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¿Qué viene a su mente cuando se observa a usted mismo? ¿Qué importancia le merece el perdón de Dios? ¿Siente realmente la necesidad de un Salvador?
Usted posiblemente fue bautizado cuando era niño o recién nacido. Tal vez ni lo recuerde. Cree que ese bautismo sea válido y aceptable a los ojos de Dios? ¡Esta es una pregunta de vida o muerte, porque su propia salvación depende de la respuesta!
Me dijo un veterano de la segunda guerra mundial: "He transgredido todos los mandamientos de Dios". Y alzando la voz exclamó: "Necesito bautizarme". Estaba muy consciente de que era pecador y que necesitaba la salvación. Para entonces, yo era un estudiante de 22 años de edad y estaba participando en una gira de bautismos. La sinceridad de este hombre y su actitud de genuino arrepentimiento me impresionaron en gran manera. Se vio tal cual era ¡y reconoció su urgente necesidad de un Salvador!
Siguiendo este ejemplo, mírese usted mismo. ¿Qué opina de lo que ve? ¿Cuán importante es para usted el perdón de Dios? Si usted se ha dado buena vida, ¿considera que el bautismo sea algo necesario? ¿Se ha detenido a pensar en la necesidad de un Salvador?
Usted posiblemente fue bautizado cuando era niño o recién nacido. Tal vez ni lo recuerde. o quizá de adolescente o adulto decidió "entregar su corazón a Cristo". ¿Cree que ese bautismo sea válido y aceptable a los ojos de Dios? ¡Esta es una pregunta de vida o muerte; ¡su propia salvación depende de la respuesta!
Es fundamental reconocer que la gran mayoría de los habitantes del mundo, incluso los muy religiosos, han sido ENGAÑADOS. El apóstol Juan habla de "la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual ENGAÑA al mundo entero" (Ap. 12:9). Pero es muy difícil para la gente reconocer que ha sido engañada, que ha estado siguiendo doctrinas y prácticas equivocadas.
Si comparamos los ejemplos y claras enseñanzas de Jesucristo con lo que se entiende en la actualidad como "cristianismo", encontraremos una gran diferencia. Como afirma con franqueza el doctor Rufus Jones: "Si los seguidores de Jesucristo lo hubieran puesto como modelo o ejemplo de un nuevo camino, y si realmente hubieran intentado poner su vida y enseñanzas como normas de la Iglesia, el cristianismo habría sido algo TOTALMENTE DIFERENTE de lo que vino a ser. No habría existido la gran herejía actual, una desviación de sus caminos, de sus enseñanzas, de su mística, de su Reino" (The Church’s Debt to Heretics, pág. 15).
Por no seguir precisamente las normas de Jesús y de los primeros apóstoles, la cristiandad se encuentra en un mar de confusiones y divagaciones. Recordemos que el mismo Jesucristo nos advirtió sobre los falsos líderes religiosos cuando dijo: "Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo" (Mt. 15:14).
Con franqueza debo reconocer que yo también era CIEGO ante las verdades básicas de la Biblia. Pertenecí a una iglesia protestante y fui presidente de mi escuela dominical. Mis padres eran graduados de un colegio patrocinado por esa misma iglesia a la que toda la familia asistía con regularidad. Aun así, yo no tenía NI IDEA del propósito final de la existencia humana, ignoraba por completo las grandes profecías bíblicas para el tiempo del fin y jamás se me enseñó acerca del PODER del Espíritu Santo para cambiar mi vida y hacer posible que Jesucristo viviera su vida en mí (Gá. 2:20). Increíblemente tenía fama entre mis amigos como el más versado en la Biblia y en asuntos religiosos.
A menudo me preguntaban sobre el propósito de la existencia humana y por supuesto que recibían una respuesta confusa.
Fui bautizado siendo niño, incapaz de discernir entre mi mano izquierda y la derecha. Aun menos capaz de comprender la gravedad del pecado y la necesidad de un profundo ARREPENTIMIENTO para aceptar a Jesucristo como mi Salvador. ¿Era yo un verdadero Cristiano? ¡Definitivamente NO!
En aquella iglesia protestante yo era uno más entre los MILLONES de seres engañados que JAMÁS se preguntan si están en la verdadera Iglesia de Dios y si reciben las auténticas enseñanzas de Dios o, por el contrario ideas o invenciones de hombres engañados. Por fin, en los últimos años de mi adolescencia, Dios comenzó a abrir mi mente para comprender lo que significaba la verdadera religión. En lugar de limitarme a leer los Evangelios o los Salmos para recibir "inspiración", empecé un ESTUDIO formal de la Biblia, como quien estudia un libro de historia o de ciencias. Pedí a Dios entendimiento, y proseguí durante meses leyendo y tomando apuntes, releyendo y meditando sobre el Nuevo Testamento; hice luego lo mismo con el Antiguo Testamento, procurando entender lo que Jesucristo realmente enseñó.
Durante mi estudio personal comencé a darme cuenta de queel verdadero cristianismo no es solo creer en la persona de Cristo, sino creer en su MENSAJE y actuar conforme a éste. Entendí que un verdadero cristiano debe entregarse por completo a Cristo para que Cristo viva dentro de él por medio del Espíritu Santo. Como escribió el apóstol Pablo: "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Ro. 8:14). Más adelante afirmó: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gá. 2:20).
