La oración del pecador | El Mundo de Mañana

La oración del pecador

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Un tema que se trata en la Biblia, muy conocido pero mal entendido, es el arrepentimiento del pecado. ¿Qué es arrepentirse?

¿Implica algo más que decir una simple oración?

Hace unos 50 años era común en las casetas telefónicas encontrar pasquines que invitaban a recitar la oración del pecador. ¡Cuando realmente había casetas con teléfonos accionados por monedas! Otras veces encontrábamos un pasquín de esos al abrir la puerta principal de la casa. Los radioevangelistas nos invitaban a colocar las manos en el receptor y repetir la oración a medida que la recitaban. Todavía algunas personas recuerdan la oración, y a veces un aviso de un minuto, en el programa de algún predicador, pide a los televidentes que la reciten.

¿Qué es esta oración? ¿Es acaso el camino a la salvación? ¿La conoce usted? ¿La ha recitado? Y si es así, ¿está salvo ahora? Muchos creen estarlo, pero el cristianismo es mucho más que repetir una oración sencilla, aunque se haga con toda sinceridad. ¿Acaso la salvación es tan fácil? ¿Ya todo se ha hecho por nosotros? ¿O pide Dios algo más de nuestra parte?

La oración varía un poco, pero en su versión más común dice así:

“Amado Señor Jesús, yo sé que soy pecador e imploro tu perdón. Creo que tú moriste por mis pecados y que te levantaste de la muerte. Dejo atrás mis pecados y te invito a entrar en mi corazón y en mi vida. Deseo confiar en ti y seguirte como mi Señor y Salvador”.

Para ser claros, no hay nada de malo en estas palabras si se entienden correctamente. Pero ahí está el problema: La persona que las escucha en la radio, que ve un aviso en la televisión, que toma un pasquín en el supermercado o que llega a una reunión de reavivamiento religioso; ¿comprende realmente lo que significan esas palabras? ¿Las entiende usted? ¡No se confíe!

Una cosa es decir: “Yo soy pecador”. Pero otra es comprender lo que significa en toda su profundidad. Conocí a una señora mayor que, pidiendo el bautismo, declaró que era pecadora… pero sinceramente no se le ocurría ni un solo pecado que hubiera cometido, no porque tuviera que confesar sus pecados a algún hombre. Realmente creía que nunca había mentido, ni odiado a nadie, ni robado nada, chismoseado ni tenido un mal pensamiento. Según ella, ¡era una pecadora sin pecados!

Ojalá alguno de nosotros fuera tan perfecto… pero lamentablemente, todos hemos pecado (Romanos 3:23).

Entonces, quien se emborracha esporádicamente o quien comete adulterio de vez en cuando, ¿puede, después de un episodio de culpabilidad y deseoso de resolver su problema fácilmente, recitar la oración del pecador? ¡Pronunciar unas pocas palabras... y todo se arreglará!

Las respuestas están en la Biblia. Para comenzar, ¿qué es pecado? ¿Qué es “dejar atrás mis pecados”?

Las arenas movedizas de la moral

Mucha gente cree saber instintivamente lo que es pecado, ya que ciertas acciones suelen producir un sentimiento de culpa. ¿Acaso lo que define si algo es pecado es el sentimiento de culpa? Ir en contra de la propia conciencia es pecado (Romanos 14:23), pero la conciencia en sí no define el pecado. Al fin y al cabo, no todos tenemos la misma conciencia. Definir el pecado como ir en contra de la propia conciencia, sería reconocer que la definición de pecado bien puede depender de las actitudes cambiantes de la humanidad. Para ver el problema con ese modo de pensar, basta mirar la trágica historia de la humanidad, y la amplia gama de comportamientos que ha considerado aceptables.

A lo largo de mi vida, conductas que antes eran mal vistas, han logrado aceptación entre la mayoría. Un informe de Barna Research publicado en junio del 2016 dice: “Las parejas de hecho son la norma actual. Los papeles y expectativas cambiantes de los sexos, el aplazamiento del matrimonio y la cultura secular; llevan a más adultos a pensar que conviene cohabitar antes de casarse”. El informe explica:

“En los Estados Unidos la mayoría de los adultos piensan que la cohabitación es en general conveniente. Dos tercios de los adultos (65%) están firmemente o de alguna manera de acuerdo con la idea de que conviene vivir con la pareja antes de casarse, comparado con un tercio (35%) que está firmemente o de alguna manera en contra” (24 de junio del 2016).

