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¿Por qué la mayoría de las personas no reciben respuesta a sus oraciones?
¿Sabe usted orar de un modo que traiga verdaderos resultados?
¿Por qué la mayoría de las personas no reciben respuesta a sus oraciones? ¿Sabe usted orar de un modo que traiga verdaderos resultados?
Lo que voy a decir puede que no le “agrade” al lector, pero lo diré de este modo: ¿Por qué pretendemos que el Dios de la Biblia responda las oraciones de personas que le oran a otro dios, que oran de modo errado, que acostumbran desobedecer al Dios verdadero y, que piden lo que a Dios le desagrada? La respuesta es sencilla: ¡No debemos pretenderlo! No se equivoque: no obtendrá respuestas reales a sus oraciones si no ora al Dios verdadero y del modo correcto. Esto le puede sonar extraño a muchas personas que creen en el cristianismo tradicional. El hecho es que millones de personas en nuestro mundo occidental, supuestamente cristiano, no tienen ni idea de quién es el Dios verdadero ni cómo deben dirigirse a Él en oración.
Muchas personas musitan algunas palabras o repiten algún “mantra” y terminan “sintiéndose mejor”, y como muchos problemas se resuelven de una manera u otra, hay quienes piensan que su oración ha sido respondida cuando en realidad no es así. En muchos otros casos, nos encontramos con personas que practican lo que se conoce como las “ciencias de la mente” o “el poder del pensamiento positivo”, procurando traer bendiciones a su vida.
No es ese el tipo de “respuesta” a que me refiero en el presente folleto. Aquí me refiero a una intervención divina y directa del Dios de la Biblia, Creador de los cielos y la Tierra y Gobernante activo de todo el universo. ¿Cómo pueden usted y los suyos recibir este tipo de respuesta a sus oraciones? Son muchos los consejos que podrían ofrecerse, pero lo que deseo es citar algunas “claves” que son fundamentales para recibir respuesta a nuestras oraciones. Estoy seguro de que siguiendo estos puntos sinceramente, al pie de la letra y de todo corazón, usted comenzará a ver respuestas a sus oraciones. Y pueden ser tan reales y tan arrolladoras que causarán gran sorpresa a todos aquellos que nunca han visto un poder así.
si pretende obtener respuestas. Él se revela a la humanidad de muchas maneras: en la creación, en la Biblia, en su predicción de ciertas intervenciones divinas específicas en los asuntos del mundo, y en sus respuestas a quienes lo buscan y obedecen.
El apóstol Pablo describió así al Dios verdadero: “Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Corintios 8:5-6).
Nuestro concepto moderno y ecuménico de la religión, quizá nos haga pensar que orarle a “algo” vago por allá en el Cielo, o a un ídolo, o a Buda, es lo mismo que orarle al creador, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Pero, ¡no es lo mismo, para nada!
El Dios verdadero fue revelado por Jesucristo (Mateo 11:27). A uno de sus discípulos le dijo: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido…? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí” (Juan 14:9-11).
En la Biblia leemos cómo para Jesucristo, Dios era una Persona divina y llena de amor, un “Padre”. Y se nos enseña cómo el Padre obrando mediante Jesucristo sanaba a los enfermos, consolaba a los abatidos y enseñaba a los que Él llama a guardar los diez mandamientos como un modo de vida (Mateo 19:17). Esto debe ayudarnos a entender mejor el carácter de Dios y lo que desea para nosotros.
Cristo también nos dio ejemplo de cómo orar al Padre: “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti” (Juan 17:1). Otra vez, cuando esbozó una oración para sus discípulos a fin de enseñarles el modo apropiado de orar, dijo así: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” (Mateo 6:9-13).
Jesús reveló que el Dios al cual debemos orar es un Padre. ¿Qué más revela sobre Él? Que está “en los cielos”. Que tiene un reino o gobierno que va a establecerse en la Tierra. Que Él, siendo nuestro Padre, es el que puede darnos nuestro pan cotidiano, perdonar nuestros pecados, librarnos de Satanás y llevarnos al Reino eterno.
Describiendo a ese Dios verdadero que muy pocos conocen, el apóstol Pablo dijo: “Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación” (Hechos 17:23-26).
En el Antiguo Testamento aprendemos más sobre el Dios verdadero. Al gran rey Nabucodonosor de Babilonia se le dijo que su reino le sería quitado hasta que reconociera “que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere” (Daniel 4:32). Este Dios, quien es el único Dios verdadero y supremo, inspiró estas palabras de Isaías: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más. Por mí mismo hice juramento, de mi boca salió palabra en justicia, y no será revocada: Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua” (Isaías 45:22-23).