Empecé a entender las advertencias de Jesús de no aceptar ni utilizar su nombre en vano: "¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?" (Lc. 6:46). Y: "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt. 7:21).
Ahora, amigo lector, ¿en qué estado se considera usted? ¿Habrá abierto Dios su mente hasta el punto de comprender que Él es el Gobernante del universo? ¿Que es un verdadero Creador y Gobernante de todas las cosas? ¿Se da usted cuenta de que Jesucristo no solo vino al mundo para morir por nuestros pecados sino que ahora está VIVO a la diestra del Padre en los cielos y que es nuestro Sumo Sacerdote? ¿Comprende usted que Cristo VIVIRÁ SU VIDA en nosotros mediante el Espíritu Santo que nos fue prometido siempre y cuando nos arrepintamos y nos bauticemos? ¿Y que su vida en nosotros será la MISMA vida obediente que manifestó durante su existencia en la carne? Porque "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos" (Heb. 13:8).
Todos necesitamos ayuda – mucha ayuda. Nuestra fuerza propia no basta para vencer debilidades y pasiones, vencer al mundo y al mismo Satanás. El Dios que nos formó prometió darnos la ayuda y fuerza espiritual que necesitamos. Jesús dijo: "El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn. 14:26). Luego afirmó: "Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir" (Jn. 16:13).
El principal MENSAJE que Jesucristo vino a predicar fue el venidero Reino de Dios. Leámoslo en el Evangelio según Marcos: "Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio" (Mr. 1:14-15).
Para recibir el Espíritu Santo y ser verdadero discípulo de Jesucristo, es necesario ARREPENTIRSE de los pecados y CREER en su evangelio. Si aceptamos el mensaje evangélico sobre el Reino de Dios, debemos poner nuestra buena voluntad para obedecer las LEYES de ese reino: Los diez mandamientos. Cuando un joven le preguntó a Jesús: "¿Qué bien haré para tener la vida eterna?" (Mt. 19:16), Jesús le respondió: "Si quieres entrar en la vida, GUARDA LOS MANDAMIENTOS. Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, amarás a tu prójimo como a ti mismo" (vs. 17-19). En su respuesta Jesús hizo una clarísima referencia a los diez mandamientos como CAMINO de vida para quienes deseen alcanzar el Reino de Dios.
Posteriormente, ya como nuestro Sumo Sacerdote y Cabeza viviente de la Iglesia, Jesús inspiró al apóstol Santiago para que explicara que el cristiano debe guardar TODOS los puntos de la ley de Dios. En realidad, debemos vivir como quienes serán juzgados por los diez mandamientos, ya que esta es la ley que establece las normas de conducta de un verdadero cristiano.
Juan, "el discípulo a quien amaba Jesús", hizo una severa advertencia a quien menospreciara las claras enseñanzas bíblicas de obedecer los diez mandamientos: "El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él" (1 Jn. 2:4). Muchos llamados cristianos y aun famosos predicadores podrán saber mucho acerca de Dios, pero no conocen realmente a Dios, y no lo conocerán si no se entregan por completo y dejan que Jesucristo VIVA SU VIDA OBEDIENTE en ellos mediante el Espíritu Santo. Así podrían sentir cómo se vive con el carácter de Dios y verdaderamente llegarían a conocerle.
Pero, ¿acaso los verdaderos cristianos guardan perfectamente los diez mandamientos todo el tiempo? ¡Por supuesto que no! El apóstol Juan, refiriéndose a los cristianos, dijo: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a NOSOTROS mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Jn. 1:8-9).
Este limpiarse del pecado es una acción continua, ya que el cristiano es llamado a CRECER "en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 P. 3:18).
Todo nuevo converso cometerá errores; de hecho todos los cristianos cometemos errores, pero nos corregimos y lo intentamos de nuevo. Ocasionalmente nos saldremos del camino, pero nos ARREPENTIMOS con la ayuda del Espíritu Santo y volvemos al sendero de la obediencia a los mandamientos. Porque la ley espiritual de Dios, representada por los diez mandamientos, es el verdadero camino de vida. El rey David, varón conforme al corazón de Dios, exclamó: "¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación. Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos" (Salmos 119:97-98).
Si Dios lo está llamando y usted desea llegar a ser un verdadero cristiano, ¿qué hará? La respuesta la dio el apóstol Pedro en el primer día de Pentecostés del Nuevo Testamento, cuando muchos judíos, conscientes de sus pecados, preguntaron: "Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentios, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare" (Hch. 2:37-39).
Piense detenidamente en esta instrucción básica de la Palabra de Dios: Debemos ser bautizados "para perdón de los pecados". Evidentemente es fundamental ARREPENTIRNOS del pecado.
La definición más clara y directa que nos da la Biblia se encuentra en 1 Juan 3:4: "pecado es infracción de la ley"; "quebrantamiento de la ley", dice la Biblia de Jerusalén. De manera que debemos ¡arrepentirnos de quebrantar la ley espiritual de Dios, los diez mandamientos! También debemos estar plenamente conscientes de que Jesucristo vino a "magnificar la ley y engrandecerla" (Is. 42:21). Recordemos que en el sermón del monte, Jesucristo fue muy claro al decir que el sexto mandamiento no solo prohíbe matar, sino abrigar en el corazón odio o amargura, porque son actitudes equivalentes al HOMICIDIO (MT. 5:21-22).