La moda de vivir en pareja antes de casarse está extendiéndose en muchas naciones industrializadas. Las actitudes varían mucho, pero según afirma Population Europe:

“El número de parejas que viven juntas sin casarse ha ido en aumento… Ucrania, Lituania y Rusia presentan la menor incidencia de cohabitación en parejas entre las edades de 15 y 44 años, donde en el 2010 menos del 20% cohabitaban. Pero la cohabitación es más frecuente en Suecia y Estonia, donde más de la mitad de las parejas menores de 44 años son parejas de hecho” (Population-Europe.eu, visto el 24 de agosto del 2020).

Sin saber una definición correcta del pecado, ¿cómo es posible afirmar que “deseo confiar en ti y seguirte como mi Señor y Salvador?” ¿Cuál es el camino que se ha de seguir? ¿El que cada uno decida? ¿El pecador se ha hecho esta pregunta tan importante? ¿O sigue sus propios instintos y la influencia de conceptos populares? Preguntarse: “qué haría Jesús” es una cosa. Saber lo que Jesús haría es algo muy diferente.

Muchas personas que consideran a Jesucristo como su Salvador usan la palabra Señor con ligereza. ¿Qué significa? En el Nuevo Testamento, Señor casi siempre se traduce de la palabra griega Kurios, que significa “amo” o “el de autoridad suprema”. ¿Entiende el pecador que al invocar al “amado Señor Jesús”, está diciendo que ya no es él, sino ese Poder Superior, quien determina el bien y el mal? Suena sencillo pero, ¿lo es? Como ya hemos visto, la mayoría en el mundo industrializado tienen normas de moralidad que no son las de Aquel a quien llaman Señor (1 Corintios 6:9). Entonces, ¿quién decide lo que es pecado? ¿La conciencia de cada persona guiada por la sociedad que la rodea, o Aquel a quien esa misma persona invoca como su Señor?

La mayoría de las personas probablemente piensan en el pecado como asesinar, emborracharse, cometer adulterio, mirar pornografía y robar. Todos estos son pecados, pero ni siquiera la pornografía es objeto de condenación universal, en un mundo moderno donde “tu verdad quizá no sea mi verdad”. El hombre que se emborracha o la mujer que engaña a su marido, harían bien en decir una oración sincera, pedir verdadero perdón y suspender ese comportamiento; pero esto abarca mucho más de lo que parece a primera vista. Es vitalmente importante que no confiemos en las nociones personales de pecado. Debemos comprender por qué Cristo “murió por mis pecados”, y esto significa que debemos comprender la definición de pecado según la Biblia.

Definición de pecado

La definición bíblica de pecado se encuentra en 1 Juan 3:4: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”. El New Bible Commentary: Revised trae un interesante comentario acerca de este versículo:

  “Los falsos maestros parecen haber sostenido que lo primordial es el conocimiento y que la conducta no importa. Entonces el apóstol Juan insiste en que el pecado es muestra de una relación errada con Dios. El pecado, nos dice, es transgresión de la ley, y la construcción griega da a entender que los dos [pecado y transgresión de la ley] son intercambiables. La ley en cuestión, claro está, es la ley de Dios. La esencia del pecado, pues, es desatender la ley de Dios” (1970, pág. 1265).

Esa definición se ve clara… y lo es. ¿Pero qué implicaciones encierra? ¿Cuántas personas que recitan la oración del pecador conocen en detalle lo que dice la ley de Dios? ¿Cuántas saben de memoria los diez mandamientos, aunque sea en su versión abreviada? De los diez, ¿cuántos puede nombrar usted personalmente? ¿Sabe en qué parte de las Sagradas Escrituras se encuentran? ¿Es realmente posible “dejar atrás” los pecados, dejar de transgredir la ley de Dios, si no se sabe lo que esa ley dice?

Digamos que usted puede citar cinco de los diez mandamientos, quizás hasta nueve de los diez. No está mal… ¿o sí? El apóstol Santiago nos dice: “Cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley”. Y observe el siguiente versículo, que es vital: “Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad” (Santiago 2:10-12). Dios nos juzgará por los diez mandamientos que, por medio de Santiago, llama “la ley de la libertad”. Sabiendo esto, ¿es acaso suficiente guardar nueve de los diez mandamientos?

Guardar los mandamientos no es negar la gracia. Consideremos: ¿Por qué necesitamos la gracia? ¿No es porque todos hemos pecado? (Romanos 3:23). Todos hemos pecado… y como ya vimos, el pecado es transgresión de la ley. La pena por transgredir la ley es muerte (Romanos 6:23), y Cristo murió a fin de pagar esa pena por nosotros. Siendo así, ¿significa la gracia de Dios que estamos en libertad para transgredir la ley? (Romanos 6:14-16). Si así fuera, ¿cuál de los mandamientos estamos en libertad de transgredir? ¿Tendremos otro dios delante del Dios verdadero, o asesinamos, cometemos adulterio, robamos o damos falso testimonio? ¿Podemos ya quebrantar estos mandamientos si decimos la oración del pecador? ¿Ha dispuesto Jesucristo que saliéramos a hacer precisamente las cosas por las que tuvo que morir?

