Para hacer una búsqueda avanzada (buscar términos específicos), escriba juntamente los criterios de interés como se muestra en los siguientes ejemplos:
La Iglesia de Dios ha perdurado a lo largo de los siglos. Es una “manada pequeña” (Lucas 12:32), pero Dios ha sido fiel a su promesa de que “las puertas del Hades” no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). Este folleto, lleno de información reveladora, narra brevemente la fascinante historia de la verdadera Iglesia de Dios.
Jesucristo dijo: “Edificaré mi Iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). ¿Qué iglesia edificó Jesucristo y qué fue de ella?
Cuando la Biblia habla de una Iglesia, nunca se está refiriendo a un templo ni a una organización humana incorporada por una autoridad secular. La palabra en idioma griego que se traduce como “iglesia” en español es ekklesia. En el uso no religioso, se refería a una asamblea de ciudadanos que eran “llamados de” entre los habitantes de la ciudad para deliberar sobre algún tema importante. En la traducción griega del Antiguo Testamento, esta palabra se emplea con frecuencia para referirse a la congregación de Israel o la asamblea del pueblo de Dios. En el Nuevo Testamento el mismo significado se expresa con el término “congregación” o “asamblea”.
El concepto de “llamados a salir” dentro del significado de ekklesia resulta fundamental para entender qué es la Iglesia. En Génesis 12:1 vemos que Dios llamó a Abraham a salir de la ciudad caldea de Ur. En Éxodo 12 leemos que Dios llamó a los descendientes de Abraham, los hijos de Israel, a salir de Egipto. Fue entonces cuando se convirtieron en la Iglesia o “congregación en el desierto” (Hechos 7:38).
Una de las últimas advertencias de Dios a su pueblo es que salgan de Babilonia (Apocalipsis 18:4). Los santos de Dios no deben participar en los pecados de aquella cultura corrupta del tiempo del fin para que no reciban los castigos divinos que caerán sobre “Babilonia”.
Jesús afirmó claramente que nadie puede venir a Él y ser parte de su Iglesia si el Padre no lo llama (Juan 6:44). Solamente los que respondan al llamado del Padre, mediante el arrepentimiento y el bautismo, recibirán el Espíritu Santo (Hechos 2:38), y es sólo por medio del Espíritu Santo de Dios que nos convertimos en parte de la Iglesia que Jesucristo edificó (Romanos 8:9; 1 Corintios 12:13).
¿Qué se hizo la Iglesia que Cristo edificó? ¿Acaso se adaptó a las épocas y evolucionó con el tiempo mediante una revelación progresiva? ¿Se desvió acaso del rumbo establecido por Jesucristo en su Palabra y se hizo necesaria una reforma a manos de individuos como Martín Lutero y Juan Calvino? O bien, ¿ha habido un grupo de creyentes que, siglo tras siglo, han mantenido, creído y practicado las mismas doctrinas que enseñaron Jesucristo y los apóstoles en el primer siglo de nuestra era?
Cuando miramos la historia de la iglesia tradicional, llamada cristiana, salta a la vista una iglesia radicalmente diferente de aquella que se describe en las páginas del Nuevo Testamento. En el libro de los Hechos encontramos que la Iglesia de Dios celebraba los días santos “judíos” (Hechos 2:1; 13:14, 42, 44; 18:21), que hablaba del regreso de Cristo para juzgar al mundo (Hechos 3:20-21; 17:31), y creía en el establecimiento de un verdadero Reino de Dios en la Tierra (Hechos 1:3, 6; 3:9-21; 28:23).
Menos de trescientos años después, encontramos una iglesia que dice ser de origen apostólico pero que observa el “Venerable Día del Sol” en vez del sábado, o séptimo día. Cuando esta iglesia reunió a sus obispos para tratar temas de doctrina en el Concilio de Nicea, ¡el encuentro lo presidió un emperador romano, Constantino! ¿Cómo se produjo una transformación tan asombrosa? ¿Qué pasó?
El autor Jesse Lyman Hurlbut reconoció el cambio dramático que había ocurrido. En su libro Historia de la Iglesia Cristiana, escribió: “Después de la muerte de San Pablo, y durante cincuenta años, sobre la Iglesia pende una cortina a través de la cual en vano nos esforzamos por mirar. Cuando al final se levanta alrededor del año 120 D.C., con los registros de los padres primitivos de la iglesia, encontramos una iglesia muy diferente en muchos aspectos a la de los días de San Pedro y San Pablo” (pág. 41).
La historia de la iglesia cristiana entre Pentecostés del año 31 D.C. y el Concilio de Nicea en el 325 D.C., casi 300 años más tarde, es realmente insólita. Es la historia de cómo la ortodoxia de ayer se convirtió en la herejía de hoy, y cómo las viejas herejías lograron aceptación como si fueran la doctrina cristiana ortodoxa. Es la historia de cómo la tradición de las iglesias y las enseñanzas de los obispos llegaron a imponerse por encima de la palabra de Dios como fuente de doctrina. Es una historia más insólita que la ficción, pero al mismo tiempo, es históricamente verificable.
En Hechos 8 se presenta en la escena un individuo utilizado por Satanás para subvertir a la Iglesia de Dios. Se trata de Simón, mago de Samaria, conocido en la historia como Simón el mago. Los samaritanos pensaban que él era el representante elegido por Dios (Hechos 8:9-10). En su Introducción al Nuevo Testamento, Eduard Lohse afirma que la expresión: “el gran poder de Dios” representa la “declaración de Simón de que él era el portador de la revelación divina” (pág. 269). Simón fue bautizado y se convirtió en cristiano de nombre, junto con los demás samaritanos, sin embargo, el apóstol Pedro reconoció sus verdaderas intenciones, y en Hechos 8:22-23 lo reprendió duramente por estar “en hiel de amargura y en prisión de maldad”.
¿Quiénes eran los samaritanos? El libro segundo de los Reyes dice que cuando el rey de Asiria hizo deportar a las tribus del norte de Israel, ocuparon su lugar nuevos pobladores provenientes de Babilonia. Estos samaritanos de origen babilónico siguieron practicando su viejo paganismo babilónico pero con una infusión de terminología bíblica que disimulaba lo que estaban haciendo (2 Reyes 17:33, 41). Aunque se decían seguidores del Dios de Israel, no obedecían su ley (v. 34). Más aún, estos, como se indica claramente en los libros de Esdras y Nehemías, se convirtieron en enemigos de la verdadera Obra de Dios.
Los samaritanos, como los judíos, se dispersaron por el mundo conocido a raíz de las conquistas de Alejandro Magno. Había colonias samaritanas en varios de los grandes centros del Imperio Romano, entre ellos Alejandría, Egipto y Roma. Simón tenía admiradores y seguidores entre esta gente.
El samaritanismo, con su mezcla de paganismo babilónico y acatamiento nominal al Dios de Israel, también sufrió una fuerte influencia de la filosofía griega. Simón el mago añadió a esto un reconocimiento de Jesucristo como el Redentor de la humanidad, mas Jesús explicó que “no todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). Simón se valía del nombre de Jesús pero en lugar de su mensaje enseñaba otro: ¡un mensaje que eliminaba la necesidad de obedecer a Dios y guardar sus mandamientos!
La obra de Eerdman, Handbook to the History of Christianity (Manual de la historia del cristianismo), dice: “Los primeros escritores cristianos consideraban a Simón como la fuente de todas las herejías” (pág. 100). La enciclopedia británica (ed. 11), en su artículo sobre Simón el mago, lo identifica como el “fundador de una escuela de gnósticos y un padre de la herejía”. El destacado historiador Edward Gibbon dice que los gnósticos “combinan con la fe en Cristo muchas doctrinas abstractas y oscuras que se derivaron de las filosofías orientales” (The Triumph of Christendom in the Roman Empire, El triunfo de la cristiandad en el Imperio Romano, pág 15).
El gnosticismo, término derivado de la palabra griega que significa “conocimiento”, era un modo de vida sumamente intelectual. Representaba una combinación de la religión de los misterios babilónicos, la especulación filosófica griega y un barniz de terminología bíblica. Entre los gnósticos, las narraciones bíblicas no se tomaban literalmente sino como alegorías que se empleaban para enseñar “verdades” más profundas. “Los gnósticos trataban con profundo menosprecio la versión mosaica de la creación” (Gibbon). Resaltaban el dualismo pagano con su énfasis en la inmortalidad del alma y la maldad inherente en la materia. También introdujeron mucha especulación vana sobre la naturaleza de Dios y el reino espiritual. Varios libros del Nuevo Testamento -entre ellos el evangelio de Juan, Colosenses y 1 Juan- se escribieron con el objeto de refutar las herejías gnósticas que comenzaron a difundir Simón el mago y muchos otros.
La cultura helénica, que imbuyó las regiones del Oriente Medio y el Mediterráneo, era una visión diferente del mundo, que competía con la perspectiva y los principios de la Biblia. Destacaba la supremacía de la razón y la lógica en vez de la revelación divina. En épocas más tardías, los griegos, abochornados por las jugarretas vulgares de sus dioses y héroes antiguos en los escritos de Homero y Hesíodo, quisieron explicarlas como alegorías profundas. Los judíos helénicos, como Filón de Alejandría, retomaron esta manera de ver los escritos “inspirados” y la aplicaron a la Biblia. Tratar el Antiguo Testamento como una alegoría fue un recurso muy cómodo para los gnósticos y otros que pretendían evadir la obediencia a los claros mandatos a la ley de Dios.
Unos 15 años después del bautismo de Simón el mago, el apóstol Pablo se vio en la necesidad de advertir a la Iglesia en Tesalónica que “ya está en acción el misterio de la iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:7). Unos cinco años más tarde, les advirtió a los corintios que ellos estaban en peligro de dejarse corromper por falsos apóstoles que enseñaban “otro Jesús” y “otro evangelio”. Simón y sus seguidores eran en realidad ministros de Satanás que se hacían pasar por ministros de Cristo (2 Corintios 11:3-4, 13-15).
Hacia finales del decenio del 60 D.C., el apóstol Judas, hermano de Santiago y de Jesucristo, exhortó a los cristianos a que contendieran “ardientemente por la fe que había sido una vez dada a los santos” (Judas 3). Les advirtió que ciertos individuos se habían introducido encubiertamente en la organización de la Iglesia y procuraban convertir la gracia en abolición de la ley enseñando que ya no era necesaria (v. 4). En tiempos de judas, el hermano del señor, la verdadera fe ya había sido dada. Los eruditos que sostienen que correspondía a los teólogos de los siglos segundo y tercero empezar a formular una idea correcta de la naturaleza divina, harían bien en volver a leer Judas 3. ¡Es claro que Judas no da cabida a la llamada “revelación progresiva”!
El apóstol Juan, escribiendo al cierre del primer siglo, o sea casi 30 años después de completado el resto del Nuevo Testamento, tuvo que vérselas con herejías que estaban mucho más difundidas que en tiempos de los apóstoles Pablo y Judas. El apóstol Juan reiteró la necesidad de guardar los mandamientos de Dios (1 Juan 2:3; 3:4, 22; 5:3). En 2 Juan 7, advirtió: “porque muchos engañadores han salido por el mundo”. Por ejemplo, en 3 Juan 9-10 vemos a un dirigente de nombre Diótrefes que había logrado el control de algunas congregaciones en Asia Menor y estaba sacando de la Iglesia a los cristianos verdaderos que seguían leales al anciano apóstol Juan y a sus enseñanzas.
Veinticinco años antes de los escritos del apóstol Juan, había ocurrido un hecho que tuvo amplias repercusiones en la Iglesia del Nuevo Testamento. Se trata de la destrucción de Jerusalén por las legiones romanas bajo el mando de Tito en el año 70 D.C. La Iglesia de Dios en Jerusalén, encabezada por el sucesor del apóstol Santiago, que fue Simeón (primo hermano de Santiago y de Jesucristo), huyó de Jerusalén poco antes de ese año y se dirigió a Pella, una alejada comunidad en el desierto. Muerto Simeón, la Iglesia de Dios de Jerusalén tuvo 13 dirigentes en 28 años.
Muchas herejías que habían surgido anteriormente se difundieron desde entonces. Además, muchos en la Iglesia se sentían confundidos y abatidos. Las cosas no habían salido tal como se esperaba. La Iglesia era cada vez más una mezcla de conversos gentiles y cristianos de segunda o aun de tercera generación.
Hacia finales del primer siglo y comienzos del segundo, el mundo romano manifestaba una creciente hostilidad hacia los judíos. El Imperio Romano los castigaba con leyes e impuestos sumamente onerosos. Entre la primera (66-73 D.C.) y la segunda (132-135 D.C.) rebelión judía hubo muchos pogromos violentos contra ellos en lugares como Alejandría y Antioquía. Reaccionando, los judíos se amotinaron en Mesopotamia, Palestina y Egipto.
Los cristianos eran víctimas frecuentes de tales estallidos porque las autoridades los consideraban como una secta judía. Al mismo tiempo, los revolucionarios judíos los consideraban traidores al judaísmo y a sus aspiraciones políticas porque se negaban a luchar contra los romanos. En ese periodo, cientos de millares de los que practicaban su culto el día sábado y estudiaban las Sagradas Escrituras, perecieron a manos de los romanos o de los sublevados.
Durante este periodo azaroso, la Iglesia Romana bajo su obispo Sixto (116-126 D.C. aprox.) comenzó a celebrar servicios de culto los domingos y dejó de guardar la Pascua anual, reemplazándola con una Pascua “Florida” (o Domingo de Resurrección) y una “Eucaristía”. El hecho quedó consignado por Eusebio de Cesarea, erudito de finales del tercer siglo y comienzos del cuarto que llegó a conocerse como el “padre de la historia eclesiástica”. Eusebio citó información tomada de una carta que fue dirigida por Ireneo, obispo de Lyon (130-202 D.C. aprox.) al obispo Víctor de Roma. El Dr. Samuele Bacchiocchi, en su libro: From Sabbath to Sunday (Del sábado al domingo) reconoce que: “hay un amplio consenso de opinión entre los estudiosos de que Roma es efectivamente el lugar donde nació la Pascua Florida. Hay quienes la llaman, con razón, la Pascua Romana” (pág 20). Es interesante que los romanos siguieron usando el término latino para su nueva fiesta: Paschalis, o Pascua.
Este rompimiento oficial con la ley divina fue el resultado natural del “misterio de iniquidad” que confundía la gracia con la abolición de ley y enseñaba que era innecesario obedecer esta última. Cuando una práctica se considera innecesaria, es sólo cuestión de tiempo hasta que el sentido de la comodidad dicte o bien su modificación, o bien su abolición. Al irse acentuando el choque entre el judaísmo y el imperio, muchos “cristianos” en Roma, bajo el liderazgo del obispo Sixto, tomaron medidas para evitar que los fueran a considerar judíos y someterlos a la consiguiente persecución.
En el año 135 D.C., al final de la segunda rebelión judía, el emperador romano Adriano (Publius Aelius Adrianus) tomó medidas drásticas contra los judíos. Le dio a Jerusalén un nuevo nombre: el suyo y el del “dios” Júpiter Capitolinus -Aelia Capitolina- e impuso la pena de muerte a cualquiera que llamándose judío, se atreviera entrar en la ciudad.
En este punto, se convirtió en obispo de Jerusalén un italiano de nombre Marcos. Gibbon anota en el capítulo 15 de su famosa obra La decadencia y caída del Imperio Romano que “a instancias de él [Marcos], la parte más considerable de la congregación renunció a la ley mosaica, en cuya práctica habían perseverado más de un siglo. Con este sacrificio de sus hábitos y prejuicios compraron la entrada libre a la colonia de Adriano y cimentaron más firmemente su unión con la Iglesia Católica” (vol. 1, pág. 390).