El cristiano no solo NO comete adulterio sino que ni siquiera permite que tenga lugar en su mente (vs. 27-28).
Jesucristo, lejos de menospreciar o abolir la ley de Dios, hizo que los diez mandamientos fueran aún más estrictos. De manera que la ÚNICA forma en que lograremos vivir cada día con más apego a la ley de Dios es permitiendo que Jesucristo viva su vida en nosotros. Como ya dijimos, es realmente necesario que vivamos siempre CRECIENDO en gracia y conocimiento.
Mediante el Espíritu Santo recibimos el AMOR de Dios que nos capacita para guardar su ley espiritual. "La esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado" (Ro. 5:5). Ahora bien, ¿cuál es ese amor de Dios que recibimos los verdaderos cristianos y cómo nos capacita? Veamos la explicación del apóstol Juan: "Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos" (1 Jn. 5:3).
Podríamos decir que el amor de Dios fluye como un río por el cauce de los diez mandamientos. Los mandamientos nos enseñan la forma de amar a Dios y a nuestro prójimo. Si obedecemos los diez mandamientos, estos se convierten en la "ley de la libertad", como la llama el apóstol Santiago en su Epístola (Stg. 1:25; 2:12). Si la humanidad obedeciera los mandamientos, se LIBERARÍA de tanto sufrimiento causado por el crimen, las guerras y el adulterio; no habría hogares destrozados ni un sinnúmero de problemas.
En el venidero Reino de Dios la humanidad entera obedecerá los diez mandamientos. Estos serán el sistema de vida que traerá PAZ, PROSPERIDAD y FELICIDAD en el reinado milenario de Jesucristo. "Acontecerá en los postreros tiempos que el monte de la casa del Eterno será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos. Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno. Y él juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra" (Mi. 4:1-3).
Volviendo al discurso de Pedro en el primer día de Pentecostés del Nuevo Testamento, recordemos que en él exhortó a aquellos judíos a ARREPENTIRSE. Arrepentirse del pecado no es simplemente sentir remordimiento. El verdadero arrepentimiento incluye la convicción de que hemos sido PECADORES y que sistemáticamente hemos transgredido y pisoteado la ley de Dios tanto en el espíritu como en la letra. Significa también reconocer que no solamente hemos hecho el mal, sino que somos malos. El apóstol Pablo lo explica así: "Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo" (Ro. 7:18). Luego agrega: "¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado" (vs. 24-25).
Si Dios lo ha guiado a usted a un arrepentimiento genuino; ¡ha llegado el momento de su bautismo! Pero antes necesita calcular "los gastos", como dijo Jesús: "Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?" (Lc. 14:26-28).
Pregúntese, con la ayuda de Dios, si usted realmente está dispuesto a poner a Dios antes que a su familia, amigos, trabajo, dinero o posición social; o si su corazón será como el de aquellos fariseos en tiempos de Jesús que "amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn. 12:43).
¿Se ha hecho Dios REAL para usted?¿Será Él lo primero en su vida?O quizá, ¿tiene usted todavía algún "ídolo" secreto más importante que Dios entre sus actitudes, hábitos o preferencias? Un ídolo así impide tener una buena relación con Jesucristo.
Recordemos que arrepentimiento significa CAMBIO. ¿Está usted dispuesto a aceptar con fe el sacrificio de Jesucristo por sus pecados? ¿Está dispuesto a someterse totalmente a Él y dejar que se haga cargo de CAMBIAR por completo su vida? ¿Ha alcanzado usted a comprender plenamente que Jesucristo, el Hijo de Dios, se despojó de su gloria y poder y vino en carne para MORIR por nuestros pecados (ver Filipenses 2:5-8)?
¿Se da cuenta de que Jesús, habiendo estado con el Padre por toda una eternidad, estuvo dispuesto a renunciar a toda su grandeza para SERVIRNOS a usted y a mí, dándonos así la oportunidad de recibir la vida eterna y de estar con Él y con el Padre en su Reino como verdaderos hijos de Dios? (ver Juan 1:1-12).
Ahora que se prepara para el bautismo, ¿está decidido, con la ayuda de Dios, a demostrar absoluta LEALTAD y amor a Jesucristo su Salvador, su Señor y Maestro, su Sumo Sacerdote y Rey venidero?
Estas son preguntas de fundamental importancia; y es necesario responderlas con sinceridad. Porque cuando usted sea bautizado, estará haciendo un PACTO sagrado con su Creador para amarle, obedecerle y servirle desde ese momento y para siempre.
Dios hizo todas las cosas por medio de Jesucristo (Jn. 1:1-3;Ef. 3:9). Por tanto, estamos en deuda con el Padre y su Hijo por habernos creado y por mantener la tierra en que vivimos, el aire que respiramos, el agua que bebemos, el alimento que comemos y TODO lo que existe. Dios el Padre, mediante Jesucristo, creó nuestra MENTE; ¡y esa misma mente la usa el hombre para razonar acerca de un ser superior conforme a su propia imaginación; y para justificar sus robos, mentiras y demás desafueros! Como lo explicó el apóstol Pablo en Romanos 8:7-8, "los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios."
