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Gran parte de la profecía bíblica, aunque se escribió hace miles de años, habla de nuestros días y de hechos que ocurren frente a nuestros ojos. El Dios Todopoderoso que declara
“lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho” (Isaías 46:10) inspiró a los antiguos profetas, quienes consignaron los hechos principales que determinan el futuro inmediato. En sus palabras vemos las condiciones del mundo, las potencias nacionales, los conflictos internacionales y los engaños religiosos que serán característicos del momento culminante de nuestra era, y que llevarán al asolamiento total del mundo tal como lo conocemos, ¡y al regreso triunfal de Jesucristo a la Tierra para inaugurar el Reino de Dios!
Dios ha revelado estas cosas en las Escrituras para que todos los que lo aman y obedecen entiendan los sucesos que ocurren a su alrededor, estén facultados para advertir al mundo de lo que vendrá, y se reanimen al ver que su redención se aproxima.
Lamentablemente, el amplio y detallado panorama de la profecía bíblica es ignorado por la mayoría de quienes en la actualidad se declaran cristianos; y aun entre los estudiosos, pocos saben cuáles son las naciones actuales mencionadas en las páginas de la Biblia.
Ven el nombre Israel, pero suelen pensar únicamente en el moderno estado judío en el Oriente Medio. ¿Dónde están las potencias militares y económicas de nuestro mundo actual? ¿Dónde está Estados Unidos? ¿Dónde están las naciones de la Mancomunidad Británica? ¿Dónde están Rusia y China?
¿Y dónde está Alemania, que ocupa el cuarto lugar en el mundo como potencia económica, y una de las principales naciones de la Unión Europea?
Si las palabras inspiradas de las Sagradas Escrituras explican el estado de nuestro mundo y sus naciones en los últimos días, ¡deberíamos ver esas naciones reflejadas en sus páginas! En las profecías para el tiempo del fin vemos nombres de naciones antiguas, como Babilonia, Egipto y Asiria… y, por supuesto, Israel. Si bien vemos que algunas de esas naciones, como Egipto, existen todavía, otras, como Asiria, parecen haberse desvanecido en el pasado.
Si las naciones descritas en la Biblia ya no existen, ¿cómo podrán desempeñar papeles importantes en los conflictos finales que conducirán al regreso de Jesucristo? ¿Y por qué ha de creerse en la profecía si no reconoce a las potencias que existen?
Al no hallar a las naciones actuales mencionadas en las páginas de la profecía inspirada, muchos se dan por vencidos… y esto significa que, de hecho, pasan por alto más de la cuarta parte de la Biblia, olvidando que la totalidad de la Palabra de Dios fue inspirada para nuestra edificación e instrucción (2 Timoteo 3:16-17). Muchos también distorsionan y reinterpretan las afirmaciones inspiradas en los libros de Daniel, Ezequiel, Apocalipsis y otros; según su imaginación o según parezcan coincidir con las noticias del día.
En cualquier caso, esos lectores cometen un gran error, que les impide alcanzar el vital entendimiento que Dios dispuso para nuestro tiempo, y la tranquilidad mental que produce el poder discernir cómo la mano del Todopoderoso va guiando activamente los asuntos del mundo.
Desconocer la relación entre los pueblos antiguos y las naciones actuales es un error grave; sencillo y profundo a la vez.
Los pueblos que habitan las naciones actuales no cayeron de la Luna a sus respectivas provincias, estados y países. Los pueblos modernos tienen historias antiguas… y para dilucidar el papel profético que cumplen en los acontecimientos previos al regreso de Jesucristo, una clave esencial es identificar entre las naciones actuales a los pueblos antiguos mencionados en la profecía.
Muchos ven “Israel” en la Biblia y se apresuran a pensar en la actual nación de Israel. Aunque esta nación sí corresponde a una parte de las antiguas doce tribus hebreas, quienes piensan que el “Israel” de la profecía bíblica se limita a la moderna nación de Israel, ¡pierden de vista hechos cruciales de la Biblia y de la historia!
La Biblia nos dice que, muerto Salomón, la nación de Israel se separó en dos: La nación de Judá en el Sur, compuesta por las tribus de Judá y Benjamín, así como de cierto número de levitas; y en el Norte una nación más grande que retuvo el nombre de Israel, compuesta de las diez tribus restantes (1 Reyes 12:1-24). Los historiadores seculares no lo disputan. En el curso de su historia, estas dos naciones hebreas se enfrentaron en batallas la una contra la otra (ver 2 Crónicas 13:1-20). Incluso, ¡el rey Acaz de Judá le pagó al rey Tigliat-pileser de Asiria para que lo protegiera contra Israel, la nación del Norte! (2 Reyes 16:7). La profecía bíblica habla de Israel y Judá como dos naciones diferentes, que volverán a ser una cuando Jesucristo regrese (Ezequiel 37:15-28). Pero, ¡seguirán separadas hasta que llegue ese momento!
La nación que actualmente se llama Israel representa a los descendientes de la antigua nación de Judá. De allí viene el nombre de los judíos: de Judá.
En la profecía, Israel suele referirse a la otra nación, las diez tribus del Norte que fueron llevadas cautivas años antes que la nación de Judá. Aunque los descendientes de estas diez tribus perdidas desaparecieron de la vista en la historia, Dios profetizó que se acordaría de ellos, ¡y para Dios nunca perderían su identidad!
Veamos esta profecía que pronunció Jacob poco antes de morir: “Llamó Jacob a sus hijos, y dijo: Juntaos, y os declararé lo que os ha de acontecer en los días venideros” (Génesis 49:1).
La frase “los días venideros” se refiere al tiempo previo al regreso del Mesías. Jacob se refirió a un futuro en el cual los descendientes de sus hijos serían naciones soberanas. Una en particular se constituiría en superpotencia mundial: “Rama fructífera es José, rama fructífera junto a una fuente, cuyos vástagos se extienden sobre el muro. Le causaron amargura, le asaetearon, y le aborrecieron los arqueros. Mas su arco se mantuvo poderoso, y los brazos de sus manos se fortalecieron por las manos del Fuerte de Jacob” (Génesis 49:22-24).
En otras palabras, los descendientes de José no quedarían perdidos y ocultos entre las naciones, sino que en los años anteriores al regreso de Jesucristo conformarían un pueblo fuerte dotado de poderío militar.
Los estudiosos de la Biblia reconocen a Estados Unidos, el Reino Unido y otras naciones descendientes de los británicos como los descendientes de José. Para una mayor comprensión sobre esta notable profecía y su cumplimiento, le invitamos a solicitar un ejemplar gratuito de nuestro esclarecedor folleto: Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía, enviando un correo a: [email protected], o puede descargarlo desde nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org. La identidad de Israel en la profecía es fundamental para comprender el desarrollo de los acontecimientos de los últimos días, y ¡para entender lo que realmente está ocurriendo en el mundo!
¡Europa también cumplirá un papel protagónico en los días previos al regreso de Jesucristo! Esa función se explica detalladamente en nuestro folleto titulado: La bestia del Apocalipsis: ¿Mito, metáfora o realidad inminente? Allí se revelan las profecías de Daniel, del Apocalipsis y otras más, para mostrar cómo han surgido en la historia de Europa una serie de restauraciones profetizadas del antiguo Imperio Romano. Se demuestra además cómo está por surgir la última restauración, la más poderosa y peligrosa de todas. Cómo la dinámica que vemos en Europa continúa preparando el escenario para la aparición de esa potencia que sacudirá al mundo entero. En ese folleto gratuito señalamos en la Biblia la relación de Europa con las restauraciones de la antigua Roma, así como su relación con Babilonia y la religión representada por la ramera profética que lleva el nombre de Babilonia.
Pero aun sabiendo el papel futuro de los Estados Unidos, el Reino Unido y las muchas naciones descendientes de los británicos; y conociendo el papel de Europa y de la nación que hoy se llama Israel, y enterados de la falsa religión que manipula los acontecimientos en el tiempo del fin, aún así queda por fuera una pieza crucial del rompecabezas profético. Y no hay otra nación moderna que se ajuste con más precisión en el vacío dejado por esa pieza perdida, ¡que la moderna nación de Alemania! Alemania, lo mismo que Estados Unidos, el Reino Unido y la nación de Israel; puede identificarse con una nación antigua, que según las Escrituras desempeñará una importante participación en los sucesos del fin.
En las páginas siguientes, exploraremos las sorprendentes conexiones entre la actual Alemania y la antigua nación de Asiria. Veremos que, lejos de ser un pequeñísimo grupo étnico con escasa influencia en los asuntos del mundo, Asiria está destinada a cumplir una función dinámica y poderosa en el tiempo del fin. Los estudiosos de la profecía bíblica que buscan identificar a la antigua Asiria entre las actuales naciones del mundo, verán que Alemania se destaca de las demás como candidata sin igual, como nación preparada por el mismo Dios para cumplir sus designios en la historia, como pueblo que llama: “Obra de mis manos” (Isaías 19:25).
Continuaremos con la revelación del lugar de Alemania en la profecía.
Quien busque en la internet la respuesta a la pregunta “¿Quiénes son los asirios?” Probablemente encontrará artículos sobre un pueblo de ese nombre que se originó en el Oriente Medio, y que habita en varios lugares del globo. Muchos dan por sentado que esos cuatro o cinco millones de personas dispersas por el mundo, son todo el remanente de lo que fue el poderoso Imperio Asirio; potencia con puño de hierro que mantuvo bajo su dominio a gran parte del mundo antiguo.
Según la profecía bíblica, Asiria será una fuerza poderosa en los últimos días, inmediatamente antes del regreso de Jesucristo. La Biblia se refiere a una Asiria moderna y poderosa que cumple el papel de azote para las actuales naciones de Israel, como instrumento en las manos de Dios: ¡Una de las verdaderas superpotencias que compiten por el dominio del mundo en el tiempo del fin!
¿Acaso unos pocos millones de seres dispersos constituyen la Asiria moderna descrita en la profecía? ¿Cómo va a ser posible? Si la profecía dice que Asiria será una nación fuerte, intacta y militarmente superior en el tiempo del fin.
Gran parte de la profecía bíblica es dual, o sea que esas profecías tuvieron un cumplimiento inicial en tiempos antiguos y ha habido, o habrá, un cumplimiento en los tiempos modernos, el tiempo del fin. Un ejemplo es la toma de Jerusalén. Jesús predijo que la ciudad sería desolada, y advirtió a sus discípulos que huyeran cuando la vieran rodeada de ejércitos (Lucas 21:20-21). Pero su intención era que se entendiera la misma profecía como una advertencia para los últimos días. El contexto de Mateo 24, que es paralelo a Lucas 21, implica una clara aplicación al tiempo del fin, porque habla de una “gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mateo 24:21). Esta profecía se cumplió primero con el saqueo de Jerusalén en el año 70 d.C., y habrá otro cumplimiento al final de la era, dentro del contexto de calamidades aun mayores.
Otro ejemplo del cumplimiento dual es la “abominación desoladora”, mencionada en Daniel 11:31. Los estudiosos de la Biblia y de la historia reconocen que este pasaje se cumplió en tiempos de Antíoco IV Epífanes, quien sacrificó un cerdo en el templo de Jerusalén, en un altar levantado en honor de Zeus (Josefo, 1926, vol. 7, págs. 129-131, traducido al inglés por Ralph Marcus). Aunque el cumplimiento se produjo unos dos siglos antes de su ministerio, Jesús declara sin ambages que la misma profecía tendrá otro cumplimiento futuro (Mateo 24:15).
Igualmente, muchas profecías de Isaías son duales. Lucas dice que Jesús leyó Isaías 61:1-2 en voz alta y dijo a sus oyentes: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas 4:21). Sin embargo, no citó la totalidad del pasaje, que habla del día de la venganza divina, día que aún está por venir, seguido de un cumplimiento más amplio de la curación y la libertad mencionadas para todo el mundo.
