a la totalidad de las doce tribus es ignorancia en el mejor de los casos, y engaño en el peor. Una lectura atenta de Esdras y Nehemías muestra claramente que estos pasajes están hablando de los liberados del cautiverio en Babilonia, que eran judíos, benjamitas y levitas, es decir, la casa de Judá. De las otras tribus de Israel, que habían sido llevados al cautiverio en Asiria 120 años antes, no se menciona ninguna en estos dos libros. Recordemos que los judíos son israelitas, pero no son la casa del Norte, que es la casa de Israel. Esta distinción es importante ahora, como veremos más adelante.

Ezequiel sabía a quiénes era enviado

¿A quién fue enviado Ezequiel a predicar, a Israel o a Judá? Ezequiel vivía en la nación del Sur, Judá, y fue uno de los muchos cautivos transportados a Babilonia. Sabía la diferencia entre los dos pueblos que eran descendientes del patriarca Israel. Pero, ¿cómo sabemos que Ezequiel no se refería a los judíos, cuando habló a los cautivos judíos acerca de la casa de Israel? ¿Entendía que su mensaje no se dirigía a su propia nación sino a la del Norte?

La respuesta a esta pregunta es un misterio tanto para miembros del clero como legos, aunque no tendría por qué serlo. Es parte de una de las verdades bíblicas más fascinantes, una verdad profunda que arroja luz sobre el sentido del mundo actual, y explica por qué, en El Mundo de Mañana tenemos tan presentes las profecías. Invitamos a volver al comienzo del libro de Ezequiel, a abrir la Biblia y leerlo todo con sus propios ojos. No crean solamente porque aquí lo decimos; ¡crean porque lo leen en su propia Biblia!

El cautiverio de los judíos se produjo por etapas a lo largo de 19 años. Ezequiel estuvo entre los primeros cautivos, y el libro que lleva su nombre se inicia seis años antes de la caída de Jerusalén. “Aconteció en el año treinta… estando yo en medio de los cautivos junto al río Quebar… En el quinto año de la deportación del rey Joaquín… vino palabra del Eterno al sacerdote Ezequiel hijo de Buzi, en la tierra de los caldeos, junto al río Quebar” (Ezequiel 1:1-3).

Ahora pasemos al capítulo 4, donde el profeta recibió orden de trazar en una tabla de barro el próximo sitio de Jerusalén. Debía poner arietes y otros instrumentos de guerra en miniatura. ¿Para qué? “Es señal a la casa de Israel” (v. 3). Pero Jerusalén era la capital de la casa de Judá. Entonces ¿por qué el sitio de Jerusalén se constituía en “señal a la casa de Israel”? ¿Acaso Ezequiel no sabía la diferencia? Cuando Dios le habló a Ezequiel la instrucción fue realmente clara. Lo que sigue a continuación demuestra que Ezequiel sí sabía la diferencia. ¡Leámoslo! Tras decirle a Ezequiel que el sitio de Jerusalén sería señal a la casa de Israel, Dios le dio esta extraña orden:

“Y tú te acostarás sobre tu lado izquierdo y pondrás sobre él la maldad de la casa de Israel. El número de los días que duermas sobre él, llevarás sobre ti la maldad de ellos. Yo te he dado los años de su maldad por el número de los días, trescientos noventa días; y así llevarás tú la maldad de la casa de Israel. Cumplidos estos, te acostarás sobre tu lado derecho por segunda vez, y llevarás la maldad de la casa de Judá cuarenta días; día por año, día por año te lo he dado” (Ezequiel 4:4-6).

Aunque estas profecías se llevaron a los judíos y algunas se aplican a ellos, el destinatario principal del libro es la casa de Israel, o sea, otra nación. ¿Cuándo habrían de cumplirse estas profecías?

Relacionemos los hechos: En los primeros capítulos, Dios le dice a Ezequiel que vaya a la casa de Israel (Ezequiel 3:1, 4-5, 7). Además, le indica: “Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte” (v. 17). Como hemos visto, el sitio de Jerusalén sería “señal a la casa de Israel”. Ezequiel solamente pudo transmitir el mensaje divino a su propio pueblo, a la casa de Judá, que eran cautivos como él; pero el mensaje, como aparecía en la tabla de barro que representaba el sitio de Jerusalén, era un mensaje para la casa de Israel.