Por todo lo anterior debemos comprender que necesitamos el perdón de Dios. Que urgentemente necesitamos un Salvador, un Sumo Sacerdote que nos ayude a salir de nuestros pecados. Que nos de la fuerza espiritual para VENCER y desarrollar el carácter de Dios. Pero nosotros debemos aportar una gran dosis de buena voluntad para ARREPENTIRNOS de nuestra hostilidad natural hacia Dios y aceptar sinceramente la sangre derramada de Jesucristo, la VIDA misma del Hijo de Dios, como pago por nuestros pecados.
¿Ha llegado usted a este punto en su vida?
En la Biblia encontramos relatos sobre cambios sorprendentes en la vida de muchas personas. ¿Cómo fueron capaces de realizar esos cambios radicales? ¿Le será posible a usted hacer cambios semejantes en su propia vida? Hay dos claves esenciales para lograrlo.
En el capítulo 2 del libro de los Hechos leemos sobre muchas cosas que ocurrieron en los inicios de la Iglesia del Nuevo Testamento. El apóstol Pedro predicó un poderoso sermón ante varios miles reunidos para observar la Fiesta de Pentecostés. Muchos de los que le escuchaban habían estado entre la multitud reunida frente a la sala de juicio de Pilato hacía poco más siete semanas. En esa ocasión habían gritado: "¡Crucifícale, crucifícale!" Mientras Pilato ofrecía la libertad de Jesús de Nazaret. Ahora, ACEPTANDO la verdad predicada por Pedro, captaron la magnitud de lo que habían hecho. Sintiéndose profundamente culpables y avergonzados preguntaron: ¿"Qué haremos?" (Hch. 2:36-39). Pedro les respondió llamándolos al ARREPENTIMIENTO. Fe y arrepentimiento son claves esenciales sin las cuales un verdadero cambio es imposible.
La fe a la que me refiero es real, es viviente y fundamental para el arrepentimiento y nos pone en un estado mental que nos impulsa hacia Dios. Esta fe es una confianza absoluta en el Dios VERDADERO y en sus promesas y nos mueve a actuar porque "la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma" (Stg. 2:17). Además, es necesario rendirnos incondicionalmente a Dios para que podamos creer y confiar plenamente.
En Hebreos 11, llamado el capítulo de la fe, leemos sobre lo que hicieron aquellos hombres y mujeres que tenían fe. Si comprendemos su actitud veremos más claramente cuál es aquella fe que puede cambiar nuestra vida: "Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, Y CREYÉNDOLO, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra" (v. 13).
Primero, debemos conocer y comprender las promesas de Dios, su valor y su veracidad. Luego debemos incorporarlas en nuestra vida, o sea desearlas y apreciarlas permanentemente. Porque de no apreciarlas y valorarlas, no podremos permanecer firmes ante los altibajos de la vida. Los héroes y heroínas de la fe mencionados en Hebreos 11 amaron las promesas de Dios y demostraron con sus palabras y acciones que se mantenían alejados de este mundo.
NO ES POSIBLE anhelar al mismo tiempo el favor de este mundo y el de Dios (Stg. 4:4). Para recibir aprobación y ser aceptado en el mundo, hay que aceptar los valores de esta época, opuestos a los valores de Dios: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo.
Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo" (1 Jn. 2:15-16).
Este mundo con su sistema de valores corrupto y decadente está por terminar, y pronto será reemplazado por un mundo nuevo basado en los principios eternos de Dios. Ese nuevo mundo, el mundo de mañana, permanecerá para siempre.
Si realmente creemos todas estas cosas, desearemos volvernos hacia Dios de todo corazón y aprenderemos a vivir en armonía con Él. La fe viviente nos hace actuar, y la primera obra que produce es un genuino arrepentimiento. Así lo demostraron aquellos que escuchaban a Pedro cuando preguntaron: "¿Qué haremos?" Ellos no ofrecieron excusas ni intentaron justificar sus acciones. No empezaron a culpar a otros. Antes bien, con humildad, aceptaron las enseñanzas y se rindieron de corazón. Pedro había predicado el evangelio y ellos creyeron su mensaje. Manifestaron su fe al decidirse a actuar de corazón conforme a esa fe. Ese día hicieron la pregunta que deben hacerse todos cuantos deseen un cambio profundo en su vida: "¿Qué haremos?"
La ley de Dios nos enseña a ser como Él (1 P. 1:15-16). Sin embargo, ninguno de nosotros se ha aproximado siquiera a ser como Dios. ¿Qué podemos hacer? Ninguna cantidad de buenas obras que hagamos ahora podrá borrar lo hecho en el pasado. Es algo tan obvio que lo vemos aun en las leyes humanas. Si alguien está detenido por homicidio, ¿podrá la promesa de no volverlo a hacer ganarle la absolución? ¡Por supuesto que no! Si en el futuro guardamos las leyes, estaremos haciendo lo que debemos hacer, pero no será suficiente para pagar por los delitos del pasado.
