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En la sala de reuniones de la escuela solo había espacio para estar de pie. Estuve allí para observar los procedimientos y mostrar mi apoyo a una solicitud para la formación de una escuela autónoma (una escuela abierta al público que es financiada y operada con fondos privados). La sala estaba suntuosamente equipada con la última tecnología, incluido un monitor de pantalla plana grande para que todos pudieran ver a los que se presentaban ante la junta y a los miembros de la junta a medida que respondían. La reunión se prolongó durante horas, ya que los proponentes de diversos asuntos educativos presentaron sus argumentos, en favor y en contra.
Me impresionó la pasión de los solicitantes y la relativa apatía y el partidismo de la junta directiva.
Finalmente, el asunto en el que estaba interesado se expuso para consideración y revisión de los presentes. Si bien el tema era aparentemente sobre educación, las preguntas presentadas por la junta y los abogados que representaban a dos diferentes distritos escolares tenían muy poco que ver con la educación en sí. Aunque se supone que nosotros, como nación, somos una sociedad que no se fija en el color, ni en clases sociales, el énfasis en cada pregunta formulado por la junta y los abogados opositores, fue sobre la composición racial del cuerpo estudiantil propuesto y el número de inmigrantes e hijos de la pobreza que compondrían la población de la nueva escuela. El transporte y las comidas a un costo reducido fue un punto de gran preocupación. En la discusión más acalorada, se discutió muy poco sobre el currículo educativo, las metas educativas o los resultados deseados. La actitud sarcástica y condescendiente de los abogados opuestos parecía irritar a los solicitantes y miembros de la junta directiva por igual. Toda la experiencia fue agotadora, estresante y no concluyente.
Mientras reflexionaba sobre lo que había visto y oído, me entristeció que algo tan simple y directo se enredara en una frustrante situación burocrática, en la que no hubo ningún avance.
Hay una mejor manera. Antiguamente, Moisés, inspirado por Dios, dio directrices de conducta que cubrían las relaciones con las minorías, los inmigrantes y los pobres. Cuando Dios sacó a los hijos de Israel del cautiverio en Egipto, les dio estas instrucciones: “Un mismo estatuto tendréis para el extranjero, como para el natural; porque yo soy el Eterno vuestro Dios"(Levítico 24:22). Claramente no se permitía ninguna discriminación. Más tarde se dio esta instrucción: "No torcerás el derecho del extranjero..." (Deuteronomio 24:17).
También se establecieron otras instrucciones claras para el cuidado y la provisión de los pobres. Por ejemplo, "No oprimirás al jornalero pobre y menesteroso, ya sea de tus hermanos o de los extranjeros que habitan en tu tierra dentro de tus ciudades" (Deuteronomio 24:14).
En la época de los apóstoles en el Nuevo Testamento, la discriminación contra los gentiles era común y los samaritanos y otros extranjeros eran tratados como ciudadanos de segunda clase por parte de los judíos de ese tiempo. Jesús dio un buen ejemplo tratando a todos de manera justa. Pedro también dijo: "... pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo" (Hechos 10:28). Estos principios eternos se aplican a cada situación, incluida la educación en todos los niveles, la cultura de las empresas, los vecindarios y otros componentes de la sociedad, los cuales deben reflejar estos principios rectos.
Como nación, las consideraciones políticas y el deseo de poder, a menudo han eclipsado o impedido la implementación de estas instrucciones divinas. De hecho, la discriminación positiva o inversa se ha convertido en un factor en nuestra sociedad.
El malestar resultante y la agitación política continuarán hasta que Jesucristo regrese en poder y gloria para establecer el Reino de Dios en la Tierra. Luego gobernará con equidad sin la influencia maligna del adversario, Satanás. En el futuro, las reuniones de la junta escolar y otros organismos gubernamentales que toman decisiones serán mucho más placenteras y productivas. ¡Que Dios apresure ese día!
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