El deber del atalaya

Ezequiel iba a ser el “atalaya a la casa de Israel”, como vemos en los capítulos introductorios, donde se expone su comisión. Dios habló del carácter obstinado de sus oyentes y luego dijo: “Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte” (Ezequiel 3:17).

Veamos ahora un pasaje crucial que aparece en el capítulo 33, donde confirma la responsabilidad de Ezequiel como atalaya, no a los judíos, sino a la casa de Israel. A la gravedad de su llamamiento se agrega un elemento más:

“Hijo de hombre, habla a los hijos de tu pueblo, y diles: Cuando trajere yo espada sobre la tierra, y el pueblo de la tierra tomare un hombre de su territorio y lo pusiere por atalaya, y él viere venir la espada sobre la tierra, y tocare trompeta y avisare al pueblo, cualquiera que oyere el sonido de la trompeta y no se apercibiere, y viniendo la espada lo hiriere, su sangre será sobre su cabeza. El sonido de la trompeta oyó, y no se apercibió; su sangre será sobre él; mas el que se apercibiere librará su vida. Pero si el atalaya viere venir la espada y no tocare la trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a alguno, este fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya. A ti, pues, hijo de hombre, te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte” (vs. 2-7).

Ya hemos visto que antiguamente Israel se separó en dos casas. Y aunque Ezequiel estaba cautivo en Babilonia, su principal mensaje profético iba dirigido a la nación del Norte, Israel. Debía comer un rollo, y llevar a la casa de Israel el mensaje que contenía (Ezequiel 3:1). El sitio de Jerusalén era un mensaje para la casa de Israel (Ezequiel 4:1-3).

Veamos ahora la confirmación divina de la comisión a Ezequiel, así como la importancia de que se cumpla: “Yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel”. La advertencia es que si no se arrepienten, irán en cautiverio.

Pero aquí hay un problema: las diez tribus del Norte ya estaban en cautiverio desde hacía más de 120 años. Se podría suponer que Ezequiel estaba atrasado en un siglo. Pero veremos que no estaba atrasado.

Como lo explicamos antes, la parte más difícil de entender las profecías bíblicas es discernir quién es el destinatario del mensaje, y en qué tiempo ha de cumplirse. A veces es obvio, pero otras veces no. Por lo mencionado hasta ahora, entendemos que buena parte del libro de Ezequiel no es para los judíos, sino para las diez tribus del Norte.

¿Para qué habría de advertir Dios a una nación con 120 años de retraso que iba a caer en cautiverio si no dejaba sus maldades? Además, ¿por qué elegiría como portador de esa advertencia a un profeta que también estaba cautivo, en otro lugar, y que no estaba en capacidad de llevar el mensaje a sus destinatarios?

Tenemos que llegar a la conclusión, de que Dios hizo consignar ese mensaje por mano de Ezequiel, para un atalaya en el futuro que pudiera llevarlo a la casa de Israel. Pero ¿cuándo?

Es interesante que la frase “casa de Judá” se encuentra solamente cinco veces en 48 capítulos, aunque hay otras referencias claras a los judíos. En cambio, las diez tribus del Norte de la casa de Israel ¡se mencionan más de 80 veces! Ciertas profecías de Ezequiel eran un testimonio contra los judíos de su época, pero el mensaje de Dios, en su mayoría, era para la casa de Israel. Y no era para aquellos días, sino para los nuestros, al final de la era.

Mensaje para nuestro tiempo

El libro de Ezequiel tiene muchas referencias al período que culmina con el fin de la era, y el comienzo del reinado de Jesucristo en la Tierra. Hay ocho capítulos del 40 al 47 con referencias a un templo y sus servicios en la era milenaria. Y el capítulo 48 muestra las fronteras entre las doce tribus de Israel tras el regreso de Jesús de Nazaret. Vemos que las dos naciones no volverán a reunirse hasta el tiempo de la resurrección (Ezequiel 37:15-28).

También hay una referencia directa al día del Eterno, el tiempo de la intervención divina al final de la era: “Como zorras en los desiertos fueron tus profetas, oh Israel. No habéis subido a las brechas, ni habéis edificado un muro alrededor de la casa de Israel, para que resista firme en la batalla en el día del Eterno” (Ezequiel 13:4-5).