Muchas profecías que hablan de los pecados de la antigua nación de Israel, y del castigo y redención que les seguirán; se han cumplido en cierta medida en el pasado, pero al mismo tiempo presagian un cumplimiento actual y futuro. Ezequiel, por ejemplo, dio varias profecías sobre castigos que habían de sufrir Israel y Judá por sus pecados (ver Ezequiel 22). Pero cuando Ezequiel escribió sus profecías, la nación de Israel en el Norte, ya llevaba más de 100 años en cautiverio. Es claro que la advertencia no se dirigía a la antigua Israel, sino a la Israel moderna: Los pueblos de Estados Unidos, las naciones descendientes de los británicos y otras naciones de origen celta como Francia, Bélgica, Holanda, Suiza, Dinamarca, Finlandia y otras más.
Siendo así, ¡podemos considerar que las acusaciones consignadas por los profetas se aplican a pueblos actuales! Por ejemplo, Isaías 10:1 proclama: “Ay de los que dictan leyes injustas, y prescriben tiranía”. Las actuales naciones de Israel, entre ellas Estados Unidos e Inglaterra, ¿acaso “dictan leyes injustas”. ¿No vemos entre esos a muchos países que dicen respetar las normas morales de la ética judeocristiana, abandonar las reglas basadas en las Escrituras y dictar las suyas propias?
Si es así, ¿cómo reaccionaría el Dios de Israel, quien más tarde se conoció como Jesucristo (1 Corintios 10:1-4), que es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”? (Hebreos 13:8).
Dios promete que traerá un “día del castigo”, sobre las naciones que se rebelen contra Él, con “el asolamiento” que vendrá de lejos (Isaías 10:3). Además, identifica a la nación que empleará para imponer ese castigo: “Oh Asiria, vara y báculo de mi furor, en su mano he puesto mi ira. Le mandaré contra una nación pérfida” (vs. 5-6).
Como veremos en el próximo capítulo, Dios se valió de la nación de Asiria para castigar a su pueblo rebelde y pecador en el pasado. Y la profecía indica que Asiria será la vara de Dios nuevamente, ¡vara que empleará contra las actuales naciones de Israel que persistan en seguir los pasos pecaminosos de sus padres!
Dios no cambia (Malaquías 3:6). De la manera como respondió a los pecados de Israel en el pasado, responderá a los pecados de Israel en el presente… y Asiria será de nuevo su instrumento para ese fin.
Moisés consignó una sombría profecía para la casa de Israel, profecía que tuvo su cumplimiento inicial en el año 721 a.C: “Por cuanto no serviste al Eterno tu Dios con alegría y con gozo de corazón, por la abundancia de todas las cosas, servirás, por tanto, a tus enemigos que enviare el Eterno contra ti, con hambre y con sed y con desnudez, y con falta de todas las cosas; y él pondrá yugo de hierro sobre tu cuello, hasta destruirte” (Deuteronomio 28:47-48).
Dios identifica este “yugo de hierro” como una fuerza invasora que es poderosa, implacable y totalmente arrolladora: “El Eterno traerá contra ti una nación de lejos, del extremo de la Tierra, que vuele como águila, nación cuya lengua no entiendas; gente fiera de rostro, que no tendrá respeto al anciano, ni perdonará al niño” (vs. 49-50).
Esa nación fue Asiria, vara correctiva de la ira de Dios. Y, como Dios no cambia, debemos prever que la nación que empleará en el futuro sea la misma Asiria de la profecía.
Si la actual “Asiria” estuviera conformada por unos pocos millones de seres dispersos por el mundo, sin país propio, sin gobierno y sin ejército, ¿cómo la habría de utilizar Dios como vara de corrección contra naciones que se cuentan entre las más poderosas del mundo?
Los pasajes citados podrán cumplirse en nuestros días solamente si la Asiria del pasado constituye en la actualidad una nación sumamente poderosa, capaz de imponer su voluntad en los asuntos del mundo, como hizo en la antigüedad. Y muchas profecías muestran claramente que así tendrá que ser. Veamos por ejemplo Isaías 27:12-13:
“Acontecerá en aquel día, que trillará el Eterno desde el río Éufrates hasta el torrente de Egipto, y vosotros, hijos de Israel, seréis reunidos uno a uno. Acontecerá también en aquel día, que se tocará con gran trompeta, y vendrán los que habían sido esparcidos en la tierra de Asiria, y los que habían sido desterrados a Egipto, y adorarán al Eterno en el monte santo, en Jerusalén”.
Esto no se cumplió en el pasado: ¡Continúa siendo una profecía para el futuro! Aunque muchos judíos regresaron a la Tierra Prometida después de su cautiverio en Babilonia, los israelitas de las otras diez tribus jamás regresaron de la tierra de Asiria. O bien las profecías de Dios son falsas, o bien esta profecía tendrá un cumplimiento futuro.
Quienes creen que la Palabra de Dios es verdadera e infalible (Juan 10:35), entienden que el cumplimiento de este pasaje será en el futuro, ¡y que Asiria tendrá que existir en el tiempo del fin, como una gran potencia que conquista naciones y de ellas hace cautivos!
Otros pasajes también se refieren al futuro período de castigo y cautiverio, así como la función central que corresponderá a Asiria. Por ejemplo, Oseas 9:1-4 revela que Israel será castigada por su fornicación espiritual con otros dioses, y que Efraín, una de las diez tribus de Israel en el Norte, no de la casa de Judá, al Sur, “volverá Efraín a Egipto y a Asiria, donde comerán vianda inmunda”.
Enseguida hay otra descripción del regreso desde esas tierras de cautiverio, ¡con un detalle tan fascinante como importante! “En pos del Eterno caminarán; Él rugirá como león; rugirá, y los hijos vendrán temblando desde el Occidente. Como ave acudirán velozmente de Egipto, y de la tierra de Asiria como paloma; y los haré habitar en sus casas, dice el Eterno” (Oseas 11:10-11).
Nótense las palabras “desde el Occidente”. Recordemos que cuando los pueblos de Israel quedaron cautivos en el año de 721 a.C, fueron trasladado al Norte y Oriente de Jerusalén, no al Occidente. El antiguo imperio de Asiria quedaba al Oriente. Y, al contrario de los judíos del Reino del Sur, los cautivos de la nación de Israel jamás regresaron a su patria luego del cautiverio. Entonces, ¿qué pensar de esta profecía que nos habla de los israelitas regresando del Occidente, que no del Oriente, y establecidos de nuevo en sus casas? Tiene que ser una profecía para el futuro, cuando vendrán desde el Occidente, rumbo al Oriente, a su regreso después de los horrores de la guerra y el cautiverio.
Asiria tendrá que existir de nuevo, como una nación poderosa en los últimos días, y tiene que situarse al Occidente de la tierra de Israel, no en sus tierras antiguas que quedaban al Oriente.
Isaías también habla de un futuro en el cual los israelitas regresarán del cautiverio. Notemos que esta profecía habla de “otra vez”: un claro cumplimiento futuro de un segundo éxodo:
“Asimismo acontecerá en aquel tiempo, que el Eterno alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo que aún quede en Asiria, Egipto, Patros, Etiopía, Elam, Sinar y Hamat, y en las costas del mar… Y habrá camino para el remanente de su pueblo, el que quedó de Asiria, de la manera que lo hubo para Israel el día que subió de la tierra de Egipto (Isaías 11:11, 16).
El primer éxodo de los israelitas que salieron del cautiverio en Egipto fue enorme: algunos lo estiman en cientos de miles, o posiblemente millones. Si Israel ha de salir de un cautiverio futuro en Asiria, entonces Asiria debe ser una nación enorme y poderosa en el tiempo del fin ¡para que al menos pueda tomarlos cautivos!
Los pueblos actuales de Israel y Judá: Estados Unidos, la mancomunidad Británica y los pueblos europeos ya mencionados, así como sus hermanos judíos en la nación que ahora llamamos Israel en el Oriente Medio; se cuentan entre las naciones de mayor poderío militar en el mundo. Cualquier nación con poderío suficiente para derrotar a Israel en los tiempos del fin, y llevarse cautivo a su pueblo, tendrá que ser una nación muy poderosa, ¡una verdadera superpotencia! Cuando la Biblia habla de “Asiria” en las profecías del tiempo del fin, sencillamente no puede referirse a los actuales pueblos asirios del Oriente Medio sin poder y sin nación.
¿Dónde, entonces, podemos encontrar a la poderosa nación asiria que figura en las profecías de la Biblia?
Jerónimo, figura destacada de la Iglesia romana en el siglo cuarto y comienzos del quinto d.C., es conocido por su traducción de la totalidad de la Biblia al latín, y por su relato de primera mano de un ataque perpetrado contra Roma por tribus germánicas:
“Tribus salvajes en números incontables han invadido todo lugar de la Galia. El país entero, entre los Alpes y los Pirineos, entre el Rin y el Océano, ha sido asolado por hordas de cuados, vándalos, sármatas, alanos, gépidos, hérulos, sajones, burgundios, alamanes y… ¡Qué horror por la comunidad! Hasta panonios. Porque también Asur se ha unido a ellos” (El destino de Roma, ca. 409 d.C.).
¿Qué debemos entender por le enigmática frase: “También Asur se ha unido a ellos”? Jerónimo citaba el Salmo 83:8. Veamos los versículos que preceden a la mención de Asiria:
“Oh Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni te estés quieto. Porque he aquí que rugen tus enemigos, y los que te aborrecen alzan cabeza. Contra tu pueblo han consultado astuta y secretamente, y han entrado en consejo contra tus protegidos. Han dicho: Venid, y destruyámoslos para que no sean nación, y no haya más memoria del nombre de Israel. Porque se confabulan de corazón a una, contra ti han hecho alianza” (Salmos 83:1-5).
Esta profecía habla de un grupo de naciones que forman una alianza para luchar contra el pueblo de Dios, para que deje de existir como nación. Y efectivamente, durante gran parte de la historia de Israel, sus enemigos han intentado borrarlos de la faz de la Tierra. Pero vez tras vez, Dios los ha protegido milagrosamente. ¿Cuáles son los pueblos que lucharán contra Israel, según la Biblia?: “Las tiendas de los edomitas y de los ismaelitas, Moab y los agarenos; Gebal, Amón y Amalec, los filisteos y los habitantes de Tiro. También el asirio se ha juntado con ellos; Sirven de brazo a los hijos de Lot” (Salmos 83:6-8).
Las naciones citadas con sus nombres antiguos en los versículos del 6 al 8, son naciones que circundan hoy a la nación de Israel en el Oriente Medio. Sin embargo, respecto a la invasión de Roma por tribus germánicas, Jerónimo se limitó a mencionar la parte del pasaje que habla de Asiria.
La relación entre Asiria y Alemania es real. Asiria no puede ser un pueblo sin nación, disperso en el tiempo del fin como un puñado de polvo entre las naciones del mundo. Si la profecía bíblica es verdadera, y “sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Romanos 3:4); entonces Asiria tiene que ser una nación poderosa en el mundo, preparada por Dios para cumplir sus propósitos que transformarán al mundo en estos últimos días. Tiene que ser una nación capaz de producir la confrontación profetizada con las actuales naciones israelitas, con todo y su dotación nuclear; a saber: Estados Unidos, Inglaterra y los pueblos descendientes de los británicos.
De todas las naciones y pueblos de la Tierra, la que más se ajusta en los últimos días a las características y la función profetizada para Asiria, es Alemania.
Más adelante usted va a descubrir los nexos entre el antiguo Imperio Asirio y la creciente potencia que es Alemania. Cuando se entere de la verdad acerca de esos nexos, el papel central de Alemania en los acontecimientos del fin del mundo, que culminarán con el regreso de Jesucristo, ¡quedará claro como el cristal!
Para dilucidar la identidad moderna de Asiria, debemos conocer sus raíces y su historia antigua. El Imperio Asirio comenzó siendo la ciudad estado de Asur, nombre tomado de uno de los hijos de Sem, que fue a su vez uno de los hijos de Noé (Génesis 10:1, 22). Con el tiempo, se llegó a considerar a Asur como uno de los principales dioses del pueblo asirio (Internacional Standard Bible Encyclopedia, 1939, vol. 1, pág. 292).
