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¿Fue el movimiento protestante un empeño sincero por restaurar el cristianismo del Nuevo Testamento? ¿Muestran los “frutos” que el movimiento fue motivado y guiado por el Espíritu de Dios? ¡Lea la inesperada VERDAD en esta cuarta entrega de la serie que descorre el velo de la Reforma Protestante!
La pura verdad sobre la Reforma Protestante
Cuarta parte
Ya hemos visto la gran apostasía que barrió al conocido mundo cristiano después de la época de los apóstoles. El paganismo, con sus ceremonias, tradiciones y filosofías; no tardó en instaurarse desde los principios de la Iglesia Católica.
La historia documentada de corrupción y desenfreno en la llamada cristiandad, ofrece un notable contraste con las creencias, costumbres y modo de vida de la Iglesia verdadera en tiempos apostólicos. Vimos que hombres como Huss y Savonarola fueron martirizados por sus intentos de extirpar esta maldad en la Iglesia Católica.
Millones de personas del pueblo imploraban alivio de la tiranía política y económica de Roma. En la entrega anterior, mostramos que Lutero se identificaba con estas fervorosas esperanzas de las masas.
Hemos presentado la evidencia documentada de que Lutero vivía oprimido por una sensación de culpabilidad ante su incapacidad de obedecer lo que creía ser la voluntad de Dios. Esto lo llevó al extremo de añadir una palabra a Romanos 1:17 y a enseñar: “Mas el justo por la fe sola vivirá”.
Además de rebelarse contra la doctrina católica de las indulgencias, Lutero se rebeló en definitiva contra la necesidad de cualquier obediencia a los mandamiento de Dios; confiando en la “fe sola” para la salvación. En su rebeldía contra Roma, apeló en lo político a los nobles alemanes, pidiendo su respaldo en estos términos: “Nosotros nacimos para ser amos… Es hora de que el glorioso pueblo teutón deje de ser el títere del Pontífice romano” (Henry Bettenson, Documents of the Christian Church, pág. 278).
Luego de su rompimiento final con Roma, Lutero empezó a atraer a príncipes y nobles importantes para que apoyaran su causa. Sin esa valiosa protección, sería hombre muerto, conforme a una prohibición del Emperador y del Papa.
Por sus disputas con Juan Eck y por sus prédicas, escritos y demás labores reformistas, Lutero se había ganado el respeto de varios jóvenes humanistas de Alemania. Entre ellos se contaban Ulrich von Hutten y Francis von Sickingen. Von Hutten secundó los llamados religiosos de Lutero redactando folletos mordaces contra el Papa y el alto clero. Y su amigo, von Sickingen, le ofreció a Lutero su castillo como lugar de refugio en caso de urgencia.
Otros dos individuos contribuyeron a la obra de Lutero y se asociaron con él en la Universidad de Wittenberg. El primero fue Andrew Carlstadt, superior de Lutero en la escuela de teología, y quien le confirió el título de doctor. Carlstadt era un teólogo hábil para su época, pero le faltaba la personalidad y la elocuencia popular de Lutero. Era considerado algo impetuoso y a menudo deseaba efectuar una reforma más completa que Lutero. Lutero, consternado, a veces lo veía poner en práctica lo que él mismo solo trataba de palabra. El otro individuo absorbido por las enseñanzas de Lutero fue Philip Melanchthon, profesor de griego en la Universidad. Tenía solo veintiún años a la sazón, pero era erudito, sensible y brillante; y ya gozaba de una amplia fama por su habilidad. Su conversión a las enseñanzas de Lutero no se debió a ningún sentimiento espiritual, sino a su entusiasmo por la interpretación de Lutero a los escritos de Pablo.
Estos humanistas, sumados a teólogos, al elector Federico el Sabio y a otros muchos príncipes, nobles y eruditos; comenzaron a aliarse con Lutero y sus enseñanzas. Para la mayor parte de los príncipes y nobles las motivaciones eran puramente políticas y financieras. Estaban cansados de la dominación y la intromisión del papado italiano. Lutero se había convertido en símbolo tangible de este sentimiento de rebeldía, que venía desde hacía mucho tiempo. Bajo su liderazgo, se unieron en un vínculo común de odio contra el poderío material de la Iglesia Católica Romana (Johannes Baptist Alzog, Manual of Universal Church History, Vol. III, pág. 202).