Los destinatarios de la profecía de Ezequiel no son los judíos, ni los de la casa de Israel de su época, sino los descendientes de las diez tribus que componen la nación de Israel en los tiempos del fin. Por consiguiente, tiene que haber un atalaya para esos tiempos. ¿Quién será? No puede ser sino una persona, o un grupo de personas, consciente de quiénes son esas tribus y dónde se encuentran al final de la era. Aparte de quienes estamos aquí en El Mundo de Mañana, y otros cuantos remanentes de la Iglesia de Dios Universal bajo el liderazgo del fallecido Herbert W. Armstrong, prácticamente nadie más reconoce las claras enseñanza de la Biblia en esta materia.

Incluso sin esta información, Dios indica claramente que sus siervos tienen el deber, sobre el cual tendrán que rendir cuentas, de advertir a quienes se encaminan al desastre: “Libra a los que son llevados a la muerte; salva a los que están en peligro de muerte. Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿acaso no lo entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, Él lo conocerá, y dará al hombre según sus obras” (Proverbios 24:11-12).

Según la Biblia, la casa de Israel existe en algún lugar de la Tierra, y no es un actor secundario dentro de la geopolítica. Quienes saben dónde encontrar a los descendientes de esas tribus de Israel, las ven dirigiéndose a tropezones hacia el matadero, y el resultado de sus tropiezos será más horrendo de lo que se puedan imaginar.

Quienes deseen entender más claramente lo que la Biblia dice sobre este pueblo al final de la era, les invitamos a leer nuestro excelente folleto titulado: Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía, pueden descargarlo en línea ingresando a nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org.

¿Será coincidencia que los descendientes de los británicos y el pueblo estadounidense, junto con los judíos en la actual nación de Israel, se ven aquejados por problemas en todas partes, precisamente cuando abandonan a su Creador y practican los pecados más repugnantes? La iniquidad abunda. La violencia va en aumento. La animadversión hacia Dios es abierta y candente. Los diez mandamientos son objeto de amplio rechazo y hasta burla, incluso entre muchos que se declaran cristianos. El adulterio es rampante y causa del divorcio, o separación, ya que muchos ni siquiera se toman el trabajo de casarse; dejando hijos en estado de ira y confusión. Las madres dejan a sus pequeños ver programas de brujería o no aptos para niños. ¿Acaso no piensan en las consecuencias que pueden acarrear?

Si Estados Unidos y las naciones británicas; como Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica; no abandonan sus pecados, el futuro próximo les traerá esclavitud… por difícil que sea creerlo. Dios no puede ser burlado, y cuando retira su muro protector, la caída vendrá súbitamente, como escribió Isaías:

“Ve, pues, ahora, y escribe esta visión en una tabla delante de ellos, y regístrala en un libro, para que quede hasta el día postrero, eternamente y para siempre. Porque este pueblo es rebelde, hijos mentirosos, hijos que no quisieron oír la ley del Eterno; que dicen a los videntes: No veáis; y a los profetas: No nos profeticéis lo recto, decidnos cosas halagüeñas, profetizad mentiras; dejad el camino, apartaos de la senda, quitad de nuestra presencia al Santo de Israel. Por tanto, el Santo de Israel dice así: Porque desechasteis esta palabra, y confiasteis en violencia y en iniquidad, y en ello os habéis apoyado; por tanto, os será este pecado como grieta que amenaza ruina, extendiéndose en una pared elevada, cuya caída viene súbita y repentinamente” (Isaías 30:8.13).

En El Mundo de Mañana no somos profetas, pero sí podemos y debemos señalar lo que consignaron los profetas de Dios para las dos casas de Israel en nuestro tiempo. Todo el que tenga ojos para ver debe reconocer que los tiempos actuales son cruciales, y que un desastre se avecina en el horizonte. No tendría que ocurrir si el pueblo que conforma la casa de Israel y la casa de Judá abandonara sus malos caminos… pero lamentablemente, no hay señales de que lo hagan.

El profeta Amós habló sobre la manera como todo iba a ir por mal camino, y luego advirtió: “Por tanto, de esta manera te haré a ti, oh Israel; y porque te he de hacer esto, prepárate para venir al encuentro de tu Dios, oh Israel” (Amós 4:12).

¡No olviden dónde han leído este mensaje! 

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