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Con tanto sufrimiento que hay en el mundo, necesitamos conocer, ahora más que nunca, el plan y propósito de Dios.
Hace poco más de un año, nos despertamos ante una nueva normalidad que fue, y sigue siendo, todo menos normal. Al terminar el año 2020, se expresaron pronósticos y esperanzas de que llegaría un año mejor. Jonathan Margolis, del diario inglés Telegraph, pidió que los líderes religiosos y académicos, así como los comediantes, científicos y otros profesionales; escribieran una plegaria a Dios, “si es que existe”, para plantearle por qué debería darnos una segunda oportunidad, luego de considerar cómo hemos echado a perder las cosas acá en la Tierra (The Telegraph, 27 de diciembre del 2020).
Se les pidió a estas personas destacadas que presentaran sus argumentos a favor de la humanidad en una breve oración con el tema: “Querido Dios: Tenemos que hablar sobre el año 2021”. Muchos admitieron que hemos estropeado las cosas en el planeta Tierra. Otros argumentaron que hay más personas buenas que malas, y hubo quienes culparon al mismo Dios, al menos en parte si no del todo. Un rabino razonó que, después de todo, ¿no se había equivocado Dios también cuando nos dio sunamis, sequías y terremotos? Prosiguió así: “En cuanto a darnos libre albedrío, eso equivalió a unos dados cargados, ¿verdad? Gracias por los Mandela y los Einstein, pero ¿y qué tal los Hitler y los Pol Pot? Te propongo algo: Usemos lo ocurrido en el 2020 para comenzar de nuevo: tú nos perdonas a nosotros y nosotros te perdonamos a ti. Y si no oigo truenos en los próximos 30 segundos, lo tomaré como consentimiento de tu parte”.
Este intento de humor irrespetuoso se refiere muy mal a nuestro Creador, y desconoce el plan divino para la humanidad. Cierto comediante quiso hacer comedia y recriminar con este saludo extremadamente irrespetuoso: “Hola, grandulón, hace rato que no hablamos, aunque en parte es tu culpa por darme parálisis cerebral y quitarme la voz”. Estos comentaristas harían bien en escuchar lo que enseñó su Creador a propósito de las palabras ociosas: “El hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12:35-36).
Por otra parte, encuentro que la profesora Pauline Rudd, nombrada entre las 50 científicas más importantes, y sin duda una persona muy inteligente, hizo uno de los comentarios más extravagantes: “Nosotros no somos ángeles caídos sino simios muy evolucionados, y si bien creo que el resto del mundo seguiría adelante muy bien sin nosotros, sería una gran lástima que no estuviéramos”.
Les ruego que me entiendan: Me parece extraordinaria su afirmación, pero no por el origen al que atribuye nuestra existencia. Esa idea, aunque incorrecta, se ha extendido mucho. Lo que me parece extraño es que considere que es “una gran lástima que no estuviéramos”. La lógica de tal afirmación se me escapa.
Me explico: Si la humanidad no es más que el producto de un proceso evolutivo sin Dios, ¿qué más da que sobrevivamos o no? Y si todo nuestro planeta dejara de existir ¿qué más da? Si no hay un Creador de la vida ni un propósito para la vida, tal como la conocemos, ¿qué diferencia eterna hace todo esto? Una vez que perezcamos, ¿quién queda para sentir una gran lástima? No habrá nadie aquí para lamentar nuestra desaparición.
Imaginemos por un momento que de alguna manera pudiéramos prolongar nuestra vida, digamos que un millón de años. Sería un tiempo bien largo para disfrutar nuestras comidas preferidas y dedicarnos a nuestros pasatiempos preferidos, pero llegado el fin, ¿qué habrá importado? Ya no habrá recuerdo de todo lo que disfrutamos en vida. Si al final todos van a morir, y después de eso no hay nada, ¿qué le importa la vida a un ser humano? Uno de los libros bíblicos inspirados al hombre más sabio lo explica:
“Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto. Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del Sol… Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9:4-6, 10).