Todos hemos pecado (Ro. 3:23) y "la paga del pecado es muerte" (Ro. 6:23). Dios hizo posible que se conmutara nuestra pena de muerte entregando a Jesucristo, su único Hijo, para que muriera por nosotros. Es así como somos "reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Ro. 5:10).
Dios mismo tomó la iniciativa de reconciliarnos con Él. Nos demostró su gran amor al realizar el mayor de los sacrificios, entregar la vida de su propio Hijo pagando así la pena que merecemos por nuestros hechos, actitudes y pensamientos (Jn. 3:16). Pero es necesario que correspondamos a la gracia de Dios mediante la fe y el arrepentimiento.
El propósito de Dios es salvarnos DE nuestros pecados, NO EN nuestros pecados. "¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?", se pregunta Pablo. "En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?" (Ro. 6:1-2). Si estamos aceptando la vida eterna como un verdadero regalo de Dios, el cual jamás podríamos merecer ni en un millón de vidas, debemos entonces responder apartándonos de nuestros caminos y tomando los de Dios (Hch. 2:38).
El verdadero arrepentimiento es una actitud de rendición incondicional de nuestra vida y nuestra voluntad. Si realmente alcanzamos a ver el glorioso futuro que Dios nos ofrece y verdaderamente creemos en su Palabra, desearemos de todo corazón volvernos hacia Dios y seguir sus caminos. Esos son los caminos que cambiaron la vida de los hombres y mujeres de Hebreos 11. Como vemos, la fe viviente SIEMPRE lleva a la acción, y el arrepentimiento es una consecuencia de la fe viviente. Una vez que la fe nace en nuestro interior, empieza a reflejarse en los cambios exteriores. Si realmente llegamos a odiar nuestra antigua manera de vivir, tendremos hambre y sed de obedecer a Dios.
¿Cree usted que ha sido guiado por Dios para comprender sus muchos errores? ¿Sinceramente ha llegado usted al punto de querer deshacerse de su propia naturaleza humana, mala y egoísta? ¿Está listo para arrepentirse, no solo de lo que ha hecho, sino también de lo que usted es?
El rey David sabiendo muy bien lo que Dios pedía, dijo: "Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios" (Salmos 51:17). Antes de que sea realidad la conversión, es preciso, en todos los casos, que el individuo sea reducido a la humildad, que Dios le quebrante el orgullo y lo haga consciente de su propia pequeñez. Debe transcurrir un período de tiempo en que la persona se odia, reconociendo sus pecados ante Dios y arrepintiéndose de ellos; cambiando en su corazón, mente y voluntad y proponiéndose seguir otra clase de vida.
Cuando este momento llega, la persona dejará de poner en duda las enseñanzas de Dios y de los ministros que están haciendo su obra. Tampoco insistirá en sus falsos conceptos de Dios. Dejará de discutir sobre la validez de los mandamientos de Dios y empezará a vivir conforme a toda palabra de la Biblia. No se resentirá ante la exhortación o la corrección impartida por los siervos escogidos de Dios, sino que ENTREGARÁ su vida a Dios conforme a las palabras del apóstol Pablo: "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en SACRIFICIO VIVO, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento [no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente; Biblia de Jerusalén], para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Ro. 12:1-2). Según esta instrucción de Pablo, lo cambia todo la "renovación" de nuestra mente.
"Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo", escribió Pablo en 1 Corintios 12:13. Juan el Bautista dijo que el Mesías ofrecería dos bautismos: "Espíritu Santo y fuego" (Mt. 3:11-12). Quienes no lleguen a ser parte de la Familia de Dios mediante el Espíritu Santo, finalmente serán sumergidos en un lago de fuego que "no les dejará ni raíz ni rama" (Mal. 4:1). Jesucristo comparó al Espíritu Santo con "ríos de agua viva" (Jn. 4:14; 7:38-39).
En Colosenses 2:12, Pablo compara el bautismo con el sepulcro. El "viejo hombre" muere simbólicamente en la tumba de agua y luego emerge una nueva criatura. Así pues, el acto de bautizarnos representa nuestra fe en la resurrección, que es nuestra única esperanza de llegar a ser esa nueva criatura.
El bautismo no es un simple ritual sin sentido ni un rito mágico; tiene un simbolismo tan importante que jamás deberíamos tomarlo a la ligera: "Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.
Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección" (Ro. 6:4-5).
Basado en la fe y el arrepentimiento, el bautismo es una señal exterior de la formalización de un pacto. Además, representa un nuevo comienzo, en el cual el viejo hombre es simbólicamente enterrado con todos sus pecados pasados y aparece una nueva criatura. Las aguas del bautismo también simbolizan nuestro lavamiento interno por medio del Espíritu Santo. El sacrificio de Jesucristo pagó la pena por nuestros pecados y ahora aparecemos ante los ojos de Dios completamente limpios. ¡Ha comenzado el proceso de una verdadera conversión!