El Dios verdadero ¡es un Dios impresionante, con poder y gloria sin límites! Cuando usted se pone de rodillas y levanta las manos en oración al gran creador del universo, debe pensar a quién se está dirigiendo y debe “santificar” o alabar su nombre, tal como Jesús instruyó. Recuerde que no es solamente el Creador, sino el gobernante activo de todo el universo, el que guía el auge y caída de naciones conforme a su voluntad. Es Él quien domina los climas, que envía “la lluvia… en su tiempo” (Deuteronomio 28:12), o a veces envía sequía y destrucción a las naciones a causa de sus transgresiones (vs. 24-25).
Al mismo tiempo, si usted se entrega a Él, si le obedece y le sirve, Dios será su Padre amoroso, su Protector, su Sanador, el dador de “toda buena dádiva y todo don perfecto” (Santiago 1:17), y le dará amor y misericordia en abundancia. “Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen. Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. Como el padre se compadece de los hijos, se compadece el Eterno de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo” (Salmos 103:11-14).
Asegúrese siempre de orar específicamente a este Dios, al Dios verdadero, y no a otro. Cuando empiece su oración, piense a quién se está dirigiendo y adore conscientemente a este Dios excelso que le da la vida y el aliento.
Orar al Dios verdadero implica, naturalmente, que creemos lo que Él dice. Sus palabras, sus instrucciones sobre cómo debemos vivir, se encuentran en la Santa Biblia. Esta revela conocimientos esenciales que no podemos adquirir de otro modo. Es el “Manual de instrucción” de Dios para la humanidad. Nos dice quién es Dios, cómo es y cómo debemos servirle. En la Biblia hallamos sus instrucciones sobre cómo debemos orarle.
Usted no recibirá la totalidad de esta instrucción en los servicios religiosos ni leyendo descuidadamente versículos sueltos de la Biblia para consuelo o inspiración. Dios nos dice en su Palabra: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15), y para “usar bien la palabra de verdad”, es necesario conocerla a profundidad.
Para conocer a Dios, comprender su voluntad y creer en sus promesas, hay que estudiar su palabra inspirada de modo ordenado, como se estudiaría un texto de ciencias o un volumen de historia. Un buen punto de partida es el evangelio de Mateo, el primero del Nuevo Testamento. Léalo atentamente y sin prisa, tomando nota de las palabras de Jesús y prestando especial atención a los muchos ejemplos de oraciones que recibieron respuesta.
Este folleto no tiene por objeto demostrar la inspiración divina de la Biblia, pero si usted lo desea, puede comprobar que las profecías dadas únicamente en la Biblia o bien se han cumplido en detalle en el pasado, o bien están empezando a cumplirse en este extraordinario período del fin en que vivimos. Cuando uno comprende el grado de detalle y el alcance de estas profecías, se da cuenta de que Dios prácticamente firmó la Biblia, ¡mostrando claramente que es un libro de inspiración divina! El apóstol Pablo escribió: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).
Por tanto, cuando usted lea promesas específicas en la Biblia, pídale al Dios Todopoderoso que las cumpla en su vida. Cuando vea que Jesús y otros pidieron ciertas cosas, comprenda que se trata de un ejemplo para que usted lo imite. En todas sus oraciones, siga el ejemplo de Cristo y los apóstoles. Ore como oraban ellos cuando se encuentre en momentos de dificultad y tribulación.
¿Y qué decir del rey David de Israel y de otros grandes profetas de la historia? Sus fervientes oraciones y la manera como Dios los salvó también nos sirven de instrucción y nos imparten ánimo y fe: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Corintios 10:11).
Una característica que hizo del rey David un hombre conforme el corazón de Dios (1 Samuel 13:14), es que no solamente obedecía a Dios, sino que andaba en su presencia y hablaba con Él constantemente, y siempre lo adoraba. Esta actitud se deja ver claramente en el Salmo 104: “Bendice, alma mía, al Eterno. Eterno Dios mío, mucho te has engrandecido. Te has vestido de gloria y de magnificencia. El que se cubre de luz como de vestidura, que extiende los cielos como una cortina.… Al Eterno cantaré en mi vida. A mi Dios cantaré salmos mientras viva” (vs.1-2, 33).
Dejando atrás las oraciones memorizadas y a menudo carentes de sentido, empiece a estudiar las enseñanzas y ejemplos de oraciones en la Biblia. La Palabra de Dios le enseñará cómo orar y qué pedir. Y usted por su parte debe creer las enseñanzas y promesas que halle en este libro santo.
