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Corriendo por la cancha de baloncesto, sentí que se me enredaban los pies y empezaba a caer. El piso de concreto, cubierto de tierra y pequeñas piedras, parecía levantarse hacia mí. Por un momento, el tiempo pareció detenerse mientras los demás jugadores pasaban volando a mi lado.
Me estremecí esperando el impacto… y como un relámpago se me vinieron las instrucciones del entrenador para un momento así: “¡Girar y rodar!” Nos había advertido que no intentáramos detener la caída sino doblar el codo y caer rodando sobre el hombro.
Seguí el consejo, caí rodando y me sorprendió la prontitud con que me hallé nuevamente en pie. Me había ahorrado una dolorosa quemadura de fricción sobre el piso, así como cortes y rasguños por las piedras al enterrarse en mis brazos y codos. Quizá me ahorré también una fractura de la muñeca. La lección fue poderosa: hay una forma correcta de caer y una forma incorrecta. La forma correcta nos ahorra cortaduras y lesiones innecesarias y a veces peligrosas.
El libro de Proverbios dice: “Siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (24:16). ¿Como adquirir la fe que nos ayude a superar cualquier dificultad que la vida nos presente, y sacar provecho de nuestros fracasos?
“Fracasar”, según el diccionario de la Real Academia Española, viene del italiano fracassare, vocablo que significa: “tener un resultado adverso”, o algo que se malogra o se frustra. Todos fracasamos de vez en cuando; todo ser humano sufre frustraciones y reveses en la vida. Quienes no los hayan sufrido, pueden tener la seguridad de que en algún momento, tarde o temprano, van a fracasar o sufrir una caída ¡en alguna forma!
¿Cuál es nuestra reacción cuando sufrimos un fracaso? ¿Caemos en el desánimo, o nos levantamos con la disposición de hacer un nuevo intento? Al sentir que tropezamos una y otra vez, resulta fácil dejar que los reveses de la vida nos quiten el ánimo. Felizmente, la Biblia revela que los discípulos podemos, no solo superar un fracaso, sino aprovecharlo ¡como un trampolín que nos impulse al éxito!
Quien intente algo va a cometer errores. Es parte del proceso de aprendizaje. Se dice que Michael Jordan, famoso jugador de basquetbol, alguna vez afirmó: “He hecho más de 9.000 lanzamientos fallidos en mi carrera. He perdido casi 300 partidos; 26 veces han confiado en mí para hacer el lanzamiento final que nos daría la victoria, y erré el tiro. He fallado una y otra y otra vez en la vida. Y de allí viene mi éxito” (El signo de Swoosh, pág. 49).
Muchos líderes políticos y militares también han reconocido la importancia de tomar el fracaso con una actitud positiva. El exprimer ministro británico Winston Churchill dijo: “El éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. Y se sabe que el general estadounidense George S. Patton dijo: “El éxito no se mide por lo que se hace en la cumbre, sino por lo alto que se rebota cuando se toca fondo”.
Dios desea que tengamos esa misma actitud. No siempre nos exime de las consecuencias de nuestros errores, pero sí nos enseña a manejar los problemas de manera positiva. ¿Qué debemos hacer para que las tribulaciones no nos destruyan? ¿Cómo convertir un fracaso en el primer paso hacia el éxito?
Cada vez que caemos y cometemos un error, debemos tomar una decisión. Nos vemos obligados a decidir cómo vamos a reaccionar. Los reveses pueden ser grandes o pequeños, insignificantes o monumentales; de todas maneras tenemos una opción. ¿Qué camino seguiremos?
En las horas amargas tras haber negado a Jesús, el apóstol Pedro reflexionó muy seriamente. Este fue un punto crítico en su vida. Encarando su propia debilidad humana, descubrió con horror lo vulnerable y temeroso que podía ser. Esta dosis fuerte de realismo lo sacudió hasta la médula. Pero decidió por la opción correcta y ahora lo leemos en la Biblia. Muchas generaciones han recibido inspiración al leer cómo Pedro se repuso luego de aquel terrible tropiezo, llegando a convertirse en un poderoso instrumento en la Iglesia de Dios. En palabras del apóstol Pablo: “Habéis sido contristados según Dios… Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Corintios 7:9-10).
La decisión de Pedro lo condujo a un arrepentimiento profundo: “Que hayáis sido contristados según Dios, ¡qué solicitud produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación” (v. 11). Esto permitió que Dios se valiera de él como un líder dinámico en la nueva Iglesia, y su vida cambió para siempre. ¿Qué enseñanzas podemos recibir del ejemplo de Pedro, cuando afrontamos pruebas y dificultades en la vida,? ¿Cómo podemos aprender a “rebotar” mejor?
Antes de morir, Jesucristo dio unas instrucciones sólidas y estimulantes que servirían de inspiración a los apóstoles el resto de su vida. Predijo que todos lo abandonarían, y añadió: “Seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción” (Juan 16:32-33).
La Biblia muestra que las dificultades son parte de la vida, aun para quienes procuran obedecer a Dios. Cierto es que a veces las causamos nosotros mismos. Algunas se deben a nuestras propias debilidades o a nuestro orgullo, o incluso a nuestra propia ignorancia… pero a veces las dificultades vienen por circunstancias fuera de nuestro control. En esta vida siempre encontraremos problemas.
Aquel mismo Pedro que negó a Jesús, más tarde escribió: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 Pedro 4:12-13). Pero, ¿cuántas veces nos sentimos frustrados porque nos ocurren cosas malas? ¿Cuántas veces pensamos: Por qué me ocurre esto a mí?