Para los humanistas Lutero vino a ser un abanderado que expresaba con elocuencia popular lo que ellos habían escrito en libros y folletos eruditos y mordaces, que estaban muy por encima del grado de comprensión del pueblo. Además el carácter religioso de Lutero daba profundidad y un sentido positivo a los ataques contra la jerarquía, elemento faltante en los escritos contumaces de los eruditos. Aunque muchos no entendían su doctrina de la gracia, su espíritu de rebelión contra Roma se difundió rápidamente.
Fue así como Lutero se convirtió de la noche a la mañana en el abanderado de toda Alemania en sus diversas quejas contra el papado. Había comenzado un verdadero movimiento, que el Papa y el nuevo emperador Carlos V verían crecer y estallar como una conflagración que ellos no podían controlar.
Un tratado de Lutero titulado: A la nobleza cristiana de la nación germana, publicado en 1520, le había ganado enorme popularidad entre los nobles alemanes, las autoridades locales y el campesinado. Walker resume así las propuestas prácticas que allí se plantean: “Es preciso refrenar el desgobierno, los nombramientos y los impuestos papales; abolir las posiciones onerosas; colocar los intereses eclesiásticos alemanes bajo un Primado de Alemania; permitir el matrimonio del clero; reducir el número excesivo de días santos en favor de la diligencia y la sobriedad; prohibir la mendicidad, incluida aquella de las órdenes mendicantes; cerrar los burdeles; refrenar el lujo y reformar la educación teológica en las universidades. Con razón fue profundo el efecto de la obra de Lutero. Pudo dar voz a lo que hombres sinceros venían pensando desde hacía tiempo” (Williston Walker, A History of the Christian Church, pág. 345).
Más tarde ese mismo año, en su Cautiverio babilónico de la Iglesia, Lutero atacó las prácticas sacramentales de la Iglesia de Roma. Negó la doctrina de la transubstanciación y dijo que los sacramentos verdaderos son únicamente dos: el bautismo y la Cena del Señor. Negó la validez bíblica de los demás sacramentos católicos: la confirmación, el matrimonio, las órdenes sagradas y la extremaunción; aunque sí dijo que la penitencia tiene cierto valor sacramental como regreso a la pureza del bautismo.
Es de señalar que al negar la transubstanciación, Lutero declara la autoridad absoluta de las Escrituras en asuntos de fe y práctica. Dice: “Por cuanto aquello que se asevera sin la autoridad de las Escrituras, ni de la revelación comprobada, podrá tenerse como opinión, pero no hay ninguna obligación de creerlo… la transubstanciación… ha de considerarse como un invento de la razón humana, ya que no se basa ni en las Escrituras ni en un sano razonamiento” (Bettenson, Documents, pág. 280).
Si Lutero hubiera sometido todas sus doctrinas a un escrutinio bíblico como este, ¡el mundo de hoy quizá sería diferente! Pero cuando lo acusaron de insertar la palabra “sola” en Romanos 3:28, replicó con altanería: “Si vuestro Pontífice mostrara alguna inútil molestia por la palabra sola, podéis responder en el acto: Es la voluntad del doctor Martín Lutero que así sea” (Alzog, pág. 199). Y podemos añadir, con conocimiento, que nunca se dio otra razón para cambios tan antibíblicos como este. Cuando se trataba de sus doctrinas y convicciones personales, Martín Lutero era sin duda un hombre voluntarioso.
La esencia del evangelio para Lutero era el perdón de los pecados mediante una fe en Jesucristo personal y transformadora. Consideraba que este era el único tipo de religión verdadera (Walker, pág. 346).
Al mismo tiempo, Lutero hacía totalmente de lado la enseñanza bíblica sobre el arrepentimiento que ha de preceder a todo perdón de los pecados. Y su mente continuaba rebelándose contra la necesidad de obedecer alguna autoridad o ley una vez recibido el perdón por la fe en Cristo. Escribió: “Todos los que crean en Cristo, por numerosos y malos que sean, no serán responsables por sus obras ni condenados a causa de ellas”. Y también: “La incredulidad es el único pecado del cual el hombre puede ser culpable, siempre que el nombre pecado se aplique a otros actos, es un nombre inapropiado” (Alzog, pág. 199).