¿Qué les pasó a quienes seguían considerando que la ley de Dios era de obligatorio complimiento para los cristianos? Gibbon escribe: “Los crímenes de herejía y cisma se les imputaban a los oscuros remanentes de los nazarenos que rehusaban aceptar a su obispo latino… Pocos años después del regreso de la Iglesia de Jerusalén, ya era tema de duda y controversia el que un individuo que sinceramente reconocía a Cristo como el Mesías pero que seguía observando la ley de Moisés pudiera tener alguna esperanza de salvación” (pág 390).
Fue cuestión de tiempo hasta que los cristianos que habían dejado de guardar el sábado “excluyeran a sus hermanos llamados judaizantes de la esperanza de salvación… [y] rechazaran todo trato con ellos en los asuntos corrientes de la amistad, la hospitalidad y la vida social”.
¡Es increíble! Esto ocurrió aunque pocos años antes todos habían guardado juntos las fiestas de Dios. Cuando el obispo Marcos trajo las “nuevas verdades”, la mayoría de quienes profesaban el “cristianismo” se unieron a él para condenar a aquellos fieles cristianos que se aferraban a la fe histórica que todos habían aprendido. Los que permanecieron leales a la verdad quedaron relegados como fuente de “división” por las mayorías que buscaban remplazar al cristianismo histórico con algo diferente.
Muchos de los escritos supuestamente “cristianos” que se han preservado del segundo siglo en adelante, plantean una teología muy distinta de aquella que enseñó el apóstol Juan apenas 10 o 20 años antes. Como asevera Bacchiocchi, “Ignacio, Bernabé y Justino, cuyos escritos constituyen nuestra principal fuente de información para la primera mitad del segundo siglo, fueron testigos y partícipes en el proceso de separación del judaísmo que llevó a la mayoría de los cristianos a abandonar el sábado y adoptar el domingo como el nuevo día de culto” (pág. 390). Ignacio de Antioquía, alrededor del año 110 D.C., escribió: “Es monstruoso hablar de Jesucristo y practicar el Judaísmo” (Magnesianos). También habló de “no guardar más los sábados”. Sin embargo, el apóstol Juan declaró en su evangelio escrito apenas 20 años antes, que Jesús guardó las mismas fiestas que guardaba la comunidad judía (Juan 2:13; 7:2; 11:55).
Bernabé de Alejandría (no confundirlo con el apóstol Bernabé), escribió una epístola alrededor del año 130 D.C. en la cual alega que el Antiguo Testamento es una alegoría que no debe tomarse literalmente. Considera que las prohibiciones de la ley contra las carnes inmundas son una alegoría del tipo de personas que los cristianos deben evitar (Epístola de Bernabé). También pretende alegorizar el sábado, y afirma: “Conservamos el octavo día para regocijo, en el cual también Jesús se levantó de la muerte” (Epístola de Bernabé).
Dos destacados teólogos del segundo siglo, que cumplieron un papel importante en la transición de la teología bíblica a la católica romana, fueron bautizados en iglesias bajo el liderazgo del fiel Policarpo. Policarpo (69-155 D.C. aprox.) fue discípulo personal del apóstol Juan y era uno de los pocos dirigentes de la Iglesia en su época que se aferraba a la verdad. Los dos individuos, Justino Mártir (95-167 D.C. aprox.) e Ireneo (130-202 D.C.) mantuvieron algunas de las verdades que habían aprendido bajo Policarpo a la vez que buscaban acomodarse al nuevo rumbo de la teología romana en nombre de la “unidad de la iglesia”. Ireneo, si bien se alejó de muchas enseñanzas de Policarpo, lo admiró toda la vida como un gran hombre de Dios.
Justino era un griego de Samaria que se hizo filósofo platónico y luego, por influencia de Policarpo y sus discípulos, fue bautizado como cristiano en Éfeso alrededor del año 130 D.C. Llegó a Roma en el año 151 D.C., fundó una escuela y más tarde sufrió el martirio en 167 D.C. Una vez en Roma, Justino quiso seguir un camino centrista en torno a la ley. Henry Chadwick escribe:
“Justino creía que un cristiano judío era libre de guardar la ley mosaica sin comprometer de ninguna manera su fe cristiana, e incluso que un cristiano gentil podía guardar costumbres judías si algún cristiano judío había influido en él para hacerlo; solamente debía mantenerse que tales observancias eran asunto de indiferencia y de conciencia del individuo. Mas Justino tenía que reconocer que otros cristianos gentiles no tenían una opinión tan liberal sino que pensaban que no serían salvos quienes observaban la ley mosaica” (The Early Church, La Iglesia Primitiva, págs. 22-23).
Ireneo se crió en Asia Menor, y en su adolescencia oyó predicar a Policarpo. Llegó a Roma en su juventud y más tarde fue obispo de Lyon en Francia en 179 D.C. Ireneo era considerado el primer gran teólogo católico y parece que hizo grandes esfuerzos por promover la paz y el espíritu conciliatorio. Su deseo de paz, sin embargo, era tan grande que estaba dispuesto a transigir con la verdad con tal de mantener la unidad en la iglesia. Las iglesias de Asia Menor bajo el liderazgo de Policarpo guardaban el sábado y los días santos. Sin embargo, cuando Ireneo fue a Roma se adaptó fácilmente a las prácticas romanas de guardar el domingo y el Domingo de Resurrección. En Lyon había quienes guardaban la Pascua el día 14 de Abib y otros que guardaban el Domingo de Resurrección. Ireneo conservó este último pero quiso ser tolerante con los que seguían guardando la Pascua.
Ciertamente se estaba produciendo una revolución teológica en la Iglesia en el segundo siglo. “Justino Mártir ocupa una posición central en la historia del pensamiento cristiano del segundo siglo… Justino también adaptó el pensar de Ireneo, obispo de Lyon” (Chadwick pág. 79). Aunque en Éfeso Justino se convirtió al cristianismo, “no entendía que esto implicara abandonar sus inquietudes filosóficas y ni siquiera renunciar a todo lo que había aprendido del platonismo” (pág. 75). Creía que el dios de Platón era también el Dios de la Biblia. “Justino no asevera rígida y exclusivamente que la revelación divina sea de los judíos de tal modo que se invalide el valor de otras fuentes de sabiduría. Abraham y Sócrates son igualmente cristianos antes de Cristo” (Pág. 76). Este modo de pensar fijó el escenario para darle nueva forma a la teología cristiana de modo que acogiera buena parte del pensamiento filosófico griego acerca de la naturaleza de Dios.
Pese a todo lo anterior, Justino reconoció la autoridad del libro del Apocalipsis y creía que “Cristo regresaría a una Jerusalén reedificada para reinar con sus santos mil años”.
Ireneo, fuertemente influido por Justino, también enseñó algunos aspectos de la verdad pese a comportarse conforme a las prácticas romanas. Enseñó, correctamente, que “el propósito de nuestra existencia es la formación del carácter mediante la superación de las dificultades y tentaciones” (pág. 81). También se mantuvo fiel a la esperanza literal de un milenio terrenal durante el cual Cristo reinaría en la Tierra, y enseñó que la esperanza en el milenio no se debía interpretar como un simple símbolo del Cielo, si bien sus obras posteriores muestran menos insistencia sobre este punto.
Dos errores fundamentales distinguían a los cristianos de nombre de los que realmente representaban la continuidad de la Iglesia fundada por Jesucristo. Los errores se refieren al tema de si la ley de Dios seguía siendo obligatoria para los cristianos, y al tema de qué y quién es Dios. Los errores respecto de estos dos puntos generaron una divergencia cada vez mayor entre la iglesia que profesaba ser cristiana y la verdadera Iglesia de Dios.
La importancia de la ley fue el principal tema de controversia desde aproximadamente el año 50 D.C. hasta el año 200 D.C. No se resolvió hasta los concilios de Nicea (325 D.C.) y Laodicea (363 D.C.), cuando se involucró el estado romano. La esencia del conflicto se conserva en la confrontación entre Polícrates de Asia Menor y Víctor, obispo de Roma, alrededor del año 190 D.C. Polícrates era el sucesor de Policarpo, quien a su vez fue discípulo del apóstol Juan. Ireneo narra que Policarpo había viajado a Roma a mediados del segundo siglo para intentar persuadir a Aniceto, obispo de Roma, acerca del verdadero día de la Pascua. Aniceto decía estar obligado por la tradición de sus predecesores desde el obispo Sixto, mientras que Policarpo declaraba que “él siempre había observado [la Pascua] con Juan, discípulo de nuestro señor, y el resto de los apóstoles, con quienes se asociaba” (Eusebio, xxiv).
Unos 50 años después del viaje de Policarpo, Víctor de Roma quiso intimidar a las iglesias de Asia Menor para obligarlas a conformarse a la práctica de la Pascua romana. Policarpo se dirigió a Víctor por carta en estos términos:
“Nosotros, por tanto, observamos el día genuino [la Pascua]; ni añadiéndole al mismo ni restándole. Porque en Asia grandes luces han dormido, las cuales se levantarán de nuevo en el día de la manifestación del Señor, cuando vendrá con gloria del Cielo, y levantará a todos los santos. Felipe, uno de los doce apóstoles, que duerme en Hierápolis… Juan, quien se recostó en el seno de nuestro Señor… Policarpo de Esmirna… Todos estos observaron el decimocuarto día de la Pascua conforme al evangelio sin desviarse en nada, sino siguiendo la regla de la fe… y mis parientes siempre observaron el día en que la gente se deshacía de la levadura [14 de Abib]. Por lo tanto yo, hermanos, ya tengo 65 años en el Señor, quién habiendo conferido con los hermanos en todo el mundo, y habiendo estudiado la totalidad de las sagradas Escrituras, no estoy para nada alarmado por aquellas cosas con las cuales me amenazan para intimidarme. Porque aquellos que son mayores que yo han dicho: “Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres” (Eusebio, xxiv).
Mientras ardían las controversias en el siglo segundo, una nueva modalidad de gobierno eclesiástico traería consecuencias de proporciones monumentales. Esta modalidad era el énfasis en lo que se denominó la “sucesión apostólica”.
En el primer siglo, Pablo había encomiado a los bereos por su modo de verificar lo que él decía, inquiriendo diariamente en las Escrituras para ver si estaba enseñando la verdad (Hechos 17:11). Exhortó así a los tesalonicenses: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:2). Durante el primer siglo vemos que se invoca constantemente la autoridad de las Escrituras.
A partir de los escritos de Clemente, obispo de Roma, encontramos un nuevo giro. Clemente dirigió una carta a la iglesia en Corinto alrededor del año 100 D.C., probablemente muy poco después de la muerte de Juan. Los editores de Masterpieces of Crhistian Literature (Obras maestras de la literatura cristiana) resumen así las principales ideas de Clemente: “El camino a la paz y la concordia es la obediencia a las autoridades establecidas, los ancianos. Cristo gobierna a las iglesias por medio de los apóstoles, los obispos por ellos nombrados y los sucesores aprobados de los obispos”.
Unos diez años más tarde, Ignacio destacó el mismo punto: “La unidad y la paz en la iglesia y la validez de la iglesia se adquieren mediante la adherencia fiel al obispo” (Masterpieces).
A mediados del siglo siguiente, el argumento había adquirido tal fuerza que Cipriano de África del Norte declaró: “El punto focal de la unidad es el obispo. Abandonarlo es abandonar a la iglesia, y no puede tener a Dios por Padre quien no tenga a la iglesia por madre” (Chadwick).
Estos argumentos se sostenían con el objeto de mantener a los hermanos dentro de una organización que ya se estaba convirtiendo rápidamente en lo que hoy conocemos como la Iglesia Católica Romana. Cuán diferentes son estos llamados de aquellos que vemos en otros dirigentes de la Iglesia primitiva, quienes para su autenticación invocaban las Escrituras y los frutos de su ministerio (ver 1 Corintios 11:1; Hechos 17:2). Incapaces ya de apelar claramente a las Escrituras, los dirigentes eclesiásticos en los siglos segundo y tercero reclamaban lealtad de los hermanos basados cada vez más en su aseveración de ser sucesores debidamente ordenados de los apóstoles y de los obispos que les siguieron. Mientras abandonaban cada vez más las enseñanzas de los apóstoles, estos embaucadores pretendían mantener unidos a los hermanos apelando a la unidad y al recuerdo de los apóstoles.
¿Qué ocurrió para que tantos se alejaran tan rápida y radicalmente? Es la pregunta que salta a la mente cuando examinamos la historia de la Iglesia primitiva.
Cuando falleció el apóstol Juan ya casi en los albores del segundo siglo, el movimiento cristiano, aunque tenía que vérselas con muchos problemas además de la presencia de falsos maestros, al menos conservaba una semejanza reconocible con la Iglesia de Dios que vemos en el libro de los Hechos. Pero ya a comienzos del tercer siglo de nuestra era, la mayoría de estas mismas congregaciones, que aún se llamaban “Iglesia de Dios”, se parecían mucho más en su doctrina a la Iglesia Católica medieval que a la Iglesia de Dios en tiempos de los apóstoles Pedro, Jacobo, Pablo y Juan.
Durante el segundo siglo, se presentaron una serie de cambios graduales tanto en la doctrina como en la práctica de la gran mayoría de las congregaciones. El escenario para aquellos cambios se preparó mediante algunas de las ideas que habían empezado a difundirse pocos años después de la resurrección y ascensión de Jesucristo al Cielo. ¡Las ideas siempre traen consecuencias!
Cristo dedicó su ministerio a la predicación de la “buena noticia” de un futuro gobierno divino, el cual reemplazará a los gobiernos humanos opresivos que sus oyentes bien conocían. Los discípulos le preguntaron qué señales indicarían que se acercaba ese momento (Mateo 24:3). La última pregunta que hicieron, cuando Él se disponía a ascender al Cielo, tenía que ver con el momento en que se establecería el Reino de Dios y si ese momento ya había llegado (Hechos 1:6). En la última etapa conocida del ministerio de Pablo, encontramos que el apóstol seguía “predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento” (Hechos 28:31). Hasta el último libro inspirado del canon del Nuevo Testamento trae por inspiración de Dios, visiones sobre el establecimiento real del Reino de Dios en la Tierra (Apocalipsis 19: 11-21; 20:4-6; 21).
Pese a estas constancias claras de lo que Jesucristo enseñó, leemos en 2 Corintios 11:3-15 que se habían introducido falsos ministros en la Iglesia, y ya 25 años después de su fundación estaban enseñando lo que el apóstol Pablo llamó “otro evangelio”. En el siglo segundo, el verdadero evangelio que Jesús enseñó ya se estaba tildando de “opinión dudosa” por los líderes de la naciente iglesia cristiana “ortodoxa”. Para el siglo tercero, las enseñanzas y el propio ejemplo de Jesucristo se veían como franca herejía. Durante los siglos segundo y tercero, el “evangelio” que se estaba predicando era uno centrado casi exclusivamente en la persona de Jesús. Al mismo tiempo, iban logrando aceptación los conceptos paganos relativos a la inmortalidad del alma, así como el Cielo y el Infierno.
El concepto correcto de lo que es el Reino de Dios se mantuvo hasta bien entrado el segundo siglo, incluso por individuos como Justino Mártir e Ireneo. (No olvidemos, sin embargo, que ellos iban seriamente a la deriva en otros aspectos, por ejemplo su enseñanza relativa a la ley de Dios). Edward Gibbon escribe lo siguiente acerca del aquel período:
“La seguridad en cuanto a tal Milenio era inculcada cuidadosamente por… [quienes] trataron con los discípulos inmediatos de los apóstoles… Mas cuando el edificio de la iglesia estaba casi completo, se dejó de lado el apoyo pasajero. La doctrina del reinado de Cristo en la Tierra se trató primero como una alegoría profunda, pasó gradualmente a considerarse como una opinión dudosa e inútil, y al fin fue rechazada como el invento absurdo de la herejía y el fanatismo” (La decadencia y caída del Imperio Romano, Gibbon, vol. I, cap. 15).
