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¿Es acaso la Biblia una simple colección de mitos y leyendas, o es la Palabra inspirada de Dios? Muchos suponen que los estudios modernos han desacreditado la Biblia, ¡pero tanto los hechos históricos como los descubrimientos de la arqueología confirman que su contenido es ver verídico! La Biblia narra el pasado con precisión asombrosa y predice el futuro como ningún otro libro. En lo que respecta a la Biblia la mayoría de la gente del mundo está engañada o mal informada. ¡Usted necesita conocer la verdad y cómo va a afectar su vida!
¿Es la Biblia realmente la Palabra inspirada de Dios? ¿Ha sido conservada durante miles de años, sin errores, como una revelación singular del Creador del universo? ¿O es acaso una simple colección de mitos y fábulas imaginadas por el hombre? ¿Tenemos los libros correctos en la Biblia, o faltan fuentes importantes que alterarían nuestras ideas sobre Dios, Jesucristo y el cristianismo? ¿Podemos confiar en las Escrituras? ¿Es la Biblia algo de vital importantacia en nuestros días?
El descubrimiento de la verdad sobre la Biblia puede ser una de las aventuras más importantes y fascinantes que usted jamás haya emprendido. Aunque los críticos la atacan y los predicadores la desconocen o hacen caso omiso de muchas de sus enseñanzas, ella encierra una dimensión del conocimiento que el mundo para su propio mal ha pasado por alto. La Biblia revela el verdadero propósito de la vida. Sus profecías no solamente predijeron el auge y caída de los imperios del pasado, sino que también explican el verdadero significado de los sucesos mundiales que figuran hoy en los titulares de la prensa y señalan, además, hacia adónde nos encaminan esos sucesos. Pese a lo que muchos han creído erróneamente, ¡la Biblia es mucho más que un libro piadoso o una fuente de consuelo envuelta en incienso para los tristes y enlutados!
Muchas personas instruidas suponen que la ciencia y los eruditos modernos han desacreditado totalmente la Biblia. Esta suposición prospera porque muchísimas personas saben muy poco sobre ella. Sencillamente desconocen los descubrimientos que siguen confirmando la exactitud histórica de las Escrituras. Creen que todas las religiones son igualmente dignas de crédito, o tal vez igualmente fantasiosas, sin detenerse a comparar con la Biblia los libros que dan origen a esas religiones. Como resultado, millones desconocen lo que hace de la Biblia un libro único y las características asombrosas que la distinguen de todos los demás libros religiosos.
Antes de aceptar la idea de que la Biblia es “un libro cualquiera”, usted necesita examinar las pruebas por sí mismo. Esas pruebas son reveladoras y sumamente informativas, ¡y podrían cambiar su vida! Es importante comprender por qué tantas personas dudan de la credibilidad de la Biblia, y qué puede significar la verdad bíblica para su propio futuro.
Durante miles de años judíos y cristianos por igual creyeron y murieron por creer que la Biblia era la Palabra inspirada de un Dios Todopoderoso. Con el transcurso de los siglos, los opositores y escépticos han cuestionado, atacado y ridiculizado la Biblia. Pontífices y emperadores romanos intentaron destruir las Escrituras e incluso alteraron sus palabras. No obstante, durante los mismos siglos turbulentos, ¡la Biblia se preservó cuidadosamente y su mensaje se divulgó de manera extraordinaria!
La Biblia es sin duda el libro más influyente de todos los tiempos. Se ha traducido a más idiomas que ninguna otra obra literaria. Más de dos mil millones de personas acogen, al menos de palabra, sus enseñanzas. Aun así, muchos no se dan cuenta de la influencia tan profunda que ha tenido la Biblia en el curso de la civilización occidental. Millones no entienden que las leyes y enseñanzas bíblicas fueron la base de muchos valores sociales y sistemas legales en el mundo que se considera cristiano. Sir Isaac Newton, uno de los pensadores más brillantes de su siglo, comentó: “Hay más señales de autenticidad en la Biblia que en cualquier historia profana”. De ella, la reina Victoria de Inglaterra dijo: “A este libro se debe la supremacía de Inglaterra”. El presidente estadounidense Andrew Jackson declaró: “Señor, ese libro es la Roca sobre la cual se asienta nuestra república”. George Washington, el primer presidente de los Estados Unidos, comentó: “Es imposible gobernar correctamente a una nación sin Dios y la Biblia”. En Francia, Napoleón Bonaparte observó: “La Biblia no es un simple libro, sino una criatura viviente con un poder que conquista a quienes se le opongan”.
Ahora bien, mucho ha cambiado desde que se hicieron tales afirmaciones. Hoy se encuentran Biblias en rincones lejanos del mundo, pero en las naciones fundadas sobre los principios bíblicos se ha visto una fuerte pérdida de respeto por ella. Se impone la idea de que la Biblia es solo un libro más y que sus enseñanzas son arcaicas, anticuadas y sin aplicación en nuestra vida moderna. Muchos dudan seriamente que Dios haya inspirado las Escrituras. Millones de habitantes de naciones donde antes se enseñaba a leer con la Biblia y se enviaban misioneros cargados de Biblias por todo el mundo, ni siquiera pueden nombrar los libros de la Biblia ni explicar sus doctrinas básicas. Ciertas encuestas realizadas en los últimos decenios revelan que muchas personas, aunque se declaran cristianas, tienen escaso conocimiento de la Biblia. En la moneda de los Estados Unidos leemos: “En Dios confiamos”. Sin embargo, a raíz de ciertas legislaciones y muchas decisiones judiciales, ¡es ilegal en los Estados Unidos exhibir los diez mandamientos en edificios públicos y se prohíbe que los estudiantes oren en las escuelas!
¿Qué ha llevado a un cambio tan profundo en su actitud hacia la Biblia, precisamente en las naciones que antes afirmaban creer firmemente en ella? ¿Por qué hay millones que dudan de la inspiración divina de la Biblia? ¿Por qué miles de millones de personas buscan en otras partes las respuestas que se encuentran claramente en las Escrituras? ¿Por qué no se reconoce que la Biblia presenta profecías que revelan claramente el curso de la historia universal, e incluso el futuro de determinadas naciones? ¿Por qué han optado las generaciones modernas por desechar un libro que revela detalles esenciales sobre el futuro y que explica el camino a la paz, así como el propósito de la existencia humana? ¿Por qué esta información vital permanece oculta para tantas personas?
Las respuestas a estas importantes preguntas forman una especie de novela plagada de peligros, misterios y aventura. Es sorprendente la cantidad de información que hay acerca de la Biblia pero que ha pasado inadvertida o no se ha tenido en cuenta. Como si fuera poco, hay líderes religiosos ávidos de poder que alteran las Escrituras para respaldar doctrinas erróneas y antibíblicas.
Cuanto más aprenda usted sobre las Escrituras, más se dará cuenta de que puede creerlas; ya que han sido inspiradas y preservadas por un Dios real y viviente. La Biblia se basa firmemente en hechos históricos, no en mitos ni ficción. ¡Lo cual quedará demostrado con las pruebas que se presentan en este folleto!
Muchas personas piensan que, para creerle a la Biblia, hay que hacer a un lado los datos de la ciencia y la historia y actuar con “fe ciega”. Si bien, hay creyentes que se limitan a decir: “Dios lo dijo; yo lo creo, y punto”; esto no va bien con el escepticismo predominante en nuestros días. Otros quieren cerrar los ojos ante lo que dicen las Escrituras, prefiriendo inventarse métodos para “armonizar” la Biblia con los gustos de moda. Muchos teólogos enseñan que la Biblia tiene autoridad solamente cuando se refiere a principios espirituales generales, y sugieren que los detalles relativos a la ciencia o la historia son meras añadiduras de autores humanos sin mucha credibilidad.
Este deseo de acomodar la Biblia al mundo moderno se refleja en un documento emitido en octubre del 2005 por los obispos católicos de Inglaterra, Escocia y Gales. En ese documento titulado: El obsequio de las Escrituras, los obispos advirtieron que si bien consideraban que la Biblia es cierta en sus pasajes relativos a la salvación, “no debemos esperar corrección total en la Biblia en otros asuntos… No debemos esperar que en las Escrituras hallaremos el acierto científico total ni el acierto histórico total”. Aun así, expresan su respeto por las Escrituras diciendo a sus fieles: “Hemos redescubierto la Biblia como un tesoro precioso, a la vez antiguo y siempre nuevo”. Estas afirmaciones contradictorias reflejan el pensar de muchos teólogos, que dicen respetar la Biblia pero niegan su autoridad. Cuando los líderes religiosos recomiendan a la gente creer en un libro que no es digno de crédito en muchos temas, no resulta sorprendente que en los últimos decenios el número de fieles haya decaído notoriamente en las iglesias.
Las enseñanzas claras de la Biblia se muestran en abierto contraste con lo que predican muchos líderes religiosos. El apóstol Pablo no animó a los cristianos del primer siglo a “solamente creer” en Jesús y limitarse a aceptar las enseñanzas de la Biblia y del cristianismo “por fe”, sino que les dijo: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21). ¡El apóstol Pablo instó a la gente a comprobar los hechos y a creer en lo que podían verificar! Su amonestación refleja aquellos pasajes del Antiguo Testamento donde Dios les dice a los antiguos israelitas: “Probadme ahora… si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:8-10). Dios le dijo a Israel que probara la veracidad de sus promesas y prometió que les enviaría bendiciones para demostrar que Él era real y que sus promesas eran ciertas. Pablo sabía que la verdadera convicción religiosa implica pruebas, seguridad y certeza, no “fe ciega”. Escribió que la fe es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Según la Biblia, la fe debe descansar sobre una certeza firme, no sobre sentimientos emocionales y cálidos en el corazón, ¡y esto incluye creer en la autenticidad y autoridad de la Biblia!
El apóstol Pedro subrayó la credibilidad de las Escrituras y el mensaje cristiano al escribir: “No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” (2 Pedro 1:16). También advirtió a sus lectores que tuvieran “memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas” porque “en los postreros días vendrán burladores” cuestionando y ridiculizando las Escrituras “y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento?” (2 Pedro 3:2-4). Pedro cuestionó las ideas erróneas acerca de las Escrituras, pero jamás pretendió desvirtuar sus enseñanzas fundamentales.
¡La Biblia revela claramente que los autores apostólicos eran defensores de las Escrituras y de las enseñanzas de la fe cristiana! ¡Sabían que ellos predicaban la verdad! En esto imitaban el ejemplo de su líder, Jesucristo. El Nuevo Testamento muestra que el modo de predicar de Cristo sorprendía a muchos oyentes: “Cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7:28-29).
El contenido de las Escrituras se puede verificar con los hechos de la historia y los descubrimientos de la ciencia y la arqueología. Lo que es más, la Biblia ofrece respuestas a las grandes incógnitas de la vida. Centenares de profecías bíblicas detalladas no solo revelan con precisión el curso futuro de los sucesos mundiales, sino que distinguen la Biblia de todos los demás libros religiosos. La Biblia ofrece una dimensión del conocimiento que sencillamente no se encuentra en ninguna otra fuente.
Con tanta evidencia a la mano, la verdadera pregunta que sencillamente nos debemos hacer, es si podemos creerle o no a la Biblia. Al leer este folleto, usted verá que la respuesta es: “¡Desde luego que sí podemos!”
Muchos consideran que todas las religiones son igualmente creíbles, que todas las personas adoran al mismo Dios y que los libros sagrados de diversas religiones son de igual valor. ¡Nada más lejos de la verdad! Los eruditos aseguran, muy confiados, que nadie puede predecir el futuro con seguridad ¡y que solo los necios lo intentan! Estas aseveraciones olvidan o dejan de lado el extraordinario fenómeno que es la profecía bíblica, la cual distingue la Biblia de cualquier otro libro que se haya escrito.