Aunque la ciudad llevaba el nombre de Asur, al poco tiempo la tomó por la fuerza un pariente del linaje de Cam. Fue el personaje conocido como Nimrod. Asiria se llegó a llamar “la tierra de Nimrod”, como leemos en Miqueas 5:6. En Génesis 10:8-9 dice que Nimrod fue “vigoroso cazador delante del Eterno”, y “delante” lleva la connotación de “ante el rostro de” o “en rebeldía contra”.
Como figura destacada en el pasado lejano de la humanidad, Nimrod se ha recordado con diversos nombres: “Ninus fue el primer rey de Asiria y edificó Nínive, y le puso su propio nombre. Pero Ninus es un nombre de Nimrod… Queda demostrado así, sin lugar a dudas, que Nimrod y no Asur, hijo de Sem, fue el fundador de Nínive” (Algernon Herbert, Nimrod, a Discourse upon Certain Passages of History and Fable vol. 1, pág. 374).
Siglos más tarde, Dios ubicó a la antigua nación de Israel en la tierra de Canaán, luego de sacar a los israelitas milagrosamente del cautiverio en Egipto. Ocuparon la tierra alrededor del año 1400 a.C., y 400 años más tarde eran una nación fuerte y próspera; sobre todo durante los reinados de David y Salomón. Pero con el tiempo esa nación se dividió en dos: Israel en el Norte y Judá en el Sur.
En los siglos siguientes, la casa de Israel en el Norte, que la Biblia a veces llama Samaria, nombre de la capital de esa nación, cayó en un estado de paganismo e idolatría rampantes. El Eterno envió profetas para advertirles que su total apostasía haría inevitable su derrota y su exilio. Isaías 10 trae un resumen de la forma como actúa la mano de Dios en el auge y caída de sus naciones escogidas, y cómo se vale de una nación para corregir a otra, como leímos antes:
“¡Ay de los que dictan leyes injustas, y prescriben tiranía, para apartar del juicio a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; para despojar a las viudas, y robar a los huérfanos! ¿Y qué haréis en el día del castigo? ¿A quién os acogeréis para que os ayude, cuando venga de lejos el asolamiento? ¿En dónde dejaréis vuestra gloria? Sin mí se inclinarán entre los presos, y entre los muertos caerán. Ni con todo esto ha cesado su furor, sino que todavía su mano está extendida” (vs. 1-4).
Uniendo las piezas, vemos que “el asolamiento” que vendrá “de lejos”, vendría de la formidable máquina de guerra que fue el Imperio Asirio. Isaías comenzó su vida de profeta en la última parte del siglo octavo a.C. Alrededor del año 732, la superpotencia que era Asiria atacó a Israel. En 2 Reyes 16:7 viene el relato desde la perspectiva del reinado del rey Acaz de Judá, que pagó a los asirios para que lo protegieran de los sirios y de la casa de Israel en el Norte: “Entonces Acaz envió embajadores a Tiglat-pileser rey de Asiria, diciendo: Yo soy tu siervo y tu hijo; sube, y defiéndeme de mano del Rey de Siria, y de mano del Rey de Israel, que se han levantado contra mí”.
Efectivamente, Tiglat-pileser atacó a Siria y a Israel en el Norte, y el relato quedó preservado en anales asirios descubiertos en 1849, en el sitio de la antigua Nínive. Se descifraron aproximadamente 30.000 tabletas en escritura cuneiforme, que permiten vislumbrar la impresionante historia de esa antigua nación narrada en sus propias palabras. A continuación está la versión asiria de la primera campaña contra Bet-Omri, la casa de Omri, un antiguo nombre del Reino del Norte, o Israel; que hace referencia al rey Omri, gobernante de Israel en el siglo noveno a.C., y padre de una importante dinastía:
“Bet-Omri (Israel), del cual había agregado todas las ciudades a mis territorios en mis campañas anteriores, dejando por fuera solamente la ciudad de Samaria… Tomé para Asiria la totalidad de Neftalí. Puse funcionarios míos como gobernadores sobre ellos. La tierra de Bet-Omri, todo su pueblo y sus posesiones me los llevé a Asiria” (Werner Keller, The Bible as History, 1982, pág. 261).
Fue el principio del fin. Isaías había profetizado que la casa de Israel sería castigada por sus pecados… y aproximadamente un decenio después de su primera campaña, el Rey de Asiria regresó para derrotar a Samaria, ciudad capital de Israel: “Y el Rey de Asiria invadió todo el país, y sitió a Samaria, y estuvo sobre ella tres años. En el año nueve de Oseas, el Rey de Asiria tomó Samaria, y llevó a Israel cautivo a Asiria, y los puso en Halah, en Habor junto al río Gozán, y en las ciudades de los medos” (2 Reyes 17:5-6).
La versión asiria coincide perfectamente con la Biblia. Esto fue lo que consignó el rey Sargón II de Asiria en el siglo octavo a.C: “En el primer año de mi reinado, asedié y conquisté Samaria… Me llevé cautivas a 27.290 personas que allí vivían” (Keller, pág. 263).
Los habitantes de Israel en el Norte fueron llevados en cautiverio por Asiria, y trasladados a las regiones más allá del Éufrates, al Norte de Asiria y a las “ciudades de los medos”. Ya hemos visto lo que ocurrió a los israelitas después de eso, tema que se trata en detalle en nuestro folleto gratuito titulado: Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía.
Isaías no se limitó a profetizar sobre la caída de Israel, sino que también aclaró que el propio Dios eligió a Asiria para realizar esta obra:
“Oh Asiria, vara y báculo de mi furor, en su mano he puesto mi ira. Le mandaré contra una nación pérfida, y sobre el pueblo de mi ira le enviaré, para que quite despojos, y arrebate presa, y lo ponga para ser hollado como lodo de las calles. Aunque él no lo pensará así, ni su corazón lo imaginará de esta manera, sino que su pensamiento será desarraigar y cortar naciones no pocas” (Isaías 10:5-7).
Dios profetizó por medio de Isaías que Él se valdría de Asiria como vara y báculo de su furor para castigar a su pueblo pecador, Israel. Pero Isaías dice que a causa de “la soberbia del corazón del Rey de Asiria, y la gloria de la altivez de sus ojos” (Isaías 10:12), Asiria también sería derrotada y humillada. Dios enseñaría una dura lección tanto a Israel como a Asiria: “para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres” (Daniel 4:17).
Isaías no fue el único que dirigió advertencias proféticas a Asiria, otro tanto lo hizo el profeta Nahúm, a principios del siglo séptimo a.C.:
“Profecía sobre Nínive. Libro de la visión de Nahúm de Elcos… ¡Ay de ti, ciudad sanguinaria, toda llena de mentira y de rapiña, sin apartarte del pillaje! Chasquido de látigo, y fragor de ruedas, caballo atropellador, y carro que salta… ramera de hermosa gracia, maestra en hechizos, que seduce a las naciones con sus fornicaciones, y a los pueblos con sus hechizos” (Nahúm 1:1; 3:1-2, 4).
Nínive, entregada a prácticas idólatras heredadas de Babilonia, era un imperio con fama de violento. Aunque Dios emplearía su violencia y sus ambiciones para sus propios fines, no los absolvería de su culpa. Castigó a Nínive enviando contra la ciudad una coalición de babilonios, medos y escitas; castigo que el profeta Nahúm también predijo: “Durmieron tus pastores, oh rey de Asiria, reposaron tus valientes; tu pueblo se derramó por los montes, y no hay quien lo junte” (Nahúm 3:18).
Nínive fue saqueada y totalmente destruida en el año 612 a.C, al punto que ya no se distinguía como la gran ciudad que había sido (James Breasted, The Conquest of Civilization, 1954, págs. 174-175). Se cumplió la palabra de Dios ¡como siempre se ha cumplido y se cumplirá! Había juzgado tanto a la casa de Israel como al Imperio Asirio por su arrogancia y rebeldía. Pero, ¿acaso la destrucción de Nínive marcó el fin de los asirios?
En ninguna manera. Ellos, lo mismo que las diez tribus de Israel, simplemente se perdieron de vista. La profecía bíblica exige que existan todavía en los últimos días como una gran nación en la Tierra. Así como las diez tribus perdidas tienen que existir y de hecho existen, y son conocidas por Dios entre los pueblos de la Tierra y en proceso de prepararse para su cita con el castigo profético; los asirios tienen que existir.
Hay pistas que señalan su identidad entre las naciones actuales, y las pueden conocer quienes tengan ojos dispuestos a ver y corazón dispuesto a creer que Dios sí cumplirá su palabra. En el próximo capítulo vamos a explorar esas pistas.
La poderosa ciudad de Nínive, capital del Imperio Asirio, y en su momento una de las ciudades más grandes del mundo, cayó en el año 612 a.C., ante la invasión de una confederación de babilonios, escitas, persas y medos. La ciudad quedó arrasada y sus habitantes por poco desaparecen. Fue tan completa la destrucción que, años después, ni siquiera quienes vivían en las ruinas y cerca de ellas tenían la menor idea de que allí se había levantado una ciudad llamada Nínive. En su famosa obra Anábasis, Xenofonte se refiere a la capital asiria como Mespila, imaginando que había sido solo una vieja plaza fuerte de los medos (Libro 3, capítulo 4, sec. 10, Carleton L. Brownson, Ed.). Tal parecía que los asirios y su gran capital llamada Nínive se hubieran esfumado.
Pero, ¿desaparecieron?
Un pueblo no desaparece si su presencia es vital para el plan de Dios, y hemos visto que los asirios cumplirán un papel crucial. El Dios del Cielo, que traerá todas las naciones a su lugar para el cumplimiento de sus profecías para el tiempo del fin, sabe dónde están los asirios, y dónde quiere que estén en los últimos días. De Sí mismo dice que zarandea a los pueblos con tanto cuidado y minuciosidad, “como se zarandea el grano en una criba, y no cae un granito en la tierra” (Amós 9:9).
Los asirios existen, ¡y están siendo preparados para la función que cumplirán en el tiempo del fin! Pero. ¿dónde están? La historia nos da unas pistas.
Antes de ver lo que le ocurrió a Asiria después de su caída, consideremos las opciones que se abrían ante su pueblo en el siglo séptimo a.C., en lo que se refiere a salir de los confines de su Imperio.
En tiempos antiguos, uno de los medios de transporte más fáciles y eficientes era la navegación por vías acuáticas, como ríos, lagos y mares. Esas vías facilitaban la migración y el comercio a largas distancias, y una mirada a un mapa de Europa y el Oriente Medio, revela varias de ellas que llevan desde la antigua Asiria hasta casi el Centro y Occidente de Europa.
En la orilla sur del mar Negro, vemos una antigua península estratégica llamada Sinope, que dominaba la ruta comercial de Oriente a Occidente que llevaba a Europa. En el siglo quinto a.C., los comerciantes de Sinope ya eran una potencia naval en el mar Negro, y habitaban varias colonias en su costa. En muchos aspectos, la ciudad de Sinope fue un punto estratégico y crucial en el comercio, y en el intercambio entre Asia Menor y Europa durante siglos e incluso milenios.
Aunque Sinope no suele considerarse parte de Asiria en Asia, se dice que como colonia asiria sirvió de punto de lanzamiento para sus hilos de influencia, que se extendieron mucho más allá de los confines del Imperio: “Sinope probablemente tuvo a Asiria como sus primeros cimientos. Constantemente surgen nuevos indicios de la extrema antigüedad de aquella gran potencia… Parece claro que… alrededor del año 1100 a.C., el poder asirio se extendió al Occidente por Asia Menor, y hasta el Mediterráneo” (David M. Robinson, “Sinope antigua: Primera parte”, The American Journal of Philology, vol. 27, nr. 2, pág. 145). Y desde Sinope, los asirios tendrían acceso a la región que rodea el mar Negro y el Oriente de Europa, con lo cual podían familiarizarse y establecer una presencia temprana en regiones que serían cruciales para migraciones posteriores, luego de la caída de su Imperio.
