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Dios creó la familia. ¿Qué nos dice su creación acerca de Él y de nosotros mismos?
¡Un error nos puede enseñar mucho! Una vieja anécdota habla de tres ciegos habitantes de una tierra donde el dios del pueblo era un elefante sagrado. Los ciegos hicieron un largo peregrinaje para rendirle culto al elefante; y cuando llegaron, pudieron acercarse a tocarlo para sentir la experiencia del elefante aun sin poderlo ver.
El primer ciego tocó la cola del elefante y dijo: “Ah, nuestro dios es como una gran serpiente y sin duda es la más sabia de todas las criaturas”. El segundo tocó una pata maciza y dijo: “Ah, nuestro dios es como un gran árbol de donde se nutre toda la creación”. El tercero, palpando el cuerpo enorme del elefante, dijo: “Ah, nuestro dios es como una gran casa donde todas las criaturas encuentran habitación”. De regreso a su aldea, los ciegos discutieron acaloradamente sobre la naturaleza de su dios... porque cada uno había palpado una parte diferente.
La equivocada moraleja de este cuento es que los seres humanos somos como aquellos ciegos, que un Dios espiritual se escapa a nuestra capacidad de comprensión, y que ninguna persona debe presumir de que entiende cómo es Dios en realidad.
Esta conclusión es un error. ¿Por qué? Porque, a diferencia del elefante, nuestro Dios es consciente de Sí mismo, sabe que Él es Dios y tiene la capacidad de revelarse a la humanidad. El elefante del cuento no sabía que lo tenían por un dios. En cambio, nuestro Dios es Dios, lo sepamos o no, y se revela a nosotros. Es fundamental entender que Dios nos revela lo que nosotros no podemos discernir por nuestra cuenta.
Sin embargo, mucha gente vive como si fuera uno de aquellos ciegos tratando de palpar un elefante desconocido. Hace algunos años, una periodista que escribía sobre temas religiosos, Sidney J. Harris, reflexionaba acerca del cuento de los ciegos y el elefante; y sus comentarios revelan un razonamiento muy frecuente en nuestra época:
“Supongamos, solamente supongamos, que todos están equivocados, que todo credo es parcial y fragmentario, que cada convicción religiosa se basa en solo una parte de la verdad e imagina que posee la verdad completa. Supongamos que hay dioses creados conforme a las diferentes imágenes del hombre, así como se dice que el hombre es creado a la imagen de Dios. Así, tenemos a Dios el Gobernante, Dios el Magistrado, Dios el Padre, Dios la Madre, Dios el Sanador, Dios el Castigador; y así para todas las funciones de la divinidad.
Cuando la forma universal de gobierno era la monarquía, se le traducía como ‘Rey’. Cuando se consideraba que solamente los varones eran plenamente humanos, lo percibían como un ‘Hombre’. Cuando no se comprendían bien las fuerzas de la naturaleza, era quien enviaba huracanes e inundaciones sobre sus súbditos.
Lo que llama la atención es que, por mucho que nuestro concepto del mundo haya cambiado y se haya ampliado, estas imágenes obsoletas persisten, no solamente en nuestro lenguaje popular sino también en nuestra mente...
Pese a las palabras de san Pablo, seguimos siendo más supersticiosos que religiosos en nuestra imaginería. La mente popular no se ve afectada por la teología sino por las metáforas. Tomamos las metáforas como realidad y convertimos al ‘Padre nuestro en los Cielos’ en un anciano de barba blanca sentado en un trono celestial, en una región más allá de los portones de entrada al Cielo.
La mayor parte de las personas conservan la religión de su niñez, sin la inocencia, de tal modo que lo que tienen por su ‘fe’ resulta un cuento de hadas. Esta actitud convierte a los escépticos en ateos y a los demás en párvulos; para desesperación de los pensadores más profundos entre los filosóficamente devotos de todas las sectas” (Miami Herald, 26 de junio de 1986).
El filósofo francés Voltaire resumió muy bien este modo de pensar al escribir: “Si Dios creó al hombre a su propia imagen, el hombre ciertamente ha respondido de igual manera”.
El gran Dios Creador ve las cosas de modo muy diferente de como las percibe la mente natural humana. La realidad es el mundo tal como Dios lo ve, y por medio de su Palabra y su obra creada, nos revela cosas esenciales que nosotros no podemos ver por nuestra propia cuenta.
Dios dice: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo el Eterno. Como son más altos los Cielos que la Tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8-9).
El apóstol Pablo, gran erudito de su época, advirtió a los corintios que su “fe” no debía fundarse “en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. Y agregó: “Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:5-10).