Su tercer tratado de 1520, titulado: De la libertad cristiana, asevera que un hombre cristiano no está sujeto espiritualmente a ningún hombre ni a ley alguna. Argumentó que, siendo justificados por la fe sola, dejamos de estar bajo la obligación de guardar la ley de Dios.
Vemos aquí cómo Lutero continuó insistiendo en su experiencia personal, emocional y sicológica del perdón sin arrepentimiento, como norma central en toda su enseñanza. Él mismo se había sentido tan oprimido por el sentimiento de culpa como miembro de la Iglesia Católica, que ahora se sentía obligado a echar fuera toda insinuación de que había una ley que era obligación obedecer. Más adelante compararemos esta enseñanza con lo que dicen las Escrituras.
Con esto, la doctrina de Lutero quedaba completa en su esencia. Aunque más tarde aclararía muchos puntos menores, los principios básicos del sistema teológico luterano habían quedado establecidos (Walker, pág. 346).
En 1521 Lutero fue llamado a comparecer ante la Dieta de Worms, y sus amigos le advirtieron que esto sería un peligro mortal. Pero el emperador Carlos V le prometió un salvoconducto y Lutero fue a la asamblea. Dijo: “Iré a Worms aunque me acechen tantos demonios como tejas hay en los tejados”.
Al presentarse ante la Dieta, Lutero fue confrontado de inmediato con una pila de sus libros y la pregunta de si estaba dispuesto a retractarse de ellos o no. Tras un receso para reconsiderar, Lutero reconoció que tal vez se hubiera expresado de manera demasiado fuerte contra algunas personas, pero se negó a retractarse de la sustancia de lo que había escrito, a menos que esta pudiera desmentirse con las Escrituras o con la razón. Se dice que terminó diciendo: “Aquí estoy. No puedo hacer otra cosa. Que Dios me ayude. Amén” (Jesse Lyman Hurlbut, Historia de la Iglesia Cristiana, pág. 134).
Regresando de Worms, Lutero fue detenido por partidarios suyos que lo llevaron al castillo de Wartburg, cerca de Eisenach, donde permanecería oculto casi un año. Se había emitido un edicto imperial en su contra, y si Alemania estuviera regida por una autoridad central fuerte, la trayectoria de Lutero pronto habría terminado en el martirio. Pero su gobernante territorial, Federico el Sabio, no solo lo favorecía sino que era vigoroso, y logró salvarlo más de una vez. Desde su lugar de retiro secreto en el castillo de Wartburg, Lutero hizo sentir su actividad escribiendo muchas cartas y folletos a favor de su causa, que se enviaron por toda Alemania. Pero el fruto más duradero de ese período fue su traducción del Nuevo Testamento. Esta traducción al alemán a partir del texto griego de Erasmo, fue una obra de alto valor literario y se considera el fundamento del idioma alemán escrito (Ludwig Hausser, The Period of the Reformation, págs. 60-61).
“Pocos servicios más importantes que esta traducción se han prestado al desarrollo de la vida religiosa de una nación. Y con toda su deferencia por la Palabra de Dios, Lutero no carecía de sus cánones de crítica propios. Estos eran la claridad relativa con que enseñaba su interpretación de la obra de Cristo y el método de salvación por la fe. Juzgando por esta norma, consideró que Hebreos, Santiago, Judas y el Apocalipsis eran de valor inferior. En la misma Escritura había diferencias en cuanto al valor” (Walker, pág. 349).
Vemos, pues, si bien Lutero enseñó que toda doctrina verdadera debe basarse en las Escrituras, cuando se trataba de interpretar las Escrituras esgrimía sus propias teorías ¡incluso en lo referente al valor relativo de libros enteros de la Biblia! Y, como veremos más adelante, denunciaba violentamente a quienes no estuvieran de acuerdo con sus teorías doctrinales.
Mientras estaba Lutero recluido en Wartburg, varios asociados llevaron adelante su revolución eclesiástica en Wittenberg. En muchos casos implantaron las mismas reformas de las cuales Lutero hablaba pero sin tomar aún ninguna acción al respecto.
Para octubre de 1521, un monje compañero de Lutero, llamado Gabriel Zwilling, estaba denunciando la misa e instando a abandonar los votos del clero. Muchos internos en el monasterio agustino de Wittenberg procedieron a renunciar a su profesión y, poco después, Zwilling estaba atacando también el empleo de imágenes.