Hay más indicios de una presencia asiria temprana en los bordes del continente Europeo, más allá del reino normalmente asociado con su Imperio.
Consideremos la famosa batalla de Troya, librada en el extremo Occidental del Asia Menor, colindante con Grecia en la punta Suroriental de Europa. Para los lectores actuales, la batalla de Troya no pasa de ser una leyenda, pero la mayor parte de los historiadores la ven como algo fundamentado sobre hechos reales, tal como la veían los antiguos.
Diodoro, historiador griego que escribió en el primer siglo a.C., señaló: “Príamo, que era rey de la Tróade y vasallo del Rey de los asirios… despachó una embajada al Rey [de Asiria] con una petición de ayuda” (Diodorus of Sicily, 1933, vol. 1, pág. 423, traducido al inglés por Charles Henry Oldfather).
Aunque Troya no formaba parte de su Imperio, el interés de Asiria por esa región no es sorprendente. Situada en un punto estratégico cerca del estrecho de Bósforo, que une el mar Negro con el mar Egeo, habría sido un paso marítimo de vital importancia para el comercio en el mundo antiguo. Los especialistas han reconocido, desde hace mucho, la importancia que significaba la navegación por el mar Negro para la prosperidad asiria:
“El dominio de la ruta del mar Negro era el gran premio disputado por griegos y asiáticos, desde el sitio de Troya hasta el día de Alejandro. La leyenda de los argonautas demuestra el peligro que suponía todo intento por entrar en el Propóntide, entrada al mar Negro por el Occidente, y lleva a la inferencia de que Troya debió ser una plaza fuerte de la combinación Asirio-Fenicia” (“Reseñas: El nuevo imperio”, Political Science Quarterly, diciembre de 1903, vol. 18, nr. 4, pág. 690).
Una fuerte presencia asiria en estas regiones alrededor de la periferia de Europa en los momentos culminantes de su Imperio, habría facilitado mucho la migración asiria a Europa después de la caída de Nínive.
Con la caída del Imperio Asirio a finales de los años 600 a.C., buena parte de sus habitantes fueron deportados por sus vencedores, con el resultado de que se mezclaron y se quedaron ocultos entre otros pueblos.
Uno de los pueblos que invadieron a Nínive fueron los escitas, grupo poderoso de tribus que habitaban la región Norte de los mares Caspio y Negro. Diodoro de Sicilia, escribiendo en el primer siglo a.C., señaló que los conquistadores escitas repatriaron a muchos asirios por la costa Sur del mar Negro: “Fue por obra de estos reyes [los escitas] que se llevó a muchos pueblos conquistados a otros lugares de residencia, y dos de ellos llegaron a ser colonias muy grandes: una se componía de asirios y se trasladó a la tierra entre Paflagonia y Ponto” (Diodoro de Sicilia, vol. 2, pág. 29, Oldfather).
Un mapa de Paflagonia y Ponto muestra que muchos asirios fueron repatriados a la fuerza a lugares que no les eran desconocidos: Sinope y la costa Sur del mar Negro.
Recuérdese que los asirios habían ejercido influencia alrededor de la costa Sur del mar Negro, y que posiblemente fundaron la ciudad portuaria de Sinope. Fue allá adonde se dirigieron tras su derrota a manos de los escitas. El historiador alemán Max Duncker comenta que otro historiador, que se creía era Escílax de Carianda, del siglo sexto a.C., también afirma que los asirios se hallaban asentados en la costa Sur del mar Negro después de la caída de Nínive: “Un promontorio que entra en el mar hacia el norte de Sinope se llama Sirias. Según los griegos, el pueblo de este distrito venía de Siros, hijo de Apolo. Escílax de Carianda llama “Asiria” a la costa del mar Negro, desde el territorio de los cálibes hasta Armene, hacia el oeste del promontorio de Sirias” (The History of Antiquity, 1877, vol. 1, pág. 540).
Aunque en concepto de los expertos los escritos citados por Duncker no fueron realmente de Escílax de Carianda, sino de un historiador posterior, sirven para recordarnos que los historiadores antiguos señalaron la presencia de migrantes asirios al Sur del mar Negro.
Pero, ¿solamente al Sur?
Si los asirios tuvieron una presencia firme en la costa Sur del mar Negro, no es difícil imaginar su presencia también en Escitia, en la costa Norte. La travesía en barco de Sinope a la costa Norte no es difícil; como señala David Robinson, “Los navegantes antiguos podían atravesar el Ponto precisamente en este punto, sin perder de vista la tierra por más de una hora en un día corriente, y en un día muy despejado, sin perderla de vista en ningún momento” (David M. Robinson, Sinope antigua: Primera parte, The American Journal de Philology, 1906, vol. 27, nr. 2, pág. 136).
Habiendo, como había, bastante tráfico marítimo de norte a sur y de sur a norte por esta parte estrecha del mar Negro, no sería extraño encontrar asirios establecidos en ambos lados. Efectivamente, se han hallado artefactos que reflejan el estilo asirio: vasijas, arreos de caballo, armas y muebles; al Norte del mar Negro en territorios escitas y en el Sur de Rusia (Michael Ivanovitch Rostovtzeff, Iranians & Greeks in South Russia, 1922, págs. 50-52).
Las pistas sugieren una presencia asiria fuerte, tras la caída de su Imperio, en la región que bordea el mar Negro. Y si los asirios estaban en esa región, se encontraban en la misma puerta de Europa.
Un estudio minucioso de la historia y geografía de la región del mar Negro, revela otros caminos hacia Europa. Vías disponibles para los asirios que emigraron después la caída de Nínive. Consideremos el Impero Hitita, que rivalizaba con el de los asirios, y con el cual estaban estrechamente relacionado.
En el segundo milenio a.C., la antigua civilización de los hititas, llamados a veces heteos, ejercía su dominio sobre el Asia Menor desde el centro de Anatolia, Turquía en la actualidad. En tabletas de la dinastía acadia, esta región se denomina “La tierra de los hatis”, o los hititas (Asia Menor, WorldHistory.org, 4 de mayo del 2018). El nombre persistió hasta siglos después de la conquista del Imperio Hitita: Testimonio a la importancia de su presencia y su influencia. El historiador Will Durant ha señalado: “Los hititas se encontraban entre los más poderosos y civilizados de los antiguos pueblos indoeuropeos… Hemos visto cómo Ramsés II se vio obligado a hacer la paz con ellos, y a reconocer al Rey hitita como su igual” (Our Oriental Heritage, 1954, pág. 286).
La cultura de los heteos o hititas prosperó entre 1400 y 1200 a.C., y tuvo muchos nexos con el Imperio Asirio al Oriente. “El nombre hitita suele aplicarse a todas las tribus que ocupaban el territorio desde el mar Negro al Sur hasta las fronteras de Palestina... Unas eran asociadas por raza con los asirios y los fenicios y, como los asirios y fenicios, tomaron de los babilonios la mayor parte de sus deidades, su cultura y sus posteriores escritos” (Roscoe Lewis Ashley, Early European Civilization, 1916, pág. 50).
Con el tiempo esos nexos se volvieron conflictivos, y hacia el año 1200 a.C., el Imperio Hitita había caído en manos de los conquistadores asirios. Las plazas fuertes que quedaban de los hititas vinieron a ser ciudades estado dentro del Imperio Asirio, el cual, según afirma el especialista Joshua J. Mark en WorldHistory.org: “Dejó grabados en la región su propia cultura y valores” (Los hititas, 1 de mayo del 2018).
Los nexos culturales y raciales entre los hititas y los asirios eran fuertes. Muchos historiadores y arqueólogos han señalado las notables semejanzas entre esos dos pueblos, aun antes de la caída de sus capitales; y con el tiempo se fueron mezclando cada vez más por toda el Asia Menor.
La característica más notable que tenían en común los asirios y los hititas era un grado de militarismo marcadamente más elevado que sus contemporáneos, rasgo que les sirvió para formar y conservar imperios. Las tácticas militares de los dos pueblos se basaban en el movimiento rápido de tropas y en el elemento sorpresa. Ambos pueblos eran reputados por los avances de su tecnología de guerra y su empleo hábilidoso de carros y caballería.
Los asirios ejercieron gran influencia sobre el Asia Menor durante los años de la decadencia del Imperio Hitita. Después de la caída de Nínive las historias de los hititas y los asirios se vincularon para siempre. De hecho, a una de las ciudades preeminentes del Asia Menor a menudo se le llamaba Ninus Vetus o Vieja Nínive (Georges Perrot y Charles Chipiez, History of Art in Sardinia, Judea, Syria, and Asia Minor, Part 2, 1890, pág. 272).
Los vínculos y la mezcla de los dos pueblos nos dan un elemento importante para seguir el movimiento de los asirios tras la caída de su Imperio. Las señales y las pistas de la presencia hitita en el registro histórico y arqueológico, ayudan a encontrar los caminos seguidos por este pueblo mixto tras la caída de Nínive.
El historiador John Campbell señala en su obra: The Hittites: Their Inscriptions and Their History, publicada en 1891, que los hititas “se cuentan entre los más antiguos desterrados del Asia Menor, que fueron desalojados de Tracia, Macedonia y más tarde de los estados del Sur de Grecia, es decir, más lejos de Asia Menor, de donde se dirigieron a Europa” (pág. 278). Campbell señala también otras rutas seguidas por los hititas, incluso pasando por Escitia en el Sur de Rusia al Norte del mar Negro, donde ya hemos localizado migrantes asirios. Eran tantos los hititas que migraban por el territorio escita que Campbell se siente movido a decir: “Las tribus al Norte del mar Negro que Heródoto llama escitas, no eran todas hititas” (pág. 280). Este es otro testimonio de la antigua presencia de estos pueblos en el propio umbral de Europa.
Y una vez en el umbral, ¿por qué no pasar por la puerta?
La historia indica que estos pueblos, impulsados hacia el norte y occidente por la constante presión migratoria de los conquistadores, terminaron por hacer precisamente eso.
En su libro: Hittites: People of a Thousand Gods, Johannes Lehmann habla del fascinante descubrimiento de artefactos propios de cierto tipo de culto: un dios montado en un toro que traza una línea desde la antigua Asiria hasta Europa central:
“Altanatolien, de Theodor Bossert, destacado experto en los hititas, presenta un mapa donde aparecen todos los sitios donde se han descubierto efigies divinas, de pie o sentadas sobre un toro. Allí se traza una línea recta desde Siria hasta Boazkoi, y de allí a lo largo del río Danubio hasta el Rin, con una rama que se desvía a Italia. El dios montado en un toro es el dios hitita del clima (1977, pág. 81).
La dirección noroccidental que sitúa esa imagen religiosa desde el Oriente Medio hasta el Asia Menor, luego desde el mar Negro hasta Europa y Alemania, correspondería al rumbo que tomaron los pueblos asirio e hitita hacia Europa, partiendo de las regiones donde muchos historiadores los sitúan después de la caída de Nínive.
Es importante destacar la mención del Danubio y del Rin. Si observamos un mapa de Europa, especialmente la esquina Sudoriental, se encuentran el mar Negro, donde los indicios históricos sitúan a los asirios después la caída de Nínive, y la desembocadura del famoso río Danubio. Desde allí se puede rastrear este hermoso río alrededor de unos 2.700 kilómetros hacia el oeste y noroeste, hasta el corazón mismo de Europa Central.
En su obra clásica: The History of the Anglo-Saxons, el historiador Sharon Turner escribió en el siglo 19 que, efectivamente, llegaron a Europa oleadas de migrantes provenientes de tierras orientales, y contribuyeron a formar gran parte de la población que habitaría la región Occidental del Continente. Turner observa el flujo de diferentes idiomas hasta Europa, y afirma en el primer libro de su obra que “los datos más auténticos que pueden recogerse de la historia antigua, y las tradiciones más probables que se han preservado en Europa, concuerdan en demostrar que fue poblada por tres grandes corrientes de población provenientes del Este, las cuales se sucedieron en períodos tan distintos que poseen idiomas claramente distinguibles una de otra” (1852, pág. 3).