El Dios de la Biblia afirma que es capaz de predecir el futuro y de cumplirlo. En la Biblia hay centenares de profecías que se han cumplido y que la historia confirma. También contiene decenas de profecías que están cobrando vida. Las profecías bíblicas explican el verdadero significado de los sucesos mundiales que llenan los titulares de la prensa actual. También revelan lo que les espera a algunas naciones de nuestro mundo moderno, ¡y al género humano! Ningún otro libro, sea religioso o no, lo hace con tanto acierto y detalle. ¡Es claro que la profecía constituye la característica más sobresaliente de la Biblia!
Véamos esta notable declaración del doctor Gleason Archer en una de sus publicaciones sobre el Antiguo Testamento: “La Santa Biblia es diferente de cualquier otro libro en el mundo. Es el único libro que se presenta como la revelación escrita del único Dios verdadero, tendiente a la salvación del hombre, y que demuestra su autoridad divina con muchas pruebas infalibles. Otros documentos religiosos, como el Corán islámico, dicen ser la Palabra de Dios, pero no contienen pruebas que los autentiquen como las tiene la Biblia; como por ejemplo, el fenómeno de la profecía cumplida”.
El autor Norman L. Geisler señala: “Una de las pruebas más fuertes de que la Biblia es inspirada por Dios es su profecía predictiva. La Biblia se distingue de los demás libros en que ofrece multitud de predicciones específicas, con unos centenares de años de anticipación, que se han cumplido al pie de la letra o bien apuntan a un tiempo futuro definido en que se han de cumplir”. Un profesor del Antiguo Testamento, Milton C. Fisher, reconoce una “fuerte diferencia entre el profetismo en Israel y el fenómeno similar en apariencia en las culturas vecinas… el tipo de mensaje y los escritos de los profetas de Israel no tienen paralelo”.
Wilbur Smith, otro erudito, ha observado que “la Biblia… es el volumen más notable que se haya producido en estos cinco mil años… Es el único volumen producido por el hombre, o por un grupo de hombres, en el cual se puede encontrar un gran cuerpo de profecías relativas a naciones en forma individual, a Israel, a todos los pueblos de la Tierra, a ciertas ciudades, y a la venida de Uno que sería el Mesías. El mundo antiguo tuvo muchas maneras diferentes de determinar el futuro, conocidas como adivinación, pero en toda la gama de la literatura griega y latina no hallaremos verdadera profecía específica referente a un gran hecho histórico por suceder en el futuro distante, ni profecía alguna referente a un Salvador que se levantaría entre los [seres] humanos” (Evidencia que exige un veredicto, McDowell, págs. 24-25). ¡Estas son declaraciones realmente notables que reconocen claramente el carácter único de la profecía bíblica!
La capacidad de predecir el futuro con reiterado acierto, sencillamente no es una característica humana. Hasta los mejores planificadores y estrategas reconocen que las predicciones detalladas sobre hechos futuros, especialmente los geopolíticos, resultan difíciles a corto plazo y prácticamente imposibles a largo plazo, al menos con algún grado de detalle. Sin embargo, la Biblia predice reiteradamente el auge y caída de líderes, naciones e imperios, ¡y lo hace con extraordinario acierto y detalles asombrosos! Los especialistas en la Biblia han determinado que más de la cuarta parte de este libro, aproximadamente el 27 por ciento, se dedica a profecías y que la Biblia tiene más de 1.800 predicciones, de las cuales muchas son muy específicas. Los centenares de profecías específicas, dadas en los siglos anteriores a su cumplimiento, es prueba innegable de que hay un Dios todopoderoso que vive y controla los hechos futuros.
¡Las Escrituras así lo exponen claramente cuando el Dios de la Biblia reta a los escépticos a que predigan el futuro y lo hagan cumplir! En un escrito del profeta Isaías, Dios proclama: “Dadnos nuevas de lo que ha de ser después, para que sepamos que vosotros sois dioses… He aquí que vosotros sois nada, y vuestras obras vanidad; abominación es el que os escogió” (Isaías 41:23-24). Y luego: “Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Isaías 46:9-10). Estos versículos aseveran que ningún ser humano es capaz de predecir el futuro, y hacerlo cumplir, así como el Dios de la Biblia lo puede hacer… ¡y lo hará!
Esta capacidad única de predecir el futuro con acierto hace de la Biblia un libro diferente de cualquier otra obra literaria. Los estudiosos de la Biblia así lo reconocen: “Otros libros alegan tener inspiración divina, tales como el Corán, el libro de Mormón y partes de la Veda [hindú]. Pero ninguno de estos libros tiene profecía que predice. Como resultado, las profecías cumplidas constituyen una fuerte indicación de la autoridad singular y divina de la Biblia” (Nueva evidencia que demanda un veredicto, McDowell, pág. 14). Norman Geisler afirmó: “La profecía bíblica presenta un marcado contraste con los intentos humanos por predecir el futuro. Un estudio de 25 personas clasificadas entre las que tienen las mayores facultades psíquicas descubrió que el 92 por ciento de sus predicciones eran totalmente erradas y que el 8 por ciento restante podría explicarse por los factores de casualidad o conocimiento general de las circunstancias”. Quien esté familiarizado con las supuestas profecías de Nostradamus, el adivino francés del siglo 16, quien practicaba la astrología, la alquimia y otras formas de ocultismo; sabe que sus versos vagos y nebulosos sencillamente no se comparan con las profecías bíblicas. Estas profecías específicas, pronunciadas siglos antes de su cumplimiento preciso y sin error, son pruebas asombrosas de que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios.
Algunos de los ejemplos más notables de profecías cumplidas son las que previeron detalles específicos de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo ¡siglos antes de que naciera! Más de 200 profecías, escritas siglos antes de su nacimiento, predijeron hechos específicos de su vida, los cuales se cumplieron al pie de la letra. Que nacería de una virgen y su nombre sería Emanuel (Isaías 7:14; Mateo 1:23). Que nacería en Belén (Miqueas 5:2; Mateo 2:3-8). Que sería descendiente de David (Mateo 1:1; 22:42-45). Que iría a Egipto (Oseas 11:1; Mateo 2:13-15). Que su nacimiento daría origen a una masacre de niños (Jeremías 31:15; Mateo 2:16-18). Que viviría en Galilea (Isaías 9:1-2; Mateo 2:19-23). Que entraría en Jerusalén montado sobre un asno (Zacarías 9:9; Mateo 21:1-5). Que moriría con transgresores y sería sepultado en la tumba de un hombre rico (Isaías 53:9, 12). Que resucitaría al cabo de tres días (Mateo 12:40; Jonás 1:17).
El extraordinario cumplimiento de centenares de predicciones consignadas siglos antes en las Escrituras hebreas, demuestra sin lugar a dudas que Jesús sí fue el Mesías profetizado en la Biblia, y el Hijo de Dios. Cabe señalarse que “El mahometanismo no puede señalar ninguna profecía acerca de la venida de Mahoma, que hubiera sido expresada cientos de años antes de su nacimiento. Tampoco pueden los fundadores de ningún culto… identificar ningún antiguo texto que pronunciara específicamente su aparición” (Evidencia… McDowell, pág. 25). Algunos eruditos musulmanes citan versículos del Antiguo Testamento que, según dicen, fueron profecías sobre Mahoma (Deuteronomio 18:15-18), pero el que cumplió esas profecías fue Jesucristo (ver Mateo 21:11; Lucas 1:76; 24:19; Hechos 3:18-22) más de 600 años antes del nacimiento de Mahoma. Las profecías de la Biblia acerca de Jesucristo son únicas entre los escritos religiosos.
La Biblia presenta más de 1.500 profecías que predicen con detalles el futuro de ciudades, reyes y reinos destacados. Las profecías cumplidas acerca de la antigua ciudad fenicia de Tiro son testimonio irrefutable del poder y precisión de la profecía bíblica. Cuando Ezequiel escribió sus profecías, alrededor del año 585 ac, Tiro era una de las grandes ciudades del mundo antiguo. Estaba situada en una isla en el corazón de una red mercantil marítima que controlaba el comercio del Mediterráneo. Tiro era un próspero emporio de mercancías rodeado de murallas de 45 metros de altura consideradas inexpugnables. La Biblia narra que los ciudadanos de Tiro se alegraron cuando Nabucodonosor y su ejército babilonio conquistaron Jerusalén, pensando que ganarían acceso a valiosas rutas comerciales terrestres que pasaban por esa ciudad. En respuesta, Dios pronunció una serie de profecías específicas sobre el futuro asolamiento de Tiro. Ezequiel escribió que “por cuanto dijo Tiro contra Jerusalén: Ea, bien; quebrantada está la que era puerta de las naciones… por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo estoy contra ti, oh Tiro, y haré subir contra ti muchas naciones, como el mar hace subir sus olas. Y demolerán los muros de Tiro, y derribarán sus torres; y barreré de ella hasta su polvo, y la dejaré como una peña lisa. Tendedero de redes será en medio del mar… y pondrán tus piedras y tu madera y tu polvo en medio de las aguas… y nunca más serás edificada; porque yo el Eterno he hablado, dice Jehová el Señor” (Ezequiel 26:2-5, 12, 14).
Para captar el poder y alcance de las profecías de Ezequiel, ¡imaginemos a alguien intentando predecir lo que le ocurrirá a Nueva York o Londres en los próximos 2.500 años! Aun así, la historia confirma cómo las predicciones de Ezequiel se cumplieron. En el año 585 ac, Nabucodonosor estableció contra Tiro un sitio que duraría 13 años. Su nación fue la primera entre muchas que vendrían en oleadas contra Tiro. Alrededor del año 530 ac, los persas arrebataron el control de Tiro. En el 332 ac, Alejandro Magno destruyó la parte continental de Tiro y echó los escombros al mar para construir una calzada, la cual emplearía para asaltar la ciudad en la isla. Cuando conquistó la fortaleza de la isla, derribó los muros y redujo la ciudad a ruinas. El especialista en Fenicia Glenn Markoe escribió: “La conquista de Alejandro… marcó el principio del fin de Tiro y Fenicia… Pronto, Tiro se recuperaría en lo comercial… pero jamás volvería a recuperar la posición que fue su orgullo”. Más tarde, lo que quedó de la ciudad quedó bajo el dominio de Grecia y luego de Roma. En el 638 dc, Tiro cayó en manos de las huestes musulmanas. Las Cruzadas recuperaron la ciudad en 1124 y la emplearon para concentrar allí sus operativos militares. En 1291, los musulmanes tomaron la ciudad de nuevo y la arrasaron, tras lo cual nunca volvió a recobrar importancia alguna. En la actualidad hay una población pesquera cerca de las ruinas de la otrora orgullosa ciudad de Tiro, mas el poderío y esplendor, así como la extensa red de intercambio comercial, desaparecieron. El sitio de una de las ciudades más ricas en el mundo antiguo quedó reducido a “tendedero de redes”, tal como se predijo en la Biblia.
