Siete mensajes a las siete Iglesias | El Mundo de Mañana

Siete mensajes a las siete Iglesias

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Pocas personas saben la importancia de las siete cartas a las siete iglesias de Asia Menor.

No obstante, son imprescindibles para comprender las profecías del Apocalipsis.

El libro del Apocalipsis, último de la Biblia, es un misterio para la mayor parte de las personas. Muchas tienen algún conocimiento de sus famosos “cuatro jinetes”, pero pocos son los que saben de las siete cartas a las siete iglesias de Asia Menor, consignadas en los capítulos segundo y tercero. Y aun menos quienes comprenden lo que esas cartas significan para nosotros.

La palabra Apocalipsis significa revelación: el hecho de dar a conocer algo que antes era desconocido. Muchos, sin embargo, se sienten intimidados por el libro del Apocalipsis, creyendo que es imposible entenderlo y prefieren relegarlo en algún rincón. Siendo así, este artículo es especial para quienes se sienten desconcertados por este importante libro.

Durante más de 1.900 años, tanto eruditos como profanos han estado intrigados por el libro del Apocalipsis. ¿Cuál es su fuente? ¿A quién se dirige? ¿Cuándo empiezan a cumplirse sus profecías? ¿Quién puede abrir nuestro entendimiento a su mensaje? ¿Y quién debe llevar el mensaje a sus destinatarios?

Empecemos por el principio. El primer versículo del Apocalipsis da respuesta a esas preguntas: “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan” (Apocalipsis 1:1).

Vemos aquí que Jesucristo es quien revela el mensaje, que el mensaje viene de Dios el Padre, que está dirigido a los siervos de Dios, y el apóstol Juan recibe la comisión de llevar el mensaje a esos siervos.

¿Qué significa el día del Señor?

Si bien el primer capítulo está lleno de significado, y establece el escenario para lo que seguirá, no revela aún el tema del libro. Para eso debemos adelantarnos otros nueve versículos, donde Juan escribe: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta” (v. 10).

Los traductores y comentaristas, casi en su totalidad, difunden la idea errónea de que hallarse “en el Espíritu en el día del Señor”, significa estar cumpliendo un acto de adoración en un domingo. Sin embargo, esta interpretación, que es deficiente por varios motivos, encierra un problema enorme. Si el pasaje estuviera hablando de un día de la semana, lo que no es así, no podría ser un domingo. Cuando confiamos en la Biblia como nuestra fuente de la verdad, incluida la verdad sobre el día de adoración, encontramos que jamás identifica al domingo, primer día de la semana, como un día del Señor. En cambio, sí encontramos tres pasajes donde se proclama claramente que Jesús es “Señor del sábado”. Veamos: “El Hijo del hombre es Señor del sábado … Por tanto, el Hijo del hombre es Señor aun del sábado... Y les decía: El Hijo del hombre es Señor aun del sábado” (Mateo 12:8; Marcos 2:28; Lucas 6:5, RV 1995).

Podemos ver que, si el “día del Señor” fuera un día de la semana, la Biblia revela que ese día no es domingo o primer día, sino el séptimo, que comienza a la puesta del Sol del viernes. Pero lo cierto es que la referencia al “día del Señor” no tiene nada que ver con un día de la semana, sino que, en una visión, Juan fue proyectado al futuro hasta un período conocido en las Sagradas Escrituras como el día del Señor, o día del Eterno en el Antiguo Testamento; período que se menciona en más de 30 pasajes.

Los primeros seis capítulos del Apocalipsis preparan el escenario para el tema del libro. Juan recibe una visión de Dios, sentado en su trono celestial. El mensaje del libro se encuentra escrito en un rollo sellado con siete sellos, que únicamente Jesucristo puede abrir. El capítulo 6 nos muestra a Jesucristo abriendo seis de los siete sellos. Los primeros cuatro son los famosos cuatro jinetes. El quinto muestra el martirio de los siervos de Dios. Luego viene el sexto: una serie de señales celestiales aterradoras:

“Las estrellas del Cielo cayeron sobre la Tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el Cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la Tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (vs. 13-17).

Estos seis sellos, que se abren en el espacio de un breve capítulo, son preludio del tema del Apocalipsis: el futuro día o tiempo, cuando la ira divina caerá sobre la humanidad rebelde. Esta ira se detalla en el séptimo sello, conformado por siete plagas, anunciadas cada una por una trompeta.

