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Jesucristo dijo que los mansos recibirán la Tierra por heredad.
¿Qué significa esto para quienes piensan ir al Cielo?
Tocar el arpa, y andar flotando entre nubes celestiales en un estado de feliz descanso permanente… así se imaginan millones que pasarán la eternidad cuando fallezcan. Suena muy pacífico; pero, ¿acaso es bíblico? Jesucristo prometió un futuro muy diferente para los cristianos. En el sermón que predicó en el monte de los Olivos proclamó: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la Tierra por heredad” (Mateo 5:5).
¿Heredará usted la Tierra? ¿Desea recibir la recompensa que el Salvador ha prometido? Y para comenzar, ¿qué significa recibir la Tierra por heredad?
Una encuesta realizada en el año 2021, encontró que el 73 por ciento de los encuestados creen en el Cielo y el 62 por ciento creen en el infierno. Aproximadamente la cuarta parte, el 26 por ciento, dijeron no creer en lo uno ni en lo otro, mientras que el 7 por ciento afirmaron creer en algún tipo de vida en el más allá, el 17 por ciento dijeron no creer en ninguna otra vida.
Para asombro de muchos, la mayoría de quienes creen en el Cielo y en el infierno ni siquiera entienden qué son ambas cosas, y menos saben lo que Jesús ha prometido a quienes sean fieles a Él en la vida presente. ¿Acaso el plan de Dios se reduce a ir al Cielo al morir? ¿O será que vamos a resucitar en una vida llena de recompensas en el planeta Tierra? Esto no es algo que Jesús haya pasado por alto, al contrario, habló del tema con toda claridad:
“Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a Él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la Tierra por heredad” (Mateo 5:1-5).
Si leemos el pasaje con atención, veremos que Jesús prometió a sus fieles seguidores un reino del Cielo, pero no un reino en el Cielo. Pensemos en el ejemplo siguiente: La monarquía inglesa se llama la Casa de Windsor. Sin embargo, no se encuentra únicamente en Windsor, sino que reina sobre varias naciones. De igual manera, el Reino de los Cielos se extiende desde el Cielo, pero ejerce su dominio en la Tierra.
Las Escrituras indican que cuando Jesucristo regrese hará de Jerusalén, en la Tierra, la capital de su Reino. Cuando regrese, los discípulos fieles de la actualidad recibirán por herencia un puesto de servicio, que será gobernar en el Reino bajo su mando. Por eso nos dice: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:34).
Jesús nos enseñó a orar: “Venga tu Reino” (Mateo 6:10). No nos enseñó a pedir: “Llévanos a tu Cielo”. ¿Y por qué nos enseñó a rogar que se establezca el Reino de Dios en la Tierra? Porque nuestro mundo sufre a causa de los pecados de la humanidad. Pensemos en los cientos de millones que murieron en el siglo pasado por guerras o genocidios. Ahora mismo hay más de una veintena de guerras encendidas entre naciones y pueblos del mundo. Y con el advenimiento de las armas nucleares el siglo pasado, ya no podemos dar por un hecho que una guerra regional será solamente regional. Con misiles guiados, comunicaciones espaciales y bombas inteligentes, y con alianzas de naciones que controlan el movimiento de armas, dos países europeos en guerra pueden hacer peligrar todo el planeta, como vemos con la inquietud mundial por la guerra entre Rusia y Ucrania.
¿Significa lo anterior que el mundo ha entrado en el período de la gran tribulación pronosticado por Jesucristo? ¿Han emprendido su cabalgata los cuatro jinetes del Apocalipsis?
Todavía no, pero vamos en esa dirección, y es una dirección ominosa. Jesús advirtió que “si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo” (Mateo 24:22).
Quienes temen la escalada en los conflictos regionales no se equivocan. Las tendencias belicistas actuales, si continúan sin freno, nos llevarían a la aniquilación total del planeta. Pero antes de que lleguemos a destruirnos, Jesucristo intervendrá en la Tierra, poniendo fin a las contiendas de la humanidad y a sus violentas inclinaciones.
