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Jesucristo advierte a quienes vivimos en los tiempos del fin que vamos a oír de “guerras y rumores de guerras” y que “se levantará nación contra nación y reino contra reino” (Mateo 24:6-7).
Pero tal parece que hay guerras de varios tipos: guerra caliente, guerra fría, guerra de guerrillas, ciberguerra… y hasta guerra santa. La humanidad se inventa muchas formas de lanzarse a conflictos y la profecía bíblica nos asegura que, efectivamente, nos esperan guerras espantosas entre las naciones. Un tipo de guerra de la cual oiremos más y más en los próximos meses es la guerra comercial. Ha habido guerras comerciales desde hace siglos, ¡y pronto, quizá, venga una más cerca de nuestra propia economía!
A veces un país establece barreras económicas reglamentarias a las importaciones de otro país para desestimularlas, y dar una ventaja a sus propias industrias. Un gobierno puede calcular que reduciendo las importaciones de otro país estará protegiendo sus propias industrias y su mano de obra. Pero luego, el país afectado por las barreras comerciales puede desquitarse restringiendo lo que importa del país que lo perjudicó. Así se da comienzo a una competencia de ir y venir en que cada lado toma represalias en una confrontación comercial. Cuando dos o más estados empiezan a restringir las importaciones y exportaciones de otros mediante aranceles u otras barreras comerciales, el resultado se llama una guerra comercial.
Las guerras comerciales pueden comenzar de diferentes maneras. Cuando las importaciones de un país comienzan a suplantar la producción nacional de otro, el gobierno puede sentirse presionado por grupos industriales y laborales para que los proteja de la competencia extranjera. Las razones varían. A veces la medida se justifica si las prácticas comerciales de la otra nación son injustas. O puede ser que un país tenga un déficit grande en su balanza de pagos con otros países y se vea obligado a restringir las importaciones para evitar la insolvencia nacional. Pero frecuentemente el proteccionismo es resultado del deseo de un lado de beneficiarse a expensas del otro. La codicia es un motivador importante tanto para la gente de negocios como para los políticos.
Una de las formas más sencillas de limitar las importaciones de otros países es imponer aranceles, una forma de impuestos, sobre esas importaciones. Los aranceles suben el costo del producto importado y reducen su demanda. De este modo, los artículos producidos dentro del país resultan más competitivos y rentables… y lamentablemente, más costosos para los consumidores.
Otra arma es la reglamentación. Un país añade reglamentos para la importación de ciertos productos y esto eleva su precio o impide del todo que entren al país.
A veces los países recurren a la manipulación de su moneda para que las exportaciones sean más atractivas que sus importaciones. El presidente Donald Trump acusó a China de rebajar el valor del yuan para que sus exportaciones sean más competitivas en los mercados extranjeros, especialmente el estadounidense. Como es natural, China refuta el cargo. Un exministro de comercio chino dijo: “Estoy preparándome seriamente para una guerra comercial” (“Are U. S. and China Headed for ‘Hot War’ over Trade?”, Wall Street Journal, 8 de marzo del 2017). Este intercambio de palabras entre naciones grandes es preocupante, y en cierta forma es otro “rumor de guerra” en los titulares de prensa.
Otra arma frecuente en las guerras comerciales son las cuotas de importación, en las cuales un país impone una cuota a la cantidad de ciertos productos que pueden importarse de otro país. Por ejemplo, los Estados Unidos tiene cuotas para la cantidad de azúcar que puede importarse y da mucha protección a los productores de azúcar nacionales contra la competencia extranjera de bajo costo. Sin embargo, las cuotas elevan el precio para el consumidor estadounidense.
Los subsidios de gobierno es otra arma en las relaciones comerciales, porque las industrias subsidiadas en un país pueden vender a precios inferiores al normal en otro país, generando así una ventaja comercial injusta. Aunque puede beneficiar a los consumidores en el país importador
Por varias razones, hasta cierto punto, los países aceptan algunas barreras comerciales sin que esto necesariamente genere represalias que conduzcan a una guerra comercial.
Una de las guerras comerciales más conocidas, y más perjudiciales, surgió a raíz de la ley Smoot-Hawley promulgada en los Estados Unidos en 1930. CNN Money lo describió así: “En 1930, el Congreso impuso aranceles a todos los países que despachaban productos a los Estados Unidos en un esfuerzo por proteger a los trabajadores estadounidense. Se llamó la ley Smoot-Hawley, nombre tomado de dos congresistas republicanos, Reed Smoot y Willis Hawley. Y es de común acuerdo que la ley agravó la gran depresión más de lo que habría sido. Países europeos como España, Italia y Suiza respondieron con aranceles de su parte y comenzó una guerra comercial. En total, el volumen de importaciones a los Estados Unidos se redujo en un 40% en los dos años que siguieron a la ley Smoot-Hawley, formalizada en junio de 1930” (Gillespie, Patrick, “Remember Smoot-Hawley: America’s last trade war worsened the Great Depression,” money.cnn.com, 7 de julio del 2016).
La legislación que pretendía ayudar a los trabajadores estadounidense terminó por reducir la producción y los empleos en el país. La guerra comercial, como todas las guerras, tiene muchas víctimas y las que más sufren su impacto suelen ser las menos capaces de sobrellevarlo.
En las guerras comerciales puede haber ganadores y perdedores. Pero a menudo, todos pierden, cuando los países participantes ven bajar su actividad económica y el empleo dentro de sus fronteras.
Por ahora, los acuerdos comerciales entre países ayudan mucho a evitar las guerras comerciales. Los gobiernos negocian acuerdos sobre qué prácticas comerciales son justas y qué barreras comerciales deben eliminarse. Para hacerlo, cada país participante en el acuerdo deberá conceder a los demás países acceso a su mercado interno en términos que sean aceptables para su propio pueblo. El proceso es difícil, pero bien hecho, estimula la actividad económica en cada país miembro del acuerdo.
La Biblia tiene una explicación aún mejor para el problema de las guerras comerciales y cómo resolverlo. El apóstol Santiago escribió: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis y ardéis de envidia y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:1-3).
Consideremos también lo que escribió el apóstol Pablo a la Iglesia en Filipos: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria… no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Filipenses 2:3-4). Esto sin duda produciría un cambio favorable en las relaciones comerciales de todo el mundo, siempre y cuando las naciones lo obedecieran… algo que en el mundo de hoy resulta altamente improbable.
Hay malas y buenas noticias sobre la situación. La mala noticia es que la naturaleza humana no ha cambiado y que la profecía habla del empeoramiento de los conflictos entre las naciones, antes de que mejoren (Apocalipsis 6:3-4). La buena noticia es que el Príncipe de Paz, Jesucristo, regresará a establecer un gobierno justo que impedirá toda guerra entre las naciones del futuro. Esta es la buena nueva: el evangelio del Reino de Dios. El profeta Isaías dejó constancia de lo que Cristo hará. “Juzgará entre las naciones y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra”. (Isaías 2:4). Podemos estar seguros de que el Príncipe de Paz impedirá también las guerras comerciales.