Cartas a los siervos

El capítulo 4 presenta a Dios en su trono, señalándolo como el origen de la revelación. El capítulo 5 muestra que Jesucristo es el Revelador que abre el rollo de los siete sellos. Y el capítulo 6 es un preámbulo al día del Señor, el tiempo de la ira de Dios, cuando Jesucristo abre seis sellos. Vemos aquí el tema del libro inspirado al apóstol Juan, pero ¿quiénes son los siervos de Dios, los destinatarios del libro?

Muchos se sorprenderán al saber que esos siervos están constituidos por las siete iglesias de los capítulos 2 y 3. La importancia de esos dos capítulos vitales se les escapa a muchos estudiosos. Un ejemplo es William Ramsay, autor de un libro muy respetado que se titula Las cartas a las siete iglesias. El libro ofrece excelente información, pero Ramsay, deja pasar el elemento clave de las cartas, y escribe lo siguiente:

“En esta obra, judía en su origen y su plan general... se encuentra inserto este episodio de las siete cartas, que parecen ser de carácter casi enteramente ajeno al judaísmo… La razón fue que las cartas, como forma, ya se había establecido como la expresión más característica de la mente cristiana, y casi obligatoria para un escritor cristiano” (págs. 35-36).

Ramsay especula que las cartas fueron una ocurrencia adicional en la composición de Juan, y no un elemento vital para comprender el libro:

“En el desarrollo posterior del pensamiento de San Juan, es claro que había reconocido la insuficiencia de las formas literarias judías de moda. Parece altamente probable que la percepción de esa realidad le llegó mientras componía el Apocalipsis, y que las siete cartas, aunque colocadas cerca del principio, y acomodadas cuidadosamente en esa posición, fueron la última parte de la obra que concibió” (pág. 36).

Como si fuera poco, Ramsay continúa con la siguiente increíble aseveración: “El Apocalipsis sería perfectamente completo sin las siete cartas” (pág. 37). Quisiera hacernos creer que Juan utilizó la forma de cartas como una manera cristiana de transmitir información, así como se transmitió en las epístolas del Nuevo Testamento. Leyendo sus especulaciones, apreciamos mejor algo que nos dijo Jesús: “Te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mateo 11:25).

Pasando a la Biblia y dejando atrás las especulaciones, veamos cuatro claves vitales que despejan el misterio de las siete cartas del Apocalipsis, misterio que los más estudiosos no resuelven ni pueden resolver si Jesucristo no les abre la mente.

Las siete iglesias identifican a los siervos de Dios

Hemos visto que el primer versículo del Apocalipsis 1, revela la comisión dada a Juan de llevar un mensaje a los “siervos” de Dios. ¿Adónde dirige Juan ese mensaje? “A las siete iglesias que están en Asia” (v. 4). El mensaje está destinado a las iglesias, pero es un mensaje que no comprende solo las cartas, sino la totalidad del libro del Apocalipsis:

“Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea” (Apocalipsis 1:11).

¿Puede haber alguna duda de que las siete iglesias y los siervos de Dios son las mismas personas? Esto queda confirmado en el último capítulo del Apocalipsis. En cierto sentido, la conexión entre las siete iglesias y los siervos de Dios se abre y se cierra con los capítulos primero y último:

“Me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto… Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias” (Apocalipsis 22:6, 16).

Debemos notar que si bien se habla de siervos e iglesias como cosas intercambiables, efectivamente sinónimos, Juan no menciona todas las congregaciones cristianas de Asia. Evidentemente debe haber algo especial o importante en las siete que sí menciona. ¿Por qué estas? ¿Por qué únicamente siete, si son representativas de los siervos de Dios? ¿Acaso ninguna otra de las congregaciones cristianas del primer siglo era sierva de Dios? ¿Y acaso nosotros, en este tiempo, no podemos ser sus siervos? No es así, y esto nos trae a la segunda clave.

Una relación especial con Jesucristo

Después de oír una gran voz como de trompeta, y la lista de las siete iglesias, Juan narra una extraordinaria visión:

“Me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro… Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el Sol cuando resplandece en su fuerza” (Apocalipsis 1:12-13, 16).

¿Puede ser posible comprender el significado de esta visión? Agradezcamos que la Biblia se interpreta a sí misma y que nosotros no necesitamos especular. Juan lo explica:

“El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles [mensajeros] de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias” (v. 20).

En su visión, Juan tuvo la revelación de Jesucristo moviéndose entre los símbolos de las siete iglesias, que equivalen a los siervos de Dios. ¿Misterioso? Sí. ¿Imposible de comprender? No. Este misterio nos lleva a la tercera clave, que ya debe ser obvia, aunque eruditos como Ramsay no logren verla.

