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¿Para qué vinimos a este mundo? ¿Por qué permite Dios que sus escogidos pasen por años y aun décadas de pruebas y persecuciones? ¿Por qué es tan importante “vencer”?
Hay un PROPÓSITO grandioso y portentoso por el cual estamos en este planeta.
La mayoría de los seres humanos nunca se detienen a pensar cuál es el propósito de su vida. La verdad es que muchos suponen que no hay un propósito. En su caso personal, ¿cree usted que hay un designio para su vida? ¿Hay alguna razón trascendental por la cual usted existe? ¿Cabe acaso la posibilidad de que el destino que le espera sea algo increíblemente interesante y satisfactorio, sea cual fuere su situación actual? ¿Puede tener la certeza absoluta de que el futuro le tiene reservadas felicidad, alegría y paz duraderas?
O, ¿es su vida en esta tierra una existencia efímera y llena de decepciones, un ir y venir sin un propósito trascendental, como la vida de las aves, de las abejas, o para ser más gráficos, de los gusanos que se arrastran sobre la tierra? Es obvio que usted, como persona humana, está dotado de una inteligencia que esas criaturas no poseen y que le permite: imaginarse el futuro; tener sueños y esperanzas, y es dueño de un ingenio creativo que no tiene paralelo en ninguna otra forma de existencia física. La pregunta que surge es esta: Todo este potencial, todos estos dones y sueños, ¿perecen con nosotros al morir cuando “el polvo que somos vuelve al polvo”?
Estas son cosas que merecen reflexión. Es cierto que muchos creen que si no se condenan, su destino es ir al cielo para pasar allí toda una eternidad, aunque no saben muy bien cuál será su función. Esta es la vaga idea que perdura aún en la mente de millones de personas. Sin embargo, preguntamos: ¿Puede alguien demostrar con pruebas fehacientes cuál es su destino como ser humano? ¿Hay alguna forma de saberlo?
La verdad es que está claramente revelado en la Biblia, el manual de instrucciones que el Creador inspiró para la humanidad. Dios decreta en la Biblia el destino de imperios y naciones, y predice acontecimientos futuros que harán estremecer al mundo. Son profecías que están cobrando vida ante los ojos de la actual generación.
En ese mismo manual, en forma más serena pero profunda, el Creador revela también su designio para el ser humano, el verdadero propósito de su vida y de la mía. La Biblia llama ese designio “misterio” escondido de Dios. Y en realidad es un misterio aun para la mayoría de los que profesan el cristianismo. Es algo que supera la imaginación del ser humano. Y a la vez es algo tan obvio, tan sencillo y poderoso en su lógica que uno se pregunta cómo no lo comprendió antes.
¿Cuál es ese misterio del destino humano? ¿Cuál es el propósito para el cual nacimos?
La humanidad no apareció en la tierra por casualidad. No somos producto del azar. El sentido común nos enseña que el complejo mecanismo de un reloj suizo no es el resultado de un lento proceso evolutivo que se prolongó durante millones de años en un medio rico en minerales que se nutrían de la carga eléctrica de rayos y relámpagos.
Si bien es posible que la arena y los elementos hayan sufrido ciertas transformaciones a lo largo de miles de millones de años, sabemos muy bien que, sin designio y sin diseño, el delicado y complicado mecanismo que produce la exactitud de un reloj suizo JAMÁS sería el producto de la ausencia de propósito, del simple azar y la casualidad.
A pesar de esto, hay muchos que, para no ir en contra de la “corriente intelectual”, se adhieren a la teoría de la evolución, según la cual la mente humana, cuya complejidad y capacidad son inmensamente superiores a cualquier reloj o computador, es simplemente el producto de un “accidente” del proceso evolutivo.
Si este es su concepto de la vida, más vale que se detenga aquí en la lectura, mientras Dios no lo despierte, no va a entender nada del supremo destino de su vida ni de ninguna otra verdad espiritual. Como está escrito: “...lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos. 11:3).
La Palabra revelada del Creador nos enseña que el hombre fue creado con un propósito. El Génesis, el primer libro de la Biblia, nos enseña claramente que las criaturas fueron hechas “según su especie” (Génesis 1:21, 24-25). Después dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (versículo 26).
Tenemos aquí dos puntos de vital importancia. Primero, vemos que el verbo aparece en plural: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Lo que aquí se indica es que son dos personajes los que hablan de la creación del hombre a su imagen. Se trata obviamente de Dios el Padre y del
Logos o el “Verbo” (la Palabra), quien más tarde habría de nacer de la virgen María como Jesús de Nazaret (Juan 1:1-2, 14).
El segundo punto lo indica la continuación del versículo 26 de Génesis 1: “...y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Al ser humano le fue dado desde el principio señorío, la facultad de regir el mundo material. Desde el principio se le encomendó un deber y se le dio la oportunidad de valerse de la razón y del poder creador de la imaginación.
Veamos por ejemplo estas palabras inspiradas del Rey David: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles [en hebreo, Elohim], y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies” (Salmos 8:4-6). Vemos aquí que Dios tiene un propósito muy especial para el hombre, a quien hizo un poco menor que “Elohim”, un vocablo hebreo que usualmente significa DIOS. Tal como acabamos de leer, Dios coronó al hombre de honra y gloria y lo hizo señorear sobre las obras de sus manos.
El ser humano recibió desde el principio una mente que constituye la diferencia esencial entre el cerebro humano y el cerebro animal. A diferencia de las demás criaturas que hay en la tierra, el hombre posee imaginación creadora y aun la capacidad de analizarse a sí mismo. Además le fue dada, en cierta medida, la capacidad de juzgar entre el bien y el mal, ¡uno de los atributos de Dios!
Cuando la humanidad se entregó a la tarea de construir la torre de Babel, Dios dijo: “He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y éste es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible” (Génesis 11:6, Biblia de Jerusalén). Lo que hallamos aquí claramente indicado es que, si Dios no lo hubiera impedido, aun en aquel tiempo la humanidad habría “progresado” hasta el punto de poder destruirse a sí misma, como es el caso en la era actual.
Lo que hoy estamos presenciando es una comunidad científica mundial que cuenta con un idioma común para el intercambio de datos y que ha progresado hasta el punto en que tiene la capacidad de destruir el mundo entero. El hombre puede lanzar inmensos y complejos satélites al espacio sideral y ha inventado sistemas de informática que le permiten almacenar y utilizar instantáneamente miles y millones de datos. Cuenta también con los medios técnicos para liberar la energía del átomo y detonar la bomba de hidrógeno en enceguecedora y fulminante EXPLOSIÓN.
Previendo la situación que vivimos en nuestra época, Jesucristo predijo hace casi dos mil años: “Habrá entonces angustia tan grande como no ha habido desde que el mundo es mundo, ni la habrá nunca más. Si no se acortasen aquellos días, nadie escaparía con vida; pero por amor a los elegidos, se acortarán” (Mateo 24:21-22, Nueva Biblia Española).