Después del bautismo, viene la imposición de las manos, práctica que vemos en el ministerio cristiano desde el primer siglo (Hch. 8:18; Heb. 6:2). En el libro de los Hechos
19:1-6 leemos que en Efeso Pablo encontró a muchas personas que habían recibido el bautismo de Juan y que nunca habían recibido el Espíritu Santo ni habían oído del mismo. Luego, tras aceptar la predicación de Pablo y comprender el verdadero evangelio, se bautizaron nuevamente en el nombre de Jesús y mediante la imposición de las manos recibieron el Espíritu Santo. El día de Pentecostés, en forma espectacular Dios "llenó" a los discípulos con el Espíritu Santo de un modo milagroso y espectacular. ¿Por qué es necesario recibir el Espíritu Santo?
En su discurso del día de Pentecostés Pedro, en respuesta a quienes le escuchaban, dijo que después del arrepentimiento y el bautismo recibirían "el don del Espíritu Santo" (Hch. 2:38). ¿Cuál es el propósito de la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida?
Pedro explica que es mediante el Espíritu Santo, el "divino poder" de Dios, que llegamos "a ser participantes de la naturaleza divina" (2 P. 1:3-4). Es también mediante el Espíritu Santo que Jesucristo mora en nosotros y así nos ayuda para que vivamos tal como vivió Él siendo humano en la tierra (Gá. 2:20; Fil. 2:5-8).
Cuando Cristo vive su vida en nosotros mediante el Espíritu Santo, nuestro cuerpo es considerado como templo de Dios (1 Co. 3:16) y se nos ordena glorificar a Dios en todos los aspectos de nuestra vida (1 Co. 6:20). Tener el Espíritu de Dios es lo que nos convierte en un pueblo santo. Nosotros no podemos santificarnos a nosotros mismos ni a ninguna otra cosa. Dios es santo y solamente Él puede santificar. Pero si realmente nos arrepentimos y nos dirigimos a Dios con fe, no solo pasará por alto nuestro pasado sino que nos dará su Espíritu Santo. Este Espíritu de Dios que recibimos como un regalo, tiene como objeto transformar nuestra vida por la renovación de nuestra mente (Tit. 3:5; Ro. 12:2). Llegamos a ser una nueva creación porque Dios nos convierte o transforma escribiendo sus leyes en nuestra mente y en nuestro corazón (Heb. 8:10).
Aunque esta conversión ocurre mediante el poder del Espíritu Santo, es necesario que nosotros hagamos nuestra parte. Tenemos que dejar que el Espíritu de Dios nos guíe. En pocas palabras, debemos caminar con Dios. El Espíritu de Dios nos guía y fortalece, pero jamás se apodera de nosotros. De manera que Dios debe contar con nuestra buena voluntad para poder conducir nuestra vida. Sin contar con el poder del Espíritu Santo todo esfuerzo nuestro resulta inútil, pero sin nuestro esfuerzo el poder de Dios estará incapacitado para actuar. Podríamos comparar este poder de Dios con la energía potencial; imaginemos una habitación dotada de electricidad, pero no tendrá luz mientras el interruptor esté apagado. La luz está allí en potencia, pero no alumbrará hasta que la participación humana cierre el circuito, permitiendo que el fluido eléctrico produzca la iluminación. Es indispensable la presencia del Espíritu Santo dentro de nuestro ser para que algún día, finalmente, logremos alcanzar la eterna salvación.
Aceptando la sangre derramada por Jesucristo y mediando la fe y el arrepentimiento, seremos justificados, o sea, hechos inocentes delante de Dios (Ro. 5:9). En seguida Dios nos santifica poniendo su Santo Espíritu a morar dentro de nosotros. Este Espíritu nos permite alcanzar un profundo entendimiento de las cosas espirituales y nos faculta para vivir a la manera de Dios. Como cristianos, debemos seguir creciendo en gracia y conocimiento (2 P. 3:18). Y si andamos conforme al Espíritu Santo, se cumplirá en nosotros la justicia de Dios basada en sus leyes (Ro. 8:4).
La muerte de Jesucristo nos justifica, pero al final "seremos salvos por su vida" (Ro. 5:9-10). Si en algún momento nos salimos del camino y cometemos pecado, tenemos al Cristo VIVIENTE sentado a la diestra del Padre en los cielos. Él es nuestro Sumo Sacerdote que intercede activamente en nuestro favor (Heb. 4:14-16), y al mismo tiempo vive su vida, que venció al pecado en la carne, dentro de nosotros por la presencia del Espíritu Santo (Gá. 2:20). Esta íntima relación con Dios mediante su Espíritu, nos refuerza la esperanza de recibir la vida eterna al regreso de Jesucristo. Y la mejor PRUEBA que tenemos de ello es la resurrección de nuestro Salvador (1 Co. 15:20-23).
Mediante el bautismo y la recepción del Espíritu Santo, automáticamente somos bautizados dentro de la verdadera Iglesia de Dios. "Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu" (1 Co. 12:13), porque la Iglesia de Dios está integrada por todos aquellos que tienen el Espíritu Santo y son GUIADOS POR Él (Ro. 8:14).
¡Nadie puede simplemente "afiliarse" a la verdadera Iglesia de Dios"! Es necesario que Dios nos "lleve" o nos "llame" y luego nos coloque dentro de su Iglesia dándonos el Espíritu Santo. Recordemos estas palabras de Jesús: "Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero" (Jn. 6:44).