La Biblia presenta profecías sobre otras ciudades cerca de Tiro que tendrían una historia cruenta pero un futuro diferente. Sidón, situada unos kilómetros al norte, era una ciudad fenicia dada al culto de ídolos y que se destacaba por su producción de objetos de metal artísticos y sus telas finas. Las profecías bíblicas revelan que los sidonios tendrían una historia cruenta y sufrirían epidemias, pero que al final “sabrán que yo soy el Eterno” (Ezequiel 28:21-23). Dios nunca predijo la destrucción ni el olvido total de Sidón. La historia confirma que los asirios destruyeron la ciudad en el 678 ac, pero fue reconstruida y se sometió a Nabucodonosor después de sufrir una epidemia asoladora. Los persas quemaron la ciudad alrededor del año 351 ac. Siria y Egipto pelearon por Sidón, y esta se convirtió en ciudad libre bajo el dominio de Roma. La Biblia indica que Jesús posiblemente estuvo en Sidón (Mateo 15:21) y que los sidonios lo oyeron predicar el evangelio (Marcos 3:7-8). También el apóstol Pablo estuvo en Sidón (Hechos 27:3). Hoy, Sidón se destaca por sus jardines y naranjales. La profecía bíblica esbozó un futuro muy diferente para Sidón, ciudad hermana de Tiro, ¡y se cumplió tal como las Escrituras lo predijeron!
Alrededor del año 700 ac, el profeta Isaías dejó constancia de varias profecías sobre la caída del Imperio Babilónico y la destrucción de la ciudad de Babilonia (ver Isaías 13; 14). En la época de la profecía de Isaías, Babilonia estaba sujeta a los asirios y no se convertiría en una gran potencia hasta un siglo más tarde. Aun así, Isaías previó la gloria futura que alcanzaría Babilonia bajo Nabucodonosor, con sus jardines colgantes, sus magníficos palacios, su vida espléndida, muros masivos y conquistas militares. Isaías también anunció la destrucción de Babilonia por los medos y el arrasamiento final de la ciudad ¡con varios siglos de anticipación! Las páginas de Isaías predijeron: “Profecía sobre Babilonia… he aquí que yo despierto contra ellos a los medos… Y Babilonia, hermosura de reinos y ornamento de la grandeza de los caldeos, será como Sodoma y Gomorra, a las que trastornó Dios. Nunca más será habitada, ni se morará en ella de generación en generación; ni levantará allí tienda el árabe… sino que dormirán allí las fieras del desierto… y sus días no se alargarán" (Isaías 13:1, 17, 19-22). La historia describe cómo se cumplieron estas profecías: En el año 539 ac, Babilonia cayó ante los medos y los persas. Jerjes destruyó la ciudad en el 478 y esta fue abandonada finalmente en el siglo 4 ac.
Entre las profecías de la Biblia, algunas de las más asombrosas tienen que ver con los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, las doce tribus de Israel; que fueron escogidas por Dios con un fin especial (Éxodo 19:1-6). Dios le prometió a Abram (Abraham) que en recompensa por su obediencia, sus descendientes serían una nación grande y una bendición para el mundo (Génesis 12:1-3). Otras profecías posteriores aseguraron que los descendientes de José, por medio de Efraín y Manasés, llegarían a ser un pueblo “engrandecido” y una “multitud de naciones”. Estos, junto con otros descendientes de Jacob, se llamarían israelitas en las profecías bíblicas (Génesis 48:14-22). En la Biblia, los términos Israel e israelita generalmente se aplican a los descendientes de los doce hijos de Jacob. Los judíos son los descendientes de Judá, que era uno de esos hijos. En un sentido más específico, Israel se aplica a los descendientes de las diez tribus que conformaron la nación de Israel, con su capital en Samaria, la cual se separó de la nación de Judá, con su capital en Jerusalén, cuando el reino de Salomón se dividió (ver 1 Reyes 12). Esta distinción bíblica entre los judíos y las demás naciones israelitas es una clave importante para comprender las profecías bíblicas.
Génesis 49 contiene una extraordinaria serie de profecías que predicen cómo los israelitas, descendientes de los doce hijos de Jacob, se reconocerían “en los días venideros”. Rubén sería poderoso y con nociones de grandeza, pero sin estabilidad nacional. Consideremos cómo esta descripción le cabría a Francia. Judá, [los judíos], procrearía al Mesías y retendría el conocimiento de la ley de Dios. Zabulón viviría junto al mar y sería un pueblo mercantil, descripción que evoca la actual Holanda. Dan dejaría su huella al viajar desde su base en el Oriente Medio, descripción que recuerda a Dinamarca e Irlanda. José, Efraín y Manasés, serían pueblos colonizadores que habitarían en los lugares escogidos de la Tierra; José viviría “apartado de sus hermanos”, descripción que se acomoda perfectamente a la antigua Mancomunidad Británica de Naciones y a los Estados Unidos. (ver Génesis 49:22-26). Estas notables profecías no las cumplirían únicamente los judíos, conocidos en el mundo como “Israel”, sino también otras once naciones que son parte de toda la “casa” de Israel. Estas profecías revelan claves de la identidad y ubicación de los actuales descendientes de los doce hijos de Jacob, o Israel. Para un análisis más detallado de este tema, le invitamos a solicitar nuestro folleto gratuito titulado: Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía.
La identidad de las naciones israelitas no solamente es una clave para comprender la profecía bíblica, sino que también es esencial para la Iglesia de Dios, que debe cumplir la comisión que Jesús le dio. Jesús comisionó a sus discípulos diciéndoles que fueran “a las ovejas perdidas de la casa de Israel” y que allí predicaran el futuro Reino de Dios, advirtiendo a los israelitas sobre las tribulaciones espantosas que sufrirían en los últimos tiempos por su desobediencia a las leyes divinas (ver Jeremías 30:7-24). Los discípulos de Jesús tomaron en serio esta comisión. En esa época, las tribus de Israel no estaban “perdidas”. El apóstol Santiago dirigió su epístola “a las doce tribus que están en la dispersión” (Santiago 1:1). Josefo reveló que en tiempos de los apóstoles, “diez tribus están allende el Éufrates… y son una multitud inmensa” (Antigüedades de los judíos). Esto explica por qué varios de los apóstoles, entre ellos Pedro y Andrés, viajaron hacia allá.
Ciertas fuentes históricas también indican que Pedro, Pablo y otros viajaron a Europa Occidental y Gran Bretaña predicando el evangelio. La clara implicación de los viajes de estos apóstoles hacia el Occidente es que allá se encontraban los pueblos de Israel. Basta examinar la historia antigua de Irlanda para ver qué tribu israelita figura en los anales. Cuando estudiamos las profecías de Génesis 49 sobre las características y la historia futura de los descendientes de Jacob, observamos la conexión con pueblos que actualmente residen o emigraron desde el Noroeste de Europa. Cuando comprendemos las identidades de las naciones israelitas modernas, empezamos a entender, basados en la profecía bíblica, qué les espera a estas naciones… ¡y a otras naciones mencionadas en la profecía bíblica!
Las profecías bíblicas no tratan únicamente de historia antigua. El libro de Daniel trae profecías largas y a la vez detalladas que ofrecen un esbozo de la historia desde los tiempos de la Babilonia de Nabucodonosor, hasta el regreso de Jesucristo al final de nuestra era. Los críticos que pretenden desacreditar los elementos proféticos y sobrenaturales en el libro de Daniel, han revivido ideas planteadas por Porfirio, filósofo pagano nacido en la ciudad de Tiro en el siglo tercero. Porfirio aseveraba que el libro de Daniel era una obra fraudulenta producida en el segundo siglo dc, o sea, después de ocurridos los sucesos que narra. Sin embargo, esta teoría no concuerda con los hechos. El libro de Daniel da fechas, lugares y nombres precisos que se pueden verificar. El profeta Ezequiel, contemporáneo de Daniel, se refirió a él con mucho respeto (Ezequiel 14:20). El libro de Daniel tuvo amplia aceptación como obra inspirada y se incluyó en la Biblia hebrea en el segundo siglo ac. Jesús reconoció a Daniel como el autor de este libro (Mateo 24:15). Cierta fuente respetada observa: "En la profecía del Nuevo Testamento, hay más referencias a Daniel que a cualquier otro libro del Antiguo Testamento. Además, contiene más profecías cumplidas que cualquier otro libro en la Biblia".
Daniel dejó constancia de un sueño que tuvo Nabucodonosor acerca de una imagen enorme (Daniel 2). Las partes de la imagen (cabeza, pecho, vientre y muslos, piernas y pies) representaban cuatro imperios que surgirían en el futuro y dominarían el mundo del Mediterráneo. Los especialistas bíblicos reconocen estos imperios como el Imperio Babilónico, el Imperio Medopersa, el Imperio Grecomacedonio bajo Alejandro Magno y el Imperio Romano. Daniel también reveló que Jesucristo asestaría un golpe en los pies del último remanente del Imperio Romano (formados de hierro y barro cocido) cuando regresara a establecer su Reino en la Tierra al final de estos tiempos (Daniel 2:41-45). Daniel describió los mismos cuatro imperios como cuatro bestias, dando detalles adicionales sobre cada uno. El tercero de ellos, el Impero Grecomacedonio bajo Alejandro, figuraba con cuatro cabezas (Daniel 7:6). La historia cuenta que, muerto Alejandro, su imperio se dividió en cuatro partes. Esto ocurrió unos 300 años después de escrita la profecía. Daniel describió la cuarta bestia, el Imperio Romano, como una bestia de diez cuernos, lo cual significa que “de aquel reino se levantarán diez reyes” (Daniel 7:7, 24). Los anales históricos hablan de los muchos intentos por continuar o revivir el Imperio Romano siglo tras siglo. Todos tuvieron lugar en Europa, incluidas las restauraciones del Imperio bajo Carlomagno, Carlos V, Napoleón y Mussolini. Según la profecía bíblica, la última restauración estará encabezada por un individuo identificado como “la bestia” con el respaldo de un líder religioso llamado el “falso profeta” (ver Apocalipsis 13 y 17). Para más información sobre estos sucesos proféticos del tiempo del fin, lo invitamos a solicitar nuestro folleto gratuito titulado: La bestia del Apocalipsis.
Daniel también menciona un “cuerno pequeño” que se opondría a los tres primeros intentos por continuar el Imperio Romano, pero que estará estrechamente relacionado con restauraciones subsiguientes en sus diversas formas. Este personaje “hablaba grandes cosas… hacía guerra contra los santos… y pensará en cambiar los tiempos y la ley” (Daniel 7:8, 20-21, 25). Este “cuerno pequeño” es presagio de los peligrosos líderes que se han proclamado el “vicario de Cristo” (es decir “el reemplazo de Cristo”), que mataron a cristianos creyentes en la Biblia en una inquisición y que reemplazaron los días santos ordenados en la Biblia por días de fiestas paganos. Otras profecías identifican a este “cuerno pequeño” como una figura religiosa destacada cuya contraparte en los últimos días cumplirá un papel importante en los sucesos que culminarán con el regreso de Cristo (2 Tesalonicenses 2; Apocalipsis 13; 17).
Los dedos de los pies en la imagen que vio Daniel (Daniel 2:40-43) corresponden a diez reyes que entregarán su poder y autoridad a “la bestia”, líder político lleno de poder y engaño que surgirá en el escenario europeo justo antes del regreso de Jesucristo al final de la era (Apocalipsis 17:1-13). Este líder político recibirá el apoyo e influencia de un dirigente religioso poderoso, la última manifestación del “cuerno pequeño”. Al igual que aquellos que lo precedieron, el “cuerno pequeño” cumplirá un papel clave en la política mundial (Apocalipsis 13; 17). La historia nos dice que los pontífices católicos han coronado a los emperadores del Sacro Imperio Romano y que pontífices y obispos han ejercido influencia en la política europea por mucho tiempo. El hierro y barro cocido que forman los dedos de los pies de la imagen señalan los intentos de las naciones europeas débiles y fuertes por sobreponerse a sus riñas, y formar una unión entregando su soberanía a un gobierno central, algo así como lo realizado por la Unión Europea en Bruselas. Los intentos actuales por forjar una Europa unida siguiendo el modelo del viejo Imperio Romano han tenido el respaldo de varios papas y de la Iglesia Católica. ¡Daniel y otros libros de la Biblia indican que el cumplimiento final de estas extraordinarias profecías ocurrirá en los próximos años!