La vida en el más allá, lejos de la idea de un descanso eterno en un Cielo idílico, será para que los discípulos tengan mucho trabajo por llevar a cabo. En su Reino, Jesucristo hará de los discípulos actuales “para nuestro Dios… reyes y sacerdotes, y reinarán sobre la Tierra” (Apocalipsis 5:10, RVC).
En el reinado justo de Jesucristo, los discípulos fieles gobernarán bajo su Salvador, enseñando al mundo el verdadero camino de vida. Todas las naciones del planeta Tierra irán a Jerusalén a aprender el camino de la paz. Las Escrituras dicen que todo el mundo aprenderá a guardar las mismas fiestas bíblicas que guardaron Jesús y sus apóstoles: “Todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, al Eterno de los ejércitos, y a celebrar la Fiesta de los Tabernáculos” (Zacarías 14:16).
Todas las naciones de la Tierra adorarán al Rey. ¿Cuándo será esto? ¿Y cuándo heredarán el Reino los discípulos fieles? La gran resurrección de los discípulos fieles tendrá lugar cuando Jesucristo regrese:
“El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del Cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16-17).
Los discípulos actuales se preparan para un futuro de servicio. Jesús enseñó que la meta más elevada de un cristiano es buscar “primeramente el Reino de Dios y su justicia” (Mateo 6:33). Esa búsqueda culminará con un puesto de servicio en el Reino de Dios, cargo en el cual los discípulos resucitados ayudarán a su Salvador a enseñar justicia y rectitud a los habitantes del planeta Tierra.
Los mansos, como dijo Jesucristo, recibirán la Tierra por heredad. Y regirá sobre todas las naciones como Rey de reyes y Señor de señores. Los discípulos fieles le ayudarán en su gobierno mundial. En este tiempo, Dios está llamando a personas fieles para que le sirvan y sirvan en su obra, para que se preparen a servir en su Reino venidero como reyes y sacerdotes: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre estos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él mil años” (Apocalipsis 20:6). El período de mil años también se llama el milenio: los primeros mil años del reinado eterno de Jesucristo.
Todo reino tiene un soberano, un territorio, súbditos y leyes. El gobernante del Reino de Dios en la Tierra será Jesucristo como Rey de reyes, y los discípulos fieles resucitarán para ser sus ayudantes como reyes y sacerdotes. ¿Cuál va a ser el territorio del Reino? Toda la Tierra, donde Jesucristo gobernará desde Jerusalén: “Así dice El Eterno: Yo he restaurado a Sion, y moraré en medio de Jerusalén; y Jerusalén se llamará ciudad de la Verdad, y el monte del Eterno de los ejércitos, monte de Santidad” (Zacarías 8:3).
La Escritura indica que finalmente la ciudad también tendrá otro nombre. En el libro de Ezequiel leemos que “el nombre de la ciudad desde aquel día será Jehová-sama” (Ezequiel 48:35). Este nombre en hebreo significa “el Eterno está allí”. Cuando Jesucristo regrese a establecer el Reino de Dios, el territorio será el planeta Tierra. ¿Quiénes serán los súbditos en ese Reino? Todas las naciones del planeta Tierra. Por eso leemos que “el Eterno será rey sobre toda la Tierra” (Zacarías 14:9).
Los súbditos que vivirán bajo el gobierno de Jesucristo serán seres humanos físicos, personas que habitarán el planeta Tierra durante el milenio, y serán gobernados según la ley de Dios.
“Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa del Eterno como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la Palabra del Eterno” (Isaías 2:2-3).
Es increíble que tantas personas que se dicen cristianas, de hecho, rechacen la verdad de la ley de Dios; ley que traerá paz al mundo en el gobierno de Jesucristo. Esta ley es muy superior a las leyes humanas, tan a menudo contradictorias e injustas. Jesús nos enseñó a guardar los diez mandamientos. Recordemos sus palabras: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17). Enseguida citó varios de los mandamientos. Por otra parte, en el sermón del monte, Jesús amplió los mandamientos, haciéndolos más vinculantes, por ejemplo, cuando explicó que el hecho de mirar a otra persona con lascivia ya es cometer el pecado de adulterio (Mateo 5:27-28).
Sin embargo, el reinado no será duro ni opresivo, sino que traerá paz y felicidad a todos los habitantes de la Tierra cuando obedezcan a su Rey: “Juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4).