Aunque Dios de vez en cuando escucha las oraciones de cualquiera que clame a Él con sinceridad en situaciones urgentes o de peligro, Él no se ha comprometido a hacerlo si primero usted no se ha comprometido a obedecerle. Por eso, hombres y mujeres agobiados por los horrores de la guerra se han preguntado: “¿Dónde estaba Dios en la batalla de Stalingrado, cuando murieron cientos de millares de personas?” “¿Dónde estaba Dios cuando judíos, polacos, checos, daneses y holandeses eran conducidos como ganado a las cámaras de gas en la Segunda Guerra Mundial?”
La Palabra de Dios responde: “He aquí que no se ha acortado la mano del Eterno para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:1-2).
En el Nuevo Testamento hallamos el mismo principio. Un hombre a quien Jesús sanó de su ceguera declaró: “Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye” (Juan 9:31).
A nosotros no nos corresponde sicoanalizar ni hacer una “disección espiritual” de los que no han recibido respuesta a sus oraciones en el pasado. Pero todos sí tenemos el deber de preguntarnos: ¿Adoro yo al Dios verdadero? ¿Hago yo su voluntad?
Jesús dijo: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17). ¿Guarda usted los mandamientos, o tiene justificaciones para no hacerlo? El apóstol Juan escribió por inspiración: “Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Juan 3:22). Este pasaje del Nuevo Testamento muestra claramente que recibimos respuestas a nuestras oraciones cuando ¡guardamos los mandamientos de Dios!
Le ruego que sea sincero consigo mismo. Es fácil justificarse o inventar razones para evadir esta clara enseñanza sobre la obediencia a la ley divina, pero si usted desea que sus oraciones tengan respuestas reales, es necesario que se arrepienta de infringir los diez mandamientos, lo cual se define como pecado (1 Juan 3:4). Igualmente, es necesario que acepte a Jesucristo como su Salvador personal (Hechos 2:38). Entonces, con la ayuda del Espíritu prometido, usted tendrá que entregarse más y más cada día para permitir que Jesucristo viva su vida en usted. Tenga presente lo que declaró el apóstol Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Si usted desea más información sobre cómo obedecer a Dios, lo invitamos a solicitar nuestro instructivo folleto titulado Restauración del cristianismo original. Se lo enviaremos sin costo alguno para usted.
A medida que crecemos en la gracia y el conocimiento de Jesucristo (2 Pedro 3:18), Él vivirá su vida en nosotros cada vez más plenamente. ¡Nadie será “perfecto” de la noche a la mañana! ningún ser humano ha sido perfecto, salvo el propio Jesús. Sin embargo, al entregarnos a Él, estará andando en el “camino” de los diez mandamientos, y al “andar con Cristo” de este modo, ¡podemos estar seguros de que nuestras oraciones serán respondidas como nunca antes!
Respuesta, es perdonar a los demás. Francamente, nuestro Padre amoroso en el Cielo, sencillamente no escucha a los que vienen donde Él con espíritu de venganza, amargura u odio. Inmediatamente después de la oración conocida como el “Padre Nuestro”, que es un ejemplo de oración que nos enseña el modo general de dirigirnos a Dios, Jesús amonestó así a sus seguidores: “Si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14-15).
El profeta Isaías nos advirtió, por inspiración divina, que no entremos en la presencia de Dios si estamos oprimiendo a los demás, acusando a los demás o nos hallamos enfrascados en servir al yo. Estas son sus palabras: “Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el hablar vanidad; y si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía” (Isaías 58:9-10).
Jesús nos dice lo mismo: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23-24).
Es necesario que vayamos delante de Dios con actitud de arrepentimiento y perdón. De lo contrario, y tal como lo dijo Jesús, ¡Dios no nos perdonará! Tener un espíritu humilde y misericordioso es clave para que Dios nos escuche. La Palabra inspirada nos dice: “Pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66:2).
Un aspecto importante del punto anterior sobre la misericordia y el perdón por los demás, es comprender con humildad que Dios frecuentemente escucha las oraciones de individuos que claman a Él aunque sean inconversos. Sabemos que Él ha dicho: “He aquí que no se ha acortado la mano del Eterno para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:1-2).