Esta progresión fue resultado, en gran parte, de la influencia de Orígenes. Orígenes fue, como pronto veremos, uno de los individuos menos equilibrados que jamás hayan figurado como teólogos cristianos. Desempeñó un papel principal en la formulación de la doctrina católica sobre la Trinidad, la inmortalidad del alma y el Reino de Dios.
A medida que se abandonaba el entendimiento fundamental sobre la verdadera naturaleza del evangelio y el Reino de Dios, fueron surgiendo consecuencias desastrosas. Una fue la participación de los miembros de la iglesia en los sectores político y militar. Los historiadores reconocen con virtual unanimidad que los primeros cristianos evitaban tal participación. “Mas, a la vez que inculcaban las normas de obediencia pasiva, se negaban a tomar parte activa alguna en la administración civil y en la defensa militar del Imperio” (Gibbon, El Triunfo de la Cristiandad en el Imperio Romano, pág. 41). Sin embargo, para finales del tercer siglo ya había legiones “cristianas” en el ejército romano. A quienes profesaban el cristianismo se les decía que la participación política era aceptable.
La doctrina de la inmortalidad del alma, que es virtualmente universal en el paganismo, no se enseña ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. Veamos lo que al respecto reconoce el Diccionario Bíblico Ilustrado de Vila y Santa María:
“La palabra hebrea nefesh (que es uno de los vocablos traducidos generalmente en castellano por alma), aparece 754 veces en el Antiguo Testamento. Como puede verse en la primera cita bíblica al respecto, significa “lo que tiene vida” (Génesis 2:7) y se aplica tanto al hombre como a los demás seres vivientes”.
El Interpreter’s Dictionary of the Bible (Diccionario bíblico del interprete) agrega lo siguiente:
“La palabra “alma” representa casi exclusivamente el término nefesh en hebreo. También suele llevar connotaciones provenientes en última instancia del griego filosófico (platonismo), del orfismo, y el gnosticismo, que en nefesh están ausentes. En el Antiguo Testamento jamás significa el alma inmortal, sino que es en esencia el principio vital, o el ser viviente… Psique en el Nuevo Testamento corresponde a nefesh en el Antiguo” (vol. 4, pág. 428).
¿Cómo entró en el cristianismo el concepto de un alma inmortal? Ya por el año 200 A.C., ciertas sectas judías, por influencia griega, comenzaban a absorber esta idea y trataban de combinarla con la enseñanza bíblica sobre la resurrección. El hecho se ilustra en escritos apócrifos intertestamentarios como el Libro de los Jubileos y el Libro Cuarto de Macabeos, así como en Filón y Josefo. Los gnósticos, con su énfasis en el dualismo pagano, hacían hincapié en la inmortalidad del alma en contraste con la resurrección del cuerpo. La International Standard Bible encyclopedia (Enciclopedia Bíblica Estándar Internacional) afirma: “Hay una distinción entre la creencia platónica en la inmortalidad del alma sola y la enseñanza bíblica sobre la resurrección de los muertos” (vol. 2 pág. 810).
Hacia finales del segundo siglo y comienzos del tercero, escritores como Tertuliano y Orígenes cumplieron un papel principal en la formulación de la doctrina católica respecto del Cielo, el Infierno y la inmortalidad del alma. La enciclopedia citada arriba prosigue: “Los cristianos primitivos solían estar influidos por el pensamiento griego además del judío. Por ejemplo, muchos estaban influidos por las enseñanzas de Pitágoras sobre la división del alma en varias partes y su transmigración: Detrás del concepto del alma sostenido por Orígenes estaban los conceptos platónico y neoplatónico [especialmente de Plotino]… Tertuliano seguía el pensamiento estoico” (vol. 4 pág. 588). La Encyclopedia of Religion (Enciclopedia de la Religión) explica que muchos teólogos católicos de gran influencia posterior “interpretaron los conceptos bíblicos del alma siguiendo los lineamientos platónicos y en general la tradición de Orígenes y su escuela”.
No había una sola herejía respecto de la naturaleza de Dios, sino que había muchas, y contradictorias. Tal parece que había casi tantas ideas diferentes como escuelas y maestros de filosofía. El pensamiento católico generalmente aceptado, de donde surgió la doctrina protestante ortodoxa sobre el tema, simplemente representa la versión herética que se impuso sobre sus competidoras. Como esta es la enseñanza que ha perdurado, con alguna modificación, hasta nuestros días, es la que examinaremos en más detalle.
Los antecedentes de la enseñanza ortodoxa sobre el tema de la Trinidad en el tercer siglo no aparecen en el texto bíblico sino en los escritos de los filósofos griegos. Al respecto, The Roman Catholic New Theological Dictionary (El nuevo diccionario teológico católico romano) reconoce francamente varias cosas. En cuanto a la enseñanza bíblica sobre la naturaleza del Espíritu Santo, en su artículo “La Trinidad” dice: “Como tal, el Espíritu nunca es objeto explícito de culto en el Nuevo Testamento, ni tampoco está representado el Espíritu en las disertaciones del Nuevo Testamento como si el mismo tuviera trato de modo interpersonal con el Padre y el Hijo”.
Más adelante en el mismo artículo, eruditos católicos modernos, comentando sobre los antecedentes de la enseñanza ortodoxa sobre la Trinidad, confiesan la influencia pagana en su teología:
“Los cristianos… conocedores de la filosofía, a la sazón predominante del platonismo medio, aprovecharon la oportunidad de proclamar y elucidar el mensaje cristiano en una forma de pensamiento que tenía sentido para las clases educadas de la amplia sociedad helénica. Este movimiento, que la teología católica generalmente ha evaluado como positiva, tendrá un impacto enorme en el desarrollo de la teología cristiana… Confiados en que el Dios que ellos [los filósofos paganos] predicaban era el Padre de Jesucristo y que la salvación que proclamaban era la de Jesús, los apologistas adoptaron buena parte de la cosmovisión helénica… [A Tertuliano corresponde] el primer uso conocido del término “Trinidad”.
Orígenes se apropió de la filosofía del platonismo medio más sistemáticamente que los apologistas y Tertuliano. De hecho, su “concepto de la generación eterna” fue una adaptación de la doctrina del platonismo según la cual todo el universo de seres espirituales era eterno. El hijo se deriva (o genera) eternamente del propio ser de Dios y es, por tanto, la esencia del Padre, pero en segundo lugar después del Padre… Orígenes, como Tertuliano, acuñó un término genérico para el “tres” de la tríada divina. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son “tres hipostasis” … El principal aporte de Orígenes a la formulación de la doctrina trinitaria es la idea de la generación eterna. Su término genérico para las “tres” hipostasis se adoptará y refinará en el cuarto siglo” (pág. 1054).
Cuando miramos el desarrollo de la teología “cristiana” a finales del siglo segundo y comienzos del tercero, aparecen una y otra vez los nombres de Tertuliano y Orígenes. Tertuliano (150-224 D.C. aprox.), llamado el padre de la teología latina, fue “uno de los escritores más poderosos de su época, con casi tanta influencia como Agustín en el desarrollo de la teología en el Occidente (Eerdman, Handbook to the History of Christianity, Manual de la historia del cristianismo, pág. 77).
Tertuliano vivió en Cartago y fue uno de los primeros que enseñaron que la muerte daba comienzo a un infierno ardiente. En su edad más avanzada rompió con Roma y se hizo montanista. Esto significa que aceptó los argumentos de dos mujeres poseídas del demonio que se decían profetisas. Cayendo en un frenesí extático, “hablaban en lenguas”, decían ser el “Paracleto” (término que designa el Espíritu Santo en el evangelio de Juan) y enseñaban un mensaje que se llamó la “Profecía nueva”.
Orígenes (185-254 D.C. aprox.) “fue el más grande de los eruditos y el autor más prolífico de la iglesia primitiva” (Eerdeman, pág. 104). Alrededor del año 203 D.C., sucedió a Clemente de Alejandría como jefe de una famosa escuela que decía preparar a los cristianos para el bautismo y ofrecía cursos de filosofía y ciencias naturales para el pueblo en general. Por grande que fuera su fama como gran erudito y profesor de teología, ¿cuánto entendía Orígenes? Según Eusebio, historiador eclesiástico del cuarto siglo, poco después de asumir las riendas de la escuela en Alejandría, ¡Orígenes se castró! Este acto se basó en su manera de entender (o de no entender) Mateo 5:29-30.
Esta misma ausencia total de comprensión sana de lo que son el verdadero significado y la intención de las Escrituras, se manifiesta tristemente en buena parte de sus escritos sobre teología. “Orígenes introdujo la posibilidad de un infierno correctivo [purgatorio]” (International Bible Encyclopedia, Enciclopedia bíblica internacional, “El infierno”). También contribuyó en forma importante a lo que más tarde vino a ser el culto católico a María, al proponer la idea de que María siguió siendo virgen después del nacimiento de Jesús.
Uno de los cambios más drásticos que afectaron a la Iglesia después del primer siglo fue la introducción del arte religioso en el culto. Era tan obvio el sabor idolátrico de tal innovación, y tan clara su prohibición en el segundo mandamiento, que la aceptación se tardó. Leamos:
“Tertuliano, lo mismo que Clemente de Alejandría, consideraba que esta prohibición era absoluta y de obligatorio cumplimiento para el cristiano. Las imágenes y las estatuas para el culto pertenecían al mundo demoníaco del paganismo. De hecho, los únicos cristianos de quienes se sabe que poseían imágenes de Cristo en el segundo siglo eran los gnósticos radicales… Sin embargo, antes de terminar el siglo segundo, los cristianos estaban expresando libremente su fe en términos artísticos” (Henry Chadwick The Pelican History of the Church, pág. 277).
Los primeros ejemplos de un templo que tenía imágenes en la pared fue una edificación en Dura, sobre el Éufrates, que data del tercer siglo. Aun entonces, las escenas eran principalmente del Antiguo Testamento. Todavía en tiempos del emperador Constantino, muchos dirigentes de la iglesia que se decía cristiana se escandalizaban ante la idea de tener representaciones o imágenes de Cristo. En la misma obra citada arriba, leemos:
“Alrededor del año 327 D.C., el erudito Eusebio de Cesarea recibió una carta de la hermana del emperador, Constanza, en que le pedía una imagen de Cristo… Eusebio le redactó una respuesta muy firme. Sabía muy bien que se encontraban representaciones de Cristo y los apóstoles. Estaban a la venta en los bazares de Palestina y él mismo las había visto. Mas Eusebio no pensaba que los pintores y tenderos que vendían estos recuerdos a los peregrinos fueran cristianos para nada… Da por sentado que solamente a los artistas paganos se les ocurría hacer tales representaciones” (op. Cit. págs. 280-281).
Epifanio de Salamis, dirigente de la iglesia en el cuarto siglo, se horrorizó al ver en Palestina el porche de una iglesia con una cortina que tenía una imagen supuestamente de Cristo. No solamente presentó una protesta vehemente ante el obispo de Jerusalén, sino que personalmente arrancó la cortina y la destruyó. No obstante, en la época de su muerte en el año 403 D.C., ya las representaciones de Cristo y los santos se estaban difundiendo mucho. Las acompañaba la veneración de María, que para el año 400 D.C. venía ocupando un lugar cada vez mayor en la devoción particular.
Pasados casi tres siglos de persecuciones que iban y venían de parte del gobierno romano, se promulgó el edicto de Tolerancia en Milán en el año 313 D.C. Poco después, el cristianismo pasó de ser tolerado oficialmente por el Imperio Romano a ser la religión oficial del estado. ¿Representó aquello un éxito para la iglesia que Jesucristo edificó? ¿Había triunfado el verdadero cristianismo bíblico en el Imperio Romano?
¡Lejos de eso! Lo que se empezó a tolerar y luego se impulsó oficialmente, fue una religión saturada de influencias paganas, la cual se apropió de la terminología cristiana mientras conservaba sus tradiciones de origen gentil… todo ello de cumplimiento obligatorio según imposición del emperador romano Constantino. Aquello era diametralmente opuesto a la verdadera Iglesia que el propio Jesucristo había establecido en el primer siglo. Constantino reconocía el papel importante que podía desempeñar la religión en la unificación del imperio, y que esta serviría para dar una identidad común a su pueblo. Motivado ante todo por estos intereses políticos, forjó una alianza con el obispo de Roma y dio inicio al proceso de crear una “marca estandarizada” de “cristianismo” para todo el Imperio. Constantino tuvo que ver con la convocación del Concilio de Nicea en el año 325 D.C., y fue quien lo presidió. ¡Tengamos en mente que Constantino ni siquiera estaba bautizado todavía! Es más: Aplazó el bautismo hasta su lecho de muerte, momento en el cual estaba demasiado enfermo para que lo sumergieran en agua. Su ejemplo personal, al hacerse rociar con agua, contribuyó en mucho al abandono del bautismo por inmersión.
El concilio de Nicea busca ante todo resolver dos temas agudos que no se habían despejado del todo. Se trata de las controversias sobre la naturaleza de Dios y sobre la Pascua vs. El Domingo de Resurrección. Con el respaldo del poderío imperial, la Iglesia Romana se impuso en el concilio. Toda oposición quedó sofocada.
Constantino también fue quien hizo del “Venerable Día del Sol” un día de fiesta estatal, cuando se cerraban los tribunales y la mayoría de los negocios tenían que cerrar sus puertas.
Anteriormente, el emperador romano había sido devoto del Sol invicto, y con su “conversión” entraron en el “cristianismo” muchas características del culto al sol, como son el empleo de la cruz y la aureola en el arte. Por esta época también comenzaron a verse conversiones masivas del pueblo. Para facilitarlo, ciertas fiestas populares, como las Saturnales y las Lupercales, se reciclaron para convertirlas en nuevas observancias “cristianas” que ahora se llamarían la Navidad y el Día de San Valentín. Los dirigentes de la Iglesia en Roma aseveraban que se trataba de ampliar el camino, de situar el cristianismo más al alcance de las masas y hacerlo sin duda mucho menos “judío”. El antisemitismo fue una fuerza motivadora en el cristianismo romano.
¿Qué se había hecho la Iglesia establecida mediante el derramamiento del Espíritu Santo de Dios el Día de Pentecostés del año 31 D.C.? ¿Dónde estaba Cristo y qué estaba haciendo mientras todo aquello ocurría?
En los capítulos dos y tres del libro de Apocalipsis, encontramos una serie de mensajes que Jesucristo hizo consignar para las siete iglesias de Asia Menor. En el primer capítulo, el apóstol Juan tuvo una visión de Cristo glorificado de pie en medio de siete calderos de oro. Los siete calderos representan la Iglesia de Dios en su totalidad a lo largo del tiempo (Apocalipsis 1:12-20). Las siete ciudades de Asia Menor mencionadas en Apocalipsis estaban situadas físicamente como siete escalas sucesivas en una ruta postal romana. ¿Qué significado tienen estos siete mensajes?
Es claro que los mensajes tienen una aplicación histórica a siete congregaciones en el primer siglo. Pero además de eso, y que es más importante para nosotros hoy: Esas congregaciones representan el panorama profético de las actitudes y problemas que habrían de caracterizar a las siete eras sucesivas de la verdadera Iglesia de Dios desde los días del apóstol Juan hasta el retorno de Jesucristo a la Tierra.
Cuando miramos el contexto del libro del Apocalipsis, debemos reconocer que es ante todo una profecía. Apocalipsis 1:1 indica que el propósito del libro es mostrar a los siervos de Dios las cosas que pronto empezarían a ocurrir. Por tanto, debemos entender que las siete iglesias representan ante todo la historia de la Iglesia de Dios en siete eras sucesivas.