Si Dios no interviene antes que sus criaturas se destruyan a sí mismas, la humanidad va rumbo a la aniquilación de toda forma de vida en el planeta Tierra. Sin embargo, como veremos más adelante, Dios dotó al ser humano de gran inteligencia con un propósito, y el propósito de Dios se cumplirá.
Como lo indicamos antes, Dios le dio al hombre desde el principio la misión de señorear sobre la creación, y el poder y el deber de ayudar a dirigir y a juzgar a sus congéneres bajo la autoridad de Dios (Éxodo 18:13-26). El ser humano fue dotado desde el principio con facultades semejantes a las de Dios.
Después, cuando Jesucristo vino a predicar el evangelio, anunció continuamente el futuro advenimiento del gobierno de Dios a la tierra: “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:14-15). Ese futuro gobierno mundial fue predicho por la mayoría de los profetas, por Jesucristo mismo y por los apóstoles Pedro, Pablo y Juan.
Después de describir los cuatro grandes imperios que iban a dominar el mundo antes del fin de esta era, el profeta Daniel señaló: “En los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44).
La mayoría de las parábolas de Jesucristo se refieren al reino de Dios. En Marcos 4:30-32 Jesús compara el reino de Dios con un grano de mostaza. Aunque su inicio es muy pequeño, nos muestra que el Reino de Dios alcanzará dimensiones grandiosas. La parábola de las minas (Lucas 19:12-19) nos enseña que los que venzan y aprendan a utilizar sus talentos según el designio de Dios, recibirán autoridad para gobernar a las ciudades del futuro reino mundial de Jesucristo.
A aquel cuya mina produjo diez minas Jesús le dijo: “Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades” (versículo 17). Al siervo cuya mina había producido otras cinco, le dijo: “Tú también sé sobre cinco ciudades” (versículo 19).
En la víspera de su muerte Jesús les dijo a los apóstoles: “Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel” (Lucas 22:29-30).
Si damos crédito a las palabras de Jesucristo, entonces sabremos que el Hijo de Dios prometió específicamente a los cristianos “vencedores” el GOBIERNO sobre las ciudades y naciones de la tierra.
Las siguientes son palabras de Jesucristo, que el apóstol Juan consignó en el libro del Apocalipsis: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre” (Apocalipsis 2:26-27). “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21). Veamos ahora la oración celestial consignada en Apocalipsis 5:9-10: “Con tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinan sobre la tierra” (Biblia de Jerusalén).
Veamos finalmente lo que dice Apocalipsis 20:6: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años”. Es innegable que los verdaderos santos son aquellos que Dios llama y prepara durante esta vida para que sean vencedores y REINEN con Jesucristo sobre las ciudades y naciones de la tierra. Las Escrituras son absolutamente claras sobre este punto.
No obstante, son muchos los teólogos que han perdido de vista el plan y el designio que Dios ha revelado claramente en las Sagradas Escrituras. No entienden que los verdaderos cristianos son llamados para cumplir un PROPÓSITO grandioso y sublime.
Dios dice que únicamente los vencedores estarán en su reino. La instrucción de Jesucristo es la siguiente: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Jesucristo dijo además: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4).
La siguiente es la exhortación que viene por medio del apóstol Pedro: “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:15-16). El apóstol Juan lo confirma con estas palabras: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15). El apóstol Santiago escribió: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7).
La fórmula es clara. Los verdaderos cristianos deben vencer su tendencia a la vanidad y sus pasiones humanas, deben vencer al mundo y sus tentaciones, y finalmente resistir al mismo Satanás.
El apóstol Pedro concluye su última carta con esta exhortación: “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2 Pedro 3:18).
Como seres humanos estamos sujetos a toda clase de debilidades y pecados. Pero mediante el estudio diligente y continuo de la Biblia, mediante la oración ferviente y constante a diario y de rodillas, y la sumisión total de nuestra vida a Dios, tenemos que VENCER nuestra tendencia al pecado y dejar que nuestro Padre celestial, por medio de su Espíritu Santo, estampe en nosotros su carácter santo y justo.
Sabemos que no alcanzaremos la perfección en esta vida; sin embargo, tiene que haber progreso, porque la orden es que seamos perfectos como nuestro Padre celestial; por lo tanto, debemos reflejar su naturaleza y su carácter. Esta es la razón por la cual los verdaderos cristianos tienen que pasar por tantas pruebas y persecuciones.
El apóstol Pablo escribió: “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). Jesús también dijo al respecto: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mateo 10:34-36). El apóstol Pedro nos hace esta advertencia: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese” (1 Pedro 4:12).
Es evidente que el verdadero cristiano tiene que vencerse a sí mismo, vencer al mundo y los ataques de Satanás. El verdadero cristiano va a ser acosado y perseguido quizás hasta el punto de sufrir el martirio a manos de los enemigos de Dios.
El primer nombre que Dios se atribuye en las Escrituras es “Elohim”, que significa fuerte o poderoso. “En el principio creó Dios (en hebreo Elohim) los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). El nombre Elohim aparece 31 veces en el primer capítulo del Génesis y claramente identifica a Dios como el Creador.
Todos los especialistas concuerdan en que el nombre hebreo Elohim, que designa al Dios creador, es un sustantivo plural. Hay quienes piensan que este nombre plural de Dios es prueba de que el Dios del Antiguo Testamento estaba constituido por más de “un ser”. Otros niegan este concepto, pero no hay duda de que la terminación plural hebrea “im” da lugar a la posibilidad de que haya más de un ser en el concepto del Dios hebreo tal como aparece en el Antiguo Testamento.
Gramaticalmente, la forma “Elohim” lleva en sí la terminación plural “im”. En Éxodo 12:12 tenemos un claro ejemplo de la función plural en este sustantivo: “Todos los dioses de Egipto”. La palabra dioses de este versículo es elohim en el texto hebreo. En esta función “elohim” puede ir precedido de un artículo definido (“los dioses”. Ejemplo: Éxodo 18:11: “Ahora conozco que el Eterno es más grande que todos los dioses”. En hebreo “elohim” puede ir acompañado de adjetivos en plural. La expresión “otros dioses” aparece con frecuencia en el libro del Deuteronomio). En Salmos 97:7 la forma plural del verbo concuerda con elohim: “Póstrense a él todos los dioses”. La edición inglesa del Anchor Bible Dictionary, vol. 4, pág. 1006, dice lo siguiente al respecto: “Lo sorprendente del Antiguo Testamento es que utilice esta forma plural de elohim para designar al único Dios de Israel”.