Es cierto que Dios prácticamente nunca escucha a los que pecan deliberadamente con mala actitud, pero al mismo tiempo hay millones de personas sinceras que creen que están adorando verdaderamente a Dios. ¡Sencillamente están engañadas! ¡Dios mismo lo ha permitido! En su palabra inspirada, explica que esto es obra del “diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero” (Apocalipsis 12:9). También nos dice claramente: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:44). Si usted desea más información sobre este tema de vital importancia, lo invitamos a escribir o llamarnos para solicitar un ejemplar gratuito de nuestro revelador folleto titulado ¿Es este el único día de salvación?
Es muy importante no dar por sentado, como lo hicieron los fariseos, que Dios escucha solamente las oraciones de los que están convertidos y le están obedeciendo. En ese caso, ¿qué sería de las personas sinceras que Él no ha llamado todavía? ¿Y qué decir de usted y de mí antes de que Dios nos llamara y convirtiera? Mirando mi propio pasado, recuerdo claramente varias ocasiones en que Dios intervino respondiendo mis oraciones. Él me estaba “llamando”. Al intervenir en mi vida, estaba comenzando a revelarse como un Dios “real”. Él ha hecho y seguirá haciendo lo mismo a muchas personas más en todo el mundo.
Recuerde la historia del fariseo y el publicano en Lucas 18:9-14: “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
El Creador, pues, escucha con frecuencia las oraciones de personas débiles o espiritualmente ciegas que se dirigen a Él con humildad. No las escucha si lo desobedecen deliberadamente o si tienen mala actitud. No escucha a quienes oran directamente a ídolos o a “dioses” falsos. En cambio, nuestro Padre misericordioso sí escucha a quienes aun sin conocer plenamente su Palabra, claman a Él sinceramente como el Creador y el Dios verdadero.
Lo anterior se expresa hermosamente en el libro de los Salmos: “Los que descienden al mar en naves, y hacen negocio en las muchas aguas, ellos han visto las obras del Eterno, y sus maravillas en las profundidades… Tiemblan y titubean como ebrios, y toda su ciencia es inútil. Entonces claman al Eterno en su angustia, y los libra de sus aflicciones. Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Luego se alegran, porque se apaciguaron; y así los guía al puerto que deseaban. Alaben la misericordia del Eterno, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Salmos 107:23-24, 27-31).
La mayoría de nosotros conocemos personas vanidosas, desobedientes e incluso “mundanas” que profesan el cristianismo y llegan a jactarse de sus oraciones respondidas, o a narrar casos descabellados de “milagros” constantes en su iglesia o su vida. Esta jactancia religiosa y esta falsificación van en perjuicio del verdadero cristianismo, y se convierten fácilmente en un tropiezo para los llamados que se dan cuenta del engaño. Pero si su amigo o vecino ora con fervor y sinceridad al Dios del Cielo, Dios puede escucharlo porque Él sabe que su ignorancia no es deliberada y que su sinceridad es real.
La medida de lo posible, la certeza de que nuestra voluntad y nuestras peticiones son conformes a la voluntad de Dios. Al estudiar la Biblia con celo y al entregarnos a Cristo para que viva dentro de nosotros, su voluntad irá remplazando la nuestra. Ello afecta la manera como oramos. Llegamos a comprender que Dios ha hecho a todos los hombres y mujeres a su imagen y que Él “llamará” a toda la humanidad a la comprensión y el arrepentimiento a su debido tiempo. Con esto en mente, no oremos solo por nuestro bien, sino por el bien de otros también. Entonces podremos decirle a Dios sinceramente, como lo hizo Jesús: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
Recuerde esta frase clave del ejemplo de oración que encontramos en Mateo 6: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (v. 10). Todos debemos concentrarnos en esto al orar: ¿Qué es lo mejor para nosotros y para los demás a la larga? Solamente Dios lo sabe.
Por otra parte, en la Biblia encontramos decenas de promesas e indicaciones directas e indirectas de que si oramos con fe en que Él oirá, y conforme a su voluntad, podemos estar seguros de que nos responderá. “Esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho” (1 Juan 5:14-15).
Cuanto más nos nutramos de la Biblia, más profundamente captamos la importancia de la fe. “Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).
Sin fe verdadera no podemos agradar a Dios. Y la Biblia indica claramente que, en general, Dios no responde las oraciones si no vamos delante de Él con fe: “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Santiago 1:6-7).
