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Los padres suelen inquietarse pensando en cómo proteger a sus hijos, y a la vez ayudarles a ser fuertes. La Biblia nos muestra maneras para lograr ambas cosas.
Recientemente estuve leyendo un libro titulado: 12 reglas para vivir: Un antídoto al caos, escrito por Jordan Peterson, psicólogo clínico de la universidad de Toronto. El autor plantea esta pregunta para los padres: “¿Quieren ustedes formar hijos seguros, o hijos fuertes?” Parece sugerir que los padres pueden criar a sus hijos para que tengan o seguridad o fortaleza, pero no ambas… De hecho, puede ser difícil equilibrar las dos cosas. Muchos buscan la comodidad de sus hijos, y lo que perciben como su seguridad, a expensas de la fortaleza que deberían adquirir a medida que van creciendo.
En la década de los noventa, no hace mucho, mis hermanos y yo teníamos permiso de explorar los bosques de Virginia Occidental, o ir y venir en bicicleta a casa de un compañero de escuela que vivía a pocas cuadras. Y, lo peor de todo, ¡ni siquiera nos equipaban con un teléfono celular! Muchas veces regresábamos de nuestras aventuras cortados y raspados, pero esto les pareció preferible a darnos un Nintendo, incluso más barato.
No solo eso, sino que nos ponían a hacer deportes, de donde aprendíamos que el mundo no es justo ni considerado con los sentimientos. Que no siempre se gana. Que otros equipos son mejores que nosotros. Lo mismo se aplicaba al trabajo escolar y a las clases de música: nuestros padres esperaban que nos esforzáramos, que hiciéramos lo mejor posible, pero eso no significaba que mis hermanos y yo sobresaliéramos en todo.
La tendencia actual es que todos reciban un trofeo. Los sentimientos de todos los niños deben tratarse con guantes de seda, y muchas veces se pasa por alto una lección importante: en la vida, quizá la mayoría de las veces, ni aun el máximo esfuerzo que hagamos será suficiente. En vez de proteger a nuestros hijos de todo, los padres debemos prepararlos para esta realidad de la vida, y ayudarles a ser fuertes física, mental y espiritualmente. Los niños adquieren más fortaleza cuando pierden un partido, sacan una mala nota en clase o sufren raspaduras en el bosque; que cuando no tienen la experiencia de vivir las consecuencias naturales, y de superar los obstáculos.
Ellos necesitan adquirir este tipo de fortaleza, esta entereza, a medida que crecen porque habrá universidades que los rechacen, empleos donde no los contraten y sentimientos románticos no correspondidos. La vida está llena de obstáculos y fracasos, y todos tenemos que aprender a ponernos de pie, sacudirnos el polvo e intentarlo de nuevo. Si protegemos a nuestros hijos contra cualquier fracaso en sus pequeños retos, no se irán fortaleciendo al crecer y afrontar otros retos más grandes propios de la edad adulta.
Lo anterior no significa que debamos obligar a los hijos a lidiar con todas las posibles circunstancias adversas. Los padres debemos distinguir entre una contrariedad que será provechosa para el niño, y una verdadera amenaza que le hará daño.
Lamentablemente, muchos se dedican tanto a suavizar los sentimientos heridos, y a alimentar la estimación propia de sus hijos, que descuidan algunos de los factores más importantes que pueden generar una niñez traumática e infeliz. Entre estos, ocupan un lugar especial el divorcio, y otras acciones que traen consecuencias que Dios nunca les ha deseado. Estas situaciones nocivas, especialmente en la sociedad actual, y el atentado general contra la estructura familiar bíblica, son causas de sufrimiento en la niñez que no se toman muy en cuenta. Algunos parecen sugerir que para un niño es más problemático perder un partido de fútbol ¡que perder a uno de sus padres!
