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Quienes laboramos en El Mundo de Mañana creemos que, a final de cuentas, solo hay dos caminos de vida. Un camino tiene buenos resultados. El otro produce penas, sufrimiento y muerte. Como se narra en el libro del Génesis, desde el principio el hombre tuvo esta alternativa. Dios colocó en el huerto dos árboles. Uno era el árbol de la vida. En cuanto al otro árbol, Dios advirtió a Adán que era prohibido comer de su fruto. Este era el árbol del conocimiento del bien y del mal.
El primer árbol simboliza la alternativa de confiar en Dios y su ley. El segundo simboliza la de rechazar a Dios, y arrogarse la determinación de lo que es bueno y lo que es malo. Como saben todos los estudiosos de la Biblia, Adán decidió confiar en sí mismo, y desde entonces la vida ha marchado mal, puesto que la humanidad optó colectivamente por seguir ese mismo camino.
Dios no fue ambiguo cuando declaró a la antigua Israel que hay dos caminos de vida opuestos. Por medio de su siervo Moisés, señaló claramente los resultados que vendrían de las decisiones que tomaran los israelitas como personas y como nación: “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; porque yo te mando hoy que ames al Eterno tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y el Eterno tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella” (Deuteronomio 30:15-16).
No podemos desasociar la obediencia o desobediencia a Dios de los resultados que llegamos a tener en nuestra vida. Dios señaló que el desenlace no sería favorable si ellos optaban por adorar a otros dioses: “Si tu corazón se apartare y no oyeres, y te dejares extraviar, y te inclinares a dioses ajenos y les sirvieres, yo os protesto hoy que de cierto pereceréis” (vs. 17-18).
La mayoría de quienes se declaran cristianos alegarían que no adoran a otros dioses. Pero, ¿acaso no podemos ser tan culpables como Adán y Eva? De hecho, ¿no es cierto que pretendieron constituirse a sí mismos en dioses? Recordemos el mensaje de la serpiente a Eva: “Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:5). Y con sus acciones enviaron un mensaje a Dios: ¡Nosotros sabemos más que tú!
Para cada ser humano la alternativa y su resultado son exactamente lo que Dios declaró a Israel: “A los Cielos y a la Tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:19). La historia muestra las consecuencias de elegir el mal.
El libro de los Jueces nos recuerda qué ocurre cuando cada hombre decide por su cuenta. Allí encontramos crueldad y conductas bárbaras de todo tipo. No es por accidente que el último versículo de los Jueces nos deje esta lección: “En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 21:25). Lo hacían a pesar de las advertencias divinas precisamente contra eso: “No haréis como todo lo que hacemos nosotros aquí ahora, cada uno lo que bien le parece” (Deuteronomio 12:8).
Otra forma de referirse a los dos caminos divergentes es con dos palabritas: dar y recibir. Elegir el camino de Dios, el árbol correcto, es elegir una vida de interés generoso por los demás. Es el camino del dar, de cuidar y de compartir. En una palabra, es el camino del amor.
Como hemos visto, Caín tomó el camino errado y mató a su hermano Abel. El relato en Génesis 4 es muy abreviado, y para captar todo el cuadro debemos buscar en otros pasajes. El Nuevo Testamento nos dice: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella” (Hebreos 11:4).
El camino del dar es el camino del amor. Como bien lo dice el apóstol Juan: “Este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas” (1 Juan 3:11-12).
También está este pasaje de Judas, el hermano del Señor, refiriéndose a unos hombres impíos que habían entrado encubiertamente en la congregación: “¡Ay de ellos! Porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré” (Judas 1:11). ¡En estos tres casos, nada terminó bien para ninguno de ellos!
Cuando Caín mató a su hermano, Dios inquirió sobre el paradero de Abel, y Caín respondió: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 4:9). Esta pregunta encuentra respuesta en el resto de la Biblia: ¡Sí, debemos ser guardianes de nuestro hermano! Debe interesarnos e importarnos el bienestar de cuantos nos rodean (Filipenses 2:3-9).
El camino del dar parece chocar con lo que es intuitivo en la naturaleza humana. Como discípulos de Jesucristo, quizá pensemos que estamos por encima del egoísmo… Pero, ¿lo estamos? ¿Lo creemos de verdad, y lo demostramos en todas nuestras acciones según las palabras del apóstol Pablo?: “En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35). Tomemos en cuenta esta enseñanza de Jesús:
“Dijo también al que le había convidado: Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado. Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos” (Lucas 14:12-14).
El camino del dar es el camino del altruismo, de pensar en las necesidades de los demás. Es cierto que también están nuestras propias necesidades, y Dios no espera que las desatendamos, pero en general, nosotros ya sabemos darles prelación. Lo que a menudo falta es compasión por los demás. Ver por las necesidades de otros cuando requieren esa atención, rara vez nos resulta cómodo. Es fácil pensar que somos generosos y altruistas, pero en la práctica no siempre lo somos.
Desde el principio Dios nos dio la alternativa: Elegir su camino en oposición a nuestra mente carnal, o elegir el camino que nos es más natural pero que termina en dolor, sufrimiento y muerte (Proverbios 14:12; 16:25).
Otro ejemplo es el de Moisés: Tenía todo lo que un egipcio próspero podía disfrutar. Sabía lo que era vivir rodeado de sirvientes que le traían los mejores alimentos, diversiones y todas las comodidades.
Sin embargo, vio más allá del aquí y ahora, y eligió el mejor camino que al final llevaría a las mayores riquezas. “Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” (Hebreos 11:24-26).
La opción entre los dos árboles: dar o recibir, ser guardián de nuestro hermano o no serlo, es un tema que corre por todas las Escrituras. Sí hay una recompensa para nosotros, pero viene cuando demos primero de nosotros mismos. Tenemos que elegir entre dos caminos de vida, y lo hacemos todos los días según obedecemos a Dios y nos interesamos por el prójimo. Esta es la gran lección que Dios quiere impartirnos en esta vida. Si elegimos bien, pasaremos la eternidad en compañía de quienes han optado por la misma alternativa, nacidos en un Reino de paz y alegría con Dios nuestro Padre y su Hijo Jesucristo. Ese es el mensaje de El Mundo de Mañana.