Algunas personas aseguran que guardar la ley es una carga. Quizás usted lo haya oído. Pero, ¿qué dicen las Escrituras?: “El amar a Dios consiste en obedecer sus mandamientos; y sus mandamientos no son una carga” (1 Juan 5:3, Dios habla hoy).

Los diez mandamientos vienen a ser una lista de normas que rigen la justicia, la piedad, y que enseñan la misericordia y el amor de Dios en todos los comportamientos humanos; pero al mirarlos, parecen muy simples. Eso pensaron los hijos de Israel cuando salieron de Egipto. Así como el pecador que repite la oración del pecador, dice que hará todo lo que Dios mande, sin entender todo lo que esto puede exigirle, también los hijos de Israel estaban más que dispuestos a decir que harían todo lo que Dios mandara. “Todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que el Eterno ha dicho, haremos” (Éxodo 19:8). ¿Cumplieron? La respuesta es un enfático ¡no!

Dos mandamientos combinados

De los diez mandamientos, cuatro se expresan en menos de ocho palabras en español: “No matarás”, “No cometerás adulterio”, “No hurtarás” y “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:13-16). Otros dos se destacan porque son detallados, con muchas palabras de explicación.

El primer mandamiento comienza con esta identificación: “Yo soy el Eterno tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre”. Sigue el mandato directo que muchos niños pueden repetir: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:2-3).

La mayoría está de acuerdo en que este es el primer mandamiento, pero no todos están de acuerdo en cuál es el segundo. Algunos se sorprenden al enterarse de que la comunidad “cristiana” más grande del mundo omite este mandamiento en su catecismo:

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el Cielo, ni abajo en la Tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy el Eterno tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20:4-6).

¿Por qué hay grupos religiosos que combinan estas palabras con: “No tendrás dioses ajenos delante de mí?” Superficialmente, quizá parezcan decir lo mismo, pero no es así. El segundo mandamiento nos dice que aun en el culto al Dios verdadero no debemos valernos de efigies ni imágenes que supuestamente lo representan.

Como pocas personas conocen la versión completa de los mandamientos, resulta fácil citar la forma abreviada del primero y saltarse al tercero. Pero esta combinación de los primeros dos mandamientos de hecho elimina el segundo. ¿No es curioso que multitudes religiosas, que combinan el primer mandamiento con el segundo, oran delante de estatuas de lo que creen ser representaciones correctas de Jesús, o imágenes y efigies que pretenden mostrar a su madre y a diversos santos?

¿Cómo sabemos que no es todo un mismo mandamiento? Si lo fuera, habría un total de nueve mandamientos, no diez; y Dios es claro al decir que son diez (Éxodo 34:28; Deuteronomio 4:13; 10:4). Para contar diez, quienes combinan los primeros dos mandamientos tienen que dividir el décimo artificialmente en dos: “No codiciarás la casa de tu prójimo” y “no codiciarás la mujer de tu prójimo” (Éxodo 20:17). Sin embargo, el otro pasaje de las Escrituras que enumera los diez mandamientos pone las frases sobre la “casa” y la “mujer” en orden invertido (Deuteronomio 5:21). Por inspiración de Dios, el último mandamiento se redactó en dos formas diferentes, porque el décimo prohíbe codiciar “cosa alguna de tu prójimo” (Éxodo 20:17; Deuteronomio 5:21). El apóstol Pablo tenía muy claro que el mandamiento que prohíbe codiciar es uno (Romanos 7:7).

El mandamiento más rechazado

El segundo mandamiento, que prohíbe la idolatría, es el primero que trae explicaciones detalladas. Otro mandamiento que recibe el mismo trato es el cuarto:

        “Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para el Eterno, tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni el extranjero que está dentro de tus puertas, porque en seis días hizo el Eterno los Cielos y la Tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, el Eterno bendijo el sábado y lo santificó” (Éxodo 20:8-11, RV 1995).

¿Por qué razón los mandamientos segundo y cuarto, que prohíben el uso de imágenes y ordenan guardar el sábado, son más largos que los otros ocho sumados?