En la época de navidad de 1521, Carlstadt convocó a la ciudad para una celebración de la Cena del Señor conforme a la nueva modalidad. Ofició en vestido de calle, omitió toda referencia al sacrificio en la liturgia, ofreció a los legos tanto el pan como el vino y celebró el sacramento en idioma alemán (Roland Bainton, The Reformation of the Sixteenth Century, pág. 64).
Pronto se dejó de efectuar la confesión y de cumplir los ayunos. Carlstadt enseñó que todos los ministros debían casarse y más tarde, en 1522, él mismo tomó esposa.
El entusiasmo general se redobló con la llegada, en diciembre de 1521, de varios profetas radicales provenientes de Zwickau. Aseguraban que tenían directa inspiración divina, enseñaban contra el bautismo de infantes y profetizaban el inminente fin del mundo (Walker, pág. 350). Melanchthon, perturbado por todos estos hechos, no se sentía lo bastante seguro de sí para afirmar o negar las nuevas enseñanzas.
Lo que pretendía Carlstadt era responder con acciones al llamado de Lutero de regresar a las prácticas bíblicas. Es quizás una lástima que la llegada de los profetas de Zwickau haya manchado de radicalismo el movimiento por algún tiempo. Estos incidentes le causaron gran disgusto al elector Federico el Sabio y generaron advertencias de protesta entre los otros príncipes alemanes. Es importante comprender que Lutero pisaba terreno delicado al tratar de mantener contentos a estos príncipes alemanes que le brindaban su respaldo político, militar y financiero.
Por tanto, en parte para evitar más reproches de radicalismo de parte de los príncipes alemanes y en parte por los celos evidentes de Carlstadt, Lutero tomó la determinación de regresar a Wittenberg y encargarse nuevamente del movimiento reformista (G. H. Orchard, A Concise History of Foreign Baptists, pág. 339),
Veamos primero algunos de los cambios que Carlstadt estaba haciendo: Carlstadt renunció a toda vestimenta clerical, prefiriendo, aunque era ministro, llevar una gran capa gris a la manera de los campesinos. Un segundo principio sirvió para reforzar esta posición, a saber, el igualitarismo social. La doctrina del sacerdocio de todos los creyentes se tomó tan en serio que Carlstadt no se dejaba llamar doctor sino únicamente hermano Andreas. El deseo que también impulsaba a Lutero de restaurar el patrón del cristianismo primitivo, se llevó más allá para abarcar muchas prácticas del Antiguo Testamento. La destrucción de imágenes se basó en la norma mosaica, lo mismo que la introducción de la rigidez sabataria. La totalidad del programa era ajeno al espíritu de Lutero, que pensaba que la Tierra y toda su plenitud pertenecían al Padre y que cualquier parte de ella podría utilizarse en aras de la religión (Bainton, págs. 65-66).
Al enterarse de este nuevo programa, Lutero regresó de inmediato a Wittenberg, se ganó el favor del Elector y del Concejo Municipal y alejó a Carlstadt de la ciudad.
En esto se revela el sorprendente hecho de que Carlstadt, si bien no entendió algunos puntos, sí intentó restablecer muchas de las prácticas de Cristo y los apóstoles. Lutero se negó a aceptar tal cosa. A veces hablaba de regresar al cristianismo bíblico, pero siempre rechazó cualquier intento real por hacerlo.
De regreso en Wittenberg, Lutero mostró una actitud decididamente conservadora en todas las cosas y recuperó su influencia con los príncipes alemanes. Buena parte del tiempo se vio obligado a hacer cabildeos porque el éxito del movimiento luterano dependía enteramente del favor de ellos.
En ese tiempo el Emperador estaba ocupado en una gran guerra con Francia por el control de Italia. El papa León X había fallecido en diciembre de 1521 y su sucesor aún no tenía suficiente influencia para poner freno a las actividades de Lutero. En estas circunstancias favorables, parecía que la Reforma Protestante podría apoderarse de toda la nación de Alemania (Hausser, págs. 68-69).
