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Es muy natural desear una vida sin dolor y sin tristeza. ¿Quién no desea tener una vida fácil? ¿No obstante, es acaso la mejor vida una vida de comodidad, facilidad y diversión? ¿Qué clase de vida nos da las mayores recompensas?
En su libro de memorias titulado: Walden, el ensayista estadounidense Henry David Thoreau observó que “la gran mayoría de los hombres llevan una vida de silenciosa desesperación”. No estuvo de acuerdo con el énfasis que comúnmente se pone en la riqueza material y el estatus social, y descubrió que se podían suplir las necesidades materiales básicas con seis semanas de labor al año. Thoreau exaltó los valores de la introspección y la tranquilidad, viendo en esto un remedio a la codicia y a los valores errados.
El vigesimosexto presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, tenía una visión muy diferente sobre los valores de la vida. Fue un niño enfermizo, afligido por un asma muy fuerte, pero se dedicó a una vida dura caracterizada por una actividad física vigorosa. Fue hábil político, escritor, ganadero y “un líder militar valiente y notable. La carga de los Rough Riders (a pie), subiendo por la loma Kettle durante la batalla de Santiago, hizo de él el héroe militar más grande de la Guerra Hispano-Estadounidense. En 1884, abrumado de dolor por la muerte de su madre y de su esposa en el mismo día, abandonó la política y pasó dos años en un rancho ganadero en las áridas tierras del territorio de Dakota” (Theodore Roosevelt, Britannica.com, 27 de diciembre del 2023).
Roosevelt reconocía que nunca alcanzaríamos un auténtico éxito sin esfuerzo, valentía y voluntad de afrontar riesgos. Dirigiéndose a unos estudiantes universitarios en París, les dijo: “El que cuenta no es el crítico, no es el que señala cómo tropieza el hombre fuerte ni dónde el autor de proezas podría haberlas hecho mejor. El mérito corresponde al hombre que está en la escena, cuyo rostro lleva las huellas de polvo, sudor y sangre; el que lucha valientemente… que en el mejor de los casos conoce al final el triunfo de grandes hazañas y que, en el peor de los casos, si fracasa, al menos fracasa atreviéndose en gran manera” (La ciudadanía en una república, 23 de abril de 1910).
Thoreau y Roosevelt abogaban por caminos diferentes hacia una vida con verdadero sentido. El primero reconoció, con razón, la futilidad de los valores engañosos que rigen la vida de las mayorías, pero su solución distó mucho de ser la real. Creía en el llamado trascendentalismo: “Sistema de pensamiento idealista fundamentado en la creencia en la unidad esencial de toda la creación, la bondad innata de la humanidad y la supremacía de la introspección sobre la lógica; y la experiencia como medio para revelar las verdades más profundas” (Trascendentalismo, Britannica.com, 14 de noviembre del 2023).
La convicción de que la bondad es característica innata de la humanidad difícilmente soporta el escrutinio, considerando la historia humana de guerras e inhumanidad. Las ideas de Thoreau tampoco coinciden con la Biblia, según la cual el corazón del hombre está lejos de ser bueno: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9) y: “Del corazón del hombre salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre” (Mateo 15:19-20). La búsqueda de la verdad en su propio interior resultaba en vano, porque se estaba buscando donde no estaba.
La admirable defensa hecha por Roosevelt del trabajo arduo y de estar “en la escena” concuerda con un consejo del rey Salomón: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas” (Eclesiastés 9:10). Efectivamente, sucede con frecuencia que las cosas más difíciles de hacer son las que traen la mayor recompensa… mas para tener sentido, la vida tiene que trascender el aquí y el ahora. El refrán salomónico: “vanidad de vanidades, todo es vanidad”, refleja esta realidad (Eclesiastés 1:2). Además, es importante preguntarnos: ¿Qué diferencia hay entre una vida de trabajo esforzado y una de comodidades, cuando la vida llega a su último aliento, si esta vida es todo lo que hay? Al final, no puede tener sentido si la vida es solo temporal.