La respuesta se encuentra en la historia de Israel y del cristianismo tradicional. El profeta Ezequiel narró el pasado de Israel y cómo sus habitantes se rebelaron contra Dios una y otra vez… y los dos mandamientos que más transgredieron fueron los que prohibían la idolatría y ordenaban guardar el sábado (Ezequiel 20). Dentro del cristianismo tradicional no se debate si es pecado asesinar, cometer adulterio o robar; pero sí se debaten mucho los dos mandamientos que Dios explicó con más claridad. Cuando mandó no postrarse delante de los ídolos, no hizo excepciones ni dejó salidas. A los protestantes que miran mal a los católicos y otros por sus efigies religiosas: ¿Tienen acaso una imagen de un Cristo falso en su casa? (2 Corintios 11:4)

Cuando Dios dice que nos acordemos del sábado para santificarlo, cuidó de que aquí tampoco hubiera excepciones ni salidas. Esto no significa que no haya situaciones como la de Lucas 14:5: “¿Quién de vosotros, si su asno o su buey cae en algún pozo, no lo saca inmediatamente, aunque sea sábado?” (RV 1995). Ni que debamos llevar el sábado a un extremo antibíblico como hacían los fariseos. Esto lo dejó Jesús muy en claro en el pasaje de Lucas 13:10-16, pero nunca abolió el sábado ni lo cambió por otro día de la semana.

Quien llevó a cabo el cambio fue el emperador romano Constantino en el siglo cuarto de la era cristiana, y su alteración la adoptó la gran mayoría de la cristiandad convencional hasta el día de hoy. Jesús no dijo que era Señor del domingo; en cambio las Escrituras dejan constancia en tres lugares de que dijo ser Señor del sábado (Mateo 12:8; Marcos 2:27-28; Lucas 6:5, RV 1995). Para más información sobre el verdadero día de reposo y del falso, recomendamos leer nuestro artículo: ¿Quién cambió el sábado por el domingo? Publicado en nuestra edición de noviembre y diciembre del 2020, página 8.

La idolatría limita y distorsiona nuestro concepto de quién y qué es Dios. Reduce al grande y todopoderoso Creador de todas las cosas a un objeto hecho de pintura, madera, piedra, metal o plástico; y aunque sea de oro carece de poder. “¡Pero es solo para traerme a Dios a la mente!” Razonan muchas personas. Sin embargo, esto es precisamente lo que Dios prohíbe, porque el dios que les viene a la mente es un dios falso. El gran Dios de la creación no se percibe en algo hecho por débiles manos humanas. Dios no solo nos dice que no tengamos otros dioses delante de Él, sino que en el segundo mandamiento nos dice que para adorarle no debemos valernos de miserables representaciones. Cuando empezamos a limitar a Dios, perdemos de vista quién es en realidad.

El mandamiento del sábado nos trae a la mente a Dios como Creador, y apunta hacia un descanso sabático futuro. Dios sabía que los seres humanos necesitábamos un día apartado de cada siete, para concentrarnos en nuestra relación con el Creador. Para eliminar toda confusión, Dios mismo dejó el ejemplo al descansar el séptimo día, y nos manda hacer lo mismo. No en un día cualquiera, sino en el día séptimo, el sábado.

El ebrio o adúltero puede reconocer su necesidad de decir una oración del pecador. Pero, ¿acaso comprende que dar un giro para seguir un rumbo nuevo, también implica dejar atrás el cristianismo falso que ha alterado las leyes de Dios? (Daniel 7:25). Y ¡que de hecho ha convertido la “gracia” en justificación para violar la ley divina! (Judas 4).

El costo de ser discípulo

El verdadero cristianismo encierra mucho más de lo que se imagina la mayoría. Notemos estas palabras de Jesús: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37). Jesucristo es claro al decir que quien no cumple estas condiciones, no puede ser su discípulo (Lucas 14:26). Sus discípulos tienen que ponerlo de primero en su corazón y en su vida.

Siempre es bueno reconocer que Jesús es el Señor, que nosotros somos pecadores, que nuestros pecados se pueden perdonar, y que Cristo dio su vida en pago por nuestros pecados. Pero si realmente pretendemos corregir nuestra conducta, necesitamos algo más que una simple oración. Debemos saber lo que esas frases significan, y debemos seguir a Jesucristo como nuestro Maestro… tarea que solo se logra plenamente con la ayuda del Espíritu Santo, que Dios concede “a los que le obedecen” (Hechos 5:32). Esto implica un cambio de vida radical, incluida la manera de adorar a Dios. Jesús corrigió a la gente de su época: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). Y siguiendo el ejemplo de Jesucristo, debemos advertir a la gente que piensa que sigue a Jesús como su Señor, Salvador y Maestro; pero no le obedece. [MM]

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