Jesús dice que no nos desconsolemos ante los tropiezos. “Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo… pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:1, 33). Reconocer que tenemos problemas no los va a eliminar… pero sí nos ayuda a manejarlos, en vez de negar que existen o tratar de huir. Si no hacemos frente a nuestros problemas con valor, nos pueden dar origen a más problemas. Los sentimientos de frustración erosionan nuestra fe. Huir de los problemas no los hace desaparecer; por el contrario, reconocer que existen y confesar nuestros errores, es el primer paso para recuperarnos con éxito (1 Juan 1:9).
En su última conversación con los discípulos, Jesús explicó por qué sus seguidores tienen problemas: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto” (Juan 15:1-2). Dios está en proceso de ayudar a sus discípulos a crecer, y a veces crecer implica cortar las ramas dañadas o improductivas en nuestra vida. Por eso es que a veces padecemos dolor y dificultades.
Pero no confundamos “podar” con “rechazar”. Toda persona que cultiva frutales conoce la alegría de sembrarlos y trabajarlos año tras año. Es una felicidad verlos crecer sanos y fuertes, y produciendo buenos frutos. Si Dios permite que padezcamos dolor emocional, mental o físico; ¡no supongamos que nos ha abandonado! Dios no rechaza a nadie que realmente se haya entregado a Él. Sí permite que suframos, como parte de nuestro proceso de crecimiento; y al mismo tiempo nos promete la ayuda que sea necesaria.
En la última noche de su vida humana, Jesucristo animó a sus discípulos diciéndoles que nunca estarían solos, aunque los dejara. Indicando que enviaría su Espíritu para que los guiara y los ayudara, dijo: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16).
El Espíritu Santo, el poder de Dios, sería el medio por el cual Dios y Jesucristo vivirían dentro de los discípulos. Jesús prosiguió: “El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:17-18).
El Espíritu Santo vendría, y por su medio, Jesucristo viviría su vida dentro de sus seguidores: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Jesús prometió que el Espíritu Santo se enviaría para que fuera su misma presencia en ellos, y así ocurrió en el día de Pentecostés. Les prometió que su Espíritu “os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). Los discípulos podrían recordar y comprender todo lo que Jesús les había enseñado durante su ministerio en la Tierra. “El Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad” (Juan 16:13).
Si nosotros sinceramente buscamos el entendimiento de Jesús y rogamos que nos lo dé, también nos lo dará. Veamos estas palabras que había dicho Jesús anteriormente en su ministerio: “Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13).
Pedro recordaba la promesa del Espíritu y eso lo fortaleció en los peores momentos de su vida. Cuando Dios envió el Espíritu Santo, se valió de Pedro con poder como líder entre los discípulos el día de Pentecostés (Hechos 2). Cuando tropezamos y tenemos problemas, recordemos que Dios sí puede ayudarnos. Si clamamos al Padre con obediencia humilde y dispuestos a abandonar nuestra voluntad y hacer la suya, ¡nos guiará! Y si estamos realmente arrepentidos y le obedecemos, pondrá su Espíritu en nosotros (Hechos 2:38; 5:32).
Cuando dejamos caer el balón, cometemos errores, o tenemos problemas, ¿acaso desea Dios que andemos cabizbajos sintiéndonos como unos fracasados? ¿Desea acaso vernos agobiados por el sentimiento del “pobrecito yo”? No: Dios desea que miremos hacia el futuro. Que reconozcamos el gran potencial que nos ofrece a quienes estemos dispuestos a someternos a su voluntad y a su Espíritu.
¿En qué consiste ese potencial? Poco antes de morir, Jesús habló a sus discípulos de su Reino venidero. Al hacerlo, no se refería a un reino abstracto en nuestro corazón, ni describía una organización de seres humanos compitiendo por el poder del mundo, sino que anunciaba el establecimiento de un verdadero Reino en la Tierra.
Prosiguió, diciendo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:1-2).
Hay quienes piensan, equivocadamente, que la referencia a “moradas” tiene algo que ver con ir al Cielo. Lo que Jesús estaba diciendo es que cada uno tendría un lugar dentro de la “casa”, o Reino de Dios cuando Él regrese. Las “moradas” parecen referirse a que los santos cumplirán cargos de responsabilidad en su futuro gobierno (Lucas 19:17).
Esto es lo que Jesús tenía en mente en vísperas de su crucifixión. Pensémoslo: Le dijo a Pedro que él lo negaría y enseguida dio media vuelta para hablar del inspirador destino que esperaba a los discípulos, centrándose en el futuro maravilloso. No pensaba únicamente en lo que iba a padecer, ni en el desánimo que ellos sentirían a su partida; sino que habló de la visión extraordinaria de lo que venía. Les hizo fijar la mirada en el Reino, y en la posición que les tenía prevista para cuando se estableciera en el planeta Tierra.
Jesús les dijo: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 15:16). Hizo extensivo ese llamamiento a quienes estaban aún por nacer, y que serían llamados por el Padre mediante el testimonio de los apóstoles (Juan 17:20). Un llamamiento de Dios a su verdad y a su Iglesia, es una oportunidad realmente asombrosa. Dios tiene grandes planes para nosotros, y los hará realidad si estamos en disposición de someternos a Él en nuestra vida, si llegamos a comprender la razón de los problemas, y si dejamos que Dios nos corrija y nos pode para que crezcamos, rogándole que nos llene de su poder mediante el Espíritu Santo.
Iremos a cometer errores. Vamos a tropezar y sufriremos en la vida. Mientras estemos en la carne, tendremos problemas. Pero Dios dice que encaremos las pruebas y dificultades con ánimo positivo. Al final, lo que más le interesa no son los reveses, ¡sino cómo nos repondremos de estos! [MM]