En diferentes regiones de Alemania eran muchas las congregaciones luteranas que se estaban formando, y se presentó la necesidad de organización y gobierno en la Iglesia. Sin consultar la Biblia para saber qué tipo de gobierno fue instituido por Cristo en su Iglesia, Lutero se ideó un sistema propio: “Lutero ya estaba convencido de que tales asociaciones de creyentes tenían pleno poder para nombrar y deponer a sus pastores. Sostenía, sin embargo, que los gobernantes temporales, que ocupaban las principales posiciones de poder y responsabilidad en la comunidad cristiana, tenían un deber principal de difundir el evangelio. Las experiencias del futuro inmediato y la necesidad de organizar la Iglesia en extensos territorios, llevarían a Lutero a abandonar toda inclinación que tuviera por una Iglesia libre, hacia una sujeción estricta al Estado” (Walker, pág. 351).
Como consecuencia de este gobierno eclesiástico de inspiración humana, encontramos que la Iglesia Luterana fue controlada por fuerzas políticas y dependió casi enteramente del Estado hasta tiempos recientes. Pero los esfuerzos de Lutero por asegurar el favor de los príncipes alemanes, sumados a su tendencia por conservar incontables ideas y costumbres traídas de la Iglesia pagana de Roma, hicieron que fuera considerado un individuo muy conservador. De hecho, en muchos aspectos no se alejó de las tradiciones católicas.
Lutero decidió que era permisible conceder gran libertad en los detalles del culto, siempre y cuando el punto central fuera siempre la Palabra de Dios. Así, las diferentes congregaciones luteranas desarrollaron prácticas muy diversas en sus servicios religiosos. El idioma alemán iba reemplazando paulatinamente al latín. Lutero retuvo gran parte del formato de la misa católica y publicó una misa en alemán en 1526. También retuvo la práctica católica de la confesión pero no como un acto obligatorio. “A juzgar por el avance de la Reforma Protestante en otras partes, la actitud de Lutero en cuanto al formato del culto era muy conservadora, siendo su principio que ‘lo que no se opone a las Escrituras está en favor de las Escrituras, y las Escrituras en favor de ello’. En consecuencia, conservó buena parte de la usanza romana; como la velas, el crucifijo y el empleo de imágenes ilustrativas” (Walker, pág. 352).
En esa época comenzaron a surgir los primeros enfrentamientos serios entre los seguidores de Lutero. El primer choque se presentó entre los humanistas, cuyo líder, Erasmo, sentía muy poco afecto por la doctrina luterana de “justificación por la fe sola”. Temía los resultados de una enseñanza que prácticamente negaba la responsabilidad moral del hombre. Y los escritos acalorados de Lutero, unidos a brotes tumultuosos en varios lugares, lo alarmaron cada vez más.
En el otoño de 1524, empezó a cuestionar la enseñanza de Lutero que negaba la libre voluntad del hombre. Esta doctrina, que analizaremos más a fondo en otra sección, afirmaba que en la caída de Adán, la naturaleza humana se había corrompido tan radicalmente que ya era incapaz de obedecer a Dios o de hacer cualquier cosa realmente buena.
Pero no fue así. Ante la renuencia de Lutero a efectuar una reforma completa, muchos campesinos y residentes urbanos, sinceros pero de poca educación, cayeron en manos de líderes desequilibrados que, en muchos casos, restauraron algunas de las prácticas apostólicas omitidas voluntariamente por Lutero, pero mezclándolas con extraños insertos ideados por ellos mismos.
La situación descrita generó la tristemente célebre revuelta de los campesinos alemanes. La forma torpe como Lutero manejó esta situación, causó lo que fue sin duda el rompimiento más grave en su movimiento.
Los campesinos alemanes habían estado oprimidos por generaciones y su condición de miseria se agravaba cada vez más. La predicación y el fermento religioso del movimiento reformista luterano sirvió de chispa que los impulsó a la acción, por largo tiempo aplazada, de levantarse contra sus amos.
“En marzo de 1525, los campesinos plantearon doce artículos en los que exigían el derecho de cada comunidad a elegir y deponer a su pastor, que el diezmo grande (el grano) se empleara en el mantenimiento del pastor y demás gastos, que se aboliera el diezmo pequeño y se acabara con la servidumbre feudal, que se limitaran las tierras reservadas para la cacería y se permitiera que los pobres utilizaran los bosques, que los trabajos forzados se reglamentaran y pagaran, se fijaran alquileres justos, se dejaran de promulgar nuevas leyes, se restauraran las tierras a la comunidades a quienes se habían arrebatado y se abolieran los pagos de herencia a los amos. Para la mente moderna, estas eran peticiones moderadas y razonables. Para esa época se consideraban revolucionarias” (Walker, pág. 354).