La Biblia contiene pruebas irrefutables de que el sustantivo plural elohim no encaja con el concepto trinitario de Dios, sino con el concepto de una familia divina que se compone de más de un miembro. Si Dios fuera a estar por siempre limitado a ser Padre e Hijo, entonces podríamos suponer que habría utilizado el vocablo hebreo ELOHAIM que indica este tipo de dualidad. Pero Dios (en hebreo Elohim) no empleó la palabra ELOHAIM (que indica dualidad) sino el término ELOHIM, que indica pluralidad.
¿Por qué se valió Dios del término ELOHIM? Simplemente porque Elohim es una familia de seres divinos, una familia a la cual podrán más tarde añadirse muchos hijos e hijas divinos, tal como está revelado en 2 Corintios 6:18.
Una de las mayores pruebas de que Elohim debe entenderse en su sentido plural, es la forma como Dios emplea dicha palabra en la Biblia: “Entonces dijo Dios: HAGAMOS al hombre a NUESTRA imagen, conforme a NUESTRA semejanza” (Génesis 1:26). Es evidente que Dios no dijo: “HARÉ al hombre a MI imagen, conforme a MI semejanza”. La Biblia tampoco dice en ninguna parte que los ángeles sean creadores. El atributo de “creador” le pertenece siempre a Dios.
Por otra parte, muchos pasajes de las Escrituras demuestran de manera irrefutable que la palabra elohim ha de entenderse en sentido plural:
1). Jesucristo dijo: “El Padre mayor es que yo” (Juan 14:28). Si bien es cierto que únicamente hay “un Dios”, no es correcto, según las Escrituras, decir que Dios es “un solo ser”. Si el Padre y el Hijo no fueran dos seres o personas distintas, Jesucristo no hubiera podido decir que el Padre es mayor que Él.
2). En Mateo 22:41-46 Jesús reveló que el Salmo 110:1 se refiere a Él y al Padre: “Dijo el Señor [en hebreo: Yahweh = el Padre] a mi Señor [en hebreo: adonai = el Hijo]: Siéntate a mi derecha [la diestra del Padre], hasta que ponga a tus enemigos [los enemigos del Hijo] por estrado de tus pies.”
Muchas escrituras revelan que actualmente solo dos personas, a saber, el Padre y el Hijo, integran la familia divina. La llamada “trinidad” no se enseña ni se menciona en ninguna parte de la Biblia. Antes bien, el Dios Todopoderoso revela que todos aquellos que se convierten en hijos e hijas de Él (2 Corintios 6:18) mediante el engendramiento espiritual, nacerán en la Familia de Dios como seres glorificados, espirituales e inmortales cuando llegue la resurrección (1 Tesalonicenses 4:13-18; 1 Co. 15:50-57).
En la resurrección los justos dejarán de ser humanos mortales y serán transformados en seres divinos e inmortales. En su condición de hijos e hijas inmortales de Dios, serán superiores a los ángeles (a quienes juzgarán: 1 Corintios 6:3). En aquel entonces serán dignos de que los seres humanos vengan a postrarse delante de ellos (Apocalipsis 3:9).
ELOHIM es un sustantivo plural que indica que Dios es una familia de seres divinos, no una TRINIDAD cerrada de la cual no pueden entrar a formar parte los hijos e hijas de Dios cuando sean transformados en una FAMILIA DE SERES DIVINOS. El concepto bíblico de Elohim da lugar a una pluralidad de seres divinos en la Familia de Dios. Las Escrituras hebreas señalan claramente que esta palabra, elohim, debe tomarse en su sentido literal. ¿Creemos en la Palabra de Dios? Dios mismo dijo: “HAGAMOS al hombre a nuestra imagen”.
¿Cree usted que todas las dificultades y pruebas que un cristiano pasa en la vida tienen como único propósito unas vacaciones eternas en el cielo tañendo el arpa y viendo pasar las nubes? O, ¿será nuestro destino llegar a ser mensajeros de Dios como los ángeles? Después de todas las pruebas, dificultades, lágrimas y agonías que padezcamos tratando de superar sufrimientos, ¿no será nuestro destino ser mayores que los millones de seres creados que componen las huestes angélicas?
La verdad es que el ASOMBROSO propósito de la existencia humana va mucho más allá de lo que los santos ángeles y arcángeles pueden experimentar. Imaginar nuestro destino es verdaderamente inspirador, y aunque asombroso, es sencillo. El objeto de las pruebas y dificultades de esta vida es que aprendamos a someternos totalmente a Dios quien, por medio de su Espíritu, nos transmite su mente, su amor y su carácter. La verdad es que ¡Dios se está reproduciendo a sí mismo!
Sí, usted lo leyó correctamente. Y lo exhorto a que continúe leyendo y le pida a Dios claridad mental y discernimiento. No haga suposiciones. La seguridad espiritual radica en el deseo sincero de “examinarlo todo” (1 Tesalonicenses 5:21) a la luz de la Palabra de Dios. Porque el gran propósito de la vida humana está revelado y claramente consignado en las páginas de la Biblia.
Volvamos al libro del Génesis y examinemos una vez más lo que Dios hizo en el principio. Los animales fueron creados “según su especie” (Génesis 1:24). Todos podemos constatar que del ganado vacuno nace ganado vacuno y que los leones al reproducirse lo hacen según su especie. Este fue el orden que Dios estableció en la creación. Y luego dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). Dios estaba indicando de antemano que la familia Dios, que ahora la constituyen el Padre y su Hijo Jesucristo, se iba a reproducir. ¿Es acaso blasfemia decir que el propósito de Dios es reproducirse “según su especie”?
Así lo pensaron algunos de los dirigentes religiosos en la época de Jesucristo. Tal vez le sorprenda saber que el tema de la Familia de Dios fue objeto de gran polémica entre Jesucristo y los jefes religiosos de su época, porque Jesús les dijo: “Yo y el Padre UNO somos” (Juan 10:30). Esta declaración suscitó la ira de los jefes religiosos hasta el punto de considerar a Jesucristo un hereje digno de muerte.
Cuando Jesús les preguntó por qué lo iban a apedrear, los jefes religiosos replicaron: “Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios” (Juan 10:33).
Examinemos ahora cuidadosamente lo que dijo Jesús para defenderse de la acusación de blasfemia: “¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?” (versículos 34-36).
La escritura a la cual se refirió Jesucristo se encuentra en Salmos 82:6. El vocablo hebreo que aquí aparece traducido como “dioses” es Elohim. Es la misma palabra que en Génesis 1:1 se traduce como “DIOS” y se emplea centenares de veces en todo el Antiguo Testamento para referirse a la Deidad. Hay eruditos modernos que aseguran que la palabra significa simplemente “jueces poderosos”. Sin embargo, esta no es una explicación válida del uso del vocablo hebreo Elohim. Si lo fuera, Jesucristo no hubiera escogido este pasaje de las Escrituras en una situación de vida o muerte. Él se valió de este pasaje de los Salmos para demostrar claramente que el hombre tiene un potencial divino, que la humanidad fue realmente “hecha a imagen” de Dios. Obviamente, los jefes religiosos que estaban allí con Jesucristo sabían que Él era de carne y hueso como ellos. Por otra parte, como Jesús era “el Hijo de Dios”, NO estaba profiriendo una blasfemia a llamar a Dios su Padre.