La primera carta en Apocalipsis 2 se dirige a la iglesia en Éfeso, que ejemplifica la era apostólica. En el versículo 2 leemos que la gran prueba de aquella primera era fue determinar quiénes eran los verdaderos apóstoles de Cristo y quiénes eran mentirosos (ver 2 Corintios 11:3-15). Fue aquella una era en la que se laboró por largo tiempo y con mucho esfuerzo para cumplir la Obra de Dios. Era que aguantó muchas dificultades y persecuciones. Los cristianos verdaderos de la era de Éfeso eran los que rechazaban y odiaban las prácticas de los nicolitas (seguidores de Simón el mago).
Sin embargo, tras la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 D.C., la Iglesia cayó en el desánimo y el letargo espiritual. Los hermanos habían tenido la esperanza de que Cristo regresaría poco después de que los ejércitos romanos rodearan a Jerusalén, pero ahora la mayor parte de Judea y Galilea estaban en ruinas y ocupadas por las legiones romanas. Los cristianos judíos eran vistos como traidores por sus compatriotas y como posibles revoltosos por las autoridades romanas. La vida se había vuelto dura y peligrosa.
Los cristianos habían dejado su primer amor, aquel celo por hacer la Obra. Los miembros empezaron a descuidar las doctrinas, prácticas y prioridades que les daban su verdadera identidad y propósito.
El mensaje de Cristo viviente a la era de Éfeso, era que, si sus miembros no se arrepentían y volvían a sus primeras obras, o sea la proclamación entusiasta del evangelio, Él quitaría el candelero de ellos. La apostasía de la abrumadora mayoría en la iglesia de Jerusalén en el año 135 (cuando la segunda revuelta judía contra Roma quedó totalmente aplastada) suele tomarse como el final de la era de Éfeso. La iglesia en general tildaba de “nazarenos” (ver Hechos 24:5) a quienes se mantuvieron fieles durante estos penosos días finales. Tal como ocurre hoy también, coexistían con la verdadera Iglesia de Dios diversos grupos independientes que mezclaban verdad y error en una amplia serie de ideas. A veces, la Iglesia Romana los incluía con los “nazarenos” o “ebionitas” como grupos igualmente “herejes”.
La iglesia en Esmirna es la segunda de las siete iglesias que recibieron carta. El apóstol Juan falleció en Éfeso a finales del primer siglo. El siguiente líder fiel en Asia Menor, como vimos en el capítulo anterior, fue Policarpo, obispo de Esmirna. En su juventud, Policarpo había sido discípulo personal del apóstol Juan y había guardado la Pascua con él en varias ocasiones. Policarpo se destacó en el primer par de decenios del segundo siglo. Las iglesias por él encabezadas fueron unas de las pocas áreas donde se siguieron guardando las fiestas de Dios durante lo que restaba del siglo segundo. Ya anciano, Policarpo incluso viajó a Roma con la intención de convencer al obispo de Roma, Aniceto, de sus errores al no celebrar la Pascua en la fecha indicada en la Biblia y observar en su lugar, una fiesta pascual anual el día domingo, así como una celebración semanal llamada “Eucaristía”.
En las décadas finales del siglo segundo, surgió Polícrates, fiel dirigente de la Iglesia que había sido formado personalmente por Policarpo. Fue el único líder cristiano destacado que se mantuvo fiel al ejemplo de los apóstoles de la Iglesia de Dios en Jerusalén. Polícrates enseñó el verdadero evangelio del establecimiento real del Reino de Dios en la Tierra, el estado de inconsciencia de los muertos que esperan la resurrección, la importancia de guardar la ley de Dios y la observancia de los días de fiesta bíblicos.
Hacia finales del segundo siglo, Víctor, obispo de Roma, había comenzado a tildar de herejes (fuentes de discordia y de cisma en la iglesia), a Polícrates y a quienes seguían sus enseñanzas. Polícrates se mantuvo fiel pese a las presiones y el aislamiento impuestos por sus “hermanos cristianos” y pese a la persecución y el trato hostil a manos de la sociedad pagana que lo rodeaba. Fallecido Polícrates, no se sabe de más líderes destacados y fuertes entre las iglesias fieles de Asia Menor.
Lo que percibe el público es que los cristianos verdaderos cedieron terreno a la Iglesia Romana, mucho más complaciente y populista. Los creyentes de la verdadera Iglesia se redujeron y quedaban cada vez más aislados. Menospreciados y tildados de “ebionitas” por la iglesia popular, los individuos y grupos de familias que permanecían fieles tenían que mudarse a regiones más apartadas en Asia Menor.
Ya a finales del primer siglo, ciertas congregaciones encabezadas por líderes apóstatas estaban echando fuera a los verdaderos cristianos (3 Juan 8-10). En el segundo siglo, otros, como los fieles remanentes que se negaban a aceptar las “nuevas verdades” del obispo Marcos de Jerusalén, se veían obligados a retirarse de sus congregaciones. Esto ocurrió a medida que líderes infieles llevaban a la iglesia visible más y más a la deriva.
La gran prueba de la era de Esmirna se refería a dos aspectos. Uno era su capacidad de distinguir entre la continuación de la Iglesia de Dios verdadera y lo que era, en realidad, la aparición de la sinagoga de Satanás. El otro aspecto de prueba era si estaban o no dispuestos a soportar la persecución y aun la muerte con tal de permanecer fieles a Dios (Apocalipsis 2:9-10).
Físicamente, los cristianos de aquella era fueron pobres y perseguidos. Fueron rechazados como herejes por el movimiento “ortodoxo” en rápido crecimiento, tildados de apóstatas de la sinagoga por los judíos y vistos con menosprecio y suspicacia por la sociedad romana pagana que los rodeaba. Mas a ojos de Dios, los que permanecieron fieles durante ese tiempo espantoso, poseían una riqueza espiritual de gran valor, y con el tiempo recibirán una corona de vida (Apocalipsis 2:9-10).
Cuando en el año 325 D.C., Constantino empezó a hacer cumplir sistemáticamente la teología romana, gran parte de los remanentes de la Iglesia verdadera se vieron obligados a huir del Imperio Romano a las montañas de Armenia, y más tarde a las zonas de los Balcanes en Europa. Numéricamente eran pocos, carecían de todo prestigio y riqueza, y un Imperio Romano supuestamente “cristiano” los tenía fichados como enemigos del estado.
Mas a los ojos de Dios, eran preciosos. Dios no se proponía convertir a su Iglesia verdadera en una gran organización poderosa que “cristianizara” al mundo. Su verdadera Iglesia habría de seguir siendo una “manada pequeña” (Lucas 12:32). Su continuidad no se mediría por una serie de obispos orgullosos y poderosos en determinada ciudad (Ver Hebreos 13:14), sino por una serie de individuos convertidos y fieles quienes, aunque dispersos y perseguidos, seguirían adorando al Padre en espíritu y en verdad (Juan 4:23-24).
Habría momentos en que Dios levantaría líderes fieles para revitalizar a su pueblo y hacer una obra que tuviera visibilidad ante el público, al menos en áreas restringidas. En otros momentos, la Iglesia de Dios siguió existiendo tan dispersa y perdida que era visible solamente para Dios. Aun así, nunca se acabó.
Después del Concilio de Nicea, el emperador Constantino y sus sucesores quisieron erradicar todas las versiones del cristianismo que no se conformaran a la norma. Los grupos que rehusaban conformarse a las enseñanzas y prácticas de la iglesia “establecida”, que ahora se llamaba Iglesia Católica (Universal), eran vistos no solo como herejes sino como subversivos y enemigos del estado romano.
La verdadera Iglesia, simbolizada por una mujer en Apocalipsis 12, se vio obligada a huir al desierto durante 1.260 “días”. En la profecía bíblica, un “día” frecuentemente representa un año (Números 14:34; Ezequiel 4:6). Por tanto, la verdadera Iglesia tendría que durar escondida 1.260 años después del Concilio de Nicea. Históricamente, esto fue lo que ocurrió. Aunque fue efectivamente la edad del oscurantismo, siguió brillando una lucecilla, cuya llama a veces titilaba, pero nunca se apagó.
El estudioso o historiador que pretenda trazar el rumbo de la Iglesia verdadera durante este periodo de 1.260 años afrontará varios problemas, pues la historia de esa Iglesia no es la de una organización humana continua. La historia preservada de la Iglesia de Dios que guardaba el sábado ha sido escrita enteramente por sus enemigos que la veían como hereje. Leemos de grupos que fueron tildados por sus opositores con nombres como paulicianos, bogomiles y valdenses. En diferentes momentos, algunos sectores más o menos grandes de estos grupos parecen haber sido verdaderos cristianos, fieles al patrón de la Iglesia de Jerusalén del primer siglo. Otra dificultad es que las enseñanzas de cada grupo iban variando con el tiempo, generalmente acercándose más a las de sus vecinos católicos y protestantes.
Por otra parte, quienes escriben sobre estos temas suelen juntar como “herejes” y bajo el mismo nombre a varios grupos, entre ellos la Iglesia verdadera, sin distinguir las diferencias en cuanto a lo que enseñaban. El gran reto para la historia eclesiástica, pues, no es simplemente identificar quién enseñaba qué, sino reconocer cuándo una iglesia dejaba de ser parte de la verdadera Iglesia y cuándo trasladó Dios esa Iglesia verdadera a un nuevo lugar.
Durante los tres primeros siglos de su existencia, la iglesia sufrió períodos intermitentes de dura persecución. Mas no era la única, pues con ella solían juntar a los judíos así como a una variedad de sectas que profesaban a Cristo. Las persecuciones fueron de duración limitada y de alcance local. El emperador romano Diocleciano, desató la peor de estas persecuciones previas al Concilio de Nicea entre los años 303 y 313 de nuestra era.
Cuando Constantino consolidó su poder en el imperio, las cosas cambiaron mucho. Gibbon nos dice que su devoción religiosa “se dirigía en particular al genio del Sol… y le agradaba verse representado con los símbolos del dios de la Luz y la Poesía. Las fechas certeras de esa deidad, el fulgor de sus ojos… parecen señalarlo como el patrón de un joven héroe. Los altares de Apolo estaban repletos de los exvotos [ofrendas] de Constantino; y la multitud crédula aprendía que el emperador estaba facultado para mirar con ojos mortales la majestad visible de su deidad tutelar… El Sol era universalmente célebre como el guía invisible y protector de Constantino” (The Triumph of Christendom, El triunfo de la cristiandad, pág. 309).
Cuatro años antes del Concilio de Nicea, Constantino proclamó para el Imperio Romano una ley que tendría amplias implicaciones para el pueblo de Dios. “El primer reconocimiento de la observancia del día domingo como un deber legal es una constitución de Constantino fechada en el año 321 D.C., la cual disponía que todos los tribunales de justicia, los habitantes de las ciudades y los talleres debían descansar el domingo (venerabili die solis, o sea el Venerable Día del Sol) … fue esta la primera de una larga serie de constituciones imperiales, la mayoría de las cuales están incorporadas en el código de Justiniano. Unos cuarenta años más tarde, la Iglesia Católica le hizo el seguimiento a este edicto imperial en “cánones” [29] del concilio de Laodicea [363 D.C.], que prohíben a los cristianos judaizar y descansar el día sábado, y los insta a trabajar ese día” (Enciclopedia Británica, ed. 11, “Domingo”).
El hecho mismo de que en la segunda mitad del siglo cuarto la Iglesia Católica sintiera la necesidad de legislar contra la observancia del sábado muestra que los remanentes fieles, especialmente en Asia Menor, conservaban la verdad. La iglesia romana, cada vez más poderosa, insistía que ahora todos debían aceptar la versión “cristianizada” del culto solar romano. Era fácil identificar a los que rehusaban hacerlo, y si permanecían en las zonas urbanas del Imperio Romano estaban impedidos para actuar. Por consiguiente, en el cuarto siglo los cristianos llamados nazarenos desaparecieron de las zonas populosas de Asia Menor. Los remanentes de la verdadera Iglesia llevaban tres siglos allí, pero con la promulgación de la ley del domingo, tuvieron que huir. El historiador católico Epifanio, que escribió en el cuarto siglo, describe a estas personas, que se distinguían “de los judíos y de los cristianos [católicos] porque son formados en la ley… esta herejía de los nazarenos existe en Berea en la vecindad de Coele, Siria y la de Decápolis en la región de Pella… De allí tomó sus comienzos luego del éxodo de Jerusalén cuando todos los discípulos se fueron a vivir a Pella” (Ray Pritz, Nazarene Jewish Christianity, El cristianismo judío nazareno, pág. 34).
En el siglo quinto, la Iglesia apareció en lugares remotos del oriente de Asia Menor cerca del río Éufrates y en las montañas de Armenia. Sus contemporáneos les decían “paulicianos”. ¿Quiénes eran?
Según la erudita armenia Nina Garsoian en La herejía pauliciana, “parecía, pues, que los paulicianos han de tomarse como los sobrevivientes de la forma más antigua del cristianismo en Armenia”. También dice la autora que a los paulicianos “los acusaban de ser peores que otras sectas por cuanto añadían el judaísmo” (pág. 213).
El mensaje de Cristo a esta tercera etapa de la Iglesia de Dios (los paulicianos) está reflejado en la carta a la iglesia de Pérgamo (Apocalipsis 2:12-17). La palabra Pérgamo significa “fortificado”, y los miembros de la Iglesia en aquel periodo se distinguían por habitar en las zonas montañosas apartadas. En Apocalipsis 2:13 Cristo dice de la Iglesia en Pérgamo que habitan allí donde está el trono de Satanás. Pérgamo era un centro de la antigua religión babilónica de los misterios. En el año 133 A.C. Atalo III, el último rey-dios de Pérgamo, murió y en su testamento dejó su reino y su título de Pontifex Maximun (Supremo Edificador de Puentes entre el hombre y Dios) a los romanos. Los gobernantes romanos tomaron el título y lo retuvieron hasta que el emperador Graciano se lo concedió al papa Damaso en el año 378 D.C. Los pontífices católicos siguen usando ese título hasta el día de hoy. Por otra parte, históricamente el término “trono de Satanás” hace alusión al antiguo reino de Nimrod, que en la lejana antigüedad incluía Armenia y el alto Éufrates (Génesis 10). La iglesia de Pérgamo, es decir los paulicianos, se mudaron a aquella zona después que Constantino impuso el domingo en el Imperio Romano.
Ya en el siglo quinto encontramos a los paulicianos condenados como herejes en documentos católicos. Sin embargo, su primer líder destacado cuyo nombre no es familiar, es Constantino de Mananali (620-681 D.C. aprox.) Alrededor del año 654 comenzó a predicar, ayudando a revitalizar la Iglesia. Antes de su ministerio, los miembros de la Iglesia eran en su mayoría descendientes de cristianos que habían huido de Grecia y Asia Menor más de dos siglos atrás. Conservaban los nombres de sus congregaciones originales y seguían refiriéndose a sí mismos como la “iglesia de Éfeso” o la “iglesia de Macedonia”, aunque se hallaban a cientos de kilómetros de sus lugares originales.
En el año 681 D.C., Constantino de Mananali fue ejecutado por soldados de Bizancio (Imperio romano del oriente) bajo el mando de un oficial llamado Simeón. Profundamente abrumado por el ejemplo y las enseñanzas de Constantino, este Simeón regresó en el año 684 D.C., ya no como soldado romano sino como converso. Llegó a ser un predicador pauliciano lleno de celo, y a su vez murió como mártir tres años después, en el año 687 D.C.
