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Jesucristo hizo la obra de su Padre aquí en la Tierra,
y Dios llama a sus discípulos a hacer lo mismo.
¿Estaremos preparándonos para la gloriosa labor que nos espera?
Los mansos heredarán la Tierra, gobernarán como reyes y sacerdotes, y servirán eternamente como “columnas” en la casa de Dios. La Biblia muestra a los discípulos haciendo todas estas cosas. Pero, ¿realmente qué significan para el futuro de los seguidores de Dios, los llamados escogidos y fieles?
Cuando Dios creó al hombre y a la mujer, los hizo “a su imagen” (Génesis 1:27). Los animales fueron creados conforme a la especie animal, ¡pero los seres humanos fueron creados conforme a la especie divina! Todos los miembros de la familia humana, creados por Dios, se llaman hijos suyos. Más aun, los discípulos fieles están destinados a ser parte de la Familia espiritual de Dios, por cuanto mora en ellos el Espíritu de Dios. Pero antes, debemos nacer de nuevo. Como explicó Jesucristo a Nicodemo: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios” (Juan 3:3).
Cuando nazcamos de nuevo, entraremos a formar parte de la Familia de Dios. ¿Cuándo ocurrirá este segundo nacimiento? Jesucristo se convirtió en “el primogénito” de entre los muertos en su resurrección (Colosenses 1:18; Apocalipsis 1:5; Romanos 8:29). Si Él es “el primogénito”, significa que es el primero ¡y que le seguirán otros! El apóstol Pablo explicó que Jesucristo “fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu Santo, por la resurrección de entre los muertos” (Romanos 1:4).
¿Qué ocurrirá después de la resurrección? En 1336 el papa Benedicto XII describió el concepto católico de la vida en el más allá: “Una vez hubiere sido o será iniciada esta visión, intuitiva y cara a cara y la fruición en ellos, la misma visión y fruición es continua sin intermisión alguna de dicha visión y fruición, y se continuará hasta el juicio final, y desde entonces hasta la eternidad” (De la Constitución Benedictus Deus, del 29 de enero de 1330).
Es indudable que ver a Dios será una experiencia magnífica y emocionante, como señala el apóstol Juan: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es” (1 Juan 3:2). Ver al Dios Padre en su trono y ver a Jesucristo, tanto el uno como el otro radiantes como el Sol, ¡será algo grandioso!
Pero, ¿se limitarán los santos a contemplar al Padre y a Jesucristo por toda la eternidad? La vida eterna, el don más grande que Dios pudiera conceder a sus hijos, tendrá un propósito grande y maravilloso. La vida eterna no es solamente la prolongación indefinida de una vida como la que llevamos ahora. No es, como enseñan algunas religiones orientales, el momento en que nos unimos al alma del mundo. Y si bien implica alegría y felicidad muy grandes, esa eternidad no se limitará a la alegría, sino que tendrá un propósito.
El destino de los seres humanos es nacer dentro de la Familia de Dios, como “herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:17). ¿Qué implica ser un heredero así? La asombrosa verdad, revelada en la Biblia, es que Dios desea compartir su empresa familiar ¡con sus hijos! El gobierno sobre todo el Universo. Como miembros de la Familia Dios, los discípulos resucitados participarán en la obra de Dios como ayudantes de nuestro hermano mayor, Jesucristo, en la tarea de instruir a los demás, administrar la creación y gobernar todo el Universo en paz y justicia para siempre.
Para comprender nuestro destino espiritual, es preciso recordar la comisión dada por Dios cuando creó a los primeros seres humanos en la Tierra. Les dio a Adán y Eva dominio sobre “los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la Tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Génesis 1:26). La familia humana tenía la responsabilidad de señorear, o gobernar, sobre la creación divina. Adán recibió el mandato de cuidarla y labrarla, ¡y sus descendientes debían aportar a la obra creadora de Dios, administrando y haciendo producir la Tierra!
Adán reprobó la prueba de obediencia, y Satanás pudo envolver y atrapar a toda la humanidad (Apocalipsis 12:9). Pero gracias a la obra del Mesías, es decir la vida, sacrificio, resurrección y segunda venida de Jesucristo; el diablo será derrocado para siempre (Apocalipsis 20:2, 10). Cuando Jesucristo venga por segunda vez, la Tierra volverá a ser un estado paradisíaco durante el milenio (Isaías 51:3).
¿De quién se valdrá Dios para restaurar al mundo? ¡De los santos resucitados! Las Escrituras señalan claramente la función de ellos: “Nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la Tierra” (Apocalipsis 5:10). Dios también les da estas instrucciones a los santos: “Lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga. Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones” (Apocalipsis 2:25-26).
En la parábola de las minas, Jesús explicó el papel de liderazgo que recibirán los santos, como recompensa por su servicio fiel: “Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. Él le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades” (Lucas 19:16-17). Vemos aquí que la recompensa de Jesucristo para los discípulos fieles no consiste en disfrutar del ocio, sino de prestar un servicio activo a nuestro Salvador. Efectivamente, durante el milenio profetizado, el papel de los santos será gobernar la Tierra como asistentes de Jesucristo (Apocalipsis 3:12, 21).
¿Qué ocurrirá cuando termine el milenio, el profetizado Reino de mil años bajo Jesucristo en la Tierra; y después de la resurrección general? (Apocalipsis 20:7-15). ¿Qué harán los santos cuando los seres humanos obedientes y convertidos hayan sido glorificados, y los incorregibles hayan sido reducidos a cenizas en un lago de fuego? (Malaquías 4:3).
El apóstol Pablo, inspirado por Jesucristo, escribió lo siguiente acerca de nuestro destino final:
“No sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando; pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que le visites? Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos” (Hebreos 2:5-7).
Pablo escribió además: “Todo lo sujetaste bajo sus pies” (Hebreos 2:8). ¿Qué quiso decir Pablo con “todo”? El griego usado aquí, ta panta, es todo incluido, y significa “todo, el todo” (Concordancia de Strong). La traducción de Weymouth traduce “todas las cosas” como “el Universo”: “En estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el Universo” (Hebreos 1:2). Universo que Jesucristo compartirá con sus discípulos glorificados: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados” (Romanos 8:16-17).
Todas las cosas quedarán bajo el dominio de los santos resucitados, que servirán en el Reino de Dios
En otras palabras, aunque todas las cosas, incluido el Universo, no se encuentran ahora bajo el dominio humano, un día lo estarán (Hebreos 2:8). ¿Lo hemos captado? Así como en un principio Dios les dio a los seres humanos dominio y gobierno sobre la Tierra, ¡su objetivo final es que gobernemos sobre todo el Universo! De la misma manera que nos mandó labrar y administrar la Tierra, también nos ha llamado a ayudarle a embellecer y labrar los desolados planetas del inmenso Universo (Romanos 8:19-21). ¡Nuestro destino es unirnos a su empresa familiar!
Agradezcamos a Dios por el extraordinario destino que nos ha dado… y que llegue pronto ese día cuando se cumpla su plan para todos y cada uno de nosotros. [MM]