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En 2016, el psiquiatra estadounidense y distinguido profesor de la Universidad Johns Hopkins, el Dr. Paul McHue, escribió un artículo para el Wall Street Journal titulado "Un nuevo semestre, un nuevo enfoque en la agitación del campus". Aunque puede que no se haya dado cuenta, el Dr. McHue se refirió a un importante principio bíblico, al cubrir la historia de un profesor de Yale que fue atacado por lo que algunos consideraron comentarios racialmente provocativos.
El Sr. McHue se refirió a un incidente que ocurrió en Yale el 9 de noviembre de 2015 que se convirtió en una manifestación estudiantil. La chispa que encendió la manifestación fue el enojo de un grupo de estudiantes que creían que el mensaje de correo electrónico de la profesora Erika Christakis era racialmente denigrante. En el correo electrónico, la Sra. Christakis había sugerido que las “recientes advertencias de Yale sobre los disfraces de Halloween, la apropiación cultural y la insensibilidad racial quizás eran innecesarias, ya que los adultos jóvenes son capaces de decidir por sí mismos qué ponerse para Halloween e incluso podrían aprender de experiencias desagradables” (Wall Street Journal, 10 de enero de 2016).
Una confrontación verbal pública de los estudiantes con su esposo, el profesor Nicholas Christakis, se convirtió en una escena de agresión. Todo esto se transmitió en video para que todo el mundo en línea lo viera, y fue fácil notar la ironía cuando se entiende que el profesor Christakis fue coautor de un libro en 2009 titulado: Conectado: El poder sorprendente de nuestras redes sociales y cómo ejercen influencia en nuestras vidas.
En el libro, mostró “cómo los pensamientos y comportamientos que creemos que están determinados por nuestro razonamiento y sentido de la situación en realidad son moldeados, no siempre para nuestro beneficio, por personas con las que estamos socialmente comprometidos, incluso aquellos que se encuentran a cierta distancia de nuestro círculo inmediato”. Utilizó estudios, incluido un proyecto de renombre de Framingham Massachusetts en el que participaron más de 5.000 personas, para demostrar que el "grupo social" de relaciones que forma el tejido de nuestra vida influye profundamente en el pensamiento y el comportamiento. En otras palabras, encontró que había un “contagio social” que ocurre por el cual nuestras “normas” se cimentan en nosotros a través de la influencia de quienes nos rodean. Específicamente, afirmó que estamos influenciados no solo por nuestros “amigos”, sino también por los amigos de nuestros amigos.
La comprensión de este principio puede ayudar a las personas atrapadas en la adicción al alcohol o las drogas. El Dr. McHue escribió que enseña a los psiquiatras a tratar a los pacientes alcohólicos a "alentar a los alcohólicos a asistir a 90 reuniones de Alcohólicos Anónimos en los 90 días posteriores a la fecha de dársele de alta "para" integrarlos en una comunidad de personas comprometidas con la abstinencia y ayudarlos a asumir la sobriedad como una norma en el futuro” (ibid.).
Para los estudiantes de la Biblia, ¡esta no es una nueva sabiduría!
Por ejemplo, en el Salmo 1:1 leemos: "Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado". En Proverbios 13:20 leemos: "El que anda con sabios, sabio será; mas el que se junta con necios será quebrantado". Y en el Nuevo Testamento leemos: “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15:33).
Los analistas del comportamiento humano nos dicen que nuestro comportamiento cambia para adaptarse al ambiente social en el que vivimos. Ya sea que nos demos cuenta o no, experimentamos este “contagio social”, como dice Christakis, de aquellas personas con las que interactuamos. Y dado que las personas que están alrededor de esas personas influyen en ellos a su vez, los amigos de nuestros amigos, en última instancia, también influyen en nuestra vida.
La lección es clara: la influencia social tiene el poder de afectar el curso de la vida de una persona, para bien o para mal. ¿Es prudente dejarse llevar en cualquier dirección en que la mayoría de la gente va y dejarse influenciar por sus emociones descontroladas? ¿O considera detenidamente la compañía de las personas que lo rodean y sus prioridades, incluso cuando se enfrenta a cuestiones controvertidas? ¿Pueden las personas "autorregular" su comportamiento y, de ser así, con qué criterio?
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