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¿Qué podemos hacer los padres para guiar a nuestros hijos en momentos tan difíciles como estos, cuando escuchan las mismas noticias que nosotros? Los principios de Dios producen paz mental, y nos ayudarán a guiar a nuestros hijos en medio de una pandemia como esta.
Aunque yo ya había llegado a ser adulto cuando los terroristas atacaron el Centro mundial de comercio en Nueva York y el Pentágono en Washington el 11 de septiembre del 2001, recuerdo lo primero que llegó a mi mente al enterarme de la tragedia: ¡Quiero hablar con mi papá!
Ahora, en medio de la pandemia de la COVID-19, el padre soy yo, y mis cuatro hijos vienen a mí en busca de consejo. Estoy muy consciente de mi responsabilidad de guiar a mis hijos en medio de los traumas previsibles de la vida, como son la muerte de un ser querido, las dificultades en las relaciones interpersonales y la desilusión de no alcanzar una meta, o no hacer realidad alguna esperanza.
Pero no todos los traumas son previsibles. Cuando de forma imprevista sufren de angustia, es todavía más importante que mi esposa y yo estemos presentes, tomar a los niños de la mano y ayudarles a abrirse paso entre experiencias que asustan, y que nunca antes han vivido. Aun cuando las circunstancias nos obligan a hacer un esfuerzo por conservar nuestra propia tranquilidad, tenemos una responsabilidad muy especial hacia los hijos que Dios ha puesto bajo nuestro cuidado. Y podemos agradecerle que nos haya dado la fortaleza y los recursos que, como padres, necesitamos para ayudarles a salir adelante ¡y a prosperar!
Cuando mis hijos supieron que a causa del coronavirus su escuela estaba cerrada, se habían cancelado sus actividades extracurriculares, y las actividades de la Iglesia se harían en línea; se preguntaron, como es natural, qué significaría esto para ellos y sus allegados. ¿Qué decirles? Como padre, que procura formar a sus hijos dentro de un ambiente positivo, ¿cómo ayudarles a manejar circunstancias tan negativas?
Felizmente pude decirles que el control está en manos de Dios. En su Palabra nos ha dicho por anticipado que al final de esta era habrá pestes, entre otras tragedias (Mateo 24:7). Estas pestes, incluso, figuran dentro del “principio de dolores” (v. 8), por lo que entendemos que aún faltan por cumplirse muchas profecías antes de que Jesucristo regrese. Pero también sabemos que no hay que temer, ya que Dios promete proteger a sus fieles seguidores en el fin de esta era, quienes están dedicados a su camino de vida (Apocalipsis 3:10). Si Dios es nuestro refugio, padres e hijos por igual pueden buscar su protección ante el peligro en momentos difíciles. No hay por qué dejarnos dominar del temor ante la “pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya” (Salmos 91:6).
Es claro que, aun con su intervención en nuestra vida, Dios espera que seamos sabios y no imprudentes. Sería demasiado necio usar la fe como excusa para deliberadamente comportarnos de manera que se ponga en peligro nuestra salud. Pensar que no importa lo que yo haga porque nuestro Creador nos prometió: “Yo soy el Eterno tu Sanador” (Éxodo 15:26) ¡es como retarlo a corregir nuestra arrogancia!
El hecho de que Dios tiene poder para sanarnos de toda enfermedad y liberarnos de otros problemas, no nos exime de responsabilidad. Esta es precisamente la distorsión de la verdad que empleó Satanás para tentar a nuestro Salvador. El Salmo 91, ya mencionado, promete que Dios protegerá a su pueblo fiel; y Satanás se valió de esa promesa para incitar a Jesucristo a saltar desde el pináculo del templo, y demostrar así el poder protector de Dios. Dudar de ese poder sería un error, pero si actuamos temerariamente, y luego pretendemos exigir la protección de Dios, estamos atreviéndonos a tentarlo ¡y no debemos dar por sentada su respuesta!
