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¿Alguna vez se ha preguntado: “Qué es más importante: cómo me ven los demás o cómo los veo a ellos?” Las mujeres, en particular, hacemos lo que sea necesario para mejorar nuestra apariencia: queremos “vernos bien ante los demás”. Pero alguna vez consideramos la pregunta: "¿Cómo vemos a los demás?"
Con frecuencia, nos tomamos el tiempo de arreglarnos frente al espejo, y cuando estamos satisfechas con lo que vemos, sonreímos y nos alejamos. Santiago nos advierte que no ignoremos la Palabra de Dios, usando el ejemplo de quien se mira en un espejo y luego olvida lo que ve (Santiago 1:23–24). Cuando las mujeres cristianas usamos el "espejo" de la introspección, ¿actuamos de acuerdo a la Palabra de Dios y cambiamos nuestras fallas, o nos olvidamos de cómo nos vemos a nosotras mismas y a los demás?
A veces no tenemos pensamientos positivos de las personas que vemos. ¿Cómo luce nuestro rostro cuando conocemos a alguien que tiene menos dinero, menos éxito o menos entrenamiento en aspectos refinados de cultura? Si no tenemos cuidado, podemos reflejar desagrado en nuestro rostro con todo lo que vemos. Podríamos aprender mucho si en ese momento alguien pudiera tomarnos una fotografía o nos pusiera un espejo en frente, ¡porque podríamos horrorizarnos de lo que veríamos en nosotros mismos!
Así es como nos ven los demás, sin importar cuán perfectamente esté peinado nuestro cabello o qué tan bien vestidas estemos (1 Pedro 3:3–4). Por eso el refrán: ¡una mujer bonita con una actitud fea, es una mujer fea!
Yo, por ejemplo, he recibido "miradas" que me dicen que otras mujeres no están satisfechas con lo que ven en mí. Veo el ceño fruncido en su cara y empiezo a preguntarme qué terrible verdad ven en mí, o qué fallas tengo, o que impresión les causé. ¿Tal vez estén celosas? Rara vez encuentro la respuesta.
Durante años veía indigentes refugiarse del clima extremo en la biblioteca donde yo trabajaba. Sí, a veces su olor era desagradable y a veces no era fácil verlos. Pero, como mujer cristiana, decidí tener una actitud positiva hacia ellos y tratarlos tal como trataría a los miembros de mi familia u a otras personas refinadas y educadas entre nosotros, de hecho, intenté tratarlos mucho mejor debido a sus circunstancias. Al pasar de los años fue muy gratificante ver el cambio gradual en estos indigentes cuando se sintieron apreciados y respetados. Su ansiedad disminuyó, su autoestima aumentó y se sintieron más cómodos con ellos mismos y sus circunstancias (ver Job 34:19).
Para mí, es muy importante cómo "veo" a otras personas; ¡lo que pienso cuando las miro, y lo que dice mi cara sobre lo que estoy pensando! Me sentiría avergonzada de mí misma, si se sintieran menospreciados, porque los vi con ojos poco caritativos: la mirada que les dice que no son bienvenidos donde yo estoy, y que no tienen derecho a esperar a que me moleste en saludarlos o ser amable con ellos (ver Proverbios 16:19; Mateo 23:12).
Se acerca el día en el que buscaremos a aquellos que están sufriendo mucho dolor y que nos necesitan. Cristo trabajó con los mansos y humildes en su tiempo, y todavía lo hace hoy. Estoy segura de que muchos de nosotros alguna vez fuimos despreciados debido a nuestra condición humilde. Ahora estamos en posición de alentar a las personas (Lucas 22:27), lo cual impactará en su vida, pero también en la nuestra.