Las obras de sus manos - Luz en la oscuridad | El Mundo de Mañana

Las obras de sus manos - Luz en la oscuridad

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En las aguas del cabo de Hornos, en el extremo sur de América, un científico de 23 años languidecía en la cubierta de un barco del siglo 18. Había emprendido el viaje previendo aventuras en alta mar como naturalista abordo del HMS Beagle, pero esas aventuras se veían interrumpidas con frecuencia por episodios de intenso mareo. Más tarde escribiría a un pariente desde Sidney, Australia, diciendo: “Odio cada ola del mar con un fervor que ustedes, los que han visto únicamente las aguas verdes de la orilla, jamás comprenderán”.

Una noche las cosas cambiaron. En la densa oscuridad del 24 de octubre de 1832, el futuro teórico de la evolución Charles Darwin quedó cautivado por algo deslumbrante. De ello dejó constancia en su diario:

“En una noche muy oscura, el mar ofreció un admirable y bellísimo espectáculo. Corría una fresca brisa, y por toda la superficie, que durante el día se había mostrado espumosa, ahora brillaba con una luz pálida. El barco hendía ante su proa dos olas de fósforo líquido, y dejaba en pos de sí una estela láctea. Las crestas de las olas brillaban en toda la extensión del océano, hasta donde la vista podía alcanzar, y las capas inferiores atmosféricas que se tendían sobre el horizonte, merced al resplandor reflejado de los lívidos fulgores antes descritos, no parecían tan tenebrosas como la bóveda superior del cielo” (Charles Darwin, Viaje del Beagle, Cap. VIII Banda Oriental y Patagonia, ed. Calpe, Madrid, 1921).

Criaturas luminosas

Lo que Darwin vio fue el fenómeno llamado bioluminiscencia: organismos vivos que emiten luz visible mediante una reacción química interna. En este caso, el resplandor azul pálido se debía a un plancton de dinoflagelados, nombre que recibe por su movimiento giratorio (del latín dino, giratorio y flagellum, látigo. Estos organismos microscópicos producen una reacción química cuando una molécula de luciferina toma electrones del aire, con ayuda de una enzima llamada luciferasa. El resultado es un paquetito de luz llamado fotón.

Podemos comparar esta reacción química con la de una fogata que consume oxígeno para oxidar un tronco de madera, produciendo luz y calor. La diferencia es que los dinoflagelados producen luz sin calor. La luz fría se debe a la agitación del agua contra los diminutos látigos. Millones de organismos producen simultáneamente millones de destellos de fotones que, aunque duran una fracción de segundo cada uno, sumados dan la apariencia de una luz constante que alumbra la superficie del mar.

Cada fotón de luz es producido por una cadena de complejos factores: diminutos látigos que captan mecánicamente el movimiento del agua, engranajes que activan una cascada de cambios químicos en el interior de la célula, percepción de esos cambios por la pared de una bolsa interna u orgánulo, y por último, el fuego sin calor que genera la luz. ¿Qué parte de esa cascada se habría desarrollado independientemente sin quedar eliminada por la selección natural? Aquí, la obra del azar, sería como un rompecabezas de mil piezas que se arma solo cuando el experimentador agita la caja.

¿Casualidad o creación?

Cuando el joven Darwin observó la bioluminiscencia en tantos organismos, no estaría pensando en flagelos microscópicos ni en series de reacciones químicas. Más bien, la diversidad de organismos que producen bioluminiscencia era algo que lo molestaba e incomodaba. Escribió de su dificultad para explicar cómo tantos organismos sin relación evolutiva entre sí presentaban esta misma capacidad de generar luz.

Para simplificar la abrumadora improbabilidad de que la casualidad pueda diseñar rasgos complejos, los evolucionistas normalmente juntan los organismos en árboles evolutivos. Sin embargo, el Instituto Smithsoniano plantea así el espinoso problema: “El número de especies bioluminiscentes, y las variaciones en las reacciones químicas que generan luz, son evidencia de que la bioluminiscencia ha evolucionado repetidas veces, ¡en al menos 40 ocasiones independientes! Este número continúa creciendo con los nuevos descubrimientos de los investigadores. En el 2018, se descubrió que solamente en el grupo de peces de aletas radiadas, la bioluminiscencia evolucionó independientemente 27 veces. Es un incremento grande comparado con el puñado que se conocían antes” (Bioluminiscencia, Smithsonian, abril del 2018).

