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La capilla funeraria estaba llena cuando entré para presentar mis respetos a la familia de un viejo amigo y a su viuda. De jóvenes, hace décadas, trabajamos juntos para una empresa nacional. Su objetivo era convertirse en abogado. Asistió a la facultad de derecho nocturna y, con el tiempo, comenzó una exitosa práctica legal. Su conducta tranquila, reputación de imparcialidad y aplicación imparcial de la ley lo llevaron a convertirse en juez de circuito, donde se desempeñó con distinción durante varios años. Sin embargo, el tiempo es implacable, y durante su retiro su salud decayó hasta su fallecimiento. A lo largo de los años, nuestros caminos nos llevaron en diferentes direcciones, pero siempre quedó el recuerdo de esa conexión temprana como amigos y profesionales.
Cuando comenzó el funeral, el ministro, un hombre mayor con un comportamiento amigable, hizo amables comentarios sobre el difunto y luego hizo una declaración que me detuvo. Preguntó: "¿Saben por qué hay tantas denominaciones de iglesias y grupos religiosos diferentes que adoran al mismo Dios?"
“Bueno”, continuó, “porque Dios permite que todos traten con Él en sus propios términos, de la manera que nos haga sentirnos cómodos”. El ministro tenía buenas intenciones y sus creencias eran sinceras, pero si se le hubiera pedido que probara lo que dijo en un tribunal ante un juez, no hubiese podido argumentar su caso con bases bíblicas.
Es cierto que muchas personas intentan adorar a Dios de la manera que les agrada sin pensar mucho en las instrucciones de Dios. Pero Proverbios advierte que “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12). Dios inspiró al profeta Isaías con esta idea: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo El Eterno” (Isaías 55:8). Jesucristo acusó a los líderes religiosos de su época, diciendo: “¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que digo?” (Lucas 6:46).
¿Cómo debemos acercarnos a Dios? Jesús enseñó: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24). Mientras Jesús estaba ante el gobernador romano, acusado falsamente por sus enemigos, Pilato le hizo una pregunta profunda; "¿Que es la verdad?" (Juan 18:38). Toda persona debería hacerse esta pregunta sobre el propósito de la vida y cómo vivir. Jesús dio una respuesta directa en su oración final con sus discípulos. Dirigiéndose a su Padre, dijo: “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17).
Al principio de la historia de la nación de Israel, Dios dio instrucciones específicas sobre cómo adorarlo (Éxodo 20:1–17, Deuteronomio 5:6–21). Estos Diez Mandamientos son la norma de conducta de Dios para la humanidad. Las primeras cuatro leyes inmutables cubren cómo amar a Dios. Las seis leyes restantes cubren cómo amar al prójimo. Si se obedecen diligentemente, estas normas de conducta piadosa y justa traerán la paz y la prosperidad que la humanidad ha buscado a lo largo de 6000 años de historia.
“¡Oh!”, pero muchos dirán: “¡Cristo eliminó esas normas!” Sin embargo, la Biblia declara claramente lo contrario. Por ejemplo, Jesús dijo: “No penséis que he venido a abrogar la ley o los profetas” (Mateo 5:17). Además, Él instruyó: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). El apóstol Juan explicó: “Pues este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). Juan también hizo una declaración audaz para señalar este punto; “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:4).
Cientos de organizaciones de iglesias “cristianas” tienen diferentes doctrinas, tradiciones y enseñanzas no bíblicas, muchas de las cuales se originaron en el paganismo, lo que resultó en una confusión religiosa. El apóstol Pablo dijo claramente: “Dios no es Dios de confusión, sino de paz” (1 Corintios 14:33).
En la antigüedad, Dios instruyó: “Cuidarás de hacer todo lo que yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás” (Deuteronomio 12:32). En los primeros días de la Iglesia del Nuevo Testamento, cuando el engaño comenzó a infiltrarse, Judas escribió: “…me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3).
Entonces, al llevar el caso de uno ante un juez humano o en el Juicio final, se debe presentar evidencia creíble. En el libro de Eclesiastés, el rey Salomón hizo este resumen: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:13–14).
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