Esta clave: desarrollar fe, como las otras que hemos examinado, se logra mediante la entrega real a Jesucristo para permitir que Él viva su vida en nosotros por medio del Espíritu Santo. “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Por esta razón, todos debemos leer la Biblia sin cesar y asimilar los ejemplos de fe y obediencia de los grandes hombres y mujeres de Dios. Es así como nos “alimentamos” de Jesucristo (Juan 6:57), llegamos a pensar como Él piensa y a desear lo que Él desea. Por medio del Espíritu Santo, él vive en nosotros cada vez más a medida que crecemos espiritualmente. Unidos de este modo con Cristo, podemos tener confianza absoluta en que Dios Padre oirá nuestras oraciones. ¡Esta confianza absoluta y sin titubeos es fe!
Preste mucha atención a esta importante enseñanza de Jesucristo respecto de la fe y la oración: “Tened fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:22-24).
Si ora y lee la Biblia diariamente, encontrará que su fe aumenta cada vez más y más. Comprenda que la fe viviente la produce el Espíritu Santo de Dios dentro de nosotros (Gálatas 5:22-23). Además, Jesús dijo: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13).
Dios desea darnos estas cosas si las pedimos con humildad. Ore a Él continuamente, pidiendo la fe que usted necesita. Aprenda a creer en las promesas de Dios. Aprenda a creer que Dios es real, que tiene conocimiento perfecto, sabiduría perfecta, amor perfecto y poder perfecto. ¡Comprenda que él cumplirá todas sus promesas! Aprenda a imitar a Abraham, padre de los fieles (Romanos 4:16), porque Abraham “tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido” (vs. 20-21). Esta es fe verdadera. Esta es la actitud que tenemos que tener a fin de recibir auténticas respuestas a nuestras oraciones.
Si su hijo o hija le pide una bicicleta una sola vez y luego parece olvidarse y nunca la vuelve a mencionar, ¿cuánto la desea realmente? ¿Cuánto la apreciaría si la recibiera? Igual sucede cuando nosotros pedimos algo a nuestro Padre celestial. Antes de intervenir sobrenaturalmente, Dios quiere ver si deseamos profundamente lo que pedimos y si lo vamos a respetar y adorar después de que responda a nuestra oración.
En otras palabras, Dios aprovecha nuestra necesidad o deseo como un “vehículo” para atraernos a Él espiritualmente, para que nos concentremos en su voluntad y en lo que realmente sería mejor para nosotros y para los demás. Si pedimos algo descuidadamente y luego prácticamente olvidamos que lo habíamos pedido, ¿qué le estamos diciendo a Dios? ¡Posiblemente le indicamos nuestra falta de interés en que Él haga lo que pedimos! O puede ser que se trata de una petición superficial, quizá cambiante, ¡la cual una vez concedida no produciría en nosotros un profundo deseo de agradecimiento y adoración al Dios creador que la concedió!
Muchos conocen la parábola de Jesús acerca del “juez injusto” (Lucas 18:1-8). Es la historia de cierta viuda que venía y seguía viniendo adonde el juez “injusto” hasta que él finalmente dijo: “Porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia” (v. 5). Luego Jesús dijo: “Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?” (vs. 6-7). Cuando usted desee algo profundamente, debe clamar a Dios día y noche, sin darse por vencido jamás.
Dios quiere que seamos persistentes. Quiere que andemos con Él, caminemos con Él y hablemos con Él continuamente y día tras día ¡tanto ahora como por toda la eternidad! El apóstol Pablo nos instruye: “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17).
Durante mi noviazgo con la que luego fue mi esposa, todo el tiempo que pasaba a su lado me parecía poco. Hablábamos cara a cara, hablábamos por teléfono, yo pensaba en ella y oraba por ella ¡hasta que por fin nos casamos! La Biblia presenta a la Iglesia verdadera como la novia de Cristo. Tenemos que pasar mucho tiempo con Él y con el Padre a fin de conocerlos profundamente. Recuerde que lo que hacemos en esta vida nos prepara para estar con Ellos por toda la eternidad. Esta es una relación real, y como cualquier otra, es necesario ir profundizándola con el tiempo.
Aprenda, pues, a orar con regularidad y dedique suficiente tiempo a la oración para realmente “familiarizarse” con Dios… porque Él es Aquel en quien “vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28). Las Escrituras cuentan que Jesús solía madrugar y pasar largas horas, sin interrupción, orando a su Padre (ver Marcos 1:35).
El profeta Daniel llegó a ocupar uno de los cargos más altos en el gobierno del mayor imperio de su época: el imperio Babilónico. Aun así, siempre sacó tiempo para orar a Dios de rodillas tres veces al día (Daniel 6:10). ¡Esta relación con el Dios Eterno era tan importante para Daniel que finalmente se arriesgó a morir antes que dejar este importante hábito en su vida espiritual! (vs. 5-10).