Esta polémica había surgido antes en el mismo Evangelio de Juan cuando estos jefes religiosos trataron de matar a Jesucristo porque lo acusaban de quebrantar el sábado y porque “también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Juan 5:18). Evidentemente, reconocían que un hijo verdadero es igual a su padre.
En mi caso personal tengo el privilegio de ser padre de cuatro hijos y dos hijas. Tal como Dios lo dispuso, me he reproducido “según mi especie”. Mis hijos y mis hijas son totalmente humanos al igual que yo. Si bien es cierto que yo tengo más experiencia y conocimiento y soy el “patriarca” de mi familia, mis hijos son tan humanos como lo soy yo, y como tales tienen las mismas facultades, dignidad y potencial humanos que tengo yo.
¿Y qué ocurre en el caso de los hijos de Dios? ¿Estamos tan acostumbrados al sonido del lenguaje religioso que ya no entendemos el significado de las palabras que utilizamos? ¿No nos damos cuenta de que un auténtico “hijo” de Dios va a ser como su Padre celestial?
Los que creen en la Palabra de Dios y se arrepienten en esta vida, se convierten en hijos engendrados de Dios mediante el Espíritu Santo. El Espíritu que reciben es un Espíritu “de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). El Espíritu de Dios nos hace partícipes de la naturaleza divina.
Cuando sometemos nuestra voluntad a Dios y a la guía del Espíritu Santo y bebemos continuamente de su Palabra mediante el estudio de la Biblia y la oración, CRECEMOS en madurez espiritual hasta que llegue el tiempo de nacer plenamente de Dios en el momento de la resurrección de los muertos.
Jesucristo, nuestro ejemplo y nuestro precursor, “fue declarado hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la RESURRECCIÓN de entre los muertos” (Romanos 1:4). Más adelante en la misma carta a los Romanos el apóstol Pablo escribió por inspiración divina, que Dios predestinó a los verdaderos cristianos “para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29).
Todos los que verdaderamente se sometan a Dios llegarán a ser como Jesucristo, de tal manera que Él será el PRIMOGÉNITO de entre todos los hijos de Dios, hijos en el sentido literal de la palabra, como Jesucristo, quien es el primogénito y autor de nuestra salvación.
El apóstol Pablo lo confirma con estas palabras: “Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el PRIMOGÉNITO de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia” (Colosenses 1:18).
Por segunda vez Dios nos muestra claramente que para “nacer de nuevo” como Jesucristo, el primogénito de entre los muertos, nosotros también tenemos que “nacer” en la Familia de Dios mediante la RESURRECCIÓN de entre los muertos.
También el apóstol Juan, por inspiración de Dios, nos dice en Apocalipsis 1:5 que Jesucristo es “el primogénito de los muertos”. Si Jesucristo es el “primogénito”, esto significa que hay otros. Si el “primogénito” de Dios es DIOS, entonces los que nacerán más tarde, habiendo sido engendrados por el mismo Padre, también entrarán a formar parte de la Familia de Dios.
A lo largo y ancho de la Biblia, es muy clara la enseñanza de que la única forma de salir del estado de muerte es mediante la RESURRECCIÓN. Acabamos de mencionar tres escrituras que demuestran claramente que los que en verdad “nacen de nuevo” vuelven a nacer mediante la resurrección de entre los muertos y son completamente transformados en miembros de la “Familia de Dios” en el plano de la existencia divina, al igual que Jesucristo.
La Biblia nos enseña que el Padre siempre será mayor en poder y autoridad. Es obvio que Dios el Padre nunca va a envejecer ni se va a jubilar, ni va a morir. Por lo tanto, SIEMPRE será el jefe indiscutible de la Familia de Dios. Jesucristo mismo dijo: “El Padre mayor es que yo” (Juan 14:28).
La Biblia nos enseña además que Jesucristo siempre será mayor que los otros hijos que nacerán en la Familia de Dios. Él es el que se sienta a la diestra del Padre (Hebreos 8:1). Él es el “Rey de reyes” (Apocalipsis 19:16). Él será siempre nuestro Sumo Sacerdote (Hebreos 6:20).
El principal propósito de la vida cristiana es la reconciliación del hombre con Dios. El Espíritu Santo guía a la persona en todo el proceso de sumisión total a Dios y a nuestro Salvador, Jesucristo. Gracias al Espíritu Santo la persona crece en la gracia y el conocimiento, en el carácter mismo de Jesucristo (2 Pedro 3:18). Es un proceso que incluye la superación de las debilidades del carácter personal y el aprender a vivir “de toda palabra de Dios” (Lucas 4:4).
Para estar cerca de Dios es necesario el estudio profundo de la Biblia, lo que equivale a comer y beber de la Palabra de Dios (Juan 6:56-63) para que esta se convierta en nuestra manera de pensar y de actuar. Para vencer y superarse es indispensable la oración ferviente a Dios, no solo una sino varias veces al día, para mantenerse continuamente en espíritu de oración. Es esencial también la meditación constante en la Palabra de Dios y el ayuno frecuente, uno de los medios más eficaces para acercarse a Dios.
Haciendo todo esto y sometiéndose a Dios diariamente para que Jesucristo viva su vida en él mediante el Espíritu Santo (Gálatas 2:20), el verdadero cristiano aprende a “caminar con Dios”. Mes tras mes y año tras año, el cristiano que se somete totalmente se va pareciendo más y más a su Creador. El que tenga fe auténtica debe vivir de esta manera, porque Jesucristo nos dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). También el apóstol Pedro exhorta a los cristianos con estas palabras: “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1:15).
Y en su segunda carta el apóstol Pedro nos explica: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad... por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser PARTICIPANTES DE LA NATURALEZA DIVINA, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:3-4).
¿Significan todas estas escrituras lo que dicen? Si tenemos honradez no podemos hacer caso omiso de tantas escrituras inspiradas que nos instan a ser “santos”, a ser “como Dios” y a someternos a Él para que pueda transmitirnos su naturaleza divina. Es lógico, pues, concluir que el propósito de Dios desde el principio ha sido reproducirse a sí mismo. Esto es lo que la Familia de Dios (Elohim) tenía en mente cuando dijo: “HAGAMOS al hombre a NUESTRA IMAGEN, conforme a NUESTRA SEMEJANZA” (Génesis 1:26).