El Mundo de Mañana ha explorado los comienzos de estas oleadas migratorias a Europa en otras obras, detallando los orígenes de los celtas, los cimerios y los kimrians o galos; así como sus conexiones con el pueblo más amplio llamado los escitas, y las migraciones israelitas a Europa. Esas primeras migraciones corresponden al traslado de israelitas, a raíz de la derrota de las diez tribus de Israel en el Norte; que se diferencian de las dos tribus del Sur que formaban el reino de Judá; como se explica más detalladamente en nuestro folleto gratuito: Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía.
Pero, como señala Turner, fueron varias las oleadas de migrantes que poblaron Europa con gente de tierras orientales, y esas oleadas trajeron más que israelitas. Notemos su descripción de la segunda oleada migratoria:
“La siguiente afluencia de tribus barbáricas, cuyo avance formó la segunda gran entrada de población en Europa, fueron las tribus escitas, germánicas y góticas; que también llegaban provenientes de Asia. Es importante recordar el hecho de su primitivo emplazamiento, por cuanto corresponde a esta circunstancia: que Heródoto, además de la Escitia principal, que él sitúa en Europa, menciona también una Escitia Oriental o de Asia; más allá del Caspio y el río Jaxartes [o río Sir Daria]” (pág. 82).
Luego, Turner narra que esta nueva oleada empujó a los primeros migrantes más hacia Occidente, entre quienes se encuentran los migrantes israelitas, a medida que los recién llegados se establecían en las tierras de Europa Oriental y parte de Europa Central. Más tarde, un tercer grupo, formado por eslavos y sármatas, vino del Oriente empujando a su vez a los escitas y los godos. Esto impulsó a los escitas y godos más hacia Occidente, hasta que se establecieron y permanecieron en Europa Central, permaneciendo el tercer grupo en Europa Oriental. Y aquí, en esencia, es donde se hallan dichos pueblos hasta el día de hoy: celtas al Occidente y Norte, germanos en Europa Central y eslavos en el Oriente de Europa.
Otros historiadores también han señalado estas oleadas, identificando la segunda como origen del pueblo germano en Europa Central, el cual, sin embargo, tiene sus orígenes en tierras del Oriente Medio. Consideremos, por ejemplo, la obra de A. H. Gifford publicada en 1899: Germany, Her People and Their Story. Gifford habla de un capitán de navío de nombre Piteas, que subió por la costa Noroccidental de Europa en tiempos de Alejandro Magno. Allí encontró “teutones de cuna germánica y los cimbros de origen celta. Quienes vinieron, originalmente según se cree, de la lejana Asia una tribu tras otra; con las más feroces empujando a las otras hacia adelante, hasta que se cortó su avance cuando llegaron al ancho Atlántico o al frío mar del Norte” (pág. 10).
El origen asiático de los alemanes, en esta segunda ola migratoria, la misma que trajo a los escitas, quienes estaban relacionados, y probablemente mezclados con el pueblo asirio después de Nínive, también recibió el respaldo del lexicógrafo William Smith: “Los germanos se consideraban autóctonos de la tierra; pero no cabe duda de que eran una rama de la gran raza indogermánica que, junto con los celtas, migró a Europa proveniente del Cáucaso y de las tierras alrededor de los mares Negro y Caspio; en un período muy anterior a los anales históricos” (A Classical Dictionary of Greek and Roman Biography, Mythology and Geography, 1904, pág. 281).
El historiador alemán Wolfgang Menzel también sitúa los orígenes de los alemanes entre este pueblo, señalando que los escitas al norte del mar Negro “eran, si no totalmente, al menos parcialmente germanos que migraron a Europa poco después de los celtas y que a menudo se confunden con ellos” (Germay from the Earliest Period, traducido al inglés por la señora George Horrocks, 1904, vol. 1, págs. 10-11). Este es el mismo pueblo que el historiador John Campbell identificó con los hititas.
Hemos visto que los asirios y los hititas migraron a las tierras del Sur y Norte del mar Negro, y a las tierras de los pueblos identificados en términos generales como escitas, los mismos que contribuyeron a la conquista de Nínive y al fin del Imperio Asirio. Sería de suponer que los asirios llegaran a Europa con la segunda oleada, y que así se hallaran en Europa Central, donde los arqueólogos, efectivamente, han encontrado huellas de la cultura asiria e hitita a lo largo del Danubio y del Rin. Y la segunda oleada de migración, en palabras de Gifford la migración germánica, trajo a Europa los antepasados de los modernos alemanes (pág. 11).
La oleada que dio origen a los pueblos germanos de Europa, es la misma oleada que habría llevado hasta Europa a los asirios después del Imperio.
Estas poblaciones, por supuesto, se han formado con mezclas de diferentes etnias, entre ellas en grupos grandes, pero tan mezcladas que desenredar los hilos de sus orígenes es difícil aun para los más hábiles historiadores, arqueólogos o antropólogos.
No obstante, sí hay un camino claro entre las pistas, comentarios y observaciones de los historiadores; que conduce desde las tierras de Asiria y la caída de su antiguo Imperio, hasta las regiones centrales de Europa. Además, el Dios del Cielo rige y decide el destino de todos los pueblos, y a su tiempo se encargará de que todos los pueblos y naciones, incluidos los asirios, queden allí donde decida, a fin de que se haga realidad la conclusión que ha profetizado para esta era de la historia universal. Dios declara su capacidad y propósito de ordenar cuidadosamente a los habitantes de la Tierra, de manera que no se pierda ni un granito: “Como se zarandea el grano en una criba, y no cae un granito en la tierra” (Amós 9:9).
Dios ha profetizado la futura misión de los asirios, pueblo poderoso en el tiempo del fin, en los sucesos culminantes de la historia humana. Lo que hemos visto en los anales de la historia, debe hacernos preguntar: ¿Existe en Europa Central una nación poderosa, que parezca coincidir dentro de lo que sabemos de la nación y pueblo de la antigua Asiria, y capaz de cumplir todo lo que sabemos de la futura función de Asiria en los tiempos que se avecinan?
Sí existe: la actual potencia es Alemania.
Entre todas las naciones del mundo actual, ¡Alemania se destaca como la encarnación de aquel antiguo Imperio Asirio, preparado por Dios para cumplir las profecías del tiempo del fin! Además del testimonio de las migraciones que relacionan a estas dos naciones, no hay en la Tierra otro pueblo que sea el mejor candidato que el alemán, dada su historia, capacidad y aptitudes para retomar la trayectoria de Asiria. Ahora mismo, considerando la función clave que ha cumplido históricamente en los hechos que dieron su configuración actual a todo el planeta, Alemania es una nación en vísperas de surgir a una posición de liderazgo mundial en momentos en que Estados Unidos va en evidente descenso.
Históricamente, los alemanes han estado divididos en unos momentos y unidos en otros. Otto von Bismarck, el Canciller de Hierro, entretejió 22 estados de habla alemana y tres ciudades hanseáticas, separados pero formando a Alemania en su conjunto. Ahora los alemanes cuestionan la identidad, el propósito y el destino de su nación.
En los años 2015 y 2016, una oleada de inmigrantes inundó Europa a raíz de la guerra civil en Siria, y miles de refugiados sirios pasaron la frontera, atraídos por la política acogedora de la canciller Ángela Mérkel. Poco después de la crisis, que había motivado a muchos alemanes a preguntarse qué es “ser alemán”, la revista de ciencias Wissenschaft publicó un artículo en el cual señalaba que en el pasado lejano, Alemania había sido una nación de inmigrantes:
“A nosotros los alemanes en particular nos gusta vernos como típicos europeos, como un pueblo con raíces culturales, pero también genéticas de larga data. Este es el motivo que lleva a muchos a considerar como extranjeros a los refugiados del Oriente Medio. La realidad es que nos asemejamos mucho más a los migrantes de lo que creemos… porque también venimos de una larga serie de migraciones, la mayoría venidos de la tierra de los refugiados actuales” (Por qué no existen las raíces alemanas, 18 de mayo del 2017).
Lo anterior concuerda con las migraciones posteriores a la caída del Imperio Asirio que ya hemos explorado.
Las conexiones entre la potencia que es Alemania en Europa Central, y los antiguos asirios serán sorprendentes, pero no son imaginarias. Además de la cronología de las migraciones, que habría llevado a los asirios a Europa, simultáneamente con el pueblo que vino a ser el alemán, hay otras relaciones interesantes entre esta nación actual y el antiguo Imperio. Veamos algunas.
Veamos, por ejemplo, la ciudad de Tréveris, considerada por muchos como la más antigua de Alemania. Aunque hay un acuerdo general de que fue una ciudad fundada por los celtas, y más tarde conquistada por los romanos, quienes le dieron una gran importancia. Leyendas alemanas que se remontan por lo menos hasta el siglo once d.C., le atribuyen un origen asirio, relacionándola con los descendientes de Ninus, o el bíblico Nimrod (Hubertus Günther, Los origenes babilónicos de Tréveris, The Quest for an Appropriate Past in Literature, Art and Architecture, 2018, págs. 586-616). Una histórica casa en el mercado de Tréveris tiene una inscripción que declara los orígenes asirios de la ciudad.
A algunos les parece improbable la idea de un puesto fronterizo o una colonia de Asiria, establecida mucho antes de la caída de Nínive y la consiguiente migración masiva de los asirios. No obstante, tradiciones orales como esta suelen tener una raíz histórica. Y por qué persiste el nexo entre la ciudad alemana más antigua y el antiguo pueblo asirio, es una pregunta que vale la pena plantear. Pregunta que se responde con la probada presencia de asirios en el umbral de Europa aun antes de la destrucción de su Imperio, como ya hemos visto.
Después del régimen de Adolfo Hitler en Alemania, observadores e historiadores notaron muchas semejanzas entre Asiria y Alemania. Klaus Fischer, profesor de historia y filosofía en Allan Hancock College, se refiere así a aquella era:
“Fueron inventados ritos ingeniosos para quebrantar el individualismo: marcha en columnas, grandes mitines… era un destello de siniestra hermosura que el mundo no había visto desde los días de los antiguos asirios... La mayor parte de esos planes ostentosos, como colonizar a Rusia, anexar a Crimea, y otros; fueron aplazados ante las exigencias de la guerra, pero reflejan la naturaleza asiria de la política alemana hacia los pueblos conquistados” (Nazi Germany: A New History,1995, págs. 342, 496).
A. Leo Oppenheim, renombrado historiador de la universidad de Chicago, señaló las tendencias extremadamente nacionalistas de la antigua Asiria, entre ellas “un fuerte sentido de participar en una forma de vida común y nativa”. Lo que recuerda la idea alemana de un volk o pueblo (Ancient Mesopotamia: Portrait of a Dead Civilization, 1979, pág. 66).
Al igual que los asirios, “los alemanes siempre han tenido fama de ser militarmente duros, no solo en el siglo 20, sino en toda la historia” (Dan Carlin, The End Is Always Near, 2019, pág. 72). Esta fortaleza militarista llegó a su apogeo bajo el régimen nazi. Alemania se transformó en una sociedad completamente militarizada, capaz de una brutal eficiencia. Apoyada por movimientos rápidos de tropas tomaba al enemigo totalmente desapercibido por la fuerza y voluntad de su ataque; lo mismo que los asirios e hititas de antaño. Los asirios, incluso, se destacaban por ser “especialmente dados a la guerra, que libraban contra sus enemigos con ferocidad y crueldad”, y por deportar por decenas de millares a los pueblos conquistados (Roscoe Lewis Ashley, Early European Civilization, 1921, págs. 44-45). Resulta difícil soslayar esta descripción cuando se analiza la historia de la Segunda Guerra Mundial.