Para quienes respetan la Biblia como la Palabra inspirada de Dios, los efectos traumáticos del divorcio no son cosa sorprendente. El Todopoderoso declara que “aborrece el repudio” (Malaquías 2:16). En ciertos casos de inmoralidad sexual, abandono o fraude; la Biblia sí permite el divorcio… y trágicamente, esos pecados se han extendido como una plaga entre los no creyentes, y también entre los que se declaran cristianos. Incluso la sociedad va mucho más allá, permitiendo y aun promoviendo el divorcio por cualquier motivo. Personajes célebres, políticos y también algunos líderes religiosos se han precipitado a divorciarse por razones triviales, y muchos siguen su ejemplo. Ahora que tenemos decenios de evidencias del impacto que tiene el divorcio en las personas y en la sociedad, vemos más claramente que nunca lo acertada que es la Palabra de Dios, y por qué el Todopoderoso aborrece esa práctica.
Decenas de millones de niños en el mundo viven con uno solo de sus padres. Si bien estas situaciones lamentables se deben en muchos casos a circunstancias inevitables, en otros también el niño viene a ser víctima de una cultura en pro del divorcio. Y los estudios son claros: las probabilidades de que haya resultados negativos, entre ellos obesidad, negligencia y maltrato de menores, embarazo juvenil y aun conducta delincuente; aumentan en los hogares uniparentales.
Para decirlo más claramente, el trauma de un divorcio no debería ser sufrido por los hijos. Lo mismo puede decirse de la negligencia y el maltrato, y de muchas otras situaciones trágicas que viven tantos niños.
Dios espera que los padres brinden seguridad a sus hijos, y que también les den oportunidad de fortalecerse. Un aspecto crucial de la seguridad es protegerlos en todo lo posible contra experiencias realmente traumáticas. Los padres no deben ahorrar ningún esfuerzo por evitar el divorcio, y mantener a sus hijos lejos de situaciones donde puedan sufrir maltrato o negligencia. La seguridad en cuanto a relaciones sanas y medio sanas, les da la mejor oportunidad de crecer y prosperar como adultos.
Trágicamente, a veces resulta inevitable que los hijos crezcan con solo el padre o la madre. Debemos agradecer a Dios porque tenemos un Salvador a quien todos los hijos pueden acudir en busca de ayuda para superar cualquier maltrato, descuido o tragedias en su niñez y juventud. Quienes confían en Dios tienen acceso a su poderoso Espíritu como ayuda para sobreponerse a las adversidades que los afectaron en la niñez (2 Corintios 10:4).
Sin embargo, ¡a los padres nos corresponde procurar que los hijos no se encuentren en esa clase de situaciones!
A los padres también nos corresponde ver que los hijos se vayan fortaleciendo física, emocional, mental y espiritualmente. Por extraño que parezca a algunos observadores modernos, la mejor manera de ayudar a los hijos a triunfar es darles oportunidades de fracasar, o al menos de no ganar, en cosas pequeñas. Los deportes constituyen una excelente oportunidad para aprender que a veces se gana y a veces se pierde. La entereza que se puede adquirir al perder, sobreponerse e intentar de nuevo, es algo que puede transferirse a otros aspectos de la vida para ayudar a los hijos a adquirir fortaleza, tanto de cuerpo como de mente.
De igual manera, una calificación baja en una tarea o prueba ¡puede enseñarle al niño más que si completa sus deberes escolares sin el menor tropiezo! La fortaleza interior que se adquiere al hacerle frente a un fracaso académico es valiosa. Si una calificación baja produce más dedicación al estudio, y finalmente al dominio de la lección, ¡el niño habrá adquirido fortaleza mental! La misma lección se aplica cuando intentan dominar un instrumento musical, montar en bicicleta o superar cualquier otro reto (Proverbios 24:16).
Este tipo de fortaleza, esta entereza, es lo que deben impartir los padres a medida que sus hijos crecen.
¿Qué debemos procurar: hijos seguros o hijos fuertes? La respuesta correcta es: “¡Ambos!” Como padres responsables de criar “una descendencia para Dios” (Malaquías 2:15), debemos mantener a nuestros hijos libres de circunstancias traumáticas en la medida de lo posible… pero también debemos procurar que afronten muchos retos mientras los vigilamos y criamos, para ayudarles a convertirse en adultos fuertes y capaces (Proverbios 22:6). Todo entrenador deportivo sabe que el crecimiento viene del esfuerzo, el mejor esfuerzo viene del trabajo en equipo, y el mejor equipo es el que trabaja unido. La familia nos da la oportunidad de hacer precisamente eso. [MM]