Ya hemos visto que Jesucristo es el “primogénito entre MUCHOS hermanos” (Romanos 8:29). ¿Tendrán los hermanos menores que aún han de nacer muchísima MENOS gloria que Jesucristo?
Si bien es cierto, como ya lo explicamos, que Jesucristo siempre será mayor en poder y autoridad, la Biblia indica claramente que los hijos de Dios nacidos del Espíritu estarán en la misma categoría de hijos, tal como su hermano mayor Jesucristo, quien NO SE AVERGÜENZA DE LLAMARLOS HERMANOS”.
Por lo tanto tendrán gloria y majestad divinas. Cuando Jesucristo se transfiguró, “resplandeció su rostro como el sol” (Mateo 17:2). El mismo Jesucristo dijo: “Los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos para oír, oiga” (Mateo 13:43).
El apóstol Pablo lo sabía muy bien, pues dice en Romanos 8:18: “Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la GLORIA venidera que en nosotros ha de manifestarse”. Muchos versículos de la Biblia indican que los sufrimientos, pruebas y dificultades que nos hacen vencedores en esta vida, tienen como propósito esculpir en nuestro espíritu el carácter de Dios y prepararnos para NACER en la resurrección de los muertos y ser GLORIFICADOS como lo fue Jesucristo.
Ahora bien, el cristiano verdaderamente convertido es “engendrado” por Dios en esta vida para NACER luego en la Familia de Dios en la resurrección de los muertos.
El apóstol Pablo escribió: “Ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados... Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal (material); luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo... Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial” (1 Corintios 15:20-22, 45-47, 49).
Sí, vamos a ser hijos de la resurrección, “nacidos de nuevo” ante una multitud emocionada. La verdadera experiencia de “nacer de nuevo” será inmensamente superior a la falsa experiencia emotiva que confunde hoy al mundo religioso. Son cosas que ni siquiera pueden compararse. Al sonido de la “última trompeta”, Jesucristo regresará a la tierra como Rey de reyes, y los que sean considerados dignos serán arrebatados hacia las nubes para encontrarse con Él en el aire (1 Tesalonicenses 4:16-17). Entonces tendrán cuerpo espiritual y serán GLORIFICADOS como miembros recién “nacidos” en la familia divina. NO serán considerados como simples hijos “adoptivos” o seres “creados”, sino que serán hijos nacidos de Dios, con su misma NATURALEZA DIVINA, así como al nacer en esta vida tenemos la naturaleza y las características humanas de nuestros progenitores.
Para usar una analogía humana, ahora somos hijos “engendrados” por Dios; aún estamos en el vientre de nuestra madre (la Jerusalén de arriba, Gálatas 4:26) y actualmente estamos CRECIENDO en gracia y conocimiento para poder NACER de Dios en la resurrección (ver Apocalipsis 12:1-2). El apóstol Juan escribió: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).
¿Cómo es Jesucristo actualmente? Apocalipsis 1:14-16 nos da una descripción: “Sus ojos como llama de fuego; su rostro... como el sol cuando resplandece en su fuerza”. Así es el Cristo glorificado, y nosotros también seremos GLORIFICADOS, ¡según el maravilloso propósito del gran Dios que nos hizo a su imagen!
Un argumento falso en contra de la verdad de nuestro grandioso destino, dice lo siguiente: “Nunca podremos ser plenamente como Dios porque Dios ha existido eternamente y es el Creador de todas las cosas, y nosotros no lo somos”.
¿Hay una respuesta? La respuesta a este argumento se encuentra en parte en Romanos 4:17. Aquí el apóstol Pablo nos recuerda que Dios llamó a Abraham padre de muchas naciones. Dios lo declaró como un hecho muchísimo antes de que ocurriera.
Asimismo, el apóstol Pablo escribe bajo inspiración divina: “Dios... el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen”.
La realidad suprema es la VOLUNTAD DE DIOS. Dios ya había dispuesto que Abraham fuera “padre de muchas naciones”. En la mente de Dios esto ya era un HECHO porque era su voluntad.
De igual manera, Dios había proyectado desde el principio reproducirse a sí mismo. “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor…” (Efesios 1:4-5). Leemos también: “A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29).
Así que el propósito de Dios de tener más hijos en su familia para que Jesucristo fuese el “primogénito” entre MUCHOS hermanos, fue planeado por la mente y la VOLUNTAD de Dios “antes de la fundación del mundo” (Efesios 1:4). Si tenemos en cuenta la realidad absoluta que Dios se propuso llevar a cabo, vemos que los vencedores ya han recibido el don de la vida eterna mediante el poder de la voluntad inmutable de Dios.
Tenemos otra clara indicación del proceder de Dios en Hebreos 7:9-10: “Por decirlo así, en Abraham pagó el diezmo también Leví, que recibe los diezmos; porque aún estaba en los lomos de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro”.
Dios nos dice aquí que Leví pagó el diezmo en Abraham antes que existiera, puesto que Leví estaba “en los lomos de su padre”. Abraham era el bisabuelo de Leví. Entonces, por decirlo así, nosotros también hemos estado “en los lomos” espirituales de nuestro Padre celestial, cuya VOLUNTAD desde antes de la fundación del mundo es que nosotros seamos sus hijos. Según la forma como Dios piensa y actúa, los santos verdaderos que permanezcan fieles y venzan, siempre han existido en la mente de Dios.
Estábamos en los “lomos” de Dios cuando creó a los ángeles, cuando creó la tierra y puso en ella el género humano, y cuando envió a su Hijo para hacer posible nuestra entrada en la Familia eterna de Dios.
Jesús dijo: “Dios es espíritu” (Juan 4:24). También dijo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido de Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). Cuando hayamos “nacido de Dios” y seamos “hijos de la resurrección” (Lucas 20:36), tendremos la “naturaleza divina” (2 Pedro 1:4).
Tendremos un cuerpo espiritual (1 Corintios 15:44) así como Jesucristo y Dios tienen cuerpos espirituales. El Espíritu Santo que emana del Padre y de Jesucristo es eterno y siempre ha existido, y siempre existirá.
Aunque seremos nuevas “personalidades” que se suman a la Familia de Dios mediante el “nacimiento” espiritual en la resurrección, en cierto sentido siempre hemos existido en la mente y en la voluntad de Dios. Hemos estado en los “lomos” de nuestro Padre desde la eternidad, y en la resurrección tendremos un cuerpo compuesto de Espíritu, el cual es eterno.
Así, nuestro nacimiento espiritual como auténticos hijos de Dios es parte de la continuidad espiritual de la voluntad de Dios. Y una vez que hayamos sido plenamente integrados en la Familia o Reino de Dios, trabajaremos con nuestro Padre y con nuestro Hermano mayor en la creación, regeneración y mejoramiento del universo. Porque como dice la Palabra de Dios: “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite” (Isaías 9:7).