En 1828, se descubrió en Armenia el manuscrito de un libro antiguo titulado The key of Truth (La clave de la verdad). El libro, del cual unas partes se remontan al año 800 D.C., nos da las enseñanzas de los paulicianos con los mayores detalles. Traducido al inglés por Fred Coneybeare alrededor del año1900, nos enseña que los paulicianos se negaban a usar la cruz en el arte religioso y el culto, llamándolos un “implemento maldito”. Condenaban la guerra y guardaban la Pascua el décimo cuarto día del primer mes según el calendario sagrado. Rechazaban el argumento de que la Iglesia Católica Romana era la “Iglesia de Dios” e impugnaban el concepto papal de la “sucesión apostólica”. Consideraban que la Trinidad, el Purgatorio y la intercesión de los santos eran doctrinas sin fundamento bíblico.
En su introducción a la versión inglesa de La clave de la verdad, Coneybeare ofrece información histórica invaluable sobre las prácticas de los primeros paulicianos. “También sabemos por una notificación conservada en Ananias de Shirak que los pauliani, que eran la misma gente en fecha anterior, eran cuartodecimanos y que guardaban la Pascua a la manera primitiva y en la fecha judía. El lenguaje de Juan de Otzun da a entender que quizá los antiguos creyentes de Armenia durante el siglo séptimo eran cuartodecimanos, como esperaríamos que fuesen” (Coneybeare, introducción). Coneybeare afirma además: “Se guardaba quizá el sábado y no había ninguna observancia dominical especial”. Prosigue diciendo que los paulicianos “probablemente eran el remanente de una antigua iglesia judeocristiana, la cual había surgido por Edessa y hasta Siuniq y Albania” (pág. IXIII).
Ahora bien, en algún momento de su historia, muchos paulicianos sucumbieron a un error fatal. Razonaron que podían conformarse en apariencia con muchas prácticas de la Iglesia Católica a fin de evitar la persecución siempre y cuando en el corazón supieran que no era así. Este camino de la transigencia llevó a muchos a bautizar según el rito católico a sus hijos, y a otros a asistir a la misa. Jesucristo lo había profetizado así, amonestando a la iglesia en Pérgamo respecto de los que guardaban doctrinas paganas e inmorales (Apocalipsis 2:14-15). El resultado de su transigencia fue que Dios permitió que sufrieran varias persecuciones. Cuando llegó la persecución, algunos paulicianos atribulados pensaron que la solución a sus penas era aliarse con los árabes musulmanes, que para entonces hacían serias incursiones en el Imperio Bizantino. Una serie de controversias entre los paulicianos en esos años llevó al fraccionamiento del grupo.
Antes del año 800 D.C., un individuo importante en la Iglesia, de nombre Baanes, asumió el liderazgo de los paulicianos en Armenia y promulgó una doctrina de represalias militares. Poco después, se destacó entre los paulicianos otro ministro, de nombre Sergio. Como Sergio condenaba la guerra, chocando así con la postura asumida por Baanes, lo acusaron de causar un cisma en el grupo. Mas pese a las dificultades, el ministerio de Sergio duró mas de 30 años, si bien una vez fallecido, la mayoría de sus seguidores comenzaron a participar también en la guerra.
En los siglos octavo y noveno, muchos paulicianos armenios se asentaron en los Balcanes, trasladados allí a la fuerza por los emperadores bizantinos como baluarte contra las tribus búlgaras invasoras. Instalados en los Balcanes, los paulicianos llegaron a conocerse como “bogomiles”.
¿Qué enseñaban estos bogomiles? “El bautismo había de practicarse únicamente en hombres y mujeres adultos… Las imágenes y las cruces eran ídolos” (Enciclopedia británica, ed. 11, “Bogomiles”). Enseñaban además, que los fieles deberían orar en casa, no en edificios especiales como iglesias. Enseñaban que la congregación estaba formada por los “elegidos” y que cada individuo debía tratar de perfeccionarse en Cristo. Se dice que sus ministros andaban sanando enfermos y echando fuera demonios.
En los siglos diez y once, muchos bogomiles se trasladaron hacia el occidente y se radicaron en Serbia. Para fines del siglo doce, muchos habían buscado refugio en Bosnia. Esos bogomiles eran “solo una versión de un grupo de sectas heréticas relacionadas que florecieron en toda Asia Menor y el sur de Europa durante la Edad Media bajo diversos nombres, siendo los más conocidos los cátaros y los albigenses” (Enciclopedia británica, ed. 15, vol. 29, pág. 1090). Eran condenados como herejes por su convicción de que “el mundo está gobernado por dos principios, el bien y el mal, y los choques entre ellos determinan los asuntos humanos; todo el mundo visible se ha entregado a Satanás” (Enciclopedia británica, pág. 1098). La influencia de los bogomiles se extendió desde su base en los Balcanes, impulsada inicialmente por una red comercial, hasta el Piamonte en Italia y el sur de Francia. Cuando los otomanos asumieron el poder en Bosnia, ya las semillas de la Verdad se habían extendido en Europa hasta el Piamonte, Provenza y las regiones alpinas.
Al despuntar el siglo doce, hubo una revitalización de la Verdad con con el surgimiento de la siguiente fase de la Iglesia, bajo el liderazgo de Pedro de Bruys en el sureste de Francia. Esta fase en la historia de la Iglesia está caracterizada por la Iglesia de Tiatira en Apocalipsis 2. El papa Urbano II describió los valles del Piamonte en el sureste de Francia en 1096 como lugares “infestados de herejía”. Fue allí, en el valle de Louis, donde surgió Pedro de Bruys en el año de 1104 y comenzó a predicar el arrepentimiento. Ganó muchos adeptos entre los cátaros inicialmente y luego entre el público en general.
Los cátaros (que significa “puritanos”), entre los cuales predicó de Bruys en un principio, eran remanentes de los asentamientos bogomiles. Para esta época, la mayoría habían aceptado diversas doctrinas novedosas y extrañas y estaban muy divididos entre sí. La predicación de Pedro de Bruys y sus sucesores generó una revitalización de la Iglesia en la primera mitad del siglo doce en los valles del sureste de Francia. De Bruys pretendía devolverle al cristianismo su pureza original. Al cabo de unos 20 años de ministerio, murió en la hoguera. Tras él surgieron, en rápida sucesión, otros dos ministros influyentes: Arnold y Henri.
Muerto Henri en el año 1149, la Iglesia languideció y pareció eclipsarse. Unos años después, un próspero comerciante de Lyon, Pedro de Valdo, se sintió sacudido por circustancias fuera de lo común y comenzó a predicar el evangelio en 1161. Cuando la muerte repentina de un amigo cercano lo obligó a reflexionar sobre el verdadero significado de la vida, Valdo consiguió un ejemplar de las Sagradas Escrituras y empezó a estudiar la Palabra de Dios. Con asombro encontró que lo que allí se enseñaba era diametralmente opuesto a gran parte de lo que él había aprendido en su juventud como católico.
El historiador Peter Allix cita así un antiguo texto valdense, La noble lección: “El autor, dando por hecho que el mundo tocaba a su fin, exhorta a los hermanos a orar, a velar… Repite los diversos artículos de la ley, sin olvidar la que atañe a los ídolos” (Historia eclesiástica de las antiguas iglesias del Piamonte, págs. 231-237).
En otra obra, Allix escribe que los dirigentes valdenses “declaran que son los sucesores de los apóstoles, que tienen autoridad apostólica y las llaves para atar y desatar. Tienen a la Iglesia de Roma por la ramera de Babilonia” (Historia eclesiástica, pág 175).
Pedro de Valdo hizo de Lyon, Francia, el centro de su predicación de 1161 a 1180. Luego se mudó al norte de Italia a causa de la persecución. Desde el año de 1210 hasta su muerte, siete años después, se dedicó a predicar en Bohemia y Alemania. “Al igual que San Francisco [de Asís], de Valdo adoptó una vida de pobreza a fin de estar libre para predicar, mas con esta diferencia: que los valdenses predicaban la doctrina de Cristo mientras que los franciscanos predicaban la persona de Cristo” (Enciclopedia británica, ed. 11).
¿Qué otras doctrinas enseñaban los valdenses? ¿Hay algún indicio de que los primeros valdenses guardaran el sábado? Uno de los nombres que se les daban más antiguamente era Sabbatati. En su obra Historia del sábado, publicada en 1873, el historiador J. N. Andrews cita una obra anterior del historiador calvinista suizo Goldastus, que data del año 1600 aproximadamente. Refiriéndose a los valdenses, Golastus escribió: “[los llamaban] Insabbatati no porque fueran circuncidados sino porque guardaban el sábado judío” (pág. 410). Andrews cita además el testimonio del arzobispo Ussher (1581-1656), quien reconoció que “muchos comprendían que [a los valdenses] les dieron [los nombres de sabbatati o insabbatati] porque adoraban en el día sábado judío”. Es claro, pues, que hacia el final de la Edad Media, algunos eruditos protestantes estaban incluso dispuestos a reconocer que muchos valdenses habían guardado el día sábado. En su obra The history of the Christian Church (La historia de la Iglesia Cristiana), publicada en 1845, William Jones escribió:
“Los investigadores informaron a Luis XII, rey de Francia, quien reinó de 1498 a 1516, que ellos habían visitado todas las parroquias donde habitaban los valdenses. Habían inspeccionado todos sus lugares de culto… pero no hallaron imágenes, ni ninguna señal de las ordenanzas que corresponden a la misa, ni sacramento alguno de la Iglesia Romana… Guardaban el día sábado, observaban la ordenanza del bautismo conforme a la iglesia apostólica, instruían a sus hijos en los artículos de la fe cristiana y los mandamientos de Dios… Los valdenses podían recitar de memoria gran parte de los Testamentos Antiguo y Nuevo. Desprecian los dichos y exposiciones de los varones santos [los padres de la Iglesia Católica Romana], e invocan solamente la prueba de las Escrituras… Las tradiciones de la Iglesia [Romana] no son mejores que las tradiciones de los fariseos, y que más énfasis [hace Roma] en la observancia de la tradición humana que en el cumplimiento de la ley de Dios. Desprecian la Fiesta del Domingo de Resurrección y los demás festivales romanos de Cristo y los santos” (A Handbook of Church History, Manual de historia eclesiástica, págs. 234, 236, 237).
Había empero, un grave problema que afectaba, tal como había afectado a los paulicianos, a la mayoría de los grupos valdenses en la última parte de la Edad Media. El problema era la tendencia a participar en las ceremonias de culto católicas y a permitir que los sacerdotes católicos “bautizaran” a sus hijos. Sabiendo que tales ceremonias eran inútiles para alcanzar la salvación, muchos pensaban que la conformidad exterior con Roma les evitaría la persecución y les permitiría practicar la verdad en privado. Esta tendencia se profetizó en relación con la iglesia en Tiatira en Apocalipsis 2:20-24. Desde el punto de vista de Dios, lo que ellos hacían equivalía a fornicación espiritual, y participar en la comunión católica era “comer cosas sacrificadas a los ídolos”. ¿Qué se hicieron los valdenses? “Los valdenses desaparecieron lentamente de los centros demográficos principales y buscaron refugio en los remotos valles alpinos. Allí, en los lugares recónditos del Piamonte… se hizo un asentamiento de los valdenses, el cual dio su nombre a estos valles de Vaudois… En ocasiones se hicieron intentos por erradicar la secta de los vaudois, pero la naturaleza de la región que habitaban, así como su aislamiento y olvido, hacían mayor la dificultad de eliminarlos que las ventajas que ello traería” (Enciclopedia británica, ed. 11).
En 1487, el Papa Inocencio VIII emitió una bula en que pedía su exterminio, y se llevó a cabo un serio ataque contra el baluarte de ellos. Una neblina que se asentó sobre los ejércitos católicos y los rodeó, salvó a los valdenses de la destrucción total. Sin embargo, la mayoría estaban simplemente agotados y cayeron en un espíritu de transigencia. Cuando pocos años después comenzó la reforma protestante, los dirigentes valdenses enviaron emisarios a la Iglesia Luterana. “De este modo”, afirma la Enciclopedia británica, “los valdenses dejaron de ser una reliquia del pasado y se absorbieron dentro del movimiento general del protestantismo”.
Mientras la mayoría de los remanentes valdenses se dejaban consumir por la apostasía total para fines del siglo 16, Dios preservó un remanente fiel. En Bohemia y Alemania se habían convertido algunos individuos que fueron fruto de los últimos siete años del ministerio de Valdo en el siglo trece. En regiones apartadas de los montes Cárpatos, en Europa central y oriental, sobrevivieron grupos pequeños. Incluso, un remanente fiel ha sobrevivido, aislado en estas zonas, hasta los tiempos modernos (ver Apocalipsis 2:24-25).
Al acercarse el siglo 17, se disponía a aparecer en el escenario la próxima era de la Iglesia de Dios. Ya en los siglos 14 y 15 habían penetrado en Holanda e Inglaterra remanentes de los valdenses alemanes, denominados lolardos por algunos ajenos a ellos. Mas no fue hasta los últimos decenios del siglo 16 que la Iglesia pudo emerger abiertamente en esos dos países.
¿Qué se hizo la Iglesia que Cristo edificó? ¡Perduró y sobrevivió contra dificultades increíbles! Los hombres y mujeres que fueron antecesores espirituales del actual pueblo de Dios eran un ejemplo de fe y valentía. Vez tras vez a lo largo de los siglos, tuvieron que mudarse para huir de la persecución externa o bien de la apostasía y la transigencia internas. En estos momentos, cuando parecía que la llama de la Verdad divina titilaba como un débil destello, Jesucristo siempre levantaba algún líder fiel para reanimar a los suyos y revitalizar la Obra de Dios.
Para finales del siglo 16, congregaciones que el mundo llamaba “anabaptistas sabatarios” habían surgido de los remanentes de los valdenses y crecían en el centro de Europa, Alemania e Inglaterra. Los denominaron sabatarios porque enseñaban y guardaban el día sábado. Los denominaron anabaptistas, que significa “re-bautizadores”, porque se negaban a aceptar como cristianos a quienes habían recibido únicamente el bautismo por la aspersión en la infancia. Enseñaban que el bautismo era solo para los adultos que hubiesen llegado a creer en el Evangelio y que se hubiesen arrepentido de sus pecados (ver Hechos 2:38).
Entre ellos se encontraban hombres sobresalientes como Osvaldo Glaidt, Andreas Fischer y Andreas Eossi. La zona de su ministerio era principalmente Alemania, Polonia, Hungría y partes de lo que más tarde se llamó Checoslovaquia y Romania. Estos varones enseñaban el cumplimiento del sábado y los días santos así como el rechazo al bautismo infantil y de la Trinidad. Dios se valió de ellos para fortalecer al fiel remanente y dar un testimonio de la Verdad mientras la turbulenta Reforma Protestante sacudía la misma región.
Glaidt y Fischer se conocieron en un viaje por el río Danubio en 1527. Los dos escribieron libros en defensa del sábado. En respuesta a quienes los acusaban de querer ganar la salvación por cuanto enseñaban que era necesario obedecer los diez mandamientos, Glaidt respondió: “La ley moral dice: ‘No matarás’; sin embargo nadie sostendría seriamente que esto ya no está en vigor, como tampoco sostendrían que el simple hecho de abstenerse de matar sea un intento por ganarse la salvación a base de ‘obras’”. (Daniel Lieichty, Sabbatarianism in the Sixteenth Century, El movimiento sabatario en el siglo dieciséis, pág. 31). Glaidt fue ejecutado en Viena en 1546. Poco antes de su muerte, les dijo a sus acusadores: “Aunque me ahoguéis, no negaré a Dios y su verdad. Cristo murió por mí y yo continuaré siguiéndolo, y moriría por su verdad antes que abandonarla” (pág. 35). También Eossi, húngaro de noble cuna, publicó libros y ensayos sobre el sábado y otros temas relacionados a finales del siglo 16.