Todo esto constituye el evangelio: las buenas nuevas del Reino de Dios. Sin embargo, ¿cuántos que se declaran cristianos realmente lo entienden? Millones creen que irán al lugar de su recompensa cuando mueran, pero ¿acaso es cierto?
El apóstol Pablo hizo una afirmación que es ampliamente conocida, pero no ampliamente comprendida. Escribió que “la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Observemos que las Escrituras no dicen: “La paga del pecado es vida inmortal en el fuego del infierno”. La consecuencia del pecado no es vida inmortal, sino muerte, ausencia de vida. Si los seres humanos tuviéramos un alma inmortal, no necesitaríamos la vida eterna como un don, o regalo, como dice este pasaje.
Sí, el alma puede morir: “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4). Aquí la palabra hebrea para alma es nephesh, que significa vida física o natural, y es la misma palabra traducida como “criatura viviente”, refiriéndose a los animales (Génesis 1:21, Peshitta). Lo mismo enseñó Jesús en el Nuevo Testamento, advirtiendo a sus seguidores: “No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). Este “infierno” viene de la palabra griega geenna, y se refiere a los fosos de basura en llamas en las afueras de Jerusalén, donde los desechos eran destruidos, reducidos a cenizas. Ahora bien, el fuego no se apagaba porque continuamente allí se tiraban los deshechos y los cuerpos de animales muertos. Y el gusano no moría porque se convertía en mariposa. Para más información sobre este importante tema, invitamos a leer el artículo: ¿Hay alguien en el infierno? Publicado en la edición de marzo y abril del 2023, página 4 de esta revista. También puede descargarlo en línea visitando nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org.
Por supuesto la Biblia enseña que hay un espíritu humano. Por ejemplo, en 1 Corintios 2:11 se menciona “el espíritu del hombre”, pero no se trata de un alma inmortal. En muchos pasajes de las Escrituras se demuestra que los seres humanos no tienen un alma inmortal. Como dijo el profeta Ezequiel bajo inspiración divina: “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4).
De ahí la importancia de la resurrección. La Biblia habla de tres resurrecciones. La primera se explica principalmente en dos capítulos: 1 Corintios 15 y 1 Tesalonicenses 4. Los discípulos fieles recibirán su herencia en esta primera resurrección.
Entonces, ¿qué están haciendo los verdaderos discípulos que han muerto? ¿Estarán alerta en un estado incorpóreo, esperando su herencia? ¿Y qué pasa con los miles de millones que han muerto a lo largo de los siglos desde Adán y Eva hasta el presente? ¿Serán ahora espíritus incorpóreos esperando saber de su destino eterno? ¿O estarán ardiendo en tormento los no cristianos fallecidos?
La verdad es que quienes han muerto, sencillamente están muertos. La Escrituras explican que “los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben” (Eclesiastés 9:5). Nada saben: es como estar dormidos. El momento en que recobrarán la consciencia será el instante cuando resuciten. Para más información sobre este importante tema, invitamos a leer el artículo: Cuatro verdades ocultas en Juan 3:16, publicado en la edición de julio y agosto del 2023 de esta revista, página 8. También puede descargarlo en línea visitando nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org.
El apóstol Juan se refirió a las dos primeras resurrecciones:
“Vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la Palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años” (Apocalipsis 20:4-5).
¿Quiénes son “los otros muertos”? Son todos los seres humanos que han existido y que en vida no han recibido el llamado de Dios, no se han arrepentido ni han aceptado a Jesucristo, y que seguirán en estado de muerte cuando se produzca la primera resurrección, pero resucitarán mil años más tarde. Vemos aquí que “los otros muertos”, los miles de millones que murieron sin entender lo que es verdadero, resucitarán después del milenio para un período que conocemos como el juicio ante el gran trono blanco, un tiempo de vida física en el cual tendrán su primera oportunidad de aceptar las enseñanzas de Jesucristo y aprender a vivir como enseñó. Y sus instructores serán los que resucitaron en la primera resurrección, quienes enseñarán bajo la autoridad de Jesucristo. Para entonces, tendrán mil años de experiencia viviendo y reinando con Jesucristo, como hemos leído en Apocalipsis 20:4-5.