¡Dios tiene una Iglesia organizada, y siempre la ha tenido! Como afirmó Jesucristo: "Edificaré mi IGLESIA; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella" (Mt. 16:18). El hecho de que el Hades o la tumba no prevalecerá sobre la verdadera Iglesia de Dios, debe tomarse en dos sentidos: En primer lugar, debemos entender que Dios JAMÁS permitirá que su Iglesia sea completamente destruida o deje de existir. Y en segundo lugar, debemos recordar que los verdaderos cristianos tenemos como principal esperanza la RESURRECCIÓN de la muerte. Y aunque los cristianos mueran, VIVIRÁN de nuevo a la séptima trompeta, ¡cuando Cristo regrese a la tierra como Rey de reyes!
"He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados" (1 Co. 15:51-52).
En 1 Corintios 12:27, el apóstol Pablo les dice a los miembros de la Iglesia que son el "cuerpo" espiritual de Jesucristo. Y así como nuestras manos, pies, ojos, oídos y mente en nuestro cuerpo físico deben trabajar unidos para que todo el organismo funcione apropiadamente; también el cuerpo espiritual, la Iglesia de Dios, debe estar organizado con cada miembro cumpliendo las funciones asignadas por la Iglesia; en la cual Jesucristo es la CABEZA activa y viviente (Ef. 1:22-23) y el encargado de fijar tanto las asignaciones como las metas. El Cristo resucitado, antes de ascender al cielo dejó la siguiente ordenanza: "Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt. 28:19-20).
Según estas instrucciones, el trabajo primordial de la verdadera Iglesia es IR a todas las naciones y predicar el mismo mensaje que Jesús predicó sobre el venidero Reino de Dios. Luego la Iglesia se encargará de enseñar a la gente TODAS LAS COSAS que Jesús enseñó a sus discípulos: El CAMINO de vida basado en la sincera obediencia a la ley espiritual de Dios y la necesidad de SOMETERSE por completo a Jesucristo, permitiendo que viva su vida en cada uno de los miembros del pueblo de Dios.
Sabiendo que necesitamos instrucción, enseñanza, ánimo y orientación para alcanzar el Reino; Dios nos ordena lo siguiente: "Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos lo tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuando veis que aquel día se acerca" (Heb. 10:24-25). Observemos que se nos exhorta a NO dejar de congregarnos. Esto significa que debemos reunirnos los sábados de Dios y durante sus Fiestas Santas conforme al ejemplo de Jesucristo y los apóstoles (Lc. 4:16; Hch. 17:2).
A lo largo del libro de los Hechos se habla de una Iglesia unificada que se congrega y trabaja unida en todo lo posible. Todos necesitamos del compañerismo, el amor, los buenos ejemplos y el apoyo de nuestros hermanos en Cristo que se esfuerzan por vivir "de toda palabra que sale de la boca de Dios".
La verdadera Iglesia, llamada doce veces en el Nuevo Testamento la "Iglesia de Dios", nos brinda la oportunidad de disfrutar del compañerismo cristiano, del crecimiento espiritual y del servicio en Jesucristo.
Quien rehúse congregarse con otros que están creciendo y llevando adelante la obra de Dios, hace todo lo contrario de lo que Cristo y los apóstoles enseñaron y practicaron. Porque debemos aprender a AMARNOS unos a otros, a PERDONARNOS y mediante el Espíritu Santo en nosotros, aprender a CRECER en ese amor. Como leemos en la Palabra de Dios: "Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano" (1 Jn. 4:20-21).
La Palabra de Dios es absolutamente clara en que el bautismo cristiano es un asunto de adultos y que la decisión al respecto debe hacerse luego de una profunda reflexión y de un sincero arrepentimiento. Recordemos que el bautismo simboliza la muerte y SEPULTURA de nuestro viejo ser egocéntrico y que, al decidirnos, estamos haciendo un PACTO con nuestro CREADOR mediante el cual aceptamos la sangre derramada de Jesucristo como pago por nuestros pecados y además, le reconocemos como nuestro Señor y Maestro, Sumo Sacerdote y REY venidero, a quien desde ahora vamos a rendir OBEDIENCIA.
En ese pacto, por parte de Dios, se nos promete el regalo o "don del Espíritu Santo" (Hch. 2:38); tan importante porque nos impregna con el carácter y la naturaleza espiritual del mismo Dios. Como lo explica el apóstol Pablo: "el AMOR de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado" (Ro. 5:5). Y como leemos en Gálatas 5:22-23, los "frutos" o el efecto de la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida es "amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza."
El Espíritu Santo nos da el amor y la fuerza espiritual para obedecer a Dios, para contener nuestra concupiscencia y seguir los diez mandamientos como camino de vida. "Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos" (1 Jn. 5:3). De manera que no es por nuestra fuerza humana que guardamos los mandamientos, sino que es el mismo JESUCRISTO quien lo hace, viviendo su vida en nosotros mediante la presencia del Espíritu Santo.
En Mateo 24:13 dijo Jesús: "El que persevere hasta el fin, éste será salvo." Si es que anhelamos heredar el Reino que Dios ha preparado para los que le aman, debemos permanecer fieles hasta el final, como está claramente establecido en Juan 15:4: "Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí." ¿Cómo podemos permanecer en Cristo?
Dejemos que la misma Palabra de Dios nos dé la respuesta: "En esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo" (1 Jn. 2:3-6).