Para mediados del siglo 17, los remanentes de la Iglesia en Europa central estaban sufriendo cada vez más persecución a manos de una Iglesia Católica resurgente que recuperaba el control allí, luego de las perturbaciones causadas por la Reforma Protestante. Los verdaderos cristianos se veían ante la opción de sufrir grave persecución o emigrar a una región que ofreciera más libertad para practicar lo que creían. La aislada zona montañosa transcarpática, que ya era domicilio de los remanentes valdenses, vino a ser un refugio para muchos. En el siglo 18, la mayoría de los pocos sabatarios alemanes restantes emigraron a Pennsylvania. También había personas allí asociadas con el “movimiento anabaptista” pero que aceptaban otras enseñanzas protestantes de la Reforma. De ellos descienden grupos que hoy conocemos como los bautistas, menonitas y amish.
Mientras tanto, otros remanentes de la Iglesia verdadera habían llegado a Inglaterra. Estaban preparando el escenario para la quinta etapa en la historia de la Iglesia de Dios, caracterizada por la iglesia en Sardis. Los datos más antiguos que tenemos sobre congregaciones sabatarias en Inglaterra se remontan al decenio de 1580. A comienzos del siglo 17 hubo un debate público sobre el tema de si el sábado bíblico seguía en vigor o no. Durante ese periodo se escribieron varios libros de los cuales quedan muchos sobre el tema de la ley de Dios y el sábado.
John Traske fue uno de los primeros en publicar sobre el sábado en Inglaterra. Escribió alrededor del año 1618, y por su labor fue encarcelado. Algunos le atribuyen el establecimiento de la iglesia Mill Yard en Londres, la iglesia sabataria más antigua que conozcamos y que siga funcionando, y madre de otras iglesias que más tarde guardaron el sábado en Norte América. Aunque otros historiadores citan el decenio de 1580 para la fundación de Mill Yard, mucho antes de Traske, lo cierto es que él fue pastor de la iglesia a comienzos del siglo 17. Más tarde fue detenido y encarcelado. Parece que estando allí se retractó de sus enseñanzas a fin de lograr su liberación, si bien su esposa se negó hacer lo mismo y siguió fiel a la verdad durante los 15 años de vida que le restaron y que pasó en prisión.
John James, otro ministro de la Iglesia de Dios, fue detenido en Londres en el año de 1661 por predicar la verdad.
“En sus últimas palabras ante el tribunal, simplemente les pidió que leyeran los siguientes pasajes de las Escrituras: Jeremías 26:14-15 y Salmos 116:15… Luego de su ejecución, le sacaron el corazón y lo quemaron, los cuatro cuartos de su cuerpo se colgaron en las puertas de la ciudad y la cabeza se montó en un poste en Whitechapel frente a la callejuela donde estaba su casa de reunión. Tal fue el horrible precio que algunos estuvieron dispuestos a pagar por obedecer a Dios en Inglaterra en el siglo 17” (Ivor Fletcher, The Incredible History of God’s True Church, La increíble historia de la verdadera Iglesia de Dios, pág. 176).
Otro líder extraordinario fue Francis Bampfield, copia de cuya biografía, titulada La vid de Shem Acher, se ha preservado en la Biblioteca del Museo Británico. Desde el año 1662 hasta su muerte en 1683, pasó la mayor parte del tiempo en la prisión o huyendo de las autoridades inglesas. Cuando lo encarcelaron en la prisión de Dorchester, la gente acudía allí para oírlo predicar. Fue en esta época de persecución cuando ocurrió un hecho de amplias repercusiones. Stephen Mumford y su esposa, miembros de la Iglesia, salieron de Inglaterra rumbo al Nuevo Mundo y llegaron a Rhode Island en el año 1664. A comienzos del siglo 18, la Iglesia de Dios en Inglaterra estaba prácticamente muerta. La mayoría de los ministros de la época, además de predicar el día sábado, se habían hecho pastores de iglesias dominicales para ganar dinero adicional. La infidelidad tuvo su precio.
Al llegar a Rhode Island, la única colonia norteamericana fundada sobre el principio de la libertad religiosa, los Mumford comenzaron a fraternizar con los bautistas en Newport, aunque hablaban abiertamente de su convicción en cuanto al sábado. En 1665, habían llegado hacía menos de un año, se unió a ellos Tacy Hubbard, quien comenzó a guardar el sábado con ellos y vino a ser la primera conversa en Norteamérica. Poco después, se sumó su esposo Samuel. En 1671 se dio comienzo oficialmente a la primera iglesia sabataria, con siete miembros. William Hiscox fue su primer pastor, desde 1671 hasta su muerte en 1704.
En 1708 se organizó oficialmente una segunda iglesia, en Westerly, Rhode Island (que más tarde se llamó Hopkinton). Rhode Island, así como Pennsylvania y New Jersey, parecen haber sido las zonas principales donde se encontraban iglesias sabatarias en el siglo 18. Durante ese tiempo, inmigraron a Pennsylvania grupos de sabatarios alemanes. El más destacado de sus ministros fue Peter Miller, amigo de Benjamín Franklin.
La época de la guerra de independencia fue difícil para muchos creyentes. La historia de esa época demuestra también a qué grado se encontraban espiritualmente muertos muchos de los ministros y miembros. Varias congregaciones se fraccionaron por diferencias en torno al tema de la guerra y la participación en política. Jacob Davis, pastor de la Iglesia de Dios de Shrewsbury, New Jersey, se inscribió como capellán del ejército Continental, y muchos miembros, siguiendo su ejemplo, también se enrolaron. Un miembro, de nombre Simeon Maxson, se opuso abiertamente y tildó de “hijo del diablo” a todo miembro de la Iglesia que apoyara la guerra carnal. (Richard Nickels, Six Papers on the History of the Church of God, Seis monografías sobre la historia de la Iglesia de Dios, pág. 60). Por esta postura, lo sacaron de la Iglesia.
A raíz de la Guerra, los sabatarios en la zona de Shrewsbury empobrecieron y se fraccionaron. Muchos se mudaron a Pennsylvania después de la independencia, y antes del año 1800, la mayoría de estos se trasladaron a Salem, Virginia (que más tarde fue West Virginia). La región de Salem se convirtió en uno de los principales centros del pueblo de Dios desde comienzos del siglo 19 hasta entrado el siglo 20. Sin embargo, la historia del pueblo de Dios en esta zona no es una historia de armonía ni del cumplimiento de una gran obra, sino una historia de divisiones, apostasías y letargo espiritual de la mayoría de los creyentes. Gran parte de esta actitud se debió a la influencia de los Davis, familia destacada que produjo muchos de los principales ministros en los siglos 18 y 19. Parece que la abrumadora mayoría de los hermanos estaban a tal grado muertos en lo espiritual, que siguieron ciegamente a sus ministros apóstatas, los cuales los llevaron al protestantismo.
William Davis, nacido en Gales en 1663, pasó de la Iglesia Anglicana a los cuáqueros y luego a los bautistas. En 1706 aceptó el sábado y solicitó ingreso a la iglesia de Newport, pero lo rechazaron porque sus doctrinas eran erradas. Finalmente, en 1710, fue acogido y lo autorizaron para que predicara y bautizara. Él creía, sin embargo, en la Trinidad, la inmortalidad del alma y en el concepto de “ir al Cielo”, ¡todo ello contrario a las doctrinas que la Iglesia enseñaba en ese entonces! Davis estuvo alternando el resto de su vida, a veces dentro y a veces fuera de la congregación de la Iglesia. “Davis desempeñó un papel importante en lo que habría de ser el futuro de los bautistas sabatarios” (Nickels, pág. 55).
Al principio, no se pensó especialmente en darle un nombre oficial a la Iglesia. En su correspondencia, las congregaciones se identificaban como “la Iglesia de Cristo que está en Newport” o “la Iglesia de Dios que vive en Piscataway”. Los miembros, en su mayoría, le decían simplemente “la Iglesia”. Los de afuera se referían a ellos como sabatarios o bautistas sabatarios. La iglesia en Newport recibió una constitución estatal oficial en 1819, aunque se había establecido desde el año 1671. Se registró con el nombre de: “Iglesia Bautista de Cristo del Séptimo Día”.
En 1803, ocho congregaciones que guardaban el sábado organizaron una conferencia general en el nororiente del país a fin de coordinar sus esfuerzos evangelistas y cooperar en la publicación de sus escritos. En 1805 adoptaron el nombre de “La Conferencia General Sabataria”. Para 1818, el nombre había cambiado a Conferencia General de Bautistas del Séptimo Día, y la organización había crecido hasta incluir congregaciones sabatarias fuera de la región nororiental.
La Iglesia estaba sufriendo muchos cambios. Es evidente una progresión de la posición antitrinitaria a la trinitaria, impulsada por la familia Davis y otros. Una declaración redactada en 1811 defendía la doctrina tradicional de la Iglesia, notando que “los bautistas sabatarios creen que el Espíritu Santo es el poder operador o espíritu de Dios… Hay pocos… que creen que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sean tres personas distintas, absolutas e iguales… y a la vez un solo Dios” (Nickels, pág. 9). Pero escasos 22 años después, en el Expose of Sentiments (Exposición de sentimientos) fechado en 1833, la posición oficial era esta: “Creemos que existe una unión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y que son igualmente divinos y merecedores de nuestra Adoración” (Nickels). Todavía en 1866 se reconocía que algunos ministros le tenían fuerte aversión al empleo de la palabra “Trinidad”.
Durante este tiempo, muchos ministros y miembros se habían apartado a tal grado de la Verdad, que venían a ser simples protestantes que se reunían los sábados. El diario Westerly Sun, en su número fechado 18 de noviembre de 1983, describió bajo este titular la celebración del aniversario de la más antigua iglesia sabataria en los Estados Unidos: “Iglesia celebrará 275 años caracterizados por los cambios”. El artículo decía que la “iglesia celebrará su aniversario número 275 este fin de semana: experiencia que se ha caracterizado por el cambio debido a presiones sociales, pese a su costumbre de guardar el sábado”.
Los cambios producidos implican una erosión constante de la Verdad y un paso al protestantismo tradicional. De hecho, hace mucho tiempo que las iglesias bautistas del séptimo día en Rhode Island dejaron de alojar a la verdadera Iglesia del Dios viviente. Son simples edificios viejos, museos donde antaño se enseñó la Verdad y se llevó a cabo la Obra de Dios. Las congregaciones que se reúnen allí ahora creen en la Trinidad, guardan la Navidad y el Domingo de Resurrección, e incluso han regresado a la construcción de las torres de tipo aguja que son un claro símbolo pagano.
Mientras la mayoría de los sabatarios se iban alejando de la Verdad, hubo miembros y congregaciones que permanecían fieles. Los anales de la iglesia de South Fork, en West Virginia, indican que a comienzos del siglo 19, allí se guardaba la Pascua y se evitaban las carnes inmundas. Este pequeño grupo se vio obligado a “retirarse de la comunión con la Conferencia General y demás organizaciones bautistas del séptimo día, debido a diferencias doctrinales” (Nickels, pág. 68). Sin embargo en la década de 1870, la mayor parte de la iglesia de South Fork aceptó a la organización de los Bautistas del Séptimo Día.
El ministro J. W. Niles, de Pennsylvania, organizó otro grupo, que se llamó la Organización de Bautistas del Séptimo Día. En los años treinta seguía funcionando. En el libro Historia de la verdadera religión, Andrew Dugger la llamó “la Iglesia de Dios verdadera más antigua que esté actualmente en funcionamiento en el estado de West Virginia”.
En el decenio de 1830, surgió entre las iglesias protestantes en el occidente del estado de Nueva York un movimiento centrado en el regreso de Jesucristo a la Tierra y en el establecimiento de su Reino. Este mensaje, proclamado con fuerza inicialmente por William Miller, era enteramente distinto de la doctrina protestante aceptada. Sus enseñanzas respecto de la profecía despertaron mucho interés, y la expectativa se acentuó al irse acercando la fecha de 1844 que él había predicho para el regreso de Cristo. Después de lo que se llamó “la gran decepción”, por no haber regresado Cristo en esa fecha, estos adventistas protestantes cayeron en la confusión. Ridiculizados por los protestantes tradicionales, unos se desilusionaron y abandonaron del todo la religión. Otros siguieron estudiando las Escrituras para ver donde se habían equivocado.
Frederick Wheeler era un ministro metodista de Washington, New Hampshire, quien había aceptado el mensaje adventista de la segunda venida de Cristo y el establecimiento de su Reino. Hacia comienzos de 1844, recibió un visitante en su congregación. Una señora de Nueva York, venía a visitar a su hija. Oyendo al señor Wheeler instar a su congregación a obedecer a Dios y guardar sus mandamientos en todas las cosas, la señora Oakes le señaló después de los servicios la verdad de que el día sábado tenía mucho que ver con los mandamientos divinos. Desconcertado, prometió estudiar el tema, y en cuestión de semanas se convenció de la verdad sobre el sábado y empezó a proclamarla. La verdad del sábado se propagó como un incendio entre los adventistas desilusionados. Otros por centenares, también respondieron ante la sencilla verdad del evangelio verdadero y de la obediencia a todos los mandamientos.
A esta fraternidad de adventistas sabatarios entusiastas llegó Roswell Cottrell, ministro que venía guardando el sábado desde tiempo atrás, su familia se contó entre los primeros afiliados a la iglesia de Rhode Island, pero la familia Cottrell se retiró de la comunión con lo que entonces se llamaba la Iglesia Bautista del Séptimo Día por cuestiones de doctrina. Hubo un tiempo en que ese grupo estaba adoptando como doctrina oficial, cambios como la Trinidad y la inmortalidad del alma. Unos 15 años después de su llegada a los adventistas sabatarios, Cottrell se encontró de nuevo envuelto en controversias. El ministro James White, que había surgido como el principal líder entre las iglesias de Dios adventistas sabatarias, estaba pidiendo una conferencia de organización y un nombre oficial, que sería la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Hubo quienes se oponían al cambio por considerarlo contrario a la Escrituras, y tampoco consideraban creíbles las visiones de la esposa de White, de nombre Ellen G. White. Roswell Cottrell se opuso a los cambios organizativos del señor White, y en la publicación Review and Herald fechada el 3 de mayo de 1860, escribió: “No creo en el papado; tampoco creo en la anarquía, sino en el orden bíblico, en la disciplina y en el gobierno en la Iglesia de Dios” (Nickels, pág. 62).
En octubre de 1860, en una conferencia realizada en Battle Creek, Michigan, la abrumadora mayoría de los presentes rechazaron el nombre “Iglesia de Dios” y adoptaron el de Adventistas del Séptimo Día como un nombre que describía sus creencias. Este era el nombre por el cual abogaron los esposos White, a la vez que se promovían cada vez más las visiones de la señora White como “nuevas verdades” para la Iglesia.
A lo largo del decenio de 1860, la separación entre la mayoría que seguía a los White y el remanente disperso que no los seguía se hizo más decisiva. Durante la guerra civil, los miembros de la Iglesia de Dios se plantaron firmemente contra la guerra por razones de conciencia, al contrario de los Adventistas del Séptimo Día bajo el liderazgo de los White. Una delegación de la Iglesia de Dios se reunió con el presidente Abraham Lincoln en 1863 a fin de establecer la condición de objetor de conciencia para los varones de la Iglesia.