Resulta irónico que, mientras estas profecías antiguas y detalladas están cobrando vida, los líderes de la Iglesia Católica insisten en que el lenguaje simbólico empleado en Daniel y Apocalipsis “no se ha de interpretar literalmente. No pretendamos descubrir en este libro [Apocalipsis] detalles acerca del fin del mundo” (Times, 5 de octubre del 2005). Sin embargo, eso es precisamente lo que estos libros proféticos dicen revelar. Para quienes realmente deseen saber adónde nos llevan estos acontecimientos mundiales, el reto es: ¿A quién le creen, a los teólogos o a la Biblia? De ahí la importancia de determinar si la Biblia es o no la verdad de Dios, ¡si es realidad o ficción!
Lamentablemente, muchos escépticos, incluidos muchos que dicen creer en Jesucristo, descartan las ideas sobre el final de la era como si fueran pura fantasía y suposiciones sin sentido. No obstante, la Biblia presenta una visión lineal de la historia en la cual todos los sucesos se encaminan hacia un punto culminante. Las profecías en Daniel son así, y el punto culminante que presentan es el regreso de Jesucristo para establecer el Reino de Dios en la Tierra. Jesús habló ampliamente y en detalle sobre hechos específicos que señalarían el final de la era. Cuando sus discípulos le preguntaron: “¿Qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” No se salió por la tangente ni trató de evadir la pregunta, como hacen tantos teólogos (Mateo 24:3). Les dijo a los discípulos que estuvieran atentos al momento cuando verían amplia confusión y engaño religioso, así como informes más y más frecuentes de violencia, guerras, choques étnicos, hambre, epidemias y catástrofes naturales en todo el mundo (Mateo 24:4-7).
¡Estos son precisamente los titulares que predominan en las noticias! Jesús dijo que esto sería solo el “principio de dolores” (Mateo 24:8). Reveló que habrá una gran persecución mundial de auténticos discípulos, pero que a pesar de todo “será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14). Dijo que todos estos sucesos, que llevarán al punto culminante de nuestra era, ocurrirán en un momento histórico cuando la existencia misma de la vida en el planeta se verá amenazada. Veamos sus palabras: “Si aquellos días no fuesen acortados [por el regreso de Cristo], nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mateo 24:22). Luego amonestó a sus discípulos diciéndoles que velaran, que estuvieran atentos, para reconocer cuándo las civilizaciones del mundo entrarían en su hora final (Mateo 24:36-44; 25:1-13; Marcos 13:32-37; Lucas 21:34-38).
En la década de 1950, los dirigentes mundiales se dieron cuenta de que el advenimiento de las armas nucleares dotaba al hombre con la capacidad de destruir toda vida de la faz de la Tierra. Semejante cosa nunca fue posible hasta la segunda mitad del siglo 20. ¿Será simple coincidencia que entre 1950 y la actualidad hemos visto la propagación mundial del sida, el regreso de la tuberculosis resistente a las drogas y la amenaza de pandemias internacionales de gripe aviaria y otras enfermedades infecciosas? ¿Será simple coincidencia que nos preocupe la amenaza del calentamiento global y las consecuencias graves del cambio climático mundial? ¿Será solo coincidencia que todo esto ocurra entre temores crecientes sobre el terrorismo internacional y la intensificación de los conflictos en el Oriente Medio… todo ello predicho en las Escrituras hace mucho tiempo? ¿Será coincidencia todo aquello, o estamos presenciando el cumplimiento de antiguas profecías bíblicas que describen en detalle el fin de la era? Estas profecías asombrosamente acertadas distinguen a la Biblia de los demás libros y ofrecen la prueba de que la Biblia fue escrita por “el dedo de Dios”.
Una de las características más notables de la Biblia es que ella misma afirma ser la Palabra inspirada de un Dios Todopoderoso. Lo vemos en las palabras del apóstol Pablo, hebreo de alto nivel de educación, quien escribió: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3:16). El apóstol Pablo escribió que “nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21). Para los primeros dirigentes de la Iglesia, la inspiración no era producto de un éxtasis en la conciencia del escritor, sino un alto grado de iluminación y serena conciencia de la revelación de Dios… que se extendía a cada palabra de las Escrituras. Las Escrituras indican, y así lo reconoció la Iglesia primitiva, que Dios inspiró a los escritores de la Biblia a usar su propia mente y su propio estilo para escribir lo que Dios deseaba que escribieran.
La Biblia indica el proceso de inspiración divina en la forma como actuaba Dios con Moisés: “Habló Dios todas estas palabras… Y Moisés escribió todas las palabras del Eterno… Y cuando acabó Moisés de escribir las palabras de esta ley en un libro… dio órdenes Moisés a los levitas… Tomad este libro de la ley, y ponedlo al lado del arca del pacto” (Éxodo 20:1; 24:4; Deuteronomio 31:24-26). Siglos después, Esdras y Nehemías leyeron ante el pueblo de Israel “el libro de la ley de Moisés”, que también se llamaba el “libro de la ley de Dios” (Nehemías 8:1, 18). Jesús reconoció su inspiración divina al decir: “¿No habéis leído en el libro de Moisés cómo le habló Dios?” (Marcos 12:26). El profeta Jeremías consignó una experiencia parecida: “Palabra del Eterno que vino a Jeremías, diciendo: Así habló el Eterno Dios de Israel, diciendo: Escríbete en un libro todas las palabras que te he hablado” (Jeremías 30:1-2). La frase: “Palabra del Eterno” aparece más de 350 veces en el Antiguo Testamento, dando a entender claramente que las palabras de las Escrituras vinieron de Dios.
Como veremos, otros libros religiosos dicen tener inspiración divina como la Biblia, pero carecen de las características específicas que confirmen su autenticidad.
La Biblia no solamente asevera que es inspirada por Dios, sino que es la máxima fuente de la verdad, revelada por el único Dios verdadero. El apóstol Juan escribió: “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17). David escribió: “Tu ley la verdad… todos tus mandamientos son verdad... La suma de tu palabra es verdad” (Salmos 119:142, 151, 160). El profeta Isaías exclamó: “¡A la ley y al testimonio! ¡Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido!” (Isaías 8:20). Lo que estaba diciendo era que si algún enunciado o idea no concuerda con las Escrituras, podemos calificarlos como falsos. El apóstol Pablo también dice que las Escrituras son “la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).
Estas afirmaciones responden claramente a la pregunta de Poncio Pilato: “¿Qué es la verdad?” (Juan 18:38). Muchos escépticos y cínicos se hacen eco de la pregunta de Pilato. Sin embargo, las afirmaciones de la Biblia muestran que sus escritores creían que las palabras que allí consignaban eran absolutamente ciertas e inspiradas por un Dios omnisapiente y todopoderoso (ver Génesis 17:1; Salmos 86:10; Judas 1:25). ¿Qué es la verdad? ¡Usted tendrá que comprobarlo por sí mismo!
La Biblia dice reiteradamente que “el Eterno es el Dios verdadero” (Jeremías 10:10; vea también Juan 17:3; 1 Tesalonicenses 1:9; 1 Juan 5:20). Las Escrituras narran que cuando los antiguos sacerdotes egipcios vieron los milagros anunciados por Moisés y la impotencia de los dioses suyos, no pudieron menos de reconocer: “Dedo de Dios es este” (Éxodo 8:16-19). Daniel cuenta que Nabucodonosor, rey pagano de Babilonia, llegó a la misma conclusión luego de su encuentro con el poder de Dios: “Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios” (Daniel 2:47). También vemos en la Biblia que el apóstol Pablo, molesto al ver la ciudad de Atenas “entregada a la idolatría”, habló del Dios verdadero a los supersticiosos filósofos griegos (Hechos 17:16-34). Para más información sobre este tema, solicite nuestro folleto gratuito titulado: El Dios verdadero -Pruebas y promesas.
El mensaje claro y consistente es que las Escrituras efectivamente representan la Palabra inspirada de un Dios real y que es la fuente máxima de la verdad. A muchos les cuesta creerlo porque vivimos en una era de escepticismo, donde incluso los llamados eruditos de la Biblia dudan de que esta sea la Palabra de Dios. Sin embargo, la aseveración clara de la Biblia, de que ella es la Palabra inspirada de un Dios todopoderoso, es cierta en su totalidad y se puede verificar en los anales de la historia y los descubrimientos de la arqueología. ¡La evidencia está a la vista para quien tenga ojos para ver!
Las Escrituras presentan estas claras aseveraciones: “La palabra del Dios nuestro permanece para siempre” y “La palabra del Señor permanece para siempre” (Isaías 40:8; 1 Pedro 1:25). El rey David escribió: “Su verdad por todas las generaciones” (Salmos 100:5). No obstante, los antagonistas y críticos siempre han querido socavar, menospreciar y destruir las Escrituras ¡e incluso burlarse del Dios de la Biblia! La Biblia advierte: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado” (Gálatas 6:7). En el Antiguo Testamento consta que durante la invasión asiria de Judá, cerca del año 700 ac, el rey pagano Senaquerib se burló del Dios de Israel delante del rey Ezequías y los habitantes de Jerusalén (2 Crónicas 32:9-19). Poco después, “el Eterno envió un ángel, el cual destruyó a todo valiente y esforzado… en el campamento del rey de Asiria. Este se volvió, por tanto, avergonzado a su tierra; y entrando en el templo de su dios, allí lo mataron a espada sus propios hijos” (2 Crónicas 32:21-22).
Los anales históricos confirman que Senaquerib no pudo conquistar Jerusalén y que murió a manos de sus propios hijos. La historia secular no explica por qué ocurrió esto, ¡pero la Biblia revela que puede haber consecuencias terribles cuando los incrédulos y críticos se burlan del Dios verdadero! Junto al éxodo de Egipto, esta es una de las intervenciones más dramáticas de Dios en la historia de Israel, y los hechos de la historia secular respaldan la narrativa bíblica. Dicho sea de paso, el historiador griego Herodoto cuenta que Senaquerib también sufrió un revés con visos sobrenaturales cuando su ejército invadió Egipto y una plaga de ratones destruyó sus armas con los dientes y lo obligaron a huir del campo cerca de Pelusio, sufriendo pérdidas considerables. Esta verdad de las Escrituras, que “Dios no puede ser burlado”, queda confirmada.
Un siglo después de los apóstoles, las fuentes históricas confirman que Celso, un filósofo pagano, generó gran revuelo cuando escribió una diatriba contra la Biblia y el cristianismo. Dijo Celso que las enseñanzas bíblicas eran “absurdas”, que las narrativas de los Evangelios eran “un engaño” y que todo el que creyera en un Dios era un “iluso”. La Biblia sobrevivió y el cristianismo se difundió por el mundo. En cambio, ¡son pocos los que han oído siquiera el nombre de Celso! Los críticos actuales de la Biblia que intentan resucitar las ideas de Celso harían bien en recordar que su ataque contra las Escrituras recibió respuesta de un antiguo erudito religioso llamado Orígenes, quien lo refutó punto por punto en una obra de ocho volúmenes titulada: Contra Celso.