Los verdaderos cristianos tienen una oportunidad absolutamente ASOMBROSA en el futuro que se avecina. Dentro de mil millones de años, cuando hayamos estado trabajando y creando por una “eternidad” bajo la dirección de nuestro Padre, los argumentos capciosos y los “juegos de palabras” de los teólogos ciegos de este mundo, que se empeñan en negar el claro propósito de Dios de hacernos sus auténticos hijos, serán trivialidades olvidadas en la noche de los tiempos.
Jesús dijo: “Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mateo 15:14).
Veamos ahora la primera carta del apóstol Juan. En el capítulo 3, después de explicar que seremos como el Cristo glorificado y que podremos mirar la plenitud del resplandor de su gloria cara a cara, el apóstol Juan escribe: “Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (versículo 3). Una vez que entendemos el supremo propósito de Dios, a saber, el increíble potencial que nuestro Creador ha puesto en nosotros, tenemos MUCHAS RAZONES para querer ser “puros” y llevar una vida justa y santa.
Nuestra verdadera recompensa no es el “ocio eterno” ni “tocar arpa en las nubes”, sino convertirnos en “hijos de la resurrección” para REINAR con Jesucristo sobre el planeta Tierra durante mil años a fin de limpiar la contaminación, eliminar la pornografía y la guerra, ayudar a alimentar y a sanar a las masas hambrientas y enfermas, brindar ALEGRÍA indescriptible a un mundo atribulado por la guerra y la violencia, a sentir la satisfacción y el gozo profundo que produce una labor cumplida con gran éxito.
No gobernaremos únicamente sobre seres humanos sino sobre los poderosos ÁNGELES de Dios. En 1 Corintios 6:2-3 leemos lo siguiente: “¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas pequeñas? ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida?” Toda la experiencia cristiana mediante la cual se cultiva en nosotros el mismo sentir y el carácter de Cristo (Filipenses 2:5) tiene este supremo OBJETIVO.
El destino para el cual Dios creó al ser humano será una experiencia EMOCIONANTE, estimulante, productiva e increíblemente satisfactoria.
¿Qué ocurrirá después de esto? Leamos las palabras inspiradas del apóstol Pablo en Hebreos 2:5-7: “Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando; pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que le visites? Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos”.
Aquí se nos enseña que el destino del hombre es ser superior a los ángeles. Porque el hombre fue hecho “menor” o, como lo traducen muchos eruditos, “por un poco de tiempo” menor que los ángeles. Sin embargo, el proyecto de Dios es SUJETARLO TODO al hombre.
El hombre ha inventado computadores potentísimos, y es también capaz de aniquilar la vida en el planeta Tierra con bombas de hidrógeno y otras armas de destrucción masiva. No obstante, el hombre no podría explorar el universo aunque viajara a la velocidad de la luz, ya que está limitado por necesidades de alimento, agua, oxígeno y por las enormes distancias que separan a los planetas.
Hablando del mundo venidero, Dios dice que todo lo pondrá bajo los pies del hombre. El vocablo hebreo que aquí se traduce como “todo” puede entenderse correctamente como “todo el universo”. Una versión de la Biblia dice que Dios está “sujetando el UNIVERSO al hombre”.
Inmediatamente después de esto, el apóstol Pablo escribe: “En cuanto le sujetó todas las cosas, NADA dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas” (Hebreos 2:8). Tengamos en cuenta que “nada” queda excluido de estar bajo el dominio del hombre. Sin embargo, “todavía” no se ha cumplido. El Comentario crítico y experimental de la Biblia dice lo siguiente al respecto: “Puesto que las Escrituras no señalan ninguna limitación, el término todo incluye no solo lo terrenal sino lo celestial”.
The New Bible Commentary Revised (El nuevo comentario bíblico revisado) dice también en referencia a este pasaje de las Escrituras: “Estos versículos indican que no solo Jesucristo, sino los hombres mediante Jesucristo como Sumo Sacerdote y Autor de la salvación, son llamados a heredar un destino de GLORIA y dominio”.
Esto significa en forma clara y sencilla que Dios creó al hombre para que fuera como él. Los que sean vencedores están destinados a ser hijos REALES de Dios, no “seudohijos” en un plano de existencia inferior.
Refiriéndose a los “hijos de la resurrección”, la Epístola a los Hebreos dice: “[Dios] nada dejó que no sea sujeto a él [al hombre]” (2:8). Nuestro destino consiste, pues, en llegar a ser hijos de Dios en el sentido estricto de la palabra para tomar parte en el gobierno de todo el UNIVERSO bajo la dirección de nuestro hermano mayor y Sumo Sacerdote, Jesucristo.
En aquel entonces tendremos cuerpos espirituales glorificados que no estarán sujetos a las leyes físicas tal como las conocemos ahora. Tendremos poder para viajar por el universo a una velocidad muy superior a la de la luz, porque seremos miembros de la Familia del Creador; entonces podremos desplazarnos a la velocidad del pensamiento.
Cuando estemos al servicio de nuestro Padre y de Jesucristo, en el gobierno perfecto de Dios, tendremos sin duda la oportunidad en los siglos venideros de rejuvenecer e embellecer vastas regiones del universo que ahora están en tinieblas, sin vida y desoladas. No hay duda de que habrá una nueva actividad creadora para llevar a cabo proyectos de toda índole. Como dice la Escritura: “Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. LO DILATADO DE SU IMPERIO Y LA PAZ NO TENDRÁN LÍMITE” (Isaías 9:6-7).
Veamos por ejemplo Romanos 8:17: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él SEAMOS GLORIFICADOS”. Cuando logramos entender la gloria suprema que nos espera, la GLORIA DE DIOS, entonces nuestras pruebas humanas parecen menos abrumadoras. Filipenses 3:21 dice que a su regreso Jesucristo “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”.
En el diálogo con Nicodemo sobre el concepto de “nacer de nuevo” Jesús señaló: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:6-8),
En la resurrección, los santos nacidos del Espíritu serán como el Cristo resucitado. Podremos atravesar paredes (Juan 20:19) y “desaparecer” a voluntad (Lucas 24:31).
Al igual que Jesucristo, los santos resucitados podrán aparecer en forma humana para conversar y comer con los seres humanos y enseñarles el camino de Dios durante el reino milenario de Jesucristo en la tierra. En el capítulo 21 de su Evangelio, el apóstol Juan nos presenta al Cristo resucitado preparando un desayuno de pescado asado para sus discípulos (versículo 9). Jesús estuvo allí conversando con sus discípulos y enseñándoles.
Es fascinante pensar en las situaciones interesantes, emocionantes y aun divertidas que surgirán en el mundo venidero cuando los hijos resucitados de Dios sorprendan y tal vez asusten por un momento a seres humanos desprevenidos.