Una cita de una circular firmada por los hermanos en Marion, Iowa, y que apareció en la publicación de la Iglesia The Hope of Israel (La esperanza de Israel) el 7 de noviembre de 1864, da una idea de lo que estaba ocurriendo en ese momento:
“El 10 de junio de 1860, poco más de 50 de nosotros adoptamos una forma de pacto religioso, redactado por [M. E. Cornell]… Casi año y medio después, ese mismo mensajero presentó públicamente otros volúmenes al lado de la Biblia… y nos instó a adoptar sus enseñanzas también, como normas de fe y disciplina. Una parte de nosotros estaba renuente a aceptar estos nuevos tablones en la plataforma de nuestra Iglesia… El resultado fue que la mitad de la Iglesia decidió recibir estos volúmenes como Escrituras válidas, y se apartaron de nosotros, o mejor dicho nos ahuyentaron de ellos, denunciándonos como rebeldes… En cuanto a que seamos rebeldes, afirmamos resueltamente que no somos rebeldes. No nos hemos rebelado contra la institución que adoptamos, pues nos mantenemos firmes en ella… por lo cual el cargo de rebelión cae con vergüenza sobre ellos, quienes lo han presentado, siendo ellos los que se han alejado de su primera postura y han adoptado una nueva” (Robert Coulter, La historia de la Iglesia de Dios, Séptimo día, pág. 16).
En agosto de 1863, en Michigan, la Iglesia empezó a publicar un pequeño diario titulado The Hope of Israel. Comenzó con menos de 40 suscriptores. En 1866, se mudó a Marion Iowa, y en 1888 pasó de allí a Stanberry, Missouri. Con los años, el periódico sufrió varios cambios de nombre, quedando al final con el nombre The Bible Advocate (El abogado de la Biblia).
Uno de los personajes más destacados en la Iglesia de Dios en esa época fue Jacob Brinkerhoff, jefe de redacción del diario de 1871 a 1887 y nuevamente de 1907 a 1914. En 1874 A. F. Dugger padre, de Nebraska, se incorporó al ministerio de la Iglesia de Dios de tiempo completo. Desde entonces hasta poco antes de la Primera Guerra Mundial, los ministros Brinkerhoff y Dugger contribuyeron con muchos de los artículos que ayudaron a aclarar y cristalizar la doctrina de la Iglesia. Se publicaron artículos sobre profecía, carnes limpias e inmundas, el diezmo, la observancia correcta de la Pascua y lo que significa “nacer de nuevo”.
Ya en 1866, los artículos sobre profecía enseñaban que los judíos volverían a una patria en la tierra de Israel. Se restauró y enseñó parte de la Verdad, pero en general los esfuerzos de la Iglesia fueron débiles y llegaban sólo a pequeños grupos de personas, principalmente en las zonas rurales del centro de los Estados Unidos.
La fase de historia eclesiástica que venimos describiendo en este capítulo se describe en el mensaje de Jesucristo a la iglesia en Sardis y consignado en Apocalipsis 3:1-6. A esta iglesia le dijo que si bien tenía un nombre de viviente, en realidad estaba espiritualmente muerta. “Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir” (Apocalipsis 3:2). Aunque la Iglesia en general se hallaba en estado de letargo e incluso de muerte espiritual, había y hay aun entre ellos algunos que, en palabras de Jesucristo, “no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas” (v. 4).
El siglo 20 fue sin duda el periodo de más rápido cambio en la historia humana. Empezó cuando el coche tirado por caballos era aún el principal medio de transporte. ¡Pero en cuestión de 70 años el hombre había viajado a la luna! El siglo 20 fue testigo de dos grandes guerras mundiales y la introducción de las armas de destrucción masiva. Por primera vez en la historia universal fue posible aniquilar toda vida del planeta, tal como lo había predicho Jesucristo (Mateo 24:22).
Otra profecía muy propia de este tiempo del fin es que el verdadero evangelio del Reino de Dios se predicaría en todo el mundo como testimonio y luego vendría el fin (v. 14).
Al despuntar el siglo 20, la Iglesia de Dios era pequeña y dispersa, con menos de mil miembros, la mayoría de ellos en la zona central de los Estados Unidos. La Conferencia General de la Iglesia de Dios se estableció legalmente en 1900 en el estado de Missouri. El diario de la Iglesia sufrió un cambio de nombre ese año, convirtiéndose en The Bible Advocate (El abogado de la Biblia).
En 1903 murió Gilbert Cranmer, ministro desde la década de 1850 y uno de los principales edificadores de la Iglesia luego del rompimiento entre los Adventistas del Séptimo Día y la Iglesia de Dios en la década de 1860. En 1910 murió igualmente Alexander Dugger, quien había sido el líder de la Conferencia General desde sus comienzos y jefe de redacción del Bible Advocate. Otro fiel pionero, Jacob Brinkerhoff, falleció en 1916. Había sido jefe de redacción del Advocate esporádicamente de 1871 a 1914. Muchos consideraban al señor Brinkerhoff como el líder más sobresaliente de la Iglesia en su época. “Jacob Brinkerhoff había servido a la Iglesia de Dios más de 40 años… En vez de comprar casa en 1874, empleó el dinero para comprar el equipo de impresión para el Advent and Sabbath Advocate… (Advenimiento y abogado del sábado), al parecer, el solo, impidió el derrumbe total de la Obra” (Richard Nickels, Historia de la Iglesia de Dios del Séptimo Día, pág. 65).
Andrew N. Dugger, hijo de Alexander Dugger, comenzó su ministerio en la Iglesia de Dios en 1906. Cuando Jacob Brinkerhoff se retiró como jefe de redacción del Bible advocate en 1914, Dugger asumió tanto la presidencia de la Conferencia General como el cargo de jefe de redacción. “Durante su periodo como presidente y jefe de redacción, Dugger ejerció mucha influencia sobre la Iglesia. Durante todo el primer período de liderazgo de Dugger, la Iglesia de Dios vivió uno de sus periodos de mayor y más rápido crecimiento” (Coulter). Andrew Dugger mantuvo la jefatura desde junio de 1914 hasta el año de1932.
El tema de la organización y el gobierno había generado controversias por largo tiempo en la Iglesia de Dios. reconociendo que no se podía efectuar ninguna obra sustancial con los escasos fondos que llegaban a la sede de Stanberry, Missouri (Menos de mil dólares en 1917), Andrew Dugger tomó medidas para corregir la situación. Envió una encuesta a los miembros en 1922 para averiguar cuanto diezmo habían pagado el año anterior y a quien lo habían pagado. Se descubrió entonces que la mayor parte del diezmo lo recogían ministros individualmente y que uno en particular, que “trabajaba poco”, había recaudado la mayor parte. Poco después, se promulgó una norma según la cual todos los diezmos habían de pagarse a las Conferencias Estatales, y que un diezmo de ese diezmo se enviara a la Conferencia General. En 1923, los ingresos de la Conferencia General en Stanberry subieron abruptamente a más de 18.000 dólares.
Alrededor del año 1904, G. G. Rupert se vinculó al ministerio de la Iglesia de Dios. El señor Rupert había sido ministro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día y había levantado congregaciones en América del Sur. Tras varios años de crecientes desacuerdos por doctrinas, dejó a los adventistas en 1902. Entre otras cosas, el señor Rupert había llegado a entender que tanto el sábado como los días santos eran obligatorios para la Iglesia del Nuevo Testamento. En 1913, Jacob Brinkerhoff publicó en The Bible Advocate una serie de artículos de G. G. Rupert que trataban el tema de la ley de Dios y sostenían que los días santos de Levítico 23 eran obligatorios para la Iglesia del Nuevo Testamento. Aunque la Iglesia en los Estados Unidos prestó escaza atención a estas enseñanzas, muchas personas en las congregaciones de Suramérica que el señor Rupert había establecido, no solamente siguieron su ejemplo y abandonaron a los adventistas, sino que también aceptaron los días santos de Dios. A raíz de desacuerdos entre los señores Rupert y Dugger por algunos puntos de la doctrina, y especialmente por el tema de la organización y gobierno de la Iglesia, el señor Rupert siguió como un ministro “independiente” de la Iglesia, publicando su propia revista que tituló The Remnant of Israel, (El remanente de Israel), hasta su fallecimiento en 1922.
La condición de la Iglesia de Dios a finales de los años veinte y comienzos de los treinta era de virtual parálisis y de luchas políticas y contiendas por doctrina. La Conferencia de la Iglesia en 1929 se caracterizó por un alto grado de confusión y discordia. Los temas de controversia giraban en torno a las doctrinas de “nacer de nuevo”, las carnes limpias e inmundas, el tabaquismo, la fecha de la Pascua (nisán 14 o 15) y la obra del Espíritu Santo (pentecostalismo). El número de conversiones decayó y la obra de la Iglesia estaba casi frenada.
Fue entonces, en el otoño de 1929, cuando la vida del señor Herbert W. Armstrong se vinculó con la historia de la Iglesia de Dios. Sin duda, el ministerio del señor Armstrong tuvo más impacto y sobre más personas que el de cualquier otro ministro de la Iglesia desde el primer siglo. Ante un reto de su esposa sobre cuál era el día sábado semanal, así como el de una cuñada sobre el tema de la evolución, el señor Armstrong comenzó un periodo de estudio intenso que duró seis meses. En la primavera de 1927 llegó a comprender que buena parte de lo que había creído en su infancia y juventud no era la verdad bíblica. ¡Aprendió que tanto el sábado como los días santos anuales son fiestas de Dios que todo cristiano debe guardar hoy!
Completado este intenso estudio, el señor Armstrong se enfrentó a la pregunta: ¿Dónde se encuentra la verdadera Iglesia? Con el tiempo, empezó a fraternizar con los hermanos de la Iglesia de Dios en el valle Willamette de Oregón, porque vio que ellos conservaban más verdad que cualquier otro grupo.
En 1928, el señor Armstrong comenzó a enviar artículos para que fuesen publicados en The Bible Advocate. Como no había ministro en Oregón en ese momento, los hermanos en Eugene le pedían con frecuencia que hablara ante la congregación. En junio de 1931, el señor Armstrong fue ordenado ministro por la Conferencia de Oregón de la Iglesia de Dios, dando comienzo así a un ministerio que duraría casi 55 años.
Mientras tanto, se estaban gestando problemas para la Iglesia de Dios en general. En la Conferencia General celebrada en agosto de 1933, Andrew Dugger, principal líder durante los 20 años anteriores, perdió su cargo por un voto. Esto precipitó una crisis que dividió al grupo por la mitad. “Por una parte, Andrew Dugger y otros defendían la ‘reorganización’ del gobierno de la Iglesia, las carnes limpias, la prohibición contra el tabaquismo, y la Pascua el día 14 de nisán. Por otra parte, Burt F. Marrs encabezaba un grupo de independientes que estaban a favor de comer cerdo y de fumar, y consideraban que la Pascua debía ser el 15 de nisán. El tema de cuándo guardar la Pascua se debatió durante tres días en la época de la división” (Nickels, pág. 151). Andrew Dugger se retiró de la Conferencia General de la Iglesia de Dios con sede en Stanberry e hizo una reunión para reorganizar la Iglesia en Salem, West Virgina, en noviembre de 1933. Se instituyó una nueva estructura organizativa con “Doce Apóstoles”, “Setenta Ancianos”, y “Siete” sobre las finanzas.
Los cargos se ocupaban por suerte en vez de voto. El señor Armstrong, de Oregón, salió como uno de “Los Setenta”. Él y la mayoría de los hermanos de aquel estado pasaron su afiliación de la organización de Stanberry a la nueva organización con sede en Salem. Aunque el señor Armstrong no recibía salario de Salem, aceptó sus credenciales como ministro y presentaba informes ministeriales mensuales.
“La división de la Iglesia (Séptimo Día) causó enorme pena en los miembros y dirigentes. Muchas personas ya afiliadas o con interés en afiliarse se sintieron desanimadas por los ataques frecuentes lanzados por una iglesia contra la otra. En algunos casos, los ministros cambiaban su afiliación, dejando desconcertados a los miembros. En otros casos los miembros se redujeron a simples fichas en la lucha entre ministros que competían por su lealtad y apoyo. El crecimiento en los años treinta y cuarenta ni siquiera se aproximó a lo logrado en los años veinte”. (Coulter, pág. 55). En efecto, el número de miembros disminuyó durante este periodo.
Mientras esto ocurría, se estaban echando los cimientos para una obra de Dios que tendría un impacto mundial sin precedentes. En vez de desperdiciar su energía en luchas políticas internas dentro de la Iglesia, el señor Armstrong comenzó a hacer transmisiones radiales semanales con miras a llevar el evangelio al mundo. El programa llamado Radio Church of God (Iglesia de Dios Radial) se empezó a transmitir el primer domingo de enero de 1934, desde una estación de 100 vatios llamada KORE, en la ciudad de Eugene, Oregón. Ya en febrero de ese año el señor Armstrong comenzó a publicar una “revista” mimeografiada que llamó The Plain Truth (La Pura Verdad) y que se envió oficialmente a unas 200 personas. Sin que él lo supiera, Cristo se estaba valiendo de él para levantar la sexta era de la Iglesia, representada por la Iglesia en Filadelfia (Apocalipsis 3:7-13).
Además del programa semanal, el señor Armstrong hizo campañas evangelistas en toda la región. Si bien sus esfuerzos dieron por fruto nuevas congregaciones, estas generalmente se desbarataban o se iban a la deriva por falta de ministros fieles y dedicados que sirvieran de pastores. En este periodo, el señor Armstrong tuvo cada vez más roces con la sede de la Iglesia en Salem a raíz de sus enseñanzas sobre la identidad de Israel y sobre los sábados anuales. Aunque Andrew Dugger había reconocido en privado que las enseñanzas del señor Armstrong respecto de las “diez tribus perdidas” eran correctas, se negó a publicar un artículo sobre el tema en The Bible Advocate.
Por último, el tema de los días santos estalló en 1937. La siguiente es una cita de las actas de la reunión de negocios celebrada en Detroit, Michigan, del 5 al 10 de mayo de 1937, por la junta de Doce Apóstoles de la Iglesia de Dios (Séptimo Día) con sede en Salem, West Virginia: “7 de mayo, a la 1:00 p.m. Lectura de la carta del ministro Armstrong sobre la Fiesta de los Panes Sin Levadura, La Pascua, Pentecostés, la Fiesta de los Tabernáculos, etc. Seguida cada vez por discusión de los ministros a favor y en contra… se tomó una decisión tal como aparece en la siguiente resolución: Por cuanto algunos han inquietado a las Iglesias enseñando que deben guardar la Fiesta de los Panes Sin Levadura y los sábados anuales… reafirmamos las enseñanzas de la Iglesia de Dios sobre este punto… que no observamos tal costumbre” (John Kiesz, Historia de la Iglesia de Dios, pág.180). Según las actas oficiales suministradas por Virginia Royer, bibliotecaria de la casa editorial de la Iglesia de Dios en Salem, “en 1938 le pidieron [al señor Armstrong] que entregara sus credenciales por continuar predicando lo contrario a la doctrina de la Iglesia”.
Aunque el señor Armstrong ya no tenía credenciales ministeriales de la Iglesia de Dios (Séptimo Día) después de 1938, siguió enseñando y predicando con más determinación que nunca. Como se informó en la revista Good News (Las Buenas Noticias) de abril de 1939, el programa semanal Iglesia de Dios radial estaba llegando a cien mil oyentes en la zona noroccidental del país. Ese año también se celebró la primera Fiesta de los Tabernáculos de ocho días completos en Eugene, con asistencia de 42 personas. (Entre 1933 y 1938, solamente hubo servicios en los días santos). Además del señor Armstrong, otros ministros de la Iglesia de Dios, como John Kiesz, predicaron durante la Fiesta hasta aproximadamente 1945.