Aunque muchos historiadores protestantes sostienen que Lutero no tuvo parte en la rebelión del campesinado alemán, es una perversión de la verdad negar el hecho de que los campesinos solo estaban llevando a la práctica algunos de los principios de libertad expuestos en los escritos del propio Lutero. Y también es innegable que, si Lutero no se hubiera puesto en contra de ellos cuando más lo necesitaban, se habrían salvado innumerables vidas y no se habría prolongado la esclavitud económica del campesinado alemán (Hausser, pág. 102).
Pero Lutero desconfiaba de la clase campesina sin educación… pese a que su propia familia había sido de esa clase. Y, lo que es más importante, Lutero puso su confianza en el respaldo de los príncipes y siempre tuvo cuidado de no ofenderlos, si bien les envió advertencias moderadas y les recordó su responsabilidad en el estallido que ya se preveía (Hausser, pág. 103).
Como Lutero había abogado desde tiempo atrás por el imperio del amor y la mesura y conocía bien la exhortación de Cristo de “amar a los enemigos”, su vuelco total en el asunto de la rebelión campesina es realmente inaudito. Además, la situación no era para tal violencia, aun en el supuesto que tal curso estuviera acorde con los principios cristianos.
Es incuestionable que hubo faltas de ambas partes. Las diatribas con que Lutero apelaba a los príncipes a destruir sin misericordia a los campesinos revela un espíritu muy alejado del Espíritu que dirigía a Jesucristo.
Henry C. Vedder describe con acierto la horrible situación: “Si bien los campesinos tenían motivos fundados, no siempre adoptaron buenos métodos. La mayoría eran ignorantes, todos estaban exasperados y unos enfurecidos por sus males. En su levantamiento se cometieron barbaridades: quema y saqueo de castillos, muerte a opresores crueles. Ahora estos hechos sirvieron de pretexto para represalias de una atrocidad rara vez excedida en la historia. Calculan los historiadores, que no tienen motivos para exagerar, que la furia de los príncipes y caballeros no se apaciguó sin que antes mataran a no menos de cien mil personas”.
En primer lugar, entre los incitadores se hallaba Lutero. Tal parece que se alarmó viendo la persistencia de quienes habían querido hacerlo responsable, con sus enseñanzas, de la guerra campesina. Su esperanza radicaba en la protección y el patrocino de los príncipes, que debieron sentirse profundamente injuriados por las palabras claras que él había dicho. Entonces, en medio del tumulto despachó a la prensa un segundo panfleto, en que dio un vuelco completo, denunciando a los campesinos tan violentamente como antes había reprochado a los príncipes.
“Causan alboroto, con desenfreno roban y saquean monasterios y castillos que no les pertenecen. Por solo esto, como asaltantes de camino y asesinos, merecen doble muerte de cuerpo y alma. Es recto y lícito matar a la primera oportunidad a una persona rebelde, conocida como tal, que ya está bajo la interdicción de Dios y del Emperador. Para el rebelde público, todo hombre es al mismo tiempo juez y verdugo. Así como, al prenderse un incendio, el primero que pueda extinguirlo es el mejor. La rebelión no es un vil asesinato, sino como un gran fuego que enciende y asola a un país; por lo tanto, el alboroto lleva consigo una tierra llena de asesinato y derramamiento de sangre, hace viudas y huérfanos y todo lo destruye, como la más grande de las calamidades. Por lo tanto, todo el que pueda debe golpear, estrangular y acuchillar, en secreto o en público, y debe recordar que no hay nada más venenoso, pernicioso y endiablado que un hombre rebelde. Así como cuando es preciso matar a un perro rabioso; si no le peleas, él peleará contigo y con todo un país.
Que el poder civil continúe avanzando con confianza y que golpee mientras pueda mover un músculo. Porque esta es la ventaja: los campesinos tienen mala conciencia y bienes ilícitos y cuandoquiera que se mate a un campesino, con ello ha perdido cuerpo y alma y va eternamente al diablo. En cambio, la autoridad civil tiene la conciencia limpia y bienes lícitos y puede decirle a Dios con toda seguridad de corazón: ‘He aquí, Dios mío, tú me has nombrado príncipe o señor, eso no puedo dudarlo, y me has encomendado la espada contra los hacedores de maldad (Romanos 13:1-4)… Por lo tanto, castigaré y golpearé mientras pueda mover un músculo; tú juzgarás y aprobarás’.… Tan prodigiosos son estos tiempos que un príncipe gana más fácilmente el Cielo derramando sangre que otros mediante la oración” (Vedder, A Short History of the Baptists, págs. 173-174).