Herbert W. Armstrong, quien fue pionero durante más de medio siglo de ministerio en esta obra, que hoy continuamos los editores de El Mundo de Mañana, solía decir: “Uno no puede entender quién y qué es Dios si no ha entendido los conceptos de figura y cumplimiento”. Figura no es simplemente una analogía o una metáfora sino un verdadero modelo de lo que se cumplirá plenamente después. Las Sagradas Escrituras nos enseñan que lo físico refleja lo espiritual, no lo contrario. Un examen de cómo es que esto sucede nos servirá para comprender mejor la naturaleza de Dios, y lo que revela sobre su plan para la humanidad.
Las palabras apropiadas para expresar una idea nos ayudan a entender mejor la idea. Por lo tanto, conviene aquí aclarar el significado de dos palabras. La palabra “antropomórfico” (del griego anthröpos, “hombre”), se refiere al hecho de atribuir características humanas a cosas que no son humanas. Algunos ejemplos de metáforas antropomórficas son: “un riachuelo risueño” o “el largo brazo de la ley”. Personas como Voltaire miran en forma antropomórfica, como lo mencionamos, nuestro concepto de Dios como Padre o como Sanador. Los seres humanos suelen razonar acerca de Dios con mirada antropomórfica.
Otra palabra útil es “teomórfico” (del griego Theos, “Dios”). Esto se refiere al hecho de atribuir cualidades divinas o espirituales a las cosas físicas. Si comparamos la idea equivocada antropomórfica de Dios, con el concepto teomórfico que aparece en la Biblia, podremos entender mejor cómo nos revela Dios su naturaleza y propósito.
“Las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20). Aquí, Pablo enseña claramente que las cosas físicas pueden enseñar lecciones espirituales, y que podemos buscar en ellas ayuda para comprender.
Cuando Dios creó el cosmos, lo hizo por el poder de su Espíritu: “Por la palabra del Eterno fueron hechos los Cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento (ruaj, espíritu) de su boca” (Salmos 33:6). Empezó con un esbozo y todo lo que hay en el Universo refleja el diseño de su planificación. No lo creó con atributos enteramente ajenos a los suyos sino que las cosas espirituales, las invisibles, incluida la propia naturaleza divina, se pueden entender observando las cosas físicas que Dios ha hecho. Tiene mucho sentido que Dios hiciera esto si pensaba revelarse a Sí mismo y su plan a sus hijos. El Espíritu de Dios opera en nuestra mente para que podamos comprender las cosas como las comprende Él. Esta comprensión suele estar opuesta a los conceptos de los seres humanos en sus razonamientos acerca de Dios.
Por ejemplo, las Escrituras describen la relación entre Cristo y su Iglesia como una relación matrimonial. Sin embargo, los teólogos y clérigos suelen referirse a esto como una simple analogía o metáfora, porque suponen que el matrimonio es ante todo algo físico y humano. Razonan que la Biblia se vale de una analogía antropomórfica para que contemos con algo que la relacione con una actividad humana.
Pero la Biblia lo ve de otra manera. Dios “nos escogió en Él [Jesucristo] antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él” (Efesios 1:4). Por lo tanto, el concepto de la relación matrimonial entre Cristo y la Iglesia existió dentro del plan de Dios para la humanidad antes de la institución del matrimonio humano. Dios no diseñó el matrimonio de Cristo con la Iglesia siguiendo el modelo del matrimonio entre seres humanos.
El matrimonio humano representa la relación entre Cristo y la Iglesia, y no al revés. Por ejemplo, cuando tomamos una fotografía a un amigo, la foto tiene muchos rasgos del amigo pero está lejos de ser la realidad. El amigo existió antes y la foto vino después. Así es con el concepto del matrimonio de Cristo y la Iglesia.
El matrimonio humano es un tipo, una figura o “fotografía” de una realidad espiritual mucho más grande, planeada por Dios desde el principio. Herbert W. Armstrong solía decir: “¡Las relaciones familiares son relaciones en el plano divino!” Con esto quería decir que el matrimonio entre Cristo y la Iglesia no era antropomórfico, sino al contrario, el matrimonio entre seres humanos y otras relaciones familiares, como las de padre e hijo o hermano y hermana, son teomórficas. Dios incluyó estas relaciones dentro de su creación para que comprendiéramos realidades espirituales más grandes y nos preparáramos para ellas.
Los teólogos a menudo razonan que el mundo espiritual no puede parecerse en nada al mundo físico, por lo cual Dios no puede parecerse a nada que conozcamos. A partir de este error, prosiguen razonando que la idea de la índole familiar de Dios ya sea como Padre, Hijo o Esposo, tiene que ser antropomórfica, y que Dios es un Padre simplemente por analogía, algo así como el padre de una idea.