El rey David también tenía la costumbre de orar a su Creador tres veces al día: “En cuanto a mí, a Dios clamaré; y el Eterno me salvará. Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz” (Salmos 55:16-17).
Ore con regularidad. Dedique suficiente tiempo a la comunión con Jesucristo y nuestro Padre Celestial. ¡Nunca jamás deje de orar a Dios! Desde varios puntos de vista, ¡Su propia vida depende de la oración continua al Dios verdadero!
Conocí a un siervo de Dios sumamente dedicado y lleno de celo, que decía: “Hermanos, una de las razones que nos impide recibir más respuestas a las oraciones en nuestra sociedad moderna ¡es que no oramos con el corazón!” Enseguida citó una escritura importante que nos muestra una razón por la cual Dios no escuchó las oraciones de los antiguos israelitas: “Y no clamaron a mí con su corazón” (Oseas 7:14).
Y nosotros ¿qué? ¿Oramos usted y yo con todo nuestro ser? ¿O nos limitamos a recitar alguna oración de memoria como cualquier invocación pagana? O bien, ¿balbuceamos algunas peticiones a medias, entre dormidos y despiertos, segundos antes de quedar dormidos del todo?
De nuevo, recuerde el ejemplo de Jesús, quien madrugaba a orar al Padre. La oración era de vital importancia para Cristo. Por eso le daba la máxima prelación cada día antes que se presentara alguna interferencia. Probablemente regresaba a Dios repetidas veces al avanzar el día. El libro de Hebreos habla de las oraciones apasionadas de Cristo: “Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (Hebreos 5:7).
Para orar es recomendable ir al aposento con la puerta “cerrada”, es decir, ir a un lugar privado tal como Jesús lo enseñó en Mateo 6. Allí a solas, podemos clamar a nuestro Creador suplicando que nos ayude, nos corrija, nos libre de las tentaciones o dificultades que solamente Él puede resolver. La última noche de Jesús en carne humana, cuando sabía que estaba a punto de caer preso y de ser crucificado, derramó su ser delante del Padre en oración fervorosa, pidiendo ayuda y liberación: “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44).
Jesús estaba clamando a su Padre ¡con tanta intensidad y pasión que posiblemente algunos vasos capilares se reventaron y llenaron sus glándulas sudoríparas de sangre! En nuestra actual sociedad mundana, hedonista y despreocupada, es importante comprender que los temas realmente vitales, los de vida o muerte, ¡no son materiales! Son espirituales, y tienen que ver con nuestro Creador y con toda la eternidad. ¡Ciertamente merecen que nos emocionemos por ellos!
Oremos pues, con el corazón y con mucho fervor. Seamos apasionados cuando derramemos el corazón ante aquel imponente Ser que desea ser nuestro verdadero Padre: “el Alto y Sublime, el que habita la eternidad” (Isaías 57:15).
Un auténtico hombre o mujer de Dios es uno que se ha sometido totalmente a la voluntad del Creador. En palabras del profeta Isaías, Dios nos dice: “Pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66:2).
Esta actitud de buscar la voluntad de Dios y no la propia, actitud de sumisión total a nuestro Padre Celestial, es de suma importancia en nuestras oraciones para que estas tengan respuestas constantes y firmes. Veamos de nuevo la actitud de Jesús en una de sus últimas oraciones a Dios mientras estaba en la carne: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
¿Desea usted crecer en lo espiritual “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”? (Efesios 4:13). Si es así, debe, como todos nosotros, “luchar con Dios” espiritualmente en sus oraciones, así como Jacob luchó con Él en lo físico y fue bendecido (ver Génesis 32:24-32). Debemos pasar tiempo con Dios en conversaciones largas y reflexivas sobre cómo podemos someternos más plenamente a Él, andar con Él y honrarlo en nuestra vida. Debemos pedirle sin cesar que nos ayude a cumplir el gran propósito por el cual nacimos. Lo invitamos a que solicite totalmente gratis nuestro folleto titulado: El misterio del destino humano.
Orar por cosas materiales está bien dentro de ciertos límites, pero la finalidad de la oración es que nos centremos en Dios, que nos rindamos a Él y que sometamos nuestra voluntad a la suya a medida que vamos cultivando una relación recíproca y vital. De este modo Él se hace cada vez más real para nosotros. Debemos, mediante la oración y el estudio bíblico constantes, buscar la voluntad de Cristo. Debemos comprender que es muy necesario mejorar las actitudes e ideas que tuvimos en el pasado acerca de Dios y la religión en general. Por medio del profeta Isaías, Dios nos dice: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos… Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8-9). Y el apóstol Pablo nos instruye: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5).