Así explican las Escrituras la resurrección a la vida física:
“Vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la Tierra y el Cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Apocalipsis 20:11-12).
La palabra griega traducida aquí como “libros” es biblion, que significa La Biblia. La buena noticia es que las Sagradas Escrituras se abrirán por primera vez a la comprensión de las masas. Y esta será su primera oportunidad de aprender la verdad. No es una segunda oportunidad, como la llaman algunos críticos, ya que todos los seres humanos tendrán que responder por sus pensamientos y acciones. Pero sí será, para muchos, la primera vez que toman conciencia de sus pecados. Tendrán la oportunidad de arrepentirse de esos pecados y de aceptar a Jesucristo como su Salvador.
Todos los muertos resucitarán; quienes realmente son de Jesucristo en la era actual, estarán en la primera resurrección. De esta se dice que es una “mejor resurrección” (Hebreos 11:35), porque es una resurrección a la vida eterna, a la inmortalidad.
Quienes tengan parte en la primera resurrección vendrán a ser la esposa de Cristo. La parábola de las diez vírgenes en Mateo 25 nos advierte que estemos preparados para la venida y para las bodas del Cordero, momento en el cual los discípulos fieles se unirán eternamente a Jesucristo. “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado” (Apocalipsis 19:7).
Todas las personas que hayan muerto como verdaderos discípulos, estarán en la primera resurrección cuando Jesucristo regrese para establecer el Reino de Dios. Serán sus ayudantes en el gobierno de su Reino durante el milenio, cuando quienes sobrevivan a los sucesos del tiempo del fin, ya inminentes, y lleguen a la nueva era, sabrán lo que es vivir bajo el dominio benévolo de Jesucristo.
Durante el juicio ante el gran trono blanco, el resto de la humanidad, quienes no fueron llamados en la era actual, resucitarán a la vida física, y tendrán su primera oportunidad de escuchar el verdadero evangelio y de vivir conforme al camino de Dios. Tendrán la mente abierta para comprender la Biblia y la arrolladora realidad de la verdad divina.
Después, cuando todos los que hayan vivido y hayan tenido una oportunidad real de salvación, quienes murieron después de conocer y rechazar permanentemente la oportunidad de seguir el camino de vida de Dios, serán resucitados y lanzados al lago de fuego, junto con los rebeldes que aún tengan vida en ese momento. Esta es la tercera resurrección.
Después del milenio, del juicio ante el gran trono blanco y del lago de fuego; Dios pondrá el Cielo y la Tierra en una nueva etapa gloriosa, para la cual todo lo que vino antes fue preparación. Leamos sobre este increíble plan:
“Vi un Cielo nuevo y una Tierra nueva; porque el primer Cielo y la primera Tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del Cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una voz del Cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y Él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:1-4).
Para entonces, todos los seres humanos habrán tenido la oportunidad de escuchar y responder al evangelio de Jesucristo. Heredar la Tierra será solo el primer paso, porque leemos que “el que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apocalipsis 21:7). Efectivamente, para los seres humanos que acepten a Jesucristo como su Salvador, y que aprendan a vivir conforme a su camino, llegará el momento cuando recibirán no solamente su herencia terrenal, sino “todas las cosas”, es decir, todo el Universo.
Entre tanto, quienes han tenido parte en la primera resurrección, tendrán una labor que cumplir, como hemos visto en el presente artículo. Cierto es que se elevarán más allá del planeta Tierra en la primera resurrección, cuando Jesucristo los llevará a la gran boda delante del trono de Dios en el Cielo (Apocalipsis 15:1-2). Pero, al contrario de lo que esperan muchos que se declaran cristianos, los santos resucitados no se quedarán en el Cielo, ociosos y absortos en un trance de la llamada visión beatífica. Después de que Dios derrame las siete últimas plagas sobre la Tierra, regresarán con Jesucristo, montados en caballos blancos, para conquistar a las naciones y establecer el Reino de Dios en la Tierra (Apocalipsis 19:14).
Nuestro Padre en el Cielo nos ama, y quiere que seamos parte de su Familia, que recibamos la salvación, que heredemos la Tierra y todas las cosas. ¿Responderá usted a su llamado?