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Nos sucedió algo curioso en las oficinas de El Mundo de Mañana en Charlotte, Carolina del Norte, y también en nuestra congregación local de la Iglesia del Dios Viviente. Todo comenzó porque hubo un número inusitado de parejas jóvenes que planeaban su boda para comienzos de la primavera y el verano.
Estas parejas jóvenes son como tantas otras que anhelan compartir su vida para siempre. Muchas novias buscan el traje de boda perfecto. Planean los trajes de sus damas de honor y escogen las flores para adornar el lugar de la boda. A menudo un buen banquete es parte de la recepción, y con frecuencia se contrata un grupo musical para bailar. Los padres de la novia quizá se tomen la cabeza entre las manos al ver cómo van creciendo los gastos; si bien en este tiempo es normal que muchas parejas de novios aporten fondos para la gran ocasión. Con todo, una boda puede convertirse en un acontecimiento muy costoso.
Pero entonces ocurrió algo inesperado: La pandemia, con sus restricciones y sus encierros. Ante la necesidad de elegir entre una boda costosa de ensueño, que se aplazaría hasta quién sabe cuándo, y una ceremonia más sencilla que podía celebrarse de inmediato, una pareja tras otra optó por la ceremonia sencilla con un ministro y un par de testigos. Adiós traje de bodas despampanante, adiós elegante recepción, nada de banquete ni música, y flores apenas lo mínimo. Hasta la luna de miel tuvo que trasladarse a un algún lugar accesible por carretera… y eso si se pudiera viajar.
¡Esa no era la boda que habían planeado! Sin embargo, no hay duda de que quedaron recuerdos, y con lo que ahorraron, algunas parejas quizás hayan podido dar la cuota inicial de una casa. Seguramente habrá una recepción más adelante, aunque no tan complicada ni tan costosa como habría sido la boda.
Mi tío George me dijo una vez: “Nada como una buena depresión económica para que la gente vuelva a la realidad”. El comentario me sorprendió: yo era joven y me preguntaba qué sería la “realidad” para mi tío ateo. ¿Qué valoraba? Era evidente que sus valores y los míos no eran los mismos. Sin embargo, creo que ahora sé a qué se refería su comentario y estoy convencido de que tenía razón. Él había sobrevivido a la gran depresión y a la Segunda Guerra Mundial, y entendía, como lo entendió el rey Salomón (Eclesiastés 7:2), que ciertos sucesos despejan la vista eliminando las trivialidades de la vida, y ayudándonos a ver lo que es realmente importante. La COVID-19 es uno de esos sucesos. Parafraseando a mi tío, diré: “Nada como una buena pandemia para hacernos volver a la realidad”.
Quizá por eso es que la venta de Biblias aumentó al imponerse la crisis actual. En su intimidad la gente se pregunta: “¿Me enfermaré? ¿Sobreviviré? ¿Será esto lo que decidirá mi muerte?” Y empezaron a surgir las grandes incógnitas: “¿Qué propósito tiene la vida? ¿Volveré a vivir cuando muera?” Son preguntas que a muchos les vienen a la mente. Si usted ha reflexionado sobre su mortalidad en los últimos meses, puede estudiar el tema con nuestro folleto titulado: Qué sucede después de la muerte. La respuesta es a la vez fuerte y estimulante.
No sugiero que una boda no sea un gran acontecimiento. En la Biblia leemos de celebraciones nupciales que duraron varios días. Pero el matrimonio, en la mayoría de los casos, ha dejado de ser lo que debía ser. Muchas parejas no hacen las cosas en el orden adecuado. Primero cohabitan, quizá traigan hijos al mundo, y entonces, posiblemente, se casen. Hoy la ceremonia nupcial es algo aislado del matrimonio, al punto de convertirse para muchos contrayentes, en un día fastuoso que gira enteramente alrededor de ellos.
Desvalorada la institución matrimonial, muchas bodas han perdido toda conexión con la santidad del matrimonio, y los privilegios matrimoniales.
Pocas personas se detienen a pensar seriamente en lo que significa el matrimonio. Para muchos, se reduce a una tradición cultural en la cual la novia puede lucir un traje precioso y ser el centro de atracción. ¿Cuántas veces hemos oído decir despectivamente que el matrimonio es simplemente un papel? Con esa falta de respeto por la institución matrimonial, no es sorprendente que tantas personas se junten y se separen a voluntad, y que muchos matrimonios sean de corta duración.