A mediados del año 1942, el nombre del programa radial cambió a The World Tomorrow (El Mundo de Mañana), y en el área de los Ángeles se dio comienzo a un periodo experimental de transmisiones diarias. Terminado el verano de 1942, más de 1.700 personas asistieron a una campaña evangelista que tuvo el señor Armstrong en el teatro Biltmore en los Ángeles. La Obra que Dios estaba haciendo por medio de él estaba creciendo y dando fruto. En agosto de ese año, El Mundo de Mañana se comenzó a transmitir a escala nacional, con un programa dominical en la estación WHO de Des Moines, y en 1943 se agregó la estación WOAI de San Antonio. Para 1944, la circulación de la Pura Verdad había alcanzado 35.000 ejemplares.
Mientras crecía el impacto de la obra que Dios estaba haciendo por medio del señor Armstrong, la Iglesia de Dios (Séptimo Día) siguió fraccionándose con más y más iglesias y ministros independientes. Hubo esfuerzos de reunificación que dieron como resultado la fusión de los grupos de Salem y Stanberry en 1949. Sin embargo, la fusión misma generó mas cismas. Veintiún años más tarde, en 1969, la publicación principal de esa Iglesia, The Bible Advocate, tenía una circulación apenas superior a 2.000 ejemplares. La Iglesia de Dios (Séptimo Día) representó la fase final de aquello que se describe en Apocalipsis 3 como la Iglesia en Sardis: una Iglesia espiritualmente muerta, si bien algunos de sus miembros seguirían vestidos de blanco y andando con Cristo.
En 1946, Dios empezó a preparar la Iglesia de Dios Radial, y la obra que se hacía por medio del señor Armstrong, para una fase de gran crecimiento. Ante las presiones inherentes en una transmisión radial diaria (a la cual Hollywood podía brindar buen apoyo técnico), y reconociendo la necesidad de una institución educativa donde se formaran ministros fieles y bien preparados, el señor Armstrong estudió la posibilidad de mudarse al sur de California. Encontró una propiedad en Pasadena y entabló negociaciones para su compra.
Por esa época, el matrimonio Armstrong hizo un viaje a Europa para investigar la posibilidad de establecer una rama europea de la institución, donde se formarían ministros para una Obra internacional. ¡Imposible acusar al señor Armstrong de no pensar en grande! Sin embargo, la mayoría de las personas pensaban que esa idea no era práctica. Puesto que ¡en 1946 asistieron a la Fiesta de los Tabernáculos, en Belknap Springs, solamente 50 personas! Ni siquiera había una institución educativa funcionando en los Estados Unidos… únicamente grandes sueños y una propiedad descuidada con dos edificios que el señor Armstrong intentaba comprar. Otros, dentro y fuera de la Iglesia de Dios, hablaban del momento en que “todo esto se acabaría”. Sin embargo, la visión y la capacidad de “pensar en grande” eran cualidades que el señor Armstrong poseía en mayor cuantía, más que cualquier otro líder de la Iglesia de su época. La Institución Ambassador abrió sus puertas en el otoño de 1947 con cuatro estudiantes y ocho instructores. La expansión y la rama europea de la institución tendrían que esperar… un poquito.
En 1949, los estudiantes de la Institución Ambassador realizaron su primera gira nacional de bautismos. Buena parte del fruto de aquellas primeras giras bautismales se reflejó en el aumento en el número de asistentes a la Fiesta: de 150 en 1951, a 450 en 1952. En diciembre de 1952 el señor Armstrong ordenó a los primeros evangelistas de esta fase de la Iglesia de Dios: Richard Armstrong, Raymond Cole, Herman Hoeh, Paul Meredith y Roderick C. Meredith. En febrero de 1953, fueron ordenados Marion y Raymond McNair, con lo cual el número llegó a siete. Así comenzó un periodo de rápido crecimiento y avance de la Obra.
Cuando se habían graduado las dos primeras promociones de la Institución Ambassador, se estableció una escuela de teología de posgrado. El señor Armstrong se valió de esta escuela como punto de partida para ahondar más en una serie de temas, siendo los más importantes la naturaleza de Dios y el destino del hombre.
A lo largo de la historia, la Iglesia de Dios ha sido antitrinitaria, pues nunca aceptó las formulaciones de los concilios católicos como guía válida para los cristianos. Sin embargo, en tiempos modernos, fue en la primavera de 1953 cuando el señor Armstrong y los demás ministros comenzaron a adquirir una clara comprensión de la doctrina bíblica en el sentido de que Dios es una Familia divina dentro de la cual nacerán en la resurrección los hombres y mujeres convertidos. Al principio, quisieron demostrar el error de tal concepto con base en la Biblia, pero lo que encontraron fue que esta verdad vital se reafirma en toda la palabra de Dios. Si bien el concepto estaba claramente implícito en muchas cosas que se venían enseñando, para el señor Armstrong y los demás era difícil aceptar tal verdad, tan sencilla como profundamente importante y arrolladora. Esta enseñanza clave de las Escrituras, que nos dice que nosotros podemos nacer como parte de la Familia de Dios, es quizá la verdad más grande que Dios haya restaurado en Su Iglesia por medio del señor Armstrong.
En 1953 se dieron dos grandes pasos en la predicación del evangelio. El año comenzó con la apertura de dos puertas importantísimas en la historia de la Obra. El primero de enero, Radio Luxemburgo, que entonces era la estación radial más poderosa del mundo, empezó a transmitir El Mundo de Mañana en Europa. Además, el señor Armstrong consiguió cupo para una transmisión diaria por toda la red radial ABC, en los Estados Unidos.
En febrero de 1953 Richard Armstrong (hijo del señor Armstrong quien falleció en un accidente de tránsito en 1958) abrió una oficina de correo en Londres. El año siguiente el señor Armstrong, en compañía de su esposa Loma, de Richard Armstrong y de Roderick C. Meredith, realizó campañas evangelistas en Inglaterra. En 1956 y 1957 el señor Meredith regresó para hacer más campañas. En 1958, de vuelta en los Estados Unidos, fue nombrado segundo vicepresidente de la Iglesia.
La revista La Pura Verdad, en su número de junio de 1960, traía un anuncio especial del señor Armstrong para los lectores británicos: Se había programado una serie de campañas en Inglaterra dirigidas por el señor Meredith. El señor Armstrong escribió: “El señor Meredith está plenamente consagrado y es perfectamente sincero… Va a decirles cosas que no pueden oír de ninguna otra fuente… ustedes quedarán maravillados y sorprendidos. ¡Oirán más verdad en una noche de estas reuniones que la que oyen la mayoría de las personas durante años en las predicas de nuestros días!” (Fletcher, pág. 256). En octubre de 1960 la segunda Institución Ambassador abrió sus puertas en Bricket Wood, Inglaterra. En 1964 se abrió un tercer centro, en Big Sandy, Texas.
Al ir aumentando el número de ministros para realizar las giras de bautismos y dirigir iglesias, también aumentaba la cosecha dentro de la Obra. La asistencia a la Fiesta saltó de 750 en 1953 a más de 2.000 en 1957. Para 1961 las cifras alcanzaban casi 10.000 y para 1967 se elevó a 40.000. La circulación de la Pura Verdad sobrepasó el medio millón en 1964 y el millón en 1967. Para finales de ese decenio, El Mundo de mañana se estaba transmitiendo diariamente ante decenas de millones de oyentes en el mundo. En medio de esta explosión mundial de interés por la palabra de Dios, en 1967 se cambió el nombre legal de la organización de “Iglesia de Dios Radial” a “Iglesia de Dios Universal”.
Durante aquel decenio de auge, Garner Ted Armstrong (hijo menor del señor Armstrong), fue el principal presentador del programa El Mundo de Mañana, además de vicepresidente de la Iglesia. El Doctor Roderick C. Meredith (que en enero de 1966 había recibido su doctorado en teología en la Escuela Ambassador de Posgrado en Teología), fue nombrado director del ministerio en los Estados Unidos.
La señora Armstrong falleció en 1967, a la edad de 75 años. Para finales de los setenta ya se hacían evidentes las señales de futuros problemas para la Obra.
La Iglesia sufrió una zarandeada en enero de 1972, cuando Garner Ted Armstrong fue destituido de su cargo. Cuatro meses después fue reintegrado. Los años setenta vieron en la Iglesia, como en todo el país, el surgimiento de un espíritu más libre y permisivo. Varios ministros y miembros abandonaron la Iglesia en 1974; la confusión doctrinal, unida a acusaciones de escándalo, sacudió la Obra. Después de recuperarse de una falla cardiaca grave en 1977, el señor Armstrong finalmente destituyó a su hijo de su cargo en la primavera de 1978 y lo desasoció en el mes de junio.
En enero de 1979, la Iglesia quedó bajo una administración judicial impuesta por el estado de California. Desde Tucson, Arizona (donde seguía en vía de recuperación cardiaca), el señor Armstrong designó de nuevo al doctor Meredith como director ministerial, con el fin de restaurar la estabilidad en la Iglesia y en el ministerio durante ese periodo turbulento. Al mismo tiempo, el señor Armstrong se dio a la tarea de guiar a “la Iglesia nuevamente por el rumbo correcto” en el aspecto doctrinal. Cuando acaeció su muerte en enero de 1986, La Pura Verdad había alcanzado una circulación superior a los ocho millones de ejemplares en siete idiomas. La asistencia a la Fiesta de los Tabernáculos se acercaba a 150.000 personas en el mundo.
Cuando Joseph Tkach asumió el mando de la Iglesia de Dios Universal después de la muerte del señor Armstrong en 1986, la Iglesia parecía un cuerpo unificado. Parecía centrada en la Obra de Dios que estaba por delante y dedicada a la Verdad. No obstante, debajo de la superficie había problemas que se hicieron cada vez más patentes.
En Apocalipsis 3, leemos de las dos últimas fases de la Iglesia de Dios. La Iglesia de Filadelfia se caracteriza por el entusiasmo por la Obra. Dios prometió ponerles una “puerta abierta” para predicar el evangelio (v. 8) y protegerlos de la gran tribulación futura (v. 10). Pero también habría una séptima y última etapa de la Iglesia, descrita como la Iglesia de Laodicea. Esta Iglesia se caracteriza por la tibieza y el letargo espirituales (vs. 15-17). Si bien el señor Armstrong le había “devuelto su rumbo” a la Iglesia en los últimos siete años de su vida, se hizo cada vez más evidente, a partir de los años setenta, que dentro de la organización coexistían dos “espíritus” opuestos.
Aproximadamente un año después de la muerte del señor Armstrong, empezó una tendencia gradual de regreso a la modalidad permisiva y libre de los años setenta. En cuestión de pocos años, los cambios pasaron muchos más allá de lo que se vivió en los setenta, hasta caer en la total apostasía de la Verdad, llegando al extremo de enseñar la Trinidad y que ya no era necesario obedecer la ley de Dios (incluidas las normas sobre el sábado, los días santos, el diezmo y las carnes inmundas). En diciembre de 1992, 40 años después de ordenado, el doctor Meredith fue obligado a retirarse de la Iglesia de Dios Universal por negarse a aceptar la apostasía. A él se unieron hermanos y ministros fieles, con quienes el doctor Meredith actuó rápidamente para revivir la Obra de Dios bajo el nombre de “Iglesia de Dios Global”. En cuestión de seis semanas, la Iglesia empezó a producir un programa radial semanal, y en mayo de 1995 comenzó un programa de televisión semanal. En enero de 1995 los dirigentes de la Iglesia de Dios Universal dejaron de fingir continuidad con las doctrinas históricas de la Iglesia de Dios para acoger abiertamente la teología protestante. Esto ocasionó el virtual colapso de la organización y la salida de miles de hermanos así como veintenas de ministros en todo el mundo. Lamentablemente, la separación después de 1995 dio origen a muchas organizaciones que compiten entre sí y a la formación de multitud de ministerios independientes que han seguido fraccionándose y separándose.
En noviembre de 1998, varios miembros de la junta de la Iglesia de Dios Global intentaron dar “un golpe de estado” en esa organización, sacando al doctor Meredith en contra de la voluntad de la mayoría de los integrantes del Consejo de Ancianos. La mayor parte de los miembros y ministros siguieron reconociendo al doctor Meredith y a su consejo de ancianos como los líderes humanos de la Iglesia bajo la dirección de Jesucristo. Tan pronto como lo sacaron de la Iglesia de Dios Global, el doctor Meredith revivió la Obra bajo el nombre de “Iglesia del Dios Viviente”. Con el apoyo de miles de hermanos y ministros fieles, y en menos de dos meses, estaba nuevamente en la televisión: ¡en la misma estación y a la misma hora que habían cancelado los miembros rebeldes de la junta de la Iglesia de Dios Global! Cuarenta semanas después de anunciarse la formación de la “Iglesia del Dios Viviente”, la Iglesia de Dios Global se declaró en bancarrota. Desde entonces, los grupos fraccionados de aquella organización en quiebra han seguido dispersándose y dividiéndose.
La Iglesia del Dios Viviente se ha mantenido centrada en la obra de predicar al mundo el verdadero mensaje evangélico de Jesucristo. Usted está leyendo este folleto gracias al espíritu de colaboración y unidad que le ha permitido a la Iglesia del Dios Viviente conservar aquel entusiasmo de la era de Filadelfia como su ideal común, rechazando el espíritu de egocentrismo y obstinación y de “dormirse sobre los laureles” que ha afligido a tantos miembros de la era de Laodicea. La Iglesia del Dios Viviente está dedicada a vivir por cada palabra de Dios, incluida la “gran comisión” de Jesucristo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). El pueblo de Dios se encuentra hoy, como muchas veces en el pasado, en una encrucijada. Satanás ha sembrado confusión y desánimo. Como resultado, muchos hermanos se sienten dolidos y enojados, o bien están abrumados por los afanes de la vida. Otros, dejándose engañar por falsos maestros, han caído en la apostasía. Y otros se han vuelto tan letárgicos y tibios que perdieron su visión y apenas si desean conservar congregaciones locales sin importarles la Obra. Esto representa un cumplimiento de la advertencia de Jesucristo a la Iglesia en Mateo 24:10-13.
Pese a todo aquello, el evangelio sí se predicará a todo el mundo en este tiempo del fin (Mateo 24:14) y hay una creciente asamblea de creyentes llena de celo por la Verdad y por el cumplimiento de la obra divina. El pueblo de Dios hoy, al igual que su pueblo a partir del primer siglo, tiene que “[contender] ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3). Dios afirma claramente que Él “ejecutará su sentencia sobre la tierra en justicia y con prontitud” (Romanos 9:28). ¿De quiénes se valdrá para hacerlo? Según Daniel 11:32, “el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará”.¿Dónde está la Iglesia que Jesucristo edificó? ¡No se ha muerto! Al contrario, ha desafiado las puertas del Hades y las sigue desafiando milagrosamente. Hoy la Iglesia del Dios Viviente sigue haciendo la obra de Dios, proclamando el verdadero evangelio a un mundo que se encamina velozmente hacia la destrucción.¿Se contará usted entre aquellos que Dios usa para completar su Obra en el tiempo del fin? ¿Tiene usted el verdadero espíritu de Filadelfia que se extiende al mundo entero con amor y compasión auténtica para compartir el mensaje divino de Verdad y esperanza? ¿Considera usted que es importante advertir al mundo acerca de la gran tribulación que marcará el fin de esta era? ¿Es la Obra de Dios más importante para usted que su comodidad personal?
Los que formamos parte de la Iglesia del Dios Viviente entendemos que somos una continuación de la era de Filadelfia que Jesucristo levantó por medio del señor Herbert W. Armstrong hace muchos años. Estamos motivados por un sentido de urgencia en estos años que son el preludio inmediato a la gran tribulación. Creemos sinceramente lo enseñado por Jesucristo: que debemos hacer las obras del Padre mientras sea de día, porque viene la noche cuando nadie podrá trabajar (ver Juan 9:4). ¿Escuchará usted también las palabras de Jesucristo?