El Apocalipsis es para las siete iglesias

En su visión, Juan recibe instrucciones de llevar el mensaje del libro a los siervos de Dios, las siete iglesias, como lo hemos visto en Apocalipsis 22. Estas iglesias eran congregaciones reales, y el mensajero enviado a cada congregación entregó un mensaje apropiado según las condiciones que reinaban en esa congregación y en ese momento. Éfeso era una congregación formada por siervos de Dios, pero había perdido su “primer amor” (Apocalipsis 2:4), problema frecuente entre quienes han sido cristianos algún tiempo, y han perdido el entusiasmo o celo que tuvieron al bautizarse.

Para cada una de las siete iglesias hay una amonestación importante: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 2:7). Observemos que el Espíritu se dirigía a las iglesias, en plural. Un problema que predominaba en una congregación, también podría afectar a algunos miembros de cualquiera de las otras. En el ejemplo de la Iglesia en Laodicea, prevalecía un espíritu de tibieza, pero la amonestación “oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”, indica que la misma actitud de tibieza aparecía entre algunos miembros de las otras congregaciones.

Por otra parte, las iglesias tienen algo más que un catálogo de problemas. Vemos, por ejemplo, que para la Iglesia de Filadelfia no hay palabras de corrección, sino solo de ánimo. Esto nos lleva a la cuarta clave vital para comprender las siete cartas del Apocalipsis.

Las cartas a las siete iglesias son proféticas

Quienes tienen una Biblia que resalta las palabras de Jesucristo en texto rojo, pueden ver claramente una característica del libro del Apocalipsis; que la abrumadora mayoría de las palabras que salen de la boca de Jesucristo en el Apocalipsis, aparecen en las cartas a las siete iglesias.

Hemos visto que en Apocalipsis 1, Juan recibió la orden de escribir el testimonio de Jesucristo. Y leemos que “el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Apocalipsis 19:10). Por consiguiente, lo que vemos salir de la boca de Jesucristo en el Apocalipsis, es de naturaleza profética.

Estudiando el Apocalipsis, se observa que la materia que trata comenzó en vida de Juan (los especialistas sitúan la composición del libro por el año 95 d.C.), pero se prolonga hasta nuestra época y hasta lo que para nosotros aún es futuro. Las advertencias registradas por Juan, las condiciones de las siete iglesias, pueden aplicarse a cualquiera de nosotros. En la guía de estudio titulada: La Iglesia que no pudieron destruir, el fallecido evangelista John Ogwyn explicó:

Cuando observamos el contexto del libro del Apocalipsis, debemos reconocer que su intención ante todo es profética. Apocalipsis 1:1 indica que el objeto del libro es revelar a los siervos de Dios cosas que pronto empezarían a suceder. Entonces las siete iglesias deben entenderse principalmente como representativas de toda la historia de la Iglesia de Dios, en siete eras sucesivas”.

Efectivamente, las siete iglesias del Apocalipsis representan actitudes que predominarían en la Iglesia de Dios en el curso de su historia. Los eruditos laicos y los cristianos tradicionales procuran introducir en ellas, a la fuerza, a la iglesia apóstata que aparece más tarde en el capítulo 17… pero esa iglesia sencillamente no encaja, ni tampoco sus hijas rameras.

Revelación de Dios para nosotros

Felizmente, Dios ha revelado a su verdadera Iglesia el desarrollo profético, incluidas las eras que viviría esa Iglesia, como se describen en el libro del Apocalipsis. Observemos que cuando Jesucristo regrese, la Iglesia habrá entrado en la era representada por la congregación que existió en Laodicea en el primer siglo. Prevalecerá un espíritu de tibieza, y quienes tienen ese espíritu son ciegos, y no ven su propia tibieza ni lo presumidos que se han vuelto.

Pero incluso entonces habrá siervos con la actitud de celo y entusiasmo manifestada por la congregación del primer siglo en Filadelfia. En tanto que los cristianos tibios, bien intencionados, fieles, pero ciegos, son lanzados en la gran tribulación. Pero quienes conserven una actitud como la de Filadelfia, recibirán protección divina en el venidero tiempo de angustia.

Como hemos visto, el significado de las siete cartas a las siete iglesias no es simple materia de estudio académico, sino algo de vital importancia para los discípulos. Escuchemos las admoniciones de esas cartas, y acerquémonos a nuestro Salvador con verdadero celo por su mensaje, a la vez que perseveramos en la fe. 

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