En lugar de exigir que Dios nos proteja de las consecuencias de nuestra deliberada rebeldía, debemos enseñar a nuestros hijos que debemos hacer nuestra parte, y que hay cosas que podemos hacer para proteger nuestra salud. Muchos estatutos y juicios en la Palabra de Dios se dieron para ayudar a los antiguos israelitas a conservar la salud física y tratar las enfermedades. Si esos mismos estatutos y juicios se cumplieran hoy, especialmente los que tienen que ver con las carnes inmundas y la cuarentena, muy probablemente la pandemia de la COVID-19 ni siquiera habría comenzado. Momentos como este son oportunidades valiosas para enseñar a nuestros hijos la sabiduría de las leyes de Dios.
¿Qué podemos hacer como discípulos que guardamos las leyes divinas de la salud? Abstenernos de comer murciélago, cerdo y demás animales inmundos de donde provino este virus y otros semejantes. Un régimen alimenticio correcto ayuda a mantener el sistema inmunológico en las mejores condiciones para resistir, no solo la COVID-19, sino muchas otras enfermedades. Cuando cooperamos con las autoridades que instituyen medidas para impedir que la enfermedad se propague más allá de quienes ya estén infectados, estaremos siguiendo las enseñanzas bíblicas como la cuarentena (Romanos 13:1-7). Las directrices para la protección de la salud personal y de la comunidad, como el distanciamiento social y las prácticas de higiene como el lavado de las manos, están respaldadas por principios bíblicos. Esto debe destacarse a nuestros hijos, tanto para enseñarles responsabilidad, como para asegurarles que no son incapaces, que hay cosas que pueden hacer para marcar la diferencia.
Al ayudar a nuestros hijos a ver a Dios como nuestro máximo Protector, Sanador y Salvador; se deben tener en cuenta dos lecciones más.
Si bien debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance, sigue siendo importante para ellos comprender que existen muchos factores fuera de nuestro control. Como el período de incubación del coronavirus puede ser hasta de 14 días, no siempre sabemos si alguien a nuestro alrededor ha sido infectado. Nuestras acciones sí reducen mucho la posibilidad tanto de contraer el virus como de transmitirlo a otros. Sin embargo, es importante enseñar a los hijos que, aun cuando no actuemos temerariamente, debemos pedir que Dios nos proteja de los muchos factores que están fuera de nuestras manos. Puede haber mucho fuera de nuestro control, pero no hay nada fuera del control de Dios.
Por último, debemos trabajar para ayudar a nuestros hijos a adoptar una perspectiva más amplia. Al final de cuentas, Dios no promete que sus siervos fieles jamás tendrán dificultades ni enfermedades. El apóstol Pablo le pidió con fervor a Dios que le quitara “un aguijón en la carne”, pero Dios dejó que la dolencia persistiera, porque le servía para cumplir un propósito mayor que tenía para Pablo (2 Corintios 12:7-9). Por otra parte, es indudable que en la resurrección el apóstol estará libre de ese “aguijón”. Incluso, si Dios permite que algunos de sus hijos fieles mueran de alguna dolorosa enfermedad, el resultado final será glorioso. ¡El poder protector es tan grande que va más allá del sepulcro! Es de suma importancia que nuestros hijos lo sepan. Y necesitan saber que, cualquiera que sean sus circunstancias, Dios tiene los ojos puestos en ellos. Necesitan saber que ni siquiera un pajarito cae al suelo sin que Dios lo vea, y que ellos valen mucho, muchísimo más que un pajarito, tanto, que Dios sabe hasta cuántos cabellos tienen en la cabeza (Mateo 10:29-31).
El virus de la COVID-19 me dio la oportunidad de traer a la mente de mis hijos estos aspectos fundamentales en nuestra vida como discípulos. Debemos confiar plenamente que Dios puede protegernos, que actúa activamente en nuestra vida y que hará cumplir su plan hasta el final. Al mismo tiempo, nosotros también debemos hacer nuestra parte y tomar decisiones apropiadas. Al aproximarse el final de esta era, que nos acerca cada día más del regreso de Jesucristo, estas lecciones ayudarán a nuestros hijos, y a nosotros los padres, ¡a tener la fe y el valor necesarios para salir adelante! [MM]