En el capítulo 30 de Isaías se describe el tiempo en que toda la nación de Israel (no solo los descendientes de Judá sino las 12 tribus de los descendientes de Jacob) regresarán del cautiverio que les espera para estar bajo el gobierno y la dirección de seres divinos: “Bien que os dará el Señor pan de congoja y agua de angustia, con todo, tus maestros nunca más te serán quitados, sino que tus ojos verán a tus maestros. Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda” (versículos 20-21).
En el ya próximo reino milenario de Jesucristo y de los santos resucitados, los millones de seres humanos que vivan en la tierra aprenderán finalmente cuál es el camino que conduce a la paz, a la prosperidad y a la verdadera felicidad. “Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno. Y él juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra” (Miqueas 4:2-3).
El gran DESIGNIO de Dios es que nos unamos a él y a Jesucristo, su Hijo “primogénito”, en una auténtica relación de familia. Así, basados en el amor, el servicio mutuo, la obediencia a los diez mandamientos (la ley espiritual de Dios) y las enseñanzas de Jesucristo, el resultado será paz y felicidad eternas.
Para ser una persona convertida en esta vida, primero es necesario ARREPENTIRSE profundamente del pecado, el cual es la “infracción de la ley” (1 Juan 3:4). Una vez cumplido este requisito, Dios promete el don del Espíritu Santo (Hechos 2:38), el cual da a los que le OBEDECEN (Hechos 5:32).
Después es necesario vencer con la fortaleza y la ayuda que nos viene por medio del Espíritu Santo y CRECER en la gracia y conocimiento de Jesucristo, es decir, en el desarrollo del CARÁCTER de Dios. Mediante este proceso nuestro Padre celestial nos transmite su naturaleza. Esto quiere decir que no somos simplemente hijos “adoptivos” sino literalmente engendrados y finalmente NACIDOS de Dios. Una vez fecundados con la naturaleza divina, debemos continuar CRECIENDO espiritualmente hasta que estemos listos para “nacer de Dios” en la resurrección.
Como soberano absoluto de todo lo que existe, Dios no quiere correr el riesgo de que sus hijos se rebelen contra Él. Únicamente aquellos que hayan SOMETIDO totalmente su vida y voluntad a Dios y a su Salvador y Rey venidero, Jesucristo, serán tenidos por dignos de convertirse en miembros de la Familia divina, a saber, el Reino de Dios.
Este análisis debe servir como prueba suficiente para refutar la objeción que algunos han presentado en contra de esta maravillosa verdad. Hay quienes creen que si los santos resucitados llegan a ser verdaderamente DIOS por haber sido plenamente asimilados a su Familia, con el PODER de Dios, entonces existiría el grave peligro de que se rebelaran contra Dios el Padre y tal vez empezaran una guerra espiritual como lo hizo Lucero (Isaías 14:12-15). Esta objeción revela una falta de entendimiento de lo que es la VERDADERA conversión. Porque el que se ha sometido a su Creador y ha aprendido a caminar con Dios en la vida cristiana, durante años de sufrimientos, pruebas y persecuciones (la suerte que corre todo verdadero cristiano), y si a pesar de todas las pruebas no se da por vencido sino que persevera fielmente hasta el fin (Mateo 24:13), NO HAY POSIBILIDAD de que una persona así se aparte y se rebele contra su Padre celestial.
Los “hijos de la resurrección” (Lucas 20:36) serán semejantes a Dios. Recordemos que Dios no peca porque en su divino carácter que es eterno e intrínsecamente fiel y justo no hay lugar para el pecado. Por esta razón, la idea de que alguien que ya haya nacido dentro de la Familia de Dios se rebele y peque es un contrasentido.
Otra objeción es que es imposible llegar a ser como Dios el Padre quien jamás fue creado y siempre ha existido. Esta objeción pasa por alto la maravillosa verdad de que en la resurrección vamos a nacer literalmente de Dios. En aquel entonces no seremos simples “seres creados” sino frutos de las entrañas mismas de Dios, llenos del Espíritu Santo y compuestos de Espíritu Santo como Dios mismo.
Porque Dios se está reproduciendo según su género así como los seres humanos se reproducen según su género. Los hijos de Dios nacidos en la resurrección no serán una especie inferior de seres espirituales, así como los hijos de los seres humanos no son de una especie inferior a la de sus progenitores.
Otro punto esencial que es necesario recordar en relación con esto es que Jesucristo se va a “casar” con la Iglesia en su segunda venida (Efesios 5:22-23; 2 Corintios 11:2). Dios creó a la mujer para que fuera una compañera de igual dignidad en todos los aspectos de la vida del hombre. ¿Cree usted que la esposa de Jesucristo será de una especie INFERIOR a Él? ¿Existirán los santos glorificados en un plano inferior al plano de la existencia de Dios como un perro doméstico en comparación con el ser humano?
Muchas personas sinceras se escandalizan al principio cuando oyen la asombrosa verdad del destino humano. Otras se dedican a hacer “juegos de palabras” para tratar de confundir y oscurecer una de las verdades más GRANDIOSAS y esenciales que revela la Biblia, a saber, el asombroso, inspirador y portentoso DESIGNIO que nuestro Creador tuvo en mente cuando hizo al ser humano “a su imagen”.
Aunque ya lo he dicho, quiero repetirlo una vez más para que nadie trate de tergiversar estas palabras: Dios el Padre y Jesucristo nuestro Rey y Salvador SIEMPRE serán mayores que nosotros en poder y autoridad. No obstante, como “hijos de la resurrección”, los santos estarán en el mismo plano de existencia de Dios así como los hijos e hijas de los seres humanos pertenecen al mismo plano de existencia de sus progenitores. Obviamente, Dios el Padre y Jesucristo, habiendo existido desde siempre, han hecho y harán mucho más que todos los santos resucitados. Pero podemos decir también que nosotros hemos vivido más en el pasado que nuestros hijos humanos; sin embargo, son tan humanos como nosotros.
Debemos entender que la continuidad de la “eternidad” prosigue perpetuamente y que, como miembros de la Familia del Creador, los santos se unirán a Dios en la actividad de gobernar, crear y realizar asombrosos proyectos en todo el universo en los siglos venideros (Isaías 9:7).
Dios puso en los seres humanos un sincero deseo de tener hijos. En una joven pareja vemos normalmente ese anhelo de compartir su hogar, su vida y su AMOR con un pequeño ser humano hecho a su imagen. Ansían tener un bebé, un niño que, como ser humano idéntico a ellos, se desarrolle, crezca y aprenda hasta llegar a participar plenamente en los planes, las esperanzas y los sueños de sus padres en unión con sus hermanos y hermanas en una relación familiar en la que reina el amor.