“Nosotros nos convertimos en hijos de Dios y Él en nuestro Padre en virtud de una semejanza moral... mientras que... respecto de alguna relación metafísica o (por así decirlo) física con Dios, Jesús no dice nada” (Encyclopaedia Britannica, “Cristianismo”, edición 11 pág. 282).
Este tipo de razonamiento aparece con frecuencia en las formulaciones de la trinidad. Sin embargo, las Sagradas Escrituras revelan que la naturaleza familiar de Dios no es antropomórfica sino que la naturaleza de la familia es teomórfica. La familia humana se hizo siguiendo el modelo de la naturaleza de Dios. Quienes prefieren el razonamiento humano al conocimiento revelado por Dios, entienden el asunto al revés.
El Padre es un Padre de verdad, y es la realidad de lo que se refleja en la paternidad humana. Jesucristo es un Esposo de verdad, y realmente es nuestro gran Hermano mayor primogénito. A la nueva Jerusalén se le dice “madre de todos nosotros” (Gálatas 4:26). Los santos resucitados serán realmente hijos de Dios, en el pleno sentido de la palabra, y la Iglesia colectivamente es en verdad la esposa prometida de Cristo.
Los seres humanos pueden pensar que Dios no se parece a nada que conozcamos. Sin embargo, la Biblia revela que algunas cosas que conocemos son como Dios. Veamos algunos ejemplos:
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). La Biblia explica que Dios y el hombre tienen características en común, pero no es porque Dios sea como el hombre, sino porque el hombre es como Dios.
La creación física y la espiritual no se excluyen una a otra, sino que la creación física es una secuencia de lo espiritual: “Porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28).
Cuando Dios nos enseña que “a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12), está hablando de hijos verdaderos: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción [filiación], por el cual clamamos ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados” (Romanos 8:15-17). Y también seremos “hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos” (v. 29).
Muchas personas no pueden creer lo que la Biblia realmente dice: que nosotros fuimos creados para convertirnos en verdaderos hijos de Dios, coherederos con Cristo, para ser glorificados con Cristo, hechos conformes a la imagen de Cristo, quien es el primogénito entre muchos hijos de Dios. El Padre está engendrando hijos y trayéndolos a su gloria, y el propio Cristo no se avergüenza de llamarlos hermanos suyos (Hebreos 2:10-11).
Esta no es una simple relación de tipo familiar ni una analogía. Es la realidad de una familia. Nosotros seremos glorificados con Jesucristo para convertirnos en el mismo tipo de hijo que Él es, si bien es claro que con menos poder y autoridad que Él y el Padre. Nuestro Hermano mayor tiene todo el poder en el Cielo y en la Tierra, y va a compartir con nosotros la gloria que Él y el Padre tuvieron “antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Es así porque el grandioso propósito del Padre con la humanidad es procrear hijos inmortales (1 Corintios 15:53-54).
La reproducción humana solamente es un reflejo físico de esa realidad espiritual mayor. Por eso decía el señor Herbert W. Armstrong que “Dios se está reproduciendo a sí mismo”. El Padre se propone traer a sus hijos a la gloria y unidad que Él y su Hijo primogénito ya tienen. Jesús dijo: “Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (Juan 17:11, 22). No es cuestión de dilucidar si Dios es uno, sino de entender cómo es uno. La unidad de la familia humana es un tipo o reflejo de una realidad espiritual mayor, la unidad de Dios.
Las Sagradas Escrituras son claras: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es” (1 Juan 3:1-2).
¡Este es nuestro increíble potencial humano! Nuestro Hermano mayor “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:21). Estas afirmaciones son tan asombrosas que mucha gente sencillamente no puede creer lo que Dios está diciendo. No obstante, este conocimiento revelado es esencial para comprender plenamente el evangelio del Reino de Dios.
Es por estas razones que la Iglesia del Dios Viviente, que publica El Mundo de Mañana, sigue enseñando lo que Herbert W. Armstrong enseñó durante muchos años acerca de quién y qué es Dios. Dicho en pocas palabras: “Dios es una Familia”, y esta realidad es parte central del evangelio del Reino de Dios. Un reino tiene una familia gobernante, y Cristo promete: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21).
La promesa es que nosotros, sus hermanos, seremos “reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la Tierra” (Apocalipsis 5:10) con Jesucristo, el “Rey de reyes” (Apocalipsis 17:14).
El evangelio de Jesucristo es el evangelio del Reino de Dios. Este es el evangelio que predicaba adondequiera que iba. Traer muchos hijos al Reino de Dios es el grandioso propósito que tuvo nuestro Padre al crear a la humanidad, ¡y todo gira en torno a este propósito! [MM]