Permanecer significa vivir firmemente estables en la Verdad de Dios. Recordemos que la Biblia demuestra que laVerdad no es una simple lista de doctrinas para comentar, sino que es un camino de vida que debemos transitar y obedecer (Gá. 3:1; 2 P. 2:2, 21).
Muchos dentro de la cristiandad tradicional piensan que la salvación se obtiene de repente. Sus maestros y autoridades religiosas, que se dicen representantes de Dios, le han restado importancia a la verdadera promesa y los propósitos del Creador, ofreciendo una "gracia" fácil, sin ningún costo para el creyente. Prometen la "libertad" enseñando que la ley de Dios es un yugo de esclavitud, algo relegado a la historia y que no es necesario obedecer. En realidad esa doctrina de la "gracia fácil", en la que toman a Cristo como alguien que ya lo hizo todo por nosotros, hace caer a sus seguidores en la esclavitud del pecado y la corrupción. "Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción" (2 P. 2:19).
Por el contrario, Jesús dijo que todo el que quiera seguirle debe ser capaz de perderlo todo, hasta su propia vida (Mt 16:24-25). Y Él solo se conforma con una total dedicación y un compromiso incondicional de quienes lo acepten como Señor y Salvador. "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella… No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt. 7:13; 21). Este es el PACTO que firmamos con nuestro Creador en el bautismo.
Para toda persona que llegue a recibir la salvación de Dios, la Biblia revela un maravilloso destino, mostrándole que el mismo Dios se está reproduciendo en nosotros como sus verdaderos hijos en un proceso que se inicia desde nuestra conversión. Pero recordemos siempre que la verdadera conversión conlleva una entrega total de nuestra vida y voluntad al Dios Todopoderoso.
Si nos entregamos a Dios en esa forma, Él nos va a perdonar, luego a transformar y finalmente nos hará entrar en el glorioso Reino como verdaderos hijos. Sin embargo, durante el proceso, vamos a encontrar muchas dificultados y sufriremos persecuciones al tratar de vivir conforme a las instrucciones de Dios en lugar de seguir las tradiciones y costumbres de los hombres. Pero jamás olvidemos las palabras del apóstol Pablo: "Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse" (Ro. 8:18).
Nuestro pacto personal con el Creador al bautizarnos incluye un compromiso de cambiar a lo largo de nuestra vida. Debemos cambiar en lo que sentimos, en lo que hacemos, y primordialmente en lo que SOMOS interiormente. La verdadera conversión nos lleva a ser "hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos" (Ro. 8:29).
Dios nos dice en Santiago 1:22-23: "Sed hacedores de la palabra y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural". En otras palabras, no basta interesarnos en la verdad, sino que debemos ACTUAR conforme a ella. La mayoría de las personas que han llegado hasta este punto en su lectura, se estarán dando cuenta de que Dios las ha puesto en contacto con su Iglesia. Posiblemente ya habrán llegado a comprender el verdadero PROPÓSITO de la existencia humana y el CAMINO de vida revelado en la ley de Dios. Quizá han aprendido también sintonizando los programas de radio y televisión de la Iglesia del Dios Viviente y por medio de otras publicaciones. Entonces, ¿por qué no ACTUAR conforme a esta preciosa verdad? ¡No lo tome a la ligera! Si ha llegado a comprender el propósito de Dios en la vida de cada uno de nosotros, ¿para qué esperar más? No espere hasta que considere que ya ha vencido o hasta que crea que ha alcanzado un "perfecto" entendimiento o un "perfecto" arrepentimiento. Porque no lograremos siquiera iniciar el camino hacia la perfección hasta DESPUÉS de haber sido bautizados y haber recibido el Espíritu Santo que nos guía y fortalece.
Si usted ha alcanzado el arrepentimiento genuino, si ha valorado la responsabilidad del PACTO y se da cuenta de que necesita ser bautizado, entonces póngase en contacto con nosotros. La Iglesia del Dios Viviente cuenta con ministros y personas preparadas en muchos lugares del mundo. Si usted lo solicita, estas personas se pondrán en comunicación para formalizar una entrevista para hablar del bautismo. NINGUNO tocará a su puerta si usted no lo ha invitado. Antes bien, esperarán el momento y lugar más convenientes para usted.
Es importante aclarar que tampoco ejercemos presión alguna para que usted se "afilie" a ningún grupo. De hecho, nuestros ministros simplemente hablarán con usted, responderán a sus preguntas y le darán algún material de lectura y estudio antes de que sea bautizado. Nosotros también necesitamos estar seguros de que usted realmente está listo para el bautismo. Una visita inicial le dará la oportunidad, probablemente por primera vez en su vida, de consultar con un ministro auténtico de Dios que entiende y enseña toda la VERDAD de Dios.
Siéntase en entera libertad de llamarnos o escribirnos en cualquier momento. Nuestras direcciones y números de teléfono aparecen al final de este folleto. Será un gusto para nosotros escucharle y servirle en todo lo posible, porque usted estará en contacto con la Iglesia del Dios Viviente. ¡Que Dios le conceda el entendimiento, el amor y sobre todo el VALOR para actuar conforme a la preciosa verdad que ha recibido!