A comienzos del cuarto siglo, el emperador romano Diocleciano quiso borrar la religión cristiana de la Tierra. Desató una espantosa persecución contra los cristianos y ordenó quemar todas las Biblias. ¡No obstante, al cabo de pocos años otro emperador, Constantino, dio la orden de producir 50 Biblias! Durante la Edad Media, entre los años 500 y 1500 dc, los eruditos bajo influencia de filosofías paganas, enseñaron que las narrativas bíblicas eran solo analogías y que no debían tomarse literalmente. Su teoría suponía que los pasajes bíblicos encerraban un significado más profundo, por lo cual el literal carecía de importancia. La Biblia sobrevivió, y este modo de pensar también sobrevive hasta hoy en muchas escuelas de teología. El concepto alegórico es un modo muy sutil de socavar el mensaje claro de la Biblia porque hace caso omiso de aquello que la Biblia realmente dice.
Los eruditos laicos del siglo 18, estaban fascinados con el poder aparente de la razón humana y los nuevos descubrimientos de la ciencia. Viendo en la razón humana la última autoridad, y parcializados contra todo lo sobrenatural, estos críticos ofrecieron teorías especulativas acerca de los supuestos orígenes de la Biblia, sus aparentes contradicciones y presuntos errores. Sin embargo, las suposiciones y especulaciones de estos críticos no han resistido el paso de los años. Incluso, algunas de sus atrevidas afirmaciones suenan sumamente presumidas e ingenuas. Hacia finales del siglo 18, el filósofo Voltaire, “famoso incrédulo francés, que murió en 1778, declaró que dentro de 100 años el cristianismo sería arrasado y pasaría a ser pura historia. Solamente 50 años después de la muerte de Voltaire, la Sociedad Bíblica de Ginebra utilizó la prensa de Voltaire y su casa para producir montones de Biblias” (Nueva evidencia que demanda un veredicto, McDowell, pág. 12). Los hechos históricos y los descubrimientos de la arqueología dejan en claro que las teorías y pronunciamientos sin fundamento de los críticos seculares son simples espejismos.
Durante los últimos 200 años, el auge de la crítica bíblica dio lugar a muchas afirmaciones de eruditos que dudaban de la inspiración de las Escrituras. Al principio, los escépticos decían que, como no había nada fuera de la Biblia que corroborara la existencia de varias personas y lugares mencionados en ella, tenían que ser invento de los autores. Este concepto tuvo acogida en las escuelas de teología “progresistas” y en círculos académicos laicos. La prensa y los medios de difusión transmitieron estas ideas a la sociedad, aumentando así las dudas sobre la credibilidad de la Biblia. Las dudas y el escepticismo todavía persisten, si bien los descubrimientos arqueológicos en curso siguen validando la corrección histórica de la Biblia y desmienten las suposiciones de los críticos.
En 1992 algunos eruditos afirmaban que no hay criterios literarios para creer que David fuera más histórico que Josué, Josué más histórico que Abraham o Abraham más histórico que Adán. Sin embargo, solamente un año más tarde, unos arqueólogos que excavaban en la parte alta de Galilea descubrieron una inscripción del siglo 9 ac sobre la “casa de David”. Jeffrey Sheler, periodista galardonado y escritor sobre temas religiosos para U.S. News & World Report, escribió: “La referencia fragmentaria a David fue una bomba histórica. Nunca antes… se había encontrado el conocido nombre del antiguo rey guerrero de Judá… en los anales antiguos fuera de las páginas de la Biblia”.
Durante decenios, los críticos vieron en la historia bíblica de David y Goliat solo un cuento de fantasía religiosa. Pero recientemente, arqueólogos que hacían excavaciones en la ciudad de Gat, de donde era Goliat (1 Samuel 17:4), desenterraron un tiesto de barro con la inscripción del nombre del filisteo; hallazgo que dicen da credibilidad histórica a la narrativa bíblica de la batalla entre David y el gigante (The London Times, nov. 13/2005). Se trata de la inscripción filistea más antigua jamás descubierta, como que data del año 950 ac, periodo que corresponde a la época del relato bíblico.
Durante años, los eruditos dudosos “concluyeron que no había heteos (también llamados hititas) en el tiempo de Abraham, ya que no existían registros de su existencia aparte del Antiguo Testamento. ¡Deben ser parte de un mito!” (McDowell, pág. 13). Sin embargo, más recientemente “la investigación arqueológica ha descubierto pruebas que revelan una civilización hetea de más de 1.200 años” (Ibídem). De igual modo, los críticos se imaginaban que los patriarcas bíblicos Abraham, Isaac y Jacob eran personajes ficticios del folclor hebreo. No obstante, unas tablas cuneiformes descubiertas en los archivos reales del palacio de Mari en el norte de Siria, y que se remontan al principio del segundo milenio antes de Cristo, que es la época aproximada de los patriarcas; mencionan nombres como Abam-ram (Abraham), Jacob-el y benjamitas. Todos estos descubrimientos respaldan las aseveraciones bíblicas y refutan las suposiciones de los críticos.
Los estudiosos escépticos de la Biblia han señalado la semejanza entre la narrativa de la creación en Génesis, y una que aparece en tablas de barro babilónicas que también habla de la creación del mundo. Pero han pasado por alto diferencias importantes entre las dos versiones, sugiriendo que los escritores de la Biblia tomaron su material prestado de otras fuentes. Sin embargo, el hallazgo de más de 17.000 tablas de barro en Ebla, actualmente en Siria, que datan del año 2500 ac, ha refutado las teorías de los críticos. Las tablas de Ebla, de unos 600 años antes a la épica creacionista de Babilonia, contienen las versiones sobre la creación más antiguas que se conocen fuera de la Biblia… La tabla de la creación es notoriamente parecida a la del Génesis, como que habla de un ser que creó los Cielos, la Luna, las estrellas y la Tierra. El estudio paralelo demuestra que la Biblia contiene la versión más antigua, menos adornada… estas tablas destruyen la creencia en la evolución del monoteísmo a partir de un supuesto politeísmo anterior.
Hay decenas de hallazgos notorios como este. La estela de Merenptah describe a un faraón egipcio conquistando a Israel, aproximadamente en el año 1200 ac. El obelisco negro de Nimrud representa al rey israelita Jehú postrado delante del rey asirio Salmanasar III. Una inscripción cerca de Jerusalén hace referencia a José, hijo de Caifás, quien era el sumo sacerdote en Jerusalén en tiempos de la crucifixión de Cristo (Mateo 26:57). Una piedra inscrita que proviene de Cesarea, siglo primero, dice así: “Poncio Pilato, el prefecto de Judea”. Pilato era el gobernador romano en tiempos de la crucifixión de Cristo (Mateo 27:2). Evidencia como esta, tallada en piedra, respalda la conclusión de que los redactores bíblicos estaban consignando hechos y no ficción.
La manera como la arqueología ha respaldado la corrección histórica de la Biblia ha sido notable. “Nelson Glueck, el afamado arqueólogo judío, escribió que ‘Puede declararse categóricamente que ningún descubrimiento arqueológico ha contradicho alguna referencia bíblica’. Él prosiguió su declaración en cuanto a ‘la casi increíble precisión del registro histórico de la Biblia, la que resulta particularmente veraz cuando está respaldada por los hechos arqueológicos’”. Los comentarios de Glueck hacen eco de las palabras de “William F. Albright, conocido por su reputación de ser uno de los grandes arqueólogos, declara: ‘No puede quedar duda que la arqueología ha confirmado la substancial historicidad de la tradición del Antiguo Testamento… El excesivo escepticismo manifestado hacia la Biblia por importantes escuelas históricas de los siglos dieciocho y diecinueve… ha sido progresivamente desacreditado’” (Evidencia que exige un veredicto, McDowell, págs. 67-68). ¡Las evidencias de la historia y la arqueología representan un desafío a los críticos y un respaldo a las Escrituras!
¿Cómo podemos saber si el texto de la Biblia se ha preservado con exactitud durante siglos? ¿Es lógico aceptar como creíble un libro escrito por más de 40 autores en diferentes lugares y a lo largo de 1.500 años? ¿Será posible comprobar que el texto que tenemos es fidedigno?
Si la Biblia es la Palabra inspirada de un Dios Todopoderoso que nos insta a verificar los hechos, es de presumir que encontraremos pruebas convincentes de que se ha preservado con cuidado y acierto. Tales pruebas existen… ¡en las propias Escrituras! También hay evidencia en la literatura histórica judaica, en los escritos de antiguos eruditos de la Iglesia y en una multitud de fuentes modernas. ¡La evidencia que señala la continuidad correcta de la Biblia es notable, arrolladora y verdaderamente irrefutable!
Con las siguientes palabras el apóstol Pablo reveló dónde hallar pruebas de la preservación de las Escrituras: “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío?... Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la Palabra de Dios” (Romanos 3:1-2).
El especialista bíblico Bernard Ramm comentó: “Los judíos lo preservaron [el Antiguo Testamento] como ningún otro manuscrito ha sido preservado jamás” (Evidencia que exige un veredicto, McDowell, pág. 22). Cuando Dios reveló sus leyes a los antiguos hebreos, les dio un mandato: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella… Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos… Guardadlos, pues, y ponedlos por obra… no te olvides de las cosas que tus ojos han visto… antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos” (Deuteronomio 4:2, 5-6, 9). La historia muestra claramente cómo ha ocurrido todo esto.
La Biblia cuenta que Dios dio sus leyes directamente a Moisés (hacia el año 1447 ac) y que “cuando acabó Moisés de escribir las palabras de esta ley en un libro… dio órdenes Moisés a los levitas… Tomad este libro de la ley, y ponedlo al lado del arca del pacto” (Deuteronomio 31:24-26). El arca era una caja que llevaba adentro las tablas de la ley talladas en piedra por Dios (ver Deuteronomio 10:5). Se guardaba en el tabernáculo y más tarde en el templo de Jerusalén. La Biblia muestra al sacerdote Esdras leyendo y explicando el “libro de la ley de Moisés” a los judíos que habían regresado de Babilonia a Jerusalén en el siglo quinto antes de Cristo (Nehemías 8:1-12). Hacia el año 150 ac se encontraron evidencias de fuentes extrabíblicas de que el texto del Pentateuco, constituido por los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, se atribuía a Moisés. En el primer siglo de nuestra era, Jesús y los apóstoles también citaban los libros de Moisés y se referían a ellos como Escrituras inspiradas (ver Marcos 12:19-27; Juan 1:17; Romanos 10:5). Es así como la Biblia da su propia versión sobre la forma en que se preservaron las Escrituras y se emplearon durante generaciones.
Hay también en la Biblia y en fuentes históricas, pruebas de que el Antiguo Testamento estaba formado por ciertos libros cuya inspiración divina era ampliamente reconocida. La lista de libros reconocidos como inspirados vino a ser el canon del Antiguo Testamento, o sea la Biblia hebrea. En el primer siglo de nuestra era, tanto Jesús (Lucas 24:44) como el maestro judío Filón se refirieron a tres divisiones principales del canon del Antiguo Testamento: la ley, los profetas y los salmos o escritos. Josefo, historiador del primer siglo, afirmó que la Biblia hebrea constaba de 22 libros; en esencia, el mismo texto, dividido de otro modo, que forma los 39 libros de nuestro Antiguo Testamento y que todos estos “han sido aceptados como canónicos desde tiempos inmemoriales”. El hecho de que 22 libros del Antiguo Testamento y 27 libros del Nuevo Testamento compongan los 49 libros de la Biblia completa (el número 49 se considera como indicativo de algo completo) indica que una mente divina estuvo guiando este proceso. ¡La Biblia no es una simple colección de libros al azar!