Bien podemos preguntarnos: “Si estas son las palabras de un reformador enviado por Dios, ¿cómo juzgaremos la religión verdadera?” ¿Son estas las palabras de un hombre guiado por el Espíritu Santo de Dios? ¿Acaso el Cristo resucitado estaba valiéndose de este individuo para purificar a su “manada pequeña”?
Esta acción despiadada de volverse amargamente contra los campesinos le ganó a Lutero mayor estima a los ojos de los príncipes protectores. Pero aun en términos humanos, el costo fue grande. Desde ese momento, se retiró la simpatía popular por su causa entre los campesinos en el Sur de Alemania.
Erasmo reprendió a Lutero por la hipocresía de su conducta en este sórdido asunto. “Estamos”, dijo, “cosechando los frutos de sus enseñanzas. Ciertamente dice usted que la Palabra de Dios debe, dada su naturaleza, dar frutos muy diferentes. Pues, a mi modo de ver eso depende en gran medida de la manera como se predica. Usted niega toda conexión con los insurgentes, en cambio ellos lo tienen a usted por su padre y el autor y expositor de los principios de ellos” (Alzog, pág, 223).
Después de esto, es fácil comprender el desafecto de los campesinos por el hombre que incitaba a los príncipes a golpear, estrangular y acuchillar a ellos y a sus seres queridos.
La supresión cruenta del levantamiento campesino dejó el control total de Alemania en manos de los príncipes y las ciudades. Se formaron alianzas políticas a favor y en contra de la Reforma Protestante. Jorge, duque de Sajonia y otros príncipes católicos reunidos en Dessau en julio de 1525, organizaron una liga católica. En Torgau se forma una liga contraria: la luterana. Al reanudarse las luchas del emperador, esta vez contra una alianza del Papa y el Rey de Francia, Carlos V estaba demasiado ocupado para interferir en los choques religiosos dentro de Alemania (Walker, pág. 356).
La Dieta o Concilio de Spires, en 1526 promulgó un decreto que otorgaba a cada príncipe alemán el derecho de manejar los asuntos religiosos en su propio territorio, por algún tiempo, según la responsabilidad que sintiera delante de Dios. Esta acción le dio al movimiento luterano su primera existencia legal y se consideró un triunfo para los reformadores alemanes. Sin embargo, desde ese momento Lutero quedó atado a las faldas de sus príncipes protectores. Como veremos, tuvo que recurrir a la transigencia y al engaño para seguir congraciándose con ellos. Su propio sistema le impedía predicar la Palabra de Dios sin temor ni beneficio. Él y la causa protestante quedaron envueltos inextricablemente en la política de este mundo.
Mientras tanto, el Emperador se impuso sobre todos sus enemigos y convocó a los príncipes a la Dieta de Spires en 1529. El partido católico, que ahora era la mayoría, promulgó un edicto que prohibía el avance de la Reforma Protestante en los estados que no la hubieran aceptado y concedió libertades plenas en los territorios reformados a todos los que continuaran siendo católicos.
Este dictamen parcializado ocasionó una protesta formal del Elector de Sajonia y otros príncipes. A partir de entonces se aplicó el término protestante al partido luterano y a sus doctrinas (Fisher, The History of the Christian Church, pág. 304).
Desde entonces el desarrollo de iglesias territoriales se convirtió en norma establecida. Alemania había de dividirse entre los territorios católicos en el Sur y los protestantes en el Norte.
Ahora el lugar de residencia de un individuo a menudo determinaba su religión. Y la propagación del luteranismo dependía más de la política que de los profetas.
En la próxima entrega veremos el resultado, el fruto, de este movimiento religioso político. Luego proseguiremos con los sucesos importantes que ocurrieron en otras fases de la Reforma Protestante. Para mantener nuestra perspectiva, debemos tener presentes estas preguntas: ¿Fue este movimiento motivado y guiado por el Espíritu Santo de Dios? ¿Constituyó un auténtico regreso a “la fe que fue una vez dada a los santos”?
Para las respuestas y muchas otras más, ¡no se pierda la fascinante próxima entrega de esta importante serie!