Me gusta hablar de los padres de mi esposa y de la boda que celebraron. Llamarla “sencilla” sería exagerar. Se presentaron intempestivamente en casa del ministro una noche y esperaron mientras él y su esposa terminaban de cenar. Los cuatro fueron los únicos presentes cuando la pareja selló su unión. Las fotos de la boda fueron dos: ella se situó bajo un árbol y él le tomó la foto con una vieja cámara, luego cambiaron de lugar y ella lo fotografió a él. Eso fue muchísimo antes de los selfies ¡y ni siquiera pudieron posar juntos!
No obstante un comienzo tan humilde, vivieron casados 72 años y educaron a dos hijas hermosas. ¿Tuvieron sus dificultades? Sin duda, como la mayoría de las parejas. Pero entendían lo que es el compromiso y su responsabilidad. Todo era diferente de los acontecimientos sociales complicados y costosos de este tiempo, cuando esposo y esposa se mantienen fieles el tiempo que puedan llevarse bien sin tener dificultades… o hasta que uno de ellos entre en la cama con alguien más.
Muchas parejas que hemos visto últimamente en nuestras oficinas y en la congregación, se vieron en la necesidad de escoger entre casarse pronto o esperar hasta que pudieran celebrar una boda suntuosa más adelante, y eligieron lo primero.
No es que estuviera mal esperar para que sus amigos y familiares pudieran estar presentes. Por supuesto que no. Sin embargo, de todo esto queda una cosa clara: la sencillez o fastuosidad de la ceremonia y la recepción no tienen nada que ver con la duración del matrimonio. Mucho más importante es comprender lo que Dios ha dispuesto para el matrimonio, y estar dispuestos a dedicarse el uno al otro y salir adelante unidos en todos los altibajos de la vida. Y el tamaño y esplendor de una fiesta nupcial no es indicador de la profundidad del compromiso.
Aunque pocas personas entienden las razones divinas que hay detrás del matrimonio, estudio tras estudio han demostrado que el matrimonio sí importa. Cierto es que muchos fracasan, pero las estadísticas señalan que la unión matrimonial siempre le gana a la cohabitación. Con todo, guardarse para el matrimonio ya no se acostumbra en nuestras sociedades.
Un estudio publicado el 6 de noviembre del 2019 por el Pew Research Center informó que el número de adultos que cohabitan sigue en aumento. Agrega que entre las personas de 18 a 44 años de edad es más frecuente haber cohabitado en algún momento de su vida que haberse casado. No es sorprendente, ya que el 69 por ciento de los encuestados consideran que es aceptable vivir juntos antes del matrimonio; y otro 16 por ciento lo considera aceptable siempre y cuando la pareja tenga planes de casarse. Solo el 14 por ciento considera inaceptable acostarse juntos antes del matrimonio. En otras palabras, solo el 14 por ciento respalda los principios bíblicos (1 Corintios 6:9-10; Gálatas 5:19-21; Efesios 5:3).
El matrimonio es de gran beneficio para la pareja, la familia y la sociedad. Los detalles de ese beneficio están fuera del alcance del presente mensaje, pero mencionaré un ejemplo. La Pew Research informa que, según el mismo estudio, “los adultos casados manifiestan mayor satisfacción con su relación, y confían en su pareja más que los que cohabitan” (PewResearch.org). Para quienes entienden el propósito del matrimonio, lo anterior no es sorpresa.
Realmente, no hay como una buena depresión o una pandemia para traernos de nuevo a la realidad, pero cabe preguntar si la sociedad ha desmejorado al punto de no saber qué es real, y qué no lo es. En lo que respecta al matrimonio, la mayoría ni siquiera considera con qué propósitos lo instituyó Dios. Peor aún, no consideran que Dios tenga siquiera algo que ver con el matrimonio, fuera de proveer la ocasión para una hermosa boda en una iglesia. Si usted desea comprender más sobre este tema, le invitamos a solicitar un ejemplar de nuestro folleto titulado: El plan de Dios para un matrimonio feliz. Puede escribir a nuestro correo: [email protected] y lo recibirá gratuitamente, como todas nuestras publicaciones. También puede descargarlo desde nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org.