Aprenda a caminar con Él, hablar con Él, a compartir sus pensamientos con Él durante todo el día. Pídale que lo moldee a su propia imagen y semejanza. El profeta Isaías escribió por inspiración: “Ahora pues, Eterno, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros” (Isaías 64:8). La actitud de someternos a Dios mientras oramos, de pedirle que nos corrija, nos pula y nos moldee, es una de las claves vitales para orar con verdadero poder.
Al “corazón de Dios”, era el amor y adoración que continuamente y con toda sinceridad manifestaba al gran creador que lo bendecía, lo sustentaba y lo guiaba. Todo el libro de los Salmos está repleto de oraciones de culto y adoración expresadas por David. Veamos el Salmo 18: “Te amo, oh Eterno, fortaleza mía. El Eterno, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. Invocaré al Eterno, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos” (vs. 1-3).
Es claro que Dios, en la persona de Jesucristo, que fue la “Roca” de Israel (1 Corintios 10:4), era el “héroe” de David, su líder, su protector y su amigo personal. David se alegraba y se llenaba de gozo ante la sabiduría, el poder y la majestad del Dios excelso. Hoy, cuando decenas de millones en nuestro mundo occidental “civilizado” adoran a las estrellas del rock y del rap, a los “ídolos” del cine y la televisión y a las figuras célebres del deporte, no está de moda adorar a nuestro Dios Creador como lo adoraba David. En vez de adorar a tales “estrellas” humanas, vanidosas y a menudo desorientadas, ¿por qué no dar alabanza al gran Dios que nos da vida y aliento, el “Padre de luces” que, como hemos visto, es el Dador de “toda buena dádiva y todo don perfecto”? (Santiago 1:17).
¿Por qué no hemos de adorar auténticamente a Jesucristo, por quien Dios el Padre creó todo lo que existe? (ver Juan 1:1-3; Colosenses 1:16). ¿Por qué no adorar a Aquel que “se despojó” de su gloria divina a fin de ser un ejemplo perfecto para nosotros? (ver Filipenses 2:7-9). ¿Por qué no adorar a nuestro Sumo Sacerdote fiel y misericordioso (Hebreos 2:17-18), que murió voluntariamente por nosotros en la cruz? ¿Por qué no adorarlo a Él?
Es muy cierto que los humanos buscamos alguien a quién admirar… pero cometemos el pecado de idolatría si pervertimos este deseo idolatrando, e incluso gritando desenfrenados ante aquellos hombres o mujeres que aunque famosos, rechazan a Dios y tienen comportamientos vergonzosos y degenerados.
Lo que todos debemos hacer, es reorientar aquel culto dado a los héroes e ídolos humanos, para adorar al Ser que realmente es el más “emocionante” del universo: ¡el Dios Todopoderoso! Debemos visualizar cómo Dios salpicó de estrellas el oscuro espacio sideral, cómo hizo la Tierra, puso en ella al hombre y nos creó a su imagen para que seamos sus hijos e hijas: ¡hermanos y hermanas de Jesús para siempre (Romanos 8:29)! Debemos valorar cada amanecer y atardecer hermoso, cada obra de arte conmovedora, sea musical, visual o literaria, cada ser humano precioso y el amor y el talento que posee… ¡y comprender que todo esto vino de Dios! ¡Y que Él tiene muchas cosas más preparadas para nosotros!
Es importante que le demos a Dios gracias y elogios cada día por todo lo que nos regala y por su ayuda y bendición en toda situación (1 Tesalonicenses 5:18). En vez de perder el control en medio de emociones apasionadas por figuras del deporte, estrellas del rock o cualquier otro “ídolo” humano, derramemos todo nuestro ser en gratitud, alabanza y adoración al Dios que nos hizo y que nos da vida y aliento. Este es el Dios que nos perdona vez tras vez tras vez, que nos guía y nos bendice, que al final se propone compartir con nosotros su gloria eterna ¡si es que respondemos y aprendemos a amarlo como Él nos ama a nosotros!
En la antigua nación de Israel, el sumo sacerdote era el único autorizado para ingresar en el Lugar Santísimo del tabernáculo o templo, hecho que simbolizaba la entrada a la presencia directa de Dios. El sumo sacerdote podía entrar solamente una vez al año, en el día de la Expiación (ver Levítico 16). Con esta única excepción para un solo día, ¡todo el que entrara en esta sala sagrada sufriría la muerte! De igual manera, la humanidad en general está apartada del contacto directo con Dios.