Los especialistas modernos generalmente concuerdan en que las Escrituras hebreas se reconocieron como inspiradas desde tiempos antiguos. Una fuente dice: “La evidencia da claro apoyo a la teoría de que el canon hebreo fue bien establecido mucho antes que la fecha de Jamnia, al final del primer siglo después de Cristo. Posiblemente desde el siglo IV AC y definitivamente no después del año 150 ac” (Nueva evidencia que demanda un veredicto, McDowell, pág. 30). Otra fuente dice: “Nadie duda que el Pentateuco estaba completo y canonizado ya en tiempos de Esdras y Nehemías, en el siglo quinto antes de Cristo… tal evidencia supone que para comienzos de la era cristiana ya era conocida y generalmente aceptada la identidad de todos los libros canónicos del Antiguo Testamento” (El origen de la Biblia, Bruce, et al. Pág. 56 de la edición inglesa). Vale la pena señalar que ninguno de los autores bíblicos ni eruditos eclesiásticos antiguos aceptaron como inspirados los libros apócrifos escritos en el período intertestamentario.
¿Son fidedignos los libros del Antiguo Testamento que tenemos? ¿Se nos ha transmitido correctamente el texto del Antiguo Testamento? Consideremos la prueba: En el judaísmo, se encargaba a una serie de eruditos de unificar y preservar el texto bíblico durante un período que se extendió del año 500 ac al 1000 dc, aproximadamente (McDowell, págs. 84-90). Los escribas antiguos, llamados sopherim (400 ac a 200 dc), trabajaban con Esdras y se consideraron guardianes de la Biblia hasta los tiempos de Cristo (Ibídem). Después vinieron los talmudistas (100 dc a 500 dc) y finalmente los masoretas (500 dc a 1000 dc). “Los masoretas estaban bien disciplinados y trataron el texto con la mayor reverencia imaginable… Contaban, por ejemplo, el número de veces que aparecía cada letra en cada uno de los libros; señalaron la letra central del Pentateuco y la letra central de la Biblia hebrea entera” (Evidencia que exige un veredicto, McDowell, pág. 57).
Dada esta atención tan cuidosa a los detalles en la preservación y transmisión de los manuscritos del Antiguo Testamento, los especialistas reconocen que “En lo concerniente a la precisión de la transmisión del texto hebreo… puede decirse con toda seguridad que ninguna otra obra de la antigüedad ha sido transmitida con tanta precisión… [se] dice que es poco menos que milagrosa” (Evidencia que exige un veredicto, McDowell, págs 58-59). El descubrimiento de los rollos del mar Muerto en 1947, confirmó el grado de precisión guardada por los judíos al preservar y transmitir el texto del Antiguo Testamento. Antes del descubrimiento de los rollos en una cueva cerca del mar Muerto, el ejemplar más antiguo del texto hebreo databa aproximadamente del año 900 dc. Los rollos recién descubiertos se remontaban al primer siglo antes de Cristo, ¡unos 1.000 años antes! Los rollos incluían dos copias casi completas del libro de Isaías, los cuales resultaron ser palabra por palabra idénticos a nuestra Biblia hebrea en más del 95 por ciento del texto. El cinco por ciento de variaciones consistían en deslices evidentes de la pluma y variaciones ortográficas. ¡Los rollos del mar Muerto ofrecen evidencia firme de que el texto del Antiguo Testamento no ha variado en más de 2.000 años!
Hay abundancia de material que confirma la autenticidad del Nuevo Testamento. Hay más manuscritos del Nuevo Testamento, y más antiguos, que de cualquier otro libro del mundo antiguo. Dichos manuscritos revelan claramente que el Nuevo Testamento “nos ha sido transmitido sin, o casi sin, variaciones” (Evidencia que exige un veredicto, McDowell, pág 45).
Más de 24.000 copias manuscritas del Nuevo Testamento en griego, latín y otros idiomas ofrecen evidencia acerca del texto. El texto más antiguo del Nuevo Testamento se remonta a unos pocos decenios o pocos siglos después de los autores apostólicos. En comparación, hay solamente 643 manuscritos de la Ilíada de Homero (escrita en el octavo siglo ac) y la copia más antigua que se tiene hoy data de aproximadamente 400 ac, unos 500 años después de su fecha de composición. Tenemos hoy entre 10 y 20 copias de los escritos de Julio César, del historiador romano Tácito y del historiador griego Heródoto, siendo los manuscritos más antiguos copias hechas 1.000 años después del original (McDowell, págs. 47-51). Comparado con el Nuevo Testamento, ningún otro documento del mundo antiguo ha dejado igual abundancia de material que documente la transmisión acertada de su texto. Además de los muchos manuscritos que tenemos, los primeros escritores cristianos citaban el Nuevo Testamento tan ampliamente que sería posible reconstruirlo casi en su totalidad a partir de otras fuentes.
Los críticos han postulado que autores desconocidos compusieron los Evangelios siglos después de los apóstoles. Sin embargo, los fragmentos más antiguos del Evangelio de Juan datan del 130 dc, unos 30 años después de la muerte del apóstol. Esto apoya la idea tradicional de que Juan escribió su Evangelio hacia finales del primer siglo. Además, no hay evidencia proveniente de los primeros dos siglos cristianos de que los Evangelios hayan circulado sin los nombres de sus autores. Benjamín Warfield dijo: “Si comparamos el estado presente del texto del Nuevo Testamento con el de cualquier otro escrito antiguo, debemos... declararlo maravillosamente correcto” (McDowell, pág. 46). Otro especialista destacado afirma: “Estamos en condiciones de afirmar con toda certeza que, en substancia, el texto de la Biblia es veraz: Especialmente esto es cierto en el caso del Nuevo Testamento… No puede decirse esto de ningún otro libro antiguo en el mundo” (Ibídem).
Durante decenios, los críticos han dicho que los libros del Nuevo Testamento no se escribieron hasta transcurrido un siglo o más desde los tiempos de Jesús y los apóstoles, y que probablemente fueron recopilados por autores anónimos. Su composición tan tardía daría tiempo para que se introdujeran mitos y leyendas en el texto. Algunos teólogos progresistas y autores modernos aseguran, como en El código Da Vinci, que los libros del Nuevo Testamento fueron seleccionados por comités con motivaciones políticas y que ciertos libros valiosos se omitieron deliberadamente, reduciendo así la certeza y el valor de la Biblia. Sin embargo, la evidencia interna de los libros neotestamentarios, así como los hechos históricos y la preponderancia de los estudios modernos, sirven para refutar tales ideas.
Los especialistas más fidedignos concuerdan en opinar que “El canon del Nuevo Testamento, con los Evangelios y la mayoría de las epístolas de Pablo, estaba formado para fines del primer siglo… La fecha autenticada para los Evangelios canónicos se encuentra entre los años 60 y 100 DC” (Geisler, pág. 520). Ni el Evangelio de Lucas ni el libro de los Hechos (escrito también por Lucas) mencionan la destrucción de Jerusalén y el templo ocurrida en el año 70 dc, suceso que fue para los judíos el más significativo del siglo. Más aun, ningún autor del Nuevo Testamento menciona la destrucción del templo, lo cual señala firmemente la antigüedad del canon neotestamentario.
Los libros del Nuevo Testamento en sí revelan que sus autores reconocían cuáles escritos eran inspirados por Dios y pertenecían al canon. El apóstol Pablo escribió: “Lo que os escribo son mandamientos del Señor” (1 Corintios 14:37). Pablo dijo que las enseñanzas de los apóstoles eran de inspiración divina y que habían de leerse en las iglesias: “Cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la Palabra de Dios” (1 Tesalonicenses 2:13; 5:27). Pedro advirtió que los que torcían los escritos de Pablo estaban torciendo “las… Escrituras” (2 Pedro 3:15-16). Los eruditos en los primeros siglos de la Iglesia aceptaban los escritos de los apóstoles como Escrituras, “pero todos distinguían claramente entre sus propios escritos y los escritos apostólicos inspirados y autorizados” (Bruce pág. 71). Esto es un fuerte argumento en el sentido de que el canon del Nuevo Testamento ya se reconocía desde muy temprano en la historia de la Iglesia.
Tertuliano, historiador religioso que escribió a comienzos del tercer siglo, parece ser el primer autor que le llamó “Nuevo Testamento” a las Escrituras griegas. Esto es significativo porque situó las Escrituras del Nuevo Testamento con igual inspiración y autoridad que el Antiguo Testamento. Desde el siglo cuarto, tenemos constancias de que el Nuevo Testamento constaba de 27 libros, los mismos que tenemos en la actualidad. Una carta escrita en el año 367 dc por Atanasio, obispo de Alejandría, ofrece la documentación más antigua de los 27 libros que componen el canon del Nuevo Testamento. Su carta, que tenía por objeto eliminar de una vez por todas el empleo de ciertos libros apócrifos, advierte: “Que nadie añada a estos; que nada se les reste”. Más tarde, en el año 397 dc, un concilio de la Iglesia Católica en Cartago decretó que aparte de las Escrituras canónicas [que el concilio listó como 27 libros] no se ha de leer nada en la Iglesia bajo el nombre de Escrituras divinas. El propósito claro fue identificar cuáles libros eran parte del canon inspirado del Nuevo Testamento y eliminar el empleo de la literatura apócrifa.
¿Qué son, precisamente, los libros apócrifos? ¿Por qué fueron motivo de controversia en la Iglesia primitiva? ¿Tienen alguna importancia? El término “apócrifo” (palabra que significa oculto o escondido) se refiere a libros que ni los judíos ni la Iglesia primitiva aceptaban como inspirados o como parte del canon. La mayor parte de los libros apócrifos se remontan al período entre los dos testamentos y se deben a autores anónimos o llevan el nombre de alguna persona o lugar mencionado en las Escrituras. Estos libros no dicen ser inspirados. No tienen profecías predictivas pero sí errores históricos y geográficos, y promueven ideas fantasiosas y doctrinas falsas que contradicen las Escrituras canónicas. Jesucristo y los autores del Nuevo Testamento jamás reconocieron los libros apócrifos como parte de las Escrituras.
Aunque algunos libros apócrifos se publicaron junto con los canónicos en la Septuaginta (traducción griega de las Escrituras hebreas a cargo de 70 eruditos en Alejandría alrededor del año 250 ac), esta traducción no fue supervisada por los escribas de la tradición judaica, quienes tenían sus centros en Tiberia y Babilonia.
Escribiendo en el primer siglo después de Cristo, Josefo específicamente excluyó los libros apócrifos del canon hebreo, diciendo: “Tenemos… solamente veintidós libros, que se creen con razón divinos” (Contra Apión, 1:8). Filón, maestro judío de Alejandría, en el primer siglo de nuestra era, citó prolijamente el Antiguo Testamento, de casi todos los libros canónicos. Sin embargo, ni una sola vez citó los libros apócrifos como inspirados. Escritores antiguos destacados, como Orígenes, Cirilo de Jerusalén, Atanasio de Alejandría y Jerónimo, rechazaron los libros apócrifos como inauténticos. Más aun, Jerónimo (el que preparó la versión de la Biblia en latín, llamada La Vulgata, alrededor del año 400 dc), fue el primero en emplear el término libros apócrifos al referirse a libros que no se consideraban parte del canon bíblico inspirado y que no debían emplearse para establecer doctrina. Jerónimo disputó con el teólogo Agustín, quien pensaba que los libros apócrifos eran inspirados y debían incluirse en el canon, parece ser por el hecho de que habían sido incluídos en la Septuaginta.
Los libros apócrifos vinieron a ser un tema importante durante la Reforma, cuando los protestantes (siguiendo el pensar de Jerónimo) rechazaron los libros apócrifos por no considerarlos de inspiración divina. No obstante, en el Conocilio de Trento en 1546, los líderes católicos (siguiendo el pensar de Agustín) declararon que estos libros sí formaban parte del canon del Antiguo Testamento. Este fue un intento de la Iglesia Católica por contrarrestar la influencia de Martín Lutero y otros reformistas que enseñaban contra el celibato, las oraciones por los muertos y el purgatorio; ideas estas que no provienen de las Escrituras canónigas pero que sí aparecen en algunos de los libros apócrifos. Sin embargo, este no fue el final de la polémica sobre escritos apócrifos.