La crueldad de la Alemania nazi no se limitó, por supuesto, a las deportaciones forzadas, también el Holocausto tiene su parangón en la antigua Asiria, como ya lo han señalado muchos historiadores. Entre noviembre del 2018 y febrero del 2019, el museo Británico invitó al mundo a observar el “eficiente salvajismo” del Imperio Asirio en su exhibición que tituló: Yo soy Asurbanipal. El crítico de arte, Jonathan Jones, resumió lo que había visto en el título de una reseña, escrita para The Guardian, de los relieves asirios presentados en la exhibición: Algunas de las imágenes más espantosas jamás creadas. Jones destacó la forma en que los asirios, con minuciosidad y orgullo, ilustraron en enormes relieves tallados en piedra su eficiente salvajismo. Citando un ejemplo de la crueldad asiria, desatada contra un pueblo vencido, y consignada en las palabras del propio rey Asurbanipal, el historiador Arther Ferrill comentó: “Este atroz documento es casi tan repugnante como las fotografías de los campos de concentración nazis, y tienen pocos paralelos en la historia” (The Origins of War: From the Stone Age to Alexander the Great, 1985, pág. 69).
Detrás del salvajismo había una organización avanzada, semejante a la naturaleza ordenada y sistemática que se asocia con la actual Alemania. “Asurbanipal tenía lo necesario para pelear contra leones, pero lo que decidió su éxito destructor y aniquilador de pueblos fueron sus habilidades administrativas”, dice Jonathan Jones en su reseña para The Guardian. “Esta excelente organización… constituyó la verdadera originalidad del Imperio Asirio. Era precozmente moderna en su rigor organizativo. Asurbanipal no fue un conquistador romántico... Era el director ejecutivo de una empresa global implacable”.
Aquí tampoco puede ignorarse el paralelismo: “Hannah Arendt sostuvo que el Holocausto no fue perpetrado por sádicos extravagantes, sino por burócratas sin carácter”, señaló Jones. Señaló también: “encontramos que las atrocidades asirias, entre ellas el reasentamiento forzado de millares de israelitas, no fueron producto del caos fortuito sino de una diligente organización”.
Incluso un observador descuidado puede darse cuenta de las semejanzas, con solo ver los íconos y símbolos de los asirios y los hititas. Basta compararlos con los símbolos de los pueblos e imperios germánicos en Europa, y con los símbolos destacados de la Alemania nazi. El dios asirio Asur se suele representar como un guerrero dentro del disco solar con alas de águila, disco que a veces lleva también rayos (Exploring the Pattern and Ideogram de Swastika, Instituto Indio de Tecnología, julio del 2016, pág. 135). En sus relieves, los estandartes de bronce y sus discos solares, los hititas empleaban tanto el motivo del disco alado como el de la esvástica o cruz gamada; además del águila de doble cabeza. Las mismas imágenes tienen una fuerte presencia en las culturas de Alemania, Prusia y Austria; y dejaron su huella en el Sacro Imperio Romano Germánico. Lo del águila y la esvástica nazi queda grabado en la mente y la consciencia de todo el que esté familiarizado con la historia de la Segunda Guerra Mundial. La cruz de hierro, instituida como condecoración en Prusia por el rey Federico Guillermo III, y utilizada también por la Alemania nazi, aparece también pendiendo del cuello del rey asirio Shamshi-Adad V, en una estela grabada que se remonta al siglo 9 a.C.
No olvidemos el descubrimiento de imágenes del culto de los asirios e hititas, que representan a un dios cabalgando sobre un toro, en artefactos a orillas del Danubio en el Sur de Alemania, y a orillas del Rin en el Oeste del país. Con seguridad hay mucha relación.
¿Existe acaso otra gran potencia en el mundo que ostente tantos nexos con los antiguos asirios, ya sea en cuanto a características culturales, simbolismos del culto, y los lugares y momentos de sus migraciones? Asiria no es una simple colección de pueblos dispersos, sino una nación dinámica y militarmente poderosa, capaz de ejercer su voluntad sobre otras naciones, y protagonista importante en el tiempo del fin, de acuerdo con la descripción bíblica. ¿Qué otra nación o pueblo coincide mejor que Alemania?
Las posibilidades de que Alemania represente a la moderna encarnación de esa potencia de los tiempos del fin, serán aún más evidentes cuando veamos la función que ha cumplido el pueblo alemán a lo largo de la historia. Esta nación ha sido el motor que Dios ha empleado para impulsar la profecía… hecho que se ha cumplido en las sucesivas restauraciones del Imperio Romano.
Hemos visto que Isaías profetizó sobre una “vara” asiria (Isaías 10:5), que Dios utilizaría en los últimos días. Cuando consideramos la forma como ha utilizado al pueblo alemán, y a los imperios germánicos históricos para impulsar los hechos proféticos, es difícil ignorar la estrecha interconexión de la historia alemana con la del Sacro Imperio Romano Germánico. Una entidad política esencial para que se haga realidad la bestia profetizada en el Apocalipsis para el tiempo del fin.
Esa “bestia” profetizada es un tema que se trata más a fondo en nuestro folleto gratuito titulado: La bestia del Apocalipsis: ¿Mito, metáfora o realidad inminente? A continuación haremos un resumen de lo que es necesario conocer.
Tanto el profeta Daniel como el apóstol Juan, separados por siglos, recibieron visiones de una serie de reinos o superpotencias que dominarían en la historia, hasta el regreso de Jesucristo. Daniel vio cuatro reinos representados como bestias. Primero vio un león, símbolo del Imperio Babilónico bajo el cual vivía en ese momento. Luego vio un oso, símbolo del Imperio Medopersa que vendría después, y en tercer lugar un leopardo, símbolo del hábil Imperio Grecomacedonio de Alejandro Magno. La cuarta bestia era diferente de cualquier animal de la naturaleza, y representaba el Imperio Romano, que con el tiempo suplantó al de Alejandro Magno.
Juan, el discípulo de Jesús, quien vivió en tiempos del Imperio Romano, agregó detalles fascinantes, que ilustran la forma como Roma absorbió características de los imperios que la precedieron: “Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como boca de león” (Apocalipsis 13:1-2).
Juan vio cómo esa bestia, el Imperio Romano, con el tiempo tendría períodos de decadencia y otros de auge. Esto lo simbolizan sus siete cabezas. El apóstol Juan escribió: “Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada” (Apocalipsis 13:3).
¿Qué fue esa herida mortal? El Imperio Romano cayó nominalmente en el año 476 d.C. Pero antes de eso ya se había dividido en dos partes: una Oriental y otra Occidental. La Occidental se derrumbó, pero no así la Oriental, regida desde Constantinopla. ¿En qué consistió el que fuese sanada la herida mortal?
Roma estuvo por varios decenios bajo el dominio de tribus germánicas después del 476 d.C. Hasta que se produjo la restauración imperial en el 554 d.C., con el respaldo papal dado al emperador bizantino Justiniano. De esa manera se reforzó una alianza entre Iglesia y Estado, que sería fuente de estabilidad y unidad en Europa por los siguientes siglos. Así como la Biblia utiliza imágenes de bestias para representar naciones, con frecuencia usa la imagen de una mujer para representar sistemas religiosos. En Apocalipsis 17, Juan ve una ramera cabalgando sobre una bestia, como símbolo de una iglesia falsa que ejerce influencia sobre sucesivas restauraciones de Roma. Y efectivamente, en las restauraciones del Imperio Romano, que vinieron después de la restauración imperial, la religión ha seguido cumpliendo su papel, a menudo como parte de una incómoda alianza Iglesia-Estado, de la manera como lo previó Juan.
“El ángel me dijo: ¿Por qué te asombras? Yo te diré el misterio de la mujer, y de la bestia que la trae, la cual tiene las siete cabezas y los diez cuernos. La bestia que has visto, era, y no es; y está para subir del abismo e ir a perdición; y los moradores de la Tierra, aquellos cuyos nombres no están escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida, se asombrarán viendo la bestia que era y no es, y será” (Apocalipsis 17:7-8).
En cuanto a “las siete cabezas”, o gobiernos que habían de restaurarse, podemos identificar varias notorias restauraciones del Imperio Romano que han ocurrido en el transcurso de los siglos, y este ejercicio revelará una tendencia importante. Justiniano, primer emperador que restauró el Imperio Romano después de su “herida mortal”, sin duda era romano. Pero la mayor parte de los reyes subsiguientes, con ambiciones de restablecer el Imperio Romano, eran germánicos. Parece que se conjugó una fuerte mezcla de ideas, tradiciones y oportunidades, en la vida de estos hombres con ambiciones imperiales, que han dado su forma a la historia germana.
Vale la pena repasar esa historia y su relación con el Sacro Imperio Romano Germánico. Veremos entonces cómo Dios ha utilizado al pueblo alemán, para llevar a cabo el cumplimiento de la profecía según su propósito… y cómo lo utilizará una vez más.
Carlomagno, conocido también como Carlos I el Grande, fue un guerrero poderoso que unificó las tierras germanas, en un intento por restablecer el Imperio Romano. En el año 768, se convirtió en rey de los Francos, tribu germánica que habitaba una región que ahora incluye gran parte de Bélgica, Francia, Luxemburgo, Países Bajos y el Occidente de Alemania. Apoyó ardorosamente a la Iglesia Católica, convirtiendo los pueblos conquistados a esa fe, a tal punto que se ganó el favor del papa León III (750-816), quien lo coronó Emperador de los romanos.
La misma idea de unir a Europa bajo el estandarte de la cristiandad, ardía en el corazón de los primeros emperadores germánicos del Imperio Romano, como Otón el Grande. Considerado por muchos historiadores como el verdadero primer Sacro emperador romano, Otón procuró unir a Europa más de 150 años después de Carlomagno, empresa en la cual revivió lo que llegó a conocerse como el Sacro Imperio Romano Germánico; como se conoció a partir del siglo dieciséis, o más explícitamente como el Sacro Imperio Romano de la Nación Germana, nombre que se oficializó en la Dieta de Colonia en 1512, y que persistió hasta 1806.
Entre tanto, otros líderes germanos, como Federico Barbarroja (Federico I de Hohenstaufen), proclamado amo del mundo por el Emperador bizantino; también cumplieron papeles protagónicos. Bajo esos líderes, Alemania llegó a ser el reino más poderoso de toda Europa. Alrededor de 1530 d.C., Carlos V, rey germánico descendiente de la dinastía de los Hapsburgo por el lado paterno, fue coronado Sacro emperador romano germánico por el papa Clemente VII.
A principios del siglo 18, Federico Guillermo I de Prusia encaminó a Alemania por la vía militarista moderna. Fiel a la ideología de su familia Hohenzollern, de que la tierra y el poderío militar eran claves para el poder nacional, se propuso formar el ejército más fuerte y mejor entrenado de Europa. Cuando murió, Prusia ya era reconocida como la potencia más militarizada de Europa, así como una de las más prósperas, y que eran autosuficientes (Frederick William I, Britannica.com, 10 de agosto del 2022).
Su hijo, Federico el Grande, convirtió a Prusia en el campo de entrenamiento de Europa, y en una potencia de primera categoría. Como administrador, Federico tenía una visión futurista: estableció un gobierno central y un servicio civil profesional, para administrar sus cada vez mayores dominios. Como rey, no le interesaban las reglas del derecho internacional, porque invadía sin declarar la guerra, y después ofrecía un pretexto para justificar sus gustos aventureros (John Laffin, Jackboot, 1989, pág. 6).
Para Federico, la guerra era un asunto serio, y debía ganarse con la mayor rapidez y eficiencia posibles. Sus tácticas preferidas incluían los elementos sorpresa, astucia y audacia; al atacar enemigos considerados superiores. Asombraba a sus adversarios con su “capacidad de recuperarse y surgir de nuevo” (pág. 18). Federico comenzó su reinado como humanitario, pero luego se transformó en un martillo inexorable de la tierra, émulo de los emperadores alemanes que lo precedieron.