Sin embargo, porque Jesús de Nazaret murió por nuestros pecados, hoy los cristianos verdaderos sí tenemos acceso directo al Padre. En vez de temer la muerte por presentarnos ante la presencia de Dios, tenemos estas instrucciones: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).
Mediante el “nombre”, o sea la posición y autoridad de Jesucristo, nosotros podemos acercarnos a Dios directamente en oración y culto. No precisamos de un sacerdote humano como intercesor, porque ya tenemos el más grande de los sumos sacerdotes, Jesucristo (v. 14), y Él instruyó así a sus seguidores: “De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Juan 16:23-24).
Es cierto que muchos abusan del nombre de Cristo, y por eso Jesús citando a Isaías, describió así a los líderes religiosos de su época: “en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:9). Y en otra ocasión, dijo también: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46).
Para invocar correctamente el nombre de Jesús, tenemos que obedecerle y pedir conforme a su voluntad. Recuerde que en el sermón del monte, Él advirtió: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23).
La palabra griega traducida como “maldad” es anomia, cuya raíz significa “transgresión de la ley”. Francamente, los que enseñan que ya no es necesario obedecer los diez mandamientos no tienen autoridad moral para invocar el nombre de Jesucristo, porque están enseñando y practicando un cristianismo falso, ¡uno completamente contario a todo aquello por lo cual Jesús vivió y murió!
El apóstol Juan explicó: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:4). No “conocemos” realmente a Dios ni estamos familiarizados con Él, si no nos entregamos totalmente practicando los diez mandamientos como modo de vida y permitiendo que Cristo viva en nosotros. ¡De igual manera, no podemos conocer a Dios si no estamos creciendo, superándonos y viviendo la experiencia de tener el propio carácter divino que se expresa en dichos mandamientos!
Los que no conocen de verdad a Dios y su camino de vida, sencillamente no pueden acercarse como es debido ante Él y en el nombre de Jesucristo. Sin embargo, hemos visto que el Dios misericordioso puede escuchar incluso la oración de un pecador siempre y cuando la ignorancia de este no sea de mala fe y si busca a Dios de todo corazón. Por otra parte, los que deseamos ver respuestas constantes a nuestras oraciones debemos servir y obedecer al Dios verdadero. Así lo dice la Palabra divina: “Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17).
Cuando se acerque a Dios en ferviente y frecuente oración, recuerde que debe estar obedeciendo a su Amo y Señor Jesucristo. Si bien Él no espera ver una madurez espiritual instantánea, sí desea que con la ayuda del Espíritu Santo andemos por este camino. Luego, venga a Dios por medio de Cristo para comunicarse con Él mediante la oración eficaz. Y recuerde que venir en el nombre de Cristo, es decir, por su autoridad, encierra la mayoría de las claves dadas en este folleto. Es así porque venir en el nombre de Cristo entera y perfectamente implica orar al Dios verdadero, estar nutrido de las Escrituras, obedecer a Dios, perdonar a los demás, tener fe profunda, ser persistente, aprender a sujetarse como arcilla maleable en las manos del Creador y, adorar a Dios con todo el corazón.
Finalmente, ¡le ruego por su propio bien que estudie y repase todas estas importantes claves! Aprenda a orar constantemente a Dios, departiendo con Él, caminando con Él. Entonces, al aproximarse el fin de esta era, cuando las pruebas y tribulaciones que debe padecer un verdadero cristiano vengan sobre usted, porque es seguro que vendrán, usted sabrá exactamente qué hacer y cómo hacerlo. Más aun, podrá seguir las pisadas del propio Jesucristo, quien por haber clamado a Dios pidiendo fuerza y valor, no temió cuando le llegó el momento de morir. Al contrario, cuando llegó Judas con un destacamento de tropas a arrestarlo, Jesús tranquilamente “se adelantó” diciendo: “¿A quién buscáis?” (Juan 18:4). Pudo reaccionar así porque ya había hecho lo que siempre hacía. En el huerto de Getsemaní se había postrado sobre el rostro y había orado con el mayor fervor, clamando: “Padre mío…” (Mateo 26:39).
¡Pídale a Dios que le enseñe a orar como oró Jesús! Ya sabe cómo aprovechar uno de los recursos más poderosos del universo. Sabe la verdad sobre las oraciones sin respuesta, ¡y ha recibido doce claves para que Dios le responda sus oraciones!