En 1945 se halló cerca de Nag Hammadi, un pueblo egipcio al norte de Luxor, sobre el Nilo, una colección de libros llamados comúnmente los “evangelios gnósticos”. El gnosticismo reunía una serie de ideas heréticas que los primeros dirigentes de la Iglesia atribuían a Simón el Mago (ver Hechos 8:9-25). Los escritos gnósticos contenían supuestos “dichos secretos” de Cristo, los cuales difieren notoriamente de sus enseñanzas en el Nuevo Testamento. En el Evangelio de Tomás, Jesús tiene un arrebato de ira y produce atrofia en un niño que lo ha ofendido (3:1-3). En otra obra Jesús hace pajaritos de barro un día sábado; cuando sus padres lo corrigen, bate las palmas y los pájaros se van volando. El Evangelio de Felipe da a entender que Cristo tuvo una relación romántica con María Magdalena. El Evangelio de María asegura que María fue la verdadera líder de los discípulos de Cristo.
Los primeros dirigentes de la Iglesia denunciaron los escritos gnósticos como falsos y heréticos. No obstante, los críticos modernos, junto con teólogos revisionistas, autores creativos y místicos de “la nueva era”, han resucitado estos evangelios “alternos” y los presentan como algo tan fidedigno como las Escrituras canónicas. Dan Brown, autor de la novela especulativa: El código Da Vinci, se apoya mucho en las ideas heréticas de los escritos gnósticos, así como en el misticismo y culto de diosas paganas. La novela argumenta que María Magdalena fue un personaje fuerte e independiente, patrocinadora de Jesús, cofundadora de su movimiento, su única creyente cuando Él estuvo más necesitado, autora de un Evangelio, su pareja romántica y la madre de su hijo. Para las mujeres (y son millones) que se sienten discriminadas, menospreciadas o inoportunas en las iglesias de todas las religiones, la novela es una oportunidad de ver la historia temprana de la Iglesia desde una perspectiva enteramente nueva. El código Da Vinci abre los ojos de todos a una percepción asombrosamente distinta del poderoso papel de la mujer en el nacimiento del cristianismo. Estos son temas corrientes en la facultad de religión de Harvard y en otros centros intelectuales.
Cuando Dan Brown hace decir a sus protagonistas: “Casi todo lo que nos enseñaron nuestros padres acerca de Cristo es falso” y: “La Biblia es producto del hombre, mi querido, no de Dios”, está promoviendo un concepto y una visión del mundo que pretenden socavar y desacreditar la Biblia y al Jesucristo de la Biblia. Aunque el argumento de El código Da Vinci aparenta abogar por una búsqueda valiosa de la verdad a cualquier precio, su verdadero objeto es socavar una de las características fundamentales de la fe cristiana: la convicción de que el mensaje original del evangelio, consagrado en la Biblia, es la palabra singular e inspirada de Dios. El verdadero peligro de libros como El código Da Vinci radica en las dudas que siembra en mentes que carecen de conocimientos históricos y bíblicos. Para personas así, la ficción de los libros puede parecer verdad, lo cual conduce al engaño respecto de la verdadera índole de las Escrituras inspiradas. Uno de los principales motivos de las declaraciones sobre cuáles libros componían los cánones del Antiguo y del Nuevo Testamentos era el deseo de distinguir claramente entre los libros inspirados y los escritos falsos y engañosos de los gnósticos.
Actualmente muchas personas viven en un mundo materialista de prosperidad y abundancia. Disfrutan de un nivel de vida superior al de cualquier otra época en la historia. Aun así, con más dinero en el bolsillo y más tiempo libre, millones continúan sintiendo que la vida es vacía y sin sentido. Cada vez más, hallan que el dinero, las cosas materiales y la búsqueda de la máxima experiencia sencillamente no traen felicidad duradera, no quitan el vacío ni ofrecen respuestas serias a las grandes preguntas de la vida: ¿Por qué nací? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué existo? ¿Cuál es el verdadero propósito de la vida? ¿Qué me ocurrirá al morir?
Quienes hacen el esfuerzo de mirar más allá de sí mismos no tardan en observar las tremendas desigualdades en nuestro mundo, y se preguntan: ¿Por qué millones de seres padecen falta de alimento, falta de agua potable, falta de condiciones sanitarias y falta de techo? ¿Por qué hay tantos explotados y maltratados por líderes corruptos en tantos países? ¿Por qué se están proliferando en el mundo las guerras y los actos deliberados de violencia y terrorismo? ¿Por qué no hay paz? Millones anhelan un mundo mejor, pero saben que no está en sus manos realizarlo. ¿Entonces, por qué no interviene Dios… si es que hay un Dios?
Pocos encuentran satisfacción en las respuestas vagas ofrecidas por la mayoría de los líderes religiosos y los filósofos. Oír que los seres humanos son simples “simios con ropa”, nada más que bolsas de ADN luchando por sobrevivir en un universo sin ton ni son, a la espera de la nada eterna al morir; no genera una motivación para vivir. Por otra parte, parece fantasía inútil creer que el objetivo de la vida es pasar una eternidad sobre una nube tocando arpa. Oír que “Dios es amor”, y luego presenciar el mal y la desigualdad en el mundo son dos cosas que sencillamente no concuerdan. Trágicamente, muchos han creído que no se puede aspirar a respuestas mejores que estas.
¡Todo eso es absurdo! La mayoría de quienes suponen que esas son las mejores respuestas posibles para las grandes incógnitas de la vida, ¡nunca se enteraron de las respuestas consignadas por Dios en la Biblia! Muchos teólogos o bien desconocen o bien no creen lo que la Biblia realmente dice sobre las grandes incógnitas. Dado el prejuicio que predomina en nuestra sociedad contra todo lo sobrenatural, prejuicio promovido por eruditos de la Biblia que no creen en un Dios personal y todopoderoso, millones están incluinados al escepctisismo ante lo que revela la Biblia sobre estos temas. Sin embargo, ¡la Biblia sí trae respuestas a las incógnitas de la vida!
Al contrario de las nociones populares de que la vida surgió de espesas aguas en una especie de mezcla prebiótica, algo similar a una idea acogida por los filósofos griegos, y que los seres humanos evolucionaron de un antepasado simio (tal como lo postularon discípulos de Charles Darwin), la Biblia revela que Dios creó a los seres humanos a su propia imagen (Génesis 1:26-28). El que usted pueda o no creer esta afirmación depende de si es capaz de aceptar la abundante evidencia de que la Biblia realmente es la Palabra de Dios. Según las Escrituras, los seres humanos no fueron creados para entretener a los dioses, como suponían algunos filósofos de la antigüedad. La Biblia revela que Dios creó a los seres humanos para que aprendieran a administrar la Tierra (Génesis 1:26-28; 2:15) y para que desarrollaran el carácter de Dios. Según las Escrituras, Dios estableció las instituciones del matrimonio y la familia (Génesis 2:18, 24). También estableció ciertas funciones dentro del matrimonio y reveló pautas importantes para que estas instituciones establecidas por decreto divino funcionaran armoniosamente y cumplieran su finalidad (Mateo 19:3-9; Efesios 5:22-33; 6:1-4; 1 Timoteo 2:8-15; 1 Pedro 3:1-7).
La razón del énfasis dado en la Biblia a la necesidad de aprender a manejar nuestra propia vida y a funcionar bien dentro del matrimonio y la familia, es que fuimos creados para convertirnos en miembros de la Familia espiritual de Dios (ver Romanos 8:15-17; Hebreos 2:5-11; 1 Juan 3:1-3). Si llegamos a capacitarnos para convertirnos en miembros de esa Familia, reinaremos con Jesucristo cuando regrese a establecer el Reino de Dios en la Tierra (ver Apocalipsis 1:4-6; 5:10). La Biblia, bien entendida, revela claramente que al morir no nos vamos volando al Cielo (ver Juan 3:13; Hechos 2:29, 34; 13:36). Cuando uno entiende lo que realmente revelan las Escrituras acerca del propósito de la vida, puede empezar a entender por qué las enseñanzas del cristianismo popular no resultan ni satisfactorias ni convincentes. Para aprender más sobre el propósito de la vida tal como se revela en las Escrituras, solicite nuestro folleto gratuito titulado: El misterio del destino humano.
¿Cuál es la causa de tanto sufrimiento humano ocurrido siglo tras siglo? ¿Por qué hay tanta maldad en el mundo? ¿Por qué lo permite Dios? Si hay un Dios, ¿por qué no toma cartas en el asunto? La gente hace estas preguntas porque no comprende que Dios está cumpliendo un plan y un propósito en la Tierra. Las Escrituras revelan su plan, el cual se halla representado en los días santos que Dios ordenó guardar (Levítico 23). El plan de Dios revela no solamente la causa, sino también la solución de los problemas que vemos en nuestro mundo.
Muchas personas dudan de la existencia de Dios y pocos creen que Satanás es un ser real. Sin embargo, las Escrituras revelan bastante sobre este ser espiritual. Revelan que Satanás fue originalmente un “querubín protector” que cubría el trono de Dios, y que luego pecó: se llenó de violencia y encabezó una rebelión contra Dios, con participación de la tercera parte de los ángeles (ver Ezequiel 28:1-19; Isaías 14:12-17; Judas 6; Apocalipsis 12:4). Vemos tanta maldad en el mundo porque Satanás es “el dios de este siglo… el cual engaña al mundo entero” influyendo en la gente para que rechace las instrucciones y el camino de vida que Dios ha revelado en la Biblia (2 Corintios 4:3-4: Efesios 2:1-2). Usted debe leer estos pasajes para verificar lo que realmente dice la Biblia acerca de este ser que ha engañado al mundo entero (Apocalipsis 12:9).
Los días santos bíblicos simbolizan los pasos principales en el plan divino de salvación. Esos pasos revelan que Jesucristo vino a morir por los pecados de la humanidad, para reemplazar a Satanás quien es ahora el dios de este mundo. Luego fundó a su Iglesia (Hechos 2), llamada la “Iglesia de Dios” (1 Corintios 1:2; 10:32; 15:9; 2 Corintios 1:1), para que predicara el evangelio del Reino de Dios al mundo (Marcos 16:15) y preparara un grupo de creyentes que serían los “primeros frutos” (Santiago 1:18; Romanos 8:23; Apocalipsis 14:1-5) que reinarán con Él en el Reino de Dios durante mil años, en un período llamado el milenio (Apocalipsis 20:4-6).
La Biblia revela también que cuando Cristo regrese, Satanás será restringido e inhabilitado (Apocalipsis 20:1-2). Es así como Dios eliminará el mal y se valdrá de las personas que habrá preparado para resolver los problemas del mundo. Todo esto ocurrirá conforme al plan de Dios que se revela en las Escrituras. Para saber más sobre el gran plan divino para la humanidad, solicite nuestro folleto gratuito: Las fiestas santas -Plan maestro de Dios.
¿Cuál es la verdadera esperanza para el futuro? ¿Por qué debemos luchar contra las dificultades y tentaciones de este mundo? ¿De qué sirve aprender a vivir conforme a las leyes de Dios y las instrucciones de la Biblia? Las respuestas surgen cuando entendemos lo que la Biblia revela sobre el Reino de Dios y por qué se habla del “evangelio”. La palabra evangelio significa “buenas noticias” y el mensaje bíblico acerca del Reino de Dios es una buena noticia. ¡Es una noticia magnífica! El evangelio del Reino de Dios, tal como se describe en la Biblia, no se refiere a un sentimiento cálido en el corazón sino a un futuro gobierno mundial que Jesucristo establecerá en la Tierra.