Tras la derrota de Prusia a manos de Napoleón, el Ejército se reorganizó, y pronto toda Alemania estaría imbuida por la tradición militarista de los Hohenzollern. Gerhard von Scharnhorst, brillante teórico y organizador, estableció academias militares, formó un nuevo tipo de ejército y sentó las bases para lo que sería el Estado Mayor General de Alemania (Gerhard Johann David von Scharnhorst, Britannica.com, 24 de junio del 2022). El grupo de soldados profesionales se preparaba para la guerra aun en tiempos de paz, y formaba las futuras generaciones de oficiales. Bajo la dirección de Scharnhorst, toda la población de Prusia fue adoctrinada en la ideología de la guerra.
El discípulo más devoto de Scharnhorst, Karl von Clausewitz, consideraba que la guerra era simplemente una continuación de la política por otros medios, una creencia reflejada en las famosas palabras de Bismarck: “Los grandes asuntos del día no se decidirán con discursos ni resoluciones de la mayoría… sino con hierro y sangre”. Fue esta tradición prusiana autoritaria, antidemocrática, militarista y expansionista; lo que allanó el camino para el surgimiento de la Alemania Imperial, los nazis y las atrocidades del Tercer Reich.
Después de la restauración de Justiniano, la mayor parte de los intentos por revivir al Imperio Romano tenían características claramente germanas, y muchos estaban encabezados por líderes germánicos. Los papas de la Edad Media declararon que el Sacro Imperio Romano Germánico era el Reino de Dios en la Tierra, y el pueblo alemán sintió el peso de llevar la carga romana de unificar a Europa, y proteger a la cristiandad, como quien cumple una misión especial de Dios.
Con la derrota de Napoleón, quedó derrotada también la quinta restauración del Imperio Romano. (Pueden verse más detalles en nuestro folleto gratuito titulado: La bestia del Apocalipsis: ¿Mito, metáfora o realidad inminente?). Pero ese imperio no desapareció para siempre. Hacia finales del siglo 19, ya empezaba a levantar la cabeza una sexta restauración. Esta surgiría en Alemania e Italia y culminaría con dos guerras mundiales, las más costosas y mortíferas jamás vistas en le historia.
Hitler llegó al poder durante la agitación de una depresión económica mundial. Para 1945, tras seis años de guerra mundial, la nación germana entera quedó postrada, derrotada y dividida en Alemania Oriental y Occidental. Sus sueños de conquista mundial se vieron frustrados, su economía asolada y sus ciudades reducidas a escombros. Aunque quedan pocos testigos presenciales que narren los hechos, esos seis años de guerra sin cuartel arrasaron a toda una generación. En The World Since 1945: A History of International Relations, los historiadores Wayne McWilliams y Harry Piotrowski trazan un cuadro sombrío del asolamiento que dejó el impresionante conflicto:
“La carnicería de la Segunda Guerra Mundial fue tan pavorosa que cuesta comprenderla. Gran parte de Europa y Asia Oriental quedó en ruinas. Enormes extensiones de ambos continentes fueron destruidas dos veces, primero cuando fueron conquistadas, y de nuevo al ser liberadas… Es imposible saber el costo total en vidas humanas, pero algunas estimaciones superan los 70 millones de seres… El sufrimiento y el dolor, la miseria y desesperación de los sobrevivientes de la guerra, se prolongaron hasta mucho después de silenciadas las últimas bombas, y concluidas las celebraciones de la victoria. Nunca en la historia se había visto tan desarraigada una parte tan grande del género humano. Los refugiados sumaban solo en Europa aproximadamente 65 millones” (2009, págs. 11-12).
Los primero años de la posguerra fueron años de desesperación para los sobrevivientes; muchos murieron sin techo y sin alimentos adecuados.
“El infierno que fue la Segunda Guerra Mundial dejó muchas ciudades reducidas a escombros y deshabitadas. Dresde, Hamburgo y Berlín en Alemania… quedaron prácticamente arrasadas… Cuando se considera la muerte, destrucción, sufrimiento y dislocación social resultantes de la guerra; queda muy claro que la Segunda Guerra Mundial fue mucho más que una serie de campañas militares heroicas, y más que una serie de juegos guerreros, que los nostálgicos entusiastas de la guerra podrían observar y volver a observar a su antojo. Fue una aflicción y un suplicio humano de dimensiones sin precedentes” (págs. 13-14).
La Alemania nazi y la Italia de Mussolini sometieron al resto de Europa, y a otras naciones del mundo, a seis años de agonizante guerra total. Y mientras hacía estragos en el Continente, el líder alemán Adolfo Hitler maquinaba más acciones desoladoras: La esclavitud, asesinato y muerte por desnutrición de unos seis millones de seres por el solo hecho de ser judíos. John Ardagh escribió en 1987: “La sola magnitud tanto del crimen nazi como de la derrota militar, hicieron necesario un rompimiento radical con el pasado, y un replanteamiento total de la sociedad y los valores alemanes. Hecho que no ocurrió después de 1918. Y tras su período inicial de agotamiento y desesperación paralizantes, los alemanes encontraron la voluntad y la energía para responder a este desafío” (Germany and the Germans, págs. 8-9).
De esa forma los alemanes hicieron acopio de voluntad y energía… y los decenios a partir de 1945 han sido nada menos que milagrosos.
Devastada financieramente después de la Primera Guerra Mundial, y económicamente paralizada después de la Segunda Guerra Mundial; una Alemania dividida trazó dos rumbos separados cuando comenzó la Guerra Fría. Alemania Oriental encontró su lugar dentro del Pacto de Varsovia como nación comunista, aliada con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Alemania Occidental recibió ayuda de Occidente para reconstruirse, y hallar un lugar dentro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, buscando aliados y sustento entre las naciones capitalistas del primer mundo.
Una vez reconstruida, la extraordinaria rapidez de la recuperación económica alemana en la posguerra, en la década de los cincuenta, se vino a conocer como el Wirtschaftswunder, o milagro económico. El respaldo de una reforma monetaria detuvo la inflación. Se puso en marcha una política económica planificada y manejada con habilidad, el Plan Marshall de Estados Unidos. Plan que proveyó miles de millones de dólares. Todo esto aunado a un enorme acopio de voluntad y esfuerzo humanos, que centrados en el crecimiento de la producción y las utilidades, hizo que el Wirtschaftswunder alemán pronto transformara a la derrotada Alemania Occidental en un portento económico mundial.
James Sheehan, profesor de historia en la universidad de Stanford, escribió lo siguiente para Britannica.com:
“Gran parte del éxito de Alemania, después de la Segunda Guerra Mundial, se ha debido a la conocida laboriosidad y capacidad de sacrificio de su pueblo, del cual escribió el novelista Günter Grass, ganador del premio Nobel de Literatura en 1999: ‘Ser alemán es hacer posible lo imposible’. Con sentido más crítico, añadió: ‘Porque en nuestro país todo se encamina al crecimiento. Nunca estamos satisfechos. Para nosotros, nunca basta. Siempre queremos más. Si está en papel, lo convertimos en realidad. Aun en nuestros sueños somos productivos’” (Alemania, 9 de noviembre del 2022).
La reunificación de Alemania Oriental y Occidental en 1990 fue un reto para este proceso, porque el canciller Helmut Kohl y otros líderes de Alemania Occidental, no habían considerado plenamente la enorme brecha económica y cultural que se había abierto entre el Este y el Oeste en sus decenios de separación. Alemania Oriental necesitaba ayuda económica, y su pueblo con frecuencia se vio en dificultades para hallar un lugar dentro de la vibrante, pero difícil, economía capitalista.
Sin embargo, los esfuerzos de reunificación continuaron con gran éxito. En la actualidad, la economía de Alemania es una de las más grandes, fuertes y estables del mundo. Los salarios y el nivel de vida se cuentan entre los más altos del mundo. El militarismo que arrastró la nación a las dos guerras mundiales ha sido reemplazado; según la mayoría de los observadores, por un sincero deseo de pacífica democracia que habría sido impensable en tiempos de Bismarck o de Hitler.
Los dirigentes alemanes sabían que una Alemania reunificada sería una fuerza respetable en el mundo. Al producirse la reunificación, el canciller Kohl le dijo al Parlamento de Alemania Occidental: “Comprendemos que Alemania unida asumirá una especial importancia dentro de la estructura política y económica de la Europa del mañana”. Prosiguió en tono serio y admonitorio: “Hemos sido conscientes, desde el comienzo, que la unidad de Alemania tendrá un efecto fundamental y, por supuesto, emocional, sobre todos nuestros vecinos. Casi todos sufrieron enormemente por la violencia del régimen nazi, y debemos comprender las preguntas que muchos se plantean, y que ahora nos plantean a nosotros” (Alan Watson, The Germans, 1992, pág. xxi).
Kohl reconoció que Alemania había arrastrado a Europa y al mundo a la guerra más asoladora de la historia, y reconoció que los observadores tendrían razón para inquietarse ante su reunificación y revitalización.
Al final, superaron los escollos de la reunificación, y en muchos aspectos, Alemania ha sido un motor de crecimiento que ha impulsado a la Unión Europea, de una manera que ninguna otra nación podría haberlo hecho.
Así como Asiria e Israel chocaron en tiempos lejanos, Alemania se había enfrentado en dos guerras mundiales a los descendientes de las tribus del Norte de la antigua nación de Israel. No obstante, muy pocos años después del conflicto, los antiguos enemigos se convirtieron en aliados poderosos, que en conjunto buscaban la conservación de la paz en el mundo Occidental, mediante la diplomacia y el intercambio comercial. Tras siglos de esfuerzos por dar nueva forma a lo que el mundo, por intermedio de Bismarck, llamó un camino de “hierro y sangre”. La nación alemana se ha destacado por seguir la vía de la diplomacia pacífica, y resistirse a los llamados al enfrentamiento. Escarmentada por la vergüenza de su pasado nazi, lleva decenios evadiendo la imposición militar.
Pero ahora, ante a una Europa en apuros, retada por una Rusia fuerte y ambiciosa al Oriente, ¿mantendrá Alemania su posición pasiva? El especialista neerlandés, René Cuperus, hace eco de amplias inquietudes europeas sobre “cómo domar el poderío alemán y reconciliarlo con Europa como un todo” (¿Debemos temer a una Alemania más poderosa?, BrusselsReport.eu, 7 de septiembre del 2021). El destacado historiador alemán Andreas Rödder, en un libro publicado en el 2018, titulado: Wer Hat Angst vor Deutschland?, encaró el tema de Europa y su necesidad de considerar el liderazgo alemán, además de su temor a la dominación alemana. Aun en años recientes, la firmeza de Alemania la ha expuesto a acusaciones de una peligrosa intimidación política (Polonia acusa a Alemania de querer formar un Cuarto Reich, DW.com, 24 de diciembre del 2021).
Esas preguntas e inquietudes no carecen de fundamento. ¿Hasta dónde estará dispuesta a llegar Alemania, para rectificar los desequilibrios e inequidades que percibe en el desarrollo económico de Europa, y en la defensa del Continente? ¿Podrá acaso llegar en el siglo 21 al punto en que las frustraciones estallen en forma de acciones agresivas? ¿Será concebible un Cuarto Reich?
A muchos observadores de experiencia les preocupa que los puntos fuertes de Alemania, nación con las multifacéticas habilidades demostradas a lo largo de su historia, también encierran la posibilidad de causar mucho daño. Vista desde la perspectiva de los siglos, es indudable que la historia germana revela una gran capacidad de control y prudencia, además de un gran militarismo. Consideremos el siguiente análisis del Instituto Estadounidense de Estudios Alemanes Contemporáneos en la universidad Johns Hopkins:
“La política alemana se caracteriza normalmente por una continuidad cautelosa, bien equilibrada, y de adaptación a las circunstancias cambiantes. Pero conserva su capacidad para sorprender. En la última semana, el canciller Olaf Scholz y su gobierno han producido una revolución en la política exterior alemana, desechando en cuestión de días las antiguas suposiciones acerca de los sueños de posguerra de Berlín… Decenios de tabús y sensibilidades germanas se desvanecieron, en medio de aplausos de los partidos principales, y el coreo en pro de Ucrania de medio millón de manifestantes en el centro de Berlín (Putin desató accidentalmente una revolución en Alemania, Foreign Policy, 27 de febrero del 2022).