Lo anterior fue escrito por el hombre considerado el más sabio de su época, el rey Salomón de Israel. Resuelto a hallar el sentido de la vida, probó vino, mujeres y música; todo ello de tal manera que ninguno de nosotros puede igualar. Tuvo 700 esposas y 300 concubinas (parejas de menor estatus), pero fue mucho más allá. Hizo traer a los grandes comediantes y músicos de su época, construyó edificios espléndidos y hermosos jardines. Disfrutó tesoros de oro, plata y piedras preciosas en cantidades que escasamente podemos imaginar, pero al final encontró que todo esto era vanidad, cosa pasajera, sin sentido e incapaz de satisfacer.
“No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda mi faena. Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del Sol (Eclesiastés 2:10-11).
Salomón reconoció que es mejor vivir como persona sabia que como persona necia, pero también reconoció que aun en esto la diferencia es relativamente mínima una vez que se acaba la vida: “Entonces dije yo en mi corazón: Como sucederá al necio, me sucederá también a mí. ¿Para qué, pues, he trabajado hasta ahora por hacerme más sabio? Y dije en mi corazón, que también esto era vanidad. Porque ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre; pues en los días venideros ya todo será olvidado, y también morirá el sabio como el necio” (vs. 15-16).
Aun con todo lo que poseía, Salomón terminó diciendo: “Aborrecí, por tanto, la vida, porque la obra que se hace debajo del Sol me era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y aflicción de espíritu” (v. 17). Imaginemos: lo tenía todo, ¡pero quizá llegó a pensar en ponerle fin a todo!
Ahora imaginemos por un momento que la humanidad llegara a encontrar un camino científico a la inmortalidad. A juzgar por la historia, ¿qué haríamos con ese descubrimiento? Sin duda lo mismo que hemos hecho desde hace milenios: pelear, discutir y empeñarnos en quitarles a otros ese maravilloso don, hasta que alguien nos lo quite a nosotros.
Sin Dios no hay normas del bien ni del mal, sino únicamente opiniones. Sin Dios nuestra existencia no tiene un propósito. Sin Dios no somos más que un accidente improbable, sin más razón de ser que un simple ratón; y cuando esta vida termine, habrá terminado todo. No hay posibilidad de regresar, de resucitar, y nuestra existencia carecería de sentido.
Es difícil imaginar la nada absoluta, es decir, la no existencia nuestra durante millones de millones de años antes de nuestra concepción. Pero si no hay un Dios, ¿qué otro fin se puede prever? ¿Realmente creemos que, siendo producto de la evolución, hay alguna manera de que vivamos después de la muerte? ¿Qué proceso haría siquiera posible semejante cosa?
Visto todo lo anterior, ¿por qué sería una lástima que la humanidad como especie dejara de sobrevivir? Si no hay un Dios, nuestro Sol se apagará inevitablemente, y será como si este gran accidente nunca hubiera ocurrido. ¿Quién quedará para sentir lástima?
Sí, es muy cierto que la humanidad ha estropeado las cosas en el planeta Tierra... ¡mucho! Y no es cierto que Dios sea el culpable. Más aún, en su Palabra inspirada nos advierte una y otra vez sobre la consecuencia de no vivir conforme a sus caminos. Con todo, nuestro Creador está cumpliendo un plan extraordinario. Nos hizo porque quiere que vivamos para siempre en su Familia divina, y esto significa mucho más que reclinarse en las nubes, o contemplar su rostro por toda la eternidad… y ciertamente mucho más que ir a parar en la nada por obra de nuestras propias manos.
Una ejemplar gratuito de nuestro folleto de estudio que explica este gran plan, directamente de las páginas de la Biblia, está esperando que lo soliciten: El misterio del destino humano, explica lo que ninguna de esas figuras prominentes a quienes se dirigió Jonathan Margolis entiende, ¡pero tú puedes! ¿Por qué no averiguas por qué estás vivo?
El folleto: El misterio del destino humano también se puede descargar desde nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org.