Los filósofos y estadistas suelen dar buenos consejos. Thoreau acertó al observar que “la gran mayoría de los hombres llevan una vida de silenciosa desesperación”. Roosevelt, como Thoreau, era un enamorado del mundo natural; pero nos retó con sus palabras y sus obras a hacer de lado la vida cómoda de Thoreau en favor de lo que consideraba una vida más satisfactoria, forjada con el trabajo vigoroso. Lo que falta en ambas perspectivas es el panorama completo que mostraría por qué estamos en la Tierra. ¿Cuál es el significado de la vida? Este es el amplio panorama que El Mundo de Mañana ofrece a quienes tengan la disposición de aceptarlo.
La respuesta aparece en el evangelio de Jesucristo, un mensaje que pocos, entre quienes se declaran cristianos, entienden. El mensaje del Reino de Dios, que es casi universalmente desconocido, se halla enclavado en las escrituras del Nuevo Testamento. Esta buena noticia de un Reino, que pronto vendrá a gobernar al mundo, y del cual podemos formar parte, señaló el comienzo de su ministerio: “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del Reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:14-15).
Esta fue la buena noticia que Jesús, según sus propias palabras, fue enviado a proclamar. No se quedaba en un lugar, cuando dijo: “Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del Reino de Dios; porque para esto he sido enviado” (Lucas 4:43). ¿Cuántos predicadores en los servicios del domingo transmiten a sus oyentes esta verdad tan claramente expuesta en la Biblia? ¿Cuántos asistentes a los servicios religiosos la entienden?
El mensaje del Reino de Dios no habla de ir al Cielo. Mateo presenta muchas parábolas que contienen la frase “Reino de los Cielos”, pero no es lo mismo decir “Reino de” que decir “Reino en”. Marcos y Lucas se refieren a la misma parábola de Jesús, pero emplean la expresión “Reino de Dios”. El “Reino de los Cielos” es el mismo “Reino de Dios”. Ambos indican posesión, no lugar. Insisto: el Reino de los Cielos es el mismo Reino de Dios; y Mateo emplea las dos expresiones indistintamente: “De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el Reino de los Cielos. Otra vez digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el Reino de Dios” (Mateo 19:23-24).
El Reino de Dios, expresado en el mensaje de las parábolas de Jesús, se refiere a mucho más que a un trabajo vigoroso o a una buena vida. La parábola de la semilla de mostaza nos ofrece un ejemplo: “¿A qué haremos semejante el Reino de Dios, o con qué parábola lo compararemos? Es como el grano de mostaza, que cuando se siembra en tierra, es la más pequeña de todas las semillas que hay en la Tierra; pero después de sembrado, crece, y se hace la mayor de todas las hortalizas, y echa grandes ramas, de tal manera que las aves del Cielo pueden morar bajo su sombra” (Marcos 4:30-32).
Pero, ¿en qué consiste el Reino de Dios? ¿Qué constituye, más allá de lo que se imaginaban Thoreau y Roosevelt? ¿Y qué tiene que ver con nuestra vida?
Muchos pasajes indican claramente que el Reino proclamado por Jesús es un Reino que regirá sobre todo el mundo, y del cual nosotros podemos llegar a ser parte. Leemos que Jesús será Rey de toda la Tierra y que su sede estará en Jerusalén: “Acontecerá también en aquel día, que saldrán de Jerusalén aguas vivas… Y el Eterno será Rey sobre toda la Tierra” (Zacarías 14:8-9). Vemos también que David será rey sobre Israel: “Estas, pues, son las palabras que habló el Eterno acerca de Israel y de Judá… En aquel día, dice el Eterno de los ejércitos… extranjeros no lo volverán más a poner en servidumbre, sino que servirán al Eterno su Dios y a David su rey, a quien yo les levantaré” (Jeremías 30:4, 8-9), y que cada uno de los doce apóstoles regirá a una de las tribus de Israel: “De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mateo 19:28).
Jesús les dirigió la parábola de las minas para aclarar un malentendido entre sus seguidores, porque creían que establecería el Reino en su tiempo: “Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: Negociad entre tanto que vengo” (Lucas 19:12-13).
Cuando el noble regresó después de muchos días, reunió a sus siervos para ver qué había negociado cada uno: “Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. Él le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, tu mina ha producido cinco minas. Y también a este dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades” (Lucas 19:16-19).
Efectivamente, habrá una gran recompensa para los pocos que hayan respondido al llamado de Dios. Ya sea la nuestra una buena vida o una vida de actividad física vigorosa, al final solo una cosa cuenta, como dijo Jesús a un joven acaudalado: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17).