Damien McGuinness, corresponsal de la BBC, escribió en términos parecidos sobre el asombroso cambio de curso en Alemania, a raíz de la invasión rusa en Ucrania:
“Alemania acaba de vivir un día realmente histórico. El canciller Olaf Scholz, apenas habiendo asumido el poder en diciembre, en 24 horas transformó la política exterior de Alemania. En una sesión parlamentaria celebrada de urgencia el domingo, para tratar el tema de Ucrania, el canciller Scholz anunció un aumento de €100 mil millones para el ejército alemán. La conmoción en el Parlamento fue palpable. Unos miembros aplaudieron, otros abuchearon, y otros quedaron estupefactos… En cuestión de días, Vladimir Putin ha logrado lo que los aliados de la OTAN llevan años intentando: Un incremento masivo del gasto militar en Alemania. Bien puede decirse que este es uno de los cambios más grandes, jamás vistos en la política exterior alemana de la posguerra” (El conflicto en Ucrania, 27 de febrero del 2022).
Muchos escritores han hablado de este importante fenómeno, expresado sucintamente por el periodista italiano Luigi Barzini como: “Los mutables alemanes”, título de un capítulo de su libro: Los europeos, publicado en 1983. Cuando Barzini visitó Berlín a comienzos de los años treinta como corresponsal de guerra, vio una ciudad que era “la capital artística de Europa, plena de exhibiciones de arte de vanguardia, películas innovadoras y experimentos de todo tipo” (pág. 75). Varios años después, estando en el poder los nazis, vio a Berlín muy diferente, “lleno de hombres rígidos, de uniforme impecable, al lado de mujeres elegantes y familias robustas (págs. 77-78). Entonces comentó: “Vi un país, extrañamente maleable, tomar poco a poco una nueva presencia dada por los nazis... Lo más atemorizador eran los rostros jóvenes, sanos y pulcros de los soldados; sus ojos encendidos con una fe fanática al pasar marchando y entonando cantos militares” (págs. 79, 81).
Esta tendencia hacia la transformación militarista es, posiblemente, el aspecto más peligroso de la nación germana. Los soldados alemanes, muchas veces en la historia, han salido del país marchado por Europa. La Segunda Guerra Mundial comenzó en 1939, cuando Adolfo Hitler violó con descaro sus convenios con las naciones vecinas. Unidades de tanques Panzer encabezaron la blitzkrieg o guerra relámpago. Submarinos recorrieron el Atlántico como manadas de lobos, y los novedosos cohetes V-1 y V-2 hicieron llover muerte y destrucción sobre Inglaterra. Millones de judíos, checos y polacos fueron deportados para trabajar como esclavos en las fábricas alemanas, y hallar la muerte en los campos de concentración.
Nada de lo dicho pretende afirmar que el pueblo alemán desea un Cuarto Reich, ni nada que tenga que ver con los choques profetizados, en los que Alemania desempeñará un papel protagónico.
Recordemos el pasaje: “Oh Asiria” de Isaías 10:5. Por medio del profeta Dios revela que se valdrá de Asiria para manifestar su indignación, y asolar a las naciones descendientes de Israel. Pero también dice de Asiria que “Él no lo pensará así, ni su corazón lo imaginará de esta manera” (v. 7). No obstante, las ambiciones de esa nación la impulsarán a “cortar naciones no pocas” (v. 7). Las que Dios ha señalado para destrucción y cautiverio antes del regreso de Jesucristo.
Este conflicto interno puede atribuirse en parte, a la influencia de futuros líderes inspirados por demonios. Conviene señalar que Dios inspiró al profeta Daniel para que representara a los gobiernos humanos como bestias. Influidos por Satanás, los líderes humanos suelen actuar como depredadores hambrientos, manipulando al pueblo que está a su cuidado y causando destrucción con su egoísmo y codicia.
Dios reveló a Daniel una importante verdad acerca de la influencia malévola de Satanás y sus demonios, a quien Pablo tildaría más adelante de “el dios de este siglo” en 2 Corintios 4:4. Estando Daniel en oración y ayuno, un poderoso ángel le reveló un mensaje estimulante (Daniel 10:12), pero señaló que lo había retrasado la oposición del “príncipe del Reino de Persia” (v. 13), espíritu demoníaco y maligno que influía en los líderes del Impero. El libro del Apocalipsis también muestra demonios influyendo en los líderes humanos en el tiempo del fin (Apocalipsis 16:13-14).
Ya hemos visto lo crueles que podían ser los asirios, pero los historiadores han señalado que la causa de ese salvajismo pudo estar en sus líderes. El historiador Dan Carlin comentó: “Leyendo lo que escribían sobre sus proezas, uno siente que los asirios tuvieron no solo un mal gobernante como Hitler, sino que todos eran así. En el arte de Asiria, los relieves de estilo palatino son de carácter genocida” (The End Is Always Near, pág. 73).
Muchos observadores han señalado la probabilidad de que Adolfo Hitler estuviera bajo influencia demoníaca. En su obra: The Psychopathic God: Adolf Hitler, publicada en 1978, el historiador Robert G. L. Waite mencionó un extraño recuerdo de August (Gustl) Kubizek, amigo de infancia de Hitler. Cuando Kubizek y Hitler estaban al final de su adolescencia, despiertos hasta tarde y mirando las estrellas, Hitler de repente comenzó a mirar intensamente y de manera inusual a su amigo, sus ojos “ardían intensamente”, mientras comenzaba a hablar de sí mismo como si fuera un mesías. Conducta como de alguien que un día recibiría la gran comisión de dirigir a su pueblo. Su aspecto en ese momento sorprendió a Kubizek, quien señaló:
“Era como si en su cuerpo hablara otro ser, y lo conmovió tanto como a mí. No se trataba de alguien que se dejaba llevar por sus propias palabras. Más bien sentí como si él mismo escuchara con asombro y emoción lo que brotaba con fuerza de él. No intentaré interpretar este fenómeno, pero fue un estado de éxtasis y arrebato completos (edición de 1993, pág. 178).
La profecía indica que un líder carismático y peligroso, la tristemente célebre bestia del Apocalipsis, llevará de nuevo las riendas de su nación, en la restauración final del Imperio Romano Germánico en el corazón de Europa. La humanidad no ha superado su capacidad de cometer atrocidades, ni de dejarse manipular por líderes que ven los grandes males como si fueran grandes bienes. Muy al contrario, lo que ocurrió antes puede ocurrir de nuevo, y de hecho ocurrirá, pero peor.
Al verificar el paralelismo tan claro entre la antigua Asiria y Alemania, entendemos que las profecías bíblicas muestran claramente que, en los años inmediatamente anteriores al regreso de Jesucristo, Asiria cumplirá de nuevo una función central en los asuntos del mundo… y que Alemania va a destacarse entre todas las naciones como la que está pronta a cumplir esa función.
Cuando los medos, los babilonios y los escitas conquistaron Asiria en el año 612 a.C., esta nación dejó de existir, pero no así su pueblo. Los anales de la historia y los detalles de la profecía apuntan hacia Alemania como la Asiria de los últimos días, la vara de la ira divina en el tiempo del fin. ¡No hay otra nación actual que se le acerque!
El regreso de Alemania al poder, en los años transcurridos desde la Segunda Guerra Mundial, no ha ocurrido por accidente. Dios profetizó hace más de 2.500 años que haría ocurrir ciertos hechos a fin de que se cumpliera su propósito, y cuando se propone algo, lo hace: “Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Isaías 46:10).
Alemania es de nuevo la fuerza dominante, en un esfuerzo por unir a las naciones de Europa. Los hechos que se están desarrollando en Europa llevarán a la formación de la potencia profetizada, formada por diez naciones, que una vez más se levantará de las cenizas del Imperio Romano, como lo explica Apocalipsis 17:8-14.
La Biblia demuestra que Asiria utilizará la religión como un elemento para forjar una potencia europea unificada, como ocurrió bajo Carlomagno. Esta emergente configuración será una potencia económica mundial, y usará su poder con fines políticos. Su apariencia inicial será pacífica, pero se transformará en una bestia devoradora y guerrera; como hemos visto en un capítulo anterior. Daniel describe este Reino en el tiempo del fin como una bestia potente y feroz con “dientes de hierro” (Daniel 7:19), pero que será vencida y castigada por Jesucristo a su regreso. ¡Y la nación que lidere todo esto será una nación que se parece a la Alemania actual!
Lo anterior no significa que al final Alemania saldrá victoriosa, sino que ocurrirá como en los tiempos antiguos, cuando Dios haya utilizado a la nación para castigar a Israel en los tiempos del fin: “Castigará el fruto de la soberbia del corazón del rey de Asiria, y la gloria de la altivez de sus ojos” (Isaías 10:12).
Dios es el Gobernante supremo, y todo el mundo acabará por glorificarlo. No va a permitir que una nación o tribu se glorifique a sí misma en vez de rendirle honor, como el Creador de toda la humanidad. “¿Se gloriará el hacha contra el que con ella corta? ¿Se ensoberbecerá la sierra contra el que la mueve? ¡Como si el báculo levantase al que lo levanta; como si levantase la vara al que no es leño!” (Isaías 10:15).
Dios va a castigar a Israel por mano de la moderna Asiria. Incluso, dejará que Asiria lleve todo nuestro planeta al borde de un Armagedón nuclear (Apocalipsis 16:16). Pero entonces volverá Jesucristo al monte de los Olivos, peleará contra la humanidad rebelde, y obtendrá el control del planeta Tierra (Zacarías 14:3). Humillará a las naciones que pelearan contra Él, al preparar al mundo para su reinado profetizado.
¿Será entonces el final de Asiria? ¿Será aplastada hasta dejar de existir la orgullosa y antigua nación?
¡Dios dice que no! En una de las profecías más fascinantes de la Biblia, predice que los enemigos acérrimos aprenderán a colaborar. Los antiguos enemigos que peleaban y se mataban, finalmente depondrán las armas y trabajarán hombro a hombro, para reconstruir a la sociedad. Así como se valió Dios de Asiria para desgarrar, corregir y destruir; también la usará como un instrumento en sus manos para renovar, reconstruir y levantar. Las magníficas habilidades del pueblo alemán estarán al servicio de Dios y del prójimo: “En aquel tiempo habrá una calzada de Egipto a Asiria, y asirios entrarán en Egipto, y egipcios en Asiria; y los egipcios servirán con los asirios al Eterno” (Isaías 19:23).
¡Es muy inspirador! Poco antes de este período de paz, el rey del Norte y el Rey del Sur se habrán enfrascado en una amarga guerra (Daniel 11:40-45), pero cuando Jesucristo regrese, y bajo su dirección, los enemigos reconciliados servirán juntos a Dios. ¡Qué transformación!
Y eso no es todo. En ese momento, Israel reunificada también estará hombro a hombro con Asiria. ¿Con qué objeto? Tomarse de la mano como modelos de un nuevo modo de vivir, bajo la dirección de Jesucristo, una forma de seguir el camino de Dios por medio del poder de su Espíritu Santo. Esto es lo que dice Isaías: “En aquel tiempo Israel será tercero con Egipto y con Asiria para bendición en medio de la tierra; porque el Eterno de los ejércitos los bendecirá diciendo: Bendito el pueblo mío Egipto, y el asirio obra de mis manos, e Israel mi heredad” (Isaías 19:24-25).
Después de seis milenios de historia humana teñida de sangre, esto será impresionante para muchos, ¡pero también será motivo de inspiración! Las Sagradas Escrituras profetizan que Dios aprovechará las sobresalientes habilidades del pueblo alemán, para beneficio del mundo en el gobierno milenario de Jesucristo. Y cuando el pueblo alemán vuelva su corazón a Dios para servirle, con arrepentimiento, aceptación del sacrificio de Jesucristo, y obediencia a su santa ley; se convertirá en nación modelo y pueblo dispuesto a servir a Dios.
Por último, en el milenio, el mundo verá cumplirse la inspiradora profecía de Isaías: “Volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4).