Este anhelo de familia en el hombre proviene de Dios porque Dios es así. “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:8). Y como Dios es amor, Él quiere COMPARTIR su amor, su gloria, su eternidad con miles de millones de seres que se convertirán en sus hijos auténticos en la resurrección. Si Dios el Padre y Jesucristo fueran egoístas, solitarios o carentes de amor y de sincero interés por los demás, tal vez quisieran reservarse para sí mismos esa relación sublime de amor, sin permitir que otros pudieran unirse a su Familia y ser plenamente integrados al plano divino mediante la reproducción de su propio género.
Gracias al amor espiritual trascendente que motiva a nuestro Padre y a nuestro Señor (a Elohim, la Familia divina), ellos han decidido reproducirse a sí mismos poniendo en los seres humanos que se sometan a su voluntad la semilla de su “naturaleza divina”. Dios cuida luego de esos hijos “engendrados” a lo largo de la vida física en la cual aprenden a vencer hasta que, al igual que Jesucristo, el primogénito de entre los muertos, ellos también “nacen” de Dios como “hijos de la resurrección” (Lucas 20:36).
¿Cuán grande es el amor de Cristo? El apóstol Pablo oró porque los cristianos fuesen “plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el AMOR de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis LLENOS DE TODA LA PLENITUD DE DIOS” (Efesios 3:18-19).
¿Cómo puede uno ser lleno de TODA la “plenitud de Dios” y no ser Dios?
El AMOR de Jesucristo y de nuestro Padre celestial los mueve a compartir con nosotros su GLORIA eterna, convirtiéndonos en hijos, en el pleno sentido de la palabra, de su reino, es decir, de la Familia de Dios. En el futuro, cuando el lector estudie pasajes del Nuevo Testamento relacionados con los santos resucitados que han de heredar la gloria de Dios, tal vez verá en esas escrituras un significado más profundo. Porque este es “el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de GLORIA” (Colosenses 1:26-27).
Los seres humanos siempre se han preguntado: “¿Por qué nací? ¿Cuál es el propósito de esta vida? Si existe Dios, ¿por qué permite que los seres humanos pasen por tantas pruebas y sufrimientos?”
¡El misterio ha sido RESUELTO! Si su mente y su corazón están dispuestos, usted puede saber la respuesta a estos profundos interrogantes que a lo largo de los siglos han intrigado a filósofos y eruditos. Debemos estar eternamente agradecidos con nuestro Dios y nuestro Salvador, Jesucristo, por habernos hecho “según su especie”.
En las últimas horas de su vida, en la víspera de su crucifixión, Jesucristo elevó a Dios la oración más completa que de Él se haya consignado en la Biblia. Revisemos algunos puntos de aquella inspirada plegaria: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella GLORIA que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Jesucristo implora específicamente que aquella magnífica gloria que tenía con el Padre desde la eternidad le sea restituida al que habría de convertirse en el “primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29).
En Juan 17:11 Jesús dijo: “Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros”. Jesucristo y el Padre son un Dios, una familia; están en un nivel de existencia superior al de todas las criaturas. Jesucristo oró por que los santos llegaran a ser UNO en el mismo sentido.
Veamos ahora Juan 17:20-23: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean UNO; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean UNO en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La GLORIA que me diste, yo les he dado, para que sean UNO, así como nosotros somos UNO. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean PERFECTOS en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado”.
Estas palabras, inspiradas por un amor desbordante, son grandiosas y sublimes. Nos muestran de manera clara que los que estén dispuestos a someterse totalmente a Dios y a dejar que Jesucristo viva su vida en ellos por medio del Espíritu Santo, alcanzarán la misma clase de gloria que Él alcanzó y llegarán a ser totalmente uno con Dios (así como Jesucristo es uno con el Padre) y, por ende, serán Dios. Este será el cumplimiento supremo del designio de Dios al darnos vida y comprensión espiritual. “Para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (versículo 23).
El amor indescriptible de nuestro Padre es algo que supera la capacidad de comprensión del ser humano. Sin embargo, nosotros los que entendemos debemos corresponder a ese amor con profunda reverencia, con gratitud y obediencia a nuestro gran Dios. Debemos esforzarnos por vivir “de toda palabra de Dios” (Lucas 4:4). Tenemos que aprender a caminar por fe (2 Corintios 5:7), manteniendo siempre los ojos en la grandiosa meta que Dios nos ha puesto por delante.
“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). ¡Y cuán grande es ese galardón!
Con todo mi corazón y con todo mi ser los animo a todos los que lean este mensaje a que “busquen” DILIGENTEMENTE a Dios. No permitan que nada se interponga ni estorbe el maravilloso designio de Dios para su vida. Aprendan a estudiar la Biblia como nunca antes. Aprendan a orar de rodillas ante el Supremo Gobernante del universo y a derramar el corazón ante Él implorándole el amor, la sabiduría y la fortaleza necesarios para vencer y llegar a ser su auténtico hijo en el reino que pronto va a ser establecido en esta tierra.
No hay NADA más emocionante. Y cuando lo entendamos de verdad, no hay NADA más “real” que lo que el gran Dios ha dicho que habrá de SUCEDER. Este será el cumplimiento final del evangelio de Jesucristo, la mejor noticia jamás proclamada en el universo, a saber, que el hombre puede nacer en el Reino de Dios en el plano de la existencia divina.
Jacob, el patriarca, tuvo doce hijos, y ellos a su vez tuvieron hijos, hijas, nietos y bisnietos (millones y millones de descendientes). Fue así como se convirtieron en una nación: el “Reino de Israel”. De la misma forma, Jesucristo le ayuda al Padre a “llevar muchos hijos a la gloria” (Hebreos 2:10). Ellos están generando toda una nación de seres espirituales, el “Reino” espiritual de Dios, formada por hijos auténticos de Dios, nacidos de Dios mediante la resurrección y que tienen la naturaleza y el carácter de Dios. Quiero repetir aquí que este es el significado supremo del “evangelio”, la BUENA NOTICIA del trascendental PROPÓSITO de nuestra vida.
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 J 3:2-3). Ahora que usted entiende el misterio del destino humano, sabe por qué Dios quiere que usted permita que Él y su Hijo cultiven en usted el carácter justo y recto de Dios.
Dios el Padre y su Hijo primogénito están preparando a otros hijos de Dios para que se unan con ellos en la obra de gobernar el mundo y más tarde el universo. Cuando usted salga una noche en que el cielo esté claro y brillen las estrellas, trate de contar todas las que pueda y piense en los miles de millones de estrellas que pueblan la inmensidad del universo y que usted no puede ver, y entonces medite en el asombroso propósito de su vida y dele gracias a Dios por ello. Después, póngase de rodillas y empiece a cumplir celosamente la parte que le corresponde para que su destino se haga realidad.