La Biblia revela claramente que Jesús regresará a Jerusalén (Zacarías 14:4). Se hará cargo de los reinos del mundo (Apocalipsis 11:15-18) y establecerá un gobierno mundial que traerá justicia y paz duradera a este planeta (Isaías 2:1-4). Los ayudantes de Jesús serán sus santos, es decir, personas que comprenden las leyes de Dios y han aprendido a funcionar dentro de la Familia de Dios. Estos serán líderes civiles y religiosos, los “reyes y sacerdotes” (Apocalipsis 5:10). El gobierno de Dios traerá paz y justicia a la Tierra (Isaías 9:6-7). Los santos también servirán como maestros (Isaías 30:20-21) para explicar las leyes de Dios (Isaías 2:2-4), mostrar a la gente el camino a la paz (Salmos 119:165) y ayudarle a entender las verdaderas causas de los conflictos y guerras (Santiago 4:1-4). Los verdaderos cristianos deben crecer “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor” (2 Pedro 3:18) a fin de que estén preparados para gobernar con Cristo en su Reino venidero.
La Biblia revela que en el futuro Reino de Dios habrá ciudades reconstruidas donde se promoverá el sentido comunitario y se vivirá en armonía con el medio ambiente (Isaías 61:4; 11:6-9; Amós 9:14-15). Nuestro planeta contaminado será restaurado y se hará productivo (Isaías 35:1-7; Amós 9:13). La maldición mundial que es la enfermedad se eliminará a medida que la gente aprenda a vivir conforme a las leyes bíblicas sobre salud personal y pública (ver Levítico 3:17; 7:23-27; 11:1-47). Los pueblos del mundo aprenderán a hablar un mismo idioma (Sofonías 3:9) y “la Tierra será llena del conocimiento del Eterno, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:9). La Biblia habla del futuro Reino de Dios como “tiempos de refrigerio” en los que habrá una “restauración de todas las cosas” (Hechos 3:19-21). El apóstol Pablo lo llamó “el mundo venidero” (Hebreos 2:5). Nosotros también lo llamamos el mundo de mañana. ¡La Biblia ofrece estas enseñanzas bíblicas como nuestra verdadera esperanza para el futuro!
Los críticos se burlan de la idea de entender las Escrituras en un sentido literal, al pie de la letra. Muchos predicadores ni siquiera mencionan la información tan importante que hemos presentado en este folleto, sino que, por el contrario, pasan por alto o hacen caso omiso de lo revelado por la historia acerca de las enseñanzas y creencias de la Iglesia primitiva. El historiador Edward Gibbon escribió: “La antigua y popular doctrina del milenio estaba íntimamente relacionada con la segunda venida de Cristo… un gozoso sábado de mil años; y que Cristo, con la triunfal banda de los santos y los elegidos… reinarían sobre la Tierra… La certeza en cuanto al milenio era inculcada cuidadosamente por una serie de padres desde el mártir Justino e Ireneo, quienes trataron con los discípulos inmediatos de los apóstoles… Si bien no gozara de aceptación universal, sí parece haber sido el parecer reinante entre los creyentes ortodoxos; parece tan bien ajustado a los deseos y aprehensiones de la humanidad, que debió contribuir en grado muy considerable al progreso de la fe cristiana” (La decadencia y caída del Imperio Romano).
Gibbon escribió claramente que los primeros cristianos creían y enseñaban acerca del milenio, es decir, el Reino de Dios venidero. El importante e inspirador evangelio del Reino de Dios motivaba a los creyentes y fomentó el crecimiento de la Iglesia primitiva. Sin embargo, Gibbon también explicó que los antiguos teólogos, influidos por filosofías paganas y creyendo saber más que la Palabra inspirada de Dios, fueron atenuando esta importante enseñanza de las Escrituras y terminaron por hacerla desaparecer, primero llamándola una alegoría y luego una herejía. Millones han perdido de vista (o nunca conocieron) las respuestas bíblicas a las grandes incógnitas de la vida porque la mayoría de los eruditos y líderes religiosos tampoco han conocido esas soluciones… ¡o las han rechazado! Este es un motivo que explica por qué la vida para muchas personas es algo vacío y sin sentido.
En nuestros días, muchos dudan seriamente o sencillamente no creen que un Dios todopoderoso y sobrenatural haya inspirado las Escrituras. Muchos suponen que la Biblia no es diferente de cualquier otro libro de autor humano. Muchos suponen también que los conocimientos modernos han desacreditado la Biblia totalmente y que no hay pruebas de lo contrario. Sin embargo, como hemos visto en este folleto, ¡la verdad es todo lo opuesto! ¡Semejantes ideas y suposiciones, aunque muy difundidas, son ficticias y totalmente contrarias a los hechos!
La gran pregunta usual y que muchos tienen ante sí es: ¿Exactamente qué vamos a creer respecto de la Biblia? ¿Creerán los hechos presentados en este folleto, en el que apenas tocamos la superficie de un amplio tema, o aceptarán las especulaciones de los escépticos que socavan y desacreditan la Biblia, en gran parte haciendo caso omiso de los hechos?
El Dios de la Biblia puede desafiarnos a “examinarlo todo” y a “probar” si Él existe o no, y si Él inspiró la Biblia, porque es mucha la evidencia clara e irrefutable con que contamos. Los verdaderos conocedores de la Biblia saben que es diferente de cualquier otro libro religioso en el mundo, y que su característica más distintiva es la profecía que contiene. Los estudiosos de la profecía saben que la Biblia trae centenares de profecías específicas que se han cumplido de modo constante y exacto. Ningún otro libro sobre la faz de la Tierra contiene material profético tan revelador, y los esfuerzos humanos por predecir el futuro sencillamente no se comparan con el alcance y precisión de las profecías bíblicas. Todo esto es prueba poderosa que señala hacia el origen divino de la Biblia.
Los hechos de la historia demuestran que la Biblia se ha preservado y transmitido sin errores durante miles de años, pese a los esfuerzos concertados por prohibirla, suprimirla, corromperla, quemarla y destruirla. La existencia continuada de la Biblia en condiciones tan adversas y hostiles apoya fuertemente la idea de que un Dios todopoderoso inspiró afirmaciones como: “La Palabra del Señor permanece para siempre” y: “Mi consejo permanecerá”. El modo extraordinario en que los descubrimientos arqueológicos siguen confirmando la corrección histórica de las Escrituras y desmienten las teorías especulativas de los críticos afirma claramente que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios. La Biblia trae respuestas reales a las grandes incógnitas de la vida; no así los académicos, filósofos o teólogos; que ofrecen explicaciones que oscurecen la verdad. Esto indica fuertemente que las respuestas en la Biblia fueron reveladas por una fuente sobrenatural.
¿Por qué será que los críticos y escépticos, muchos con un alto grado de instrucción, hacen de lado los hechos y continúan diciendo que la Biblia es solo una colección de mitos y leyendas, y que no es fidedigna como fuente de información histórica, teológica ni científica? ¿Ha sido importante que los eruditos laicos hayan sembrado dudas sobre la Biblia en la mente de millones? ¿Cuáles son las consecuencias de desatender la evidencia de que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios? Sobre este punto las Escrituras nos dan respuestas, y además, serias advertencias.
La Biblia revela la causa de este engaño tan extendido: Satanás, “el cual engaña al mundo entero” (Apocalipsis 12:9). Esto es bien evidente cuando consideramos los conceptos increíblemente errados que tantas personas han adquirido. Jesús profetizó que una señal del “fin del siglo” sería la abundancia de maestros falsos que “a muchos engañarán” difundiendo enseñanzas falsas (Mateo 24:3-5, 11). El apóstol Pedro advirtió que maestros falsos introducirían sutilmente “herejías destructoras” para desacreditar la verdad de Dios y que engañarían a muchos (2 Pedro 2:1-3). También advirtió que “en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias”, cuestionando las Escrituras y haciendo caso omiso de los hechos históricos (ver 2 Pedro 3:3-9). Este engaño será muy extendido al final de la era.
Al mismo tiempo, el apóstol Pablo revela que los burladores y los maestros falsos recibirán graves consecuencia del Dios que menosprecian y desafían: “Porque la ira de Dios se revela desde el Cielo contra los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto… de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios… sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Romanos 1:18-22). Esta condenación de los intelectuales errados de esa época se aplica igualmente a los estudiosos y críticos errados de esta época, quienes no consideran la firme evidencia que señala hacia Dios como el autor y sustentador de la Biblia. ¡Debemos recordar que habrá un día de juicio!
Las fuertes reprimendas que el profeta Jeremías dirigió a sus contemporáneos también se aplican en este tiempo. Jeremías advirtió que “los profetas serán como viento, porque no hay en ellos palabra [de Dios]… los profetas profetizaron mentira… y mi pueblo así lo quiso… ha cambiado [la ley de Dios] en mentira la pluma mentirosa de los escribas… Falsamente profetizan los profetas en mi nombre; no los envié… profetizan el engaño de su corazón… profetizan sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas… ningún provecho hicieron a este pueblo” (Jeremías 5:13, 31; 8:8; 14:14; 23:26, 30-32). Dios dijo por medio de Jeremías que los de su pueblo “dejaron mi ley… y no obedecieron a mi voz… antes se fueron tras la imaginación de su corazón” (Jeremías 9:13-14). Por tanto, prosiguió: “Los esparciré entre naciones que ni ellos ni sus padres conocieron; y enviaré espada en pos de ellos, hasta que los acabe” (v. 16). La Biblia revela las graves consecuencias que vendrán sobre los que abandonan las leyes de Dios para promover sus propias teorías o para seguir a quienes lo hagan.
En cambio, hay beneficios maravillosos para quienes prueban y creen que la Biblia es la Palabra inspirada y siguen las instrucciones de Dios. El rey David escribió: “Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley del Eterno… Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos… Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino… Mucha paz tienen los que aman tu ley, Y no hay para ellos tropiezo… todos tus mandamientos son verdad… La suma de tu palabra es verdad” (Salmos 119:98, 105, 151, 160, 165). La Biblia revela que Dios mirará favorablemente a quienes adquieran un respeto profundo por su Palabra y estén dispuestos a seguir sus instrucciones. El profeta Isaías escribió: “Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66:2).
La Biblia revela que Dios no ha dejado a los seres humanos a la deriva, sin directrices fundamentales o sin respuestas a las grandes preguntas de la vida. Por el contrario, Dios ha inspirado y preservado la Biblia como ningún otro libro se ha preservado, ha llenado las Escrituras con centenares de profecías que predicen acertadamente el futuro, y esto distingue a la Biblia de todos los demás libros religiosos en el mundo. Los descubrimientos de la arqueología y los hechos de la historia siguen confirmando la validez de las Escrituras, aunque estas se escribieron hace miles de años. ¡Estos hechos son asombrosos y no hay argumentos lógicos para negarlos!
Cuando comparamos las aseveraciones de los críticos acerca de la Biblia, contra la arrolladora evidencia de su inspiración divina, quedamos ante dos claras opciones: podemos optar por creer que las teorías de los críticos pueden tener algún fundamento en los hechos mientras esperamos que la próxima teoría cambie y las suposiciones se revisen; o bien, podemos confiar en la evidencia de la arqueología, la historia y las profecías cumplidas; todo lo cual revela claramente que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios. ¡Qué no es ficción, sino realidad!