La bioluminiscencia se observa comúnmente en tierra en las luciérnagas, los gusanos de luz y en ciertos hongos y bacterias. En las profundidades del mar, la mayor parte de los seres tienen esta capacidad. Ya se ha observado por lo menos en 10.000 especies, e indudablemente habrá muchas más (Aubin Fleiss y Karen Sarkisyan, Breve reseña de los sistemas bioluminiscentes, Current Genetics, agosto del 2019). Siendo así, ¿qué probabilidades hay de que la bioluminiscencia, con la complicada serie de factores que la componen, se haya producido sola al azar 40 veces o más? Si encontramos en la playa un reloj de pulsera, que es comparativamente menos complejo, ¿no sería emplear excesivamente la imaginación suponer que el vidrio, los engranajes, los resortes y la caja metálica se armaron solos mediante el golpeteo fortuito de las olas? ¿Se atrevería alguien a dar semejante explicación para más de 40 relojes de pulsera, todos diferentes?

La mano de Dios no es un dilema

Explicar la bioluminiscencia es una tarea formidable para los evolucionistas. Uno de ellos, Anthony Campbell, intenta resolver el problema con la sola enzima luciferasa. En el año 2012 dio este salto enorme en una edición de Luminescence: “No se necesita sino una jaula de solvente con unos cuantos aminoácidos críticos en su interior” (Darwin arroja luz sobre la evolución de la bioluminiscencia, ResearchGate.net, noviembre del 2012).

Lo anterior es una tremenda sobresimplificación, considerando que la más simple de las enzimas es una proteína extremadamente compleja e intrincada que funciona como una clave. Es, en esencia, un paquete de información codificado lo que, por definición, ya en sí presenta una complejidad irreducible y exige un diseño. Además, hay factores ambientales que pueden alterar esta clave, activándola o desactivándola, o haciéndola plegarse para formar otra clave distinta.

Para una explicación mayor sobre cómo las células fabrican enzimas y proteínas, vea el capítulo 4 del instructivo folleto: Evolución o creación ¿Qué omiten ambas teorías? del señor Wallace Smith. Se puede leer en línea ingresando a nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org; o solicitar un ejemplar impreso gratuito enviando un correo a: [email protected].

Campbell pretende fundamentar su salto de lógica en investigaciones, pero su simplificación encierra un defecto notorio. En lo que no deja de ser una ironía, los investigadores emplean experimentos de laboratorio de alta complejidad en sus esfuerzos para mostrar cómo los precursores de estructuras complejas pudieron surgir al azar. Aun dentro de sus propios círculos científicos, el investigador Clemens Richert ha expresado la inquietud de que las personas que razonan empiecen a preguntar: ¿Qué reemplazaba los vasos de laboratorio, las pipetas y las buretas del laboratorio químico durante la evolución prebiótica, para no hablar de las manos del químico que efectuaba las manipulaciones?”. Richert advierte, incluso, que estos experimentos pueden perjudicar el argumento y desatar el dilema de la “mano de Dios”, como la llama él (La química prebiótica y la intervención humana, Nature Communications, 12 de diciembre del 2018).

La luz del mundo

La creación da testimonio de la obra de la mano divina. Desde los incontables miles de millones de organismos en la tierra y el mar, hasta la química de la bioluminiscencia y su enzima de una complejidad pasmosa, todo apunta a un Maestro Diseñador (Salmos 19; Isaías 6:3; Romanos 1).

La historia de la humanidad está repleta de luces falsificadas (Mateo 24:24). En las tradiciones, mitos, historias y religiones del mundo se han entretejido mentiras de todas las formas imaginables (1 Juan 5:19; Apocalipsis 12:9). Sean las mentiras de un cristianismo incautado por otros (Mateo 7:15-16), sea la teoría darwiniana de la evolución (Salmos 10:11; 14:1; 53:1), o el paganismo humanista revivido (Romanos 1:23-24, 28). Podemos estar confiados en que todas las falsificaciones terminarán por deshacerse ante la luz verdadera que penetrará la oscuridad (Isaías 60:1-3, 19-22). La creación es el testimonio de un Creador y Diseñador magnífico y poderoso.

¿Qué esperamos de nuestro Creador? ¿Es Aquel que realmente corresponde a lo que era Jesucristo, lo que fue después y lo que será? Si no, quizá nos llegue, como a Darwin parado en la oscuridad, el turno de hallarnos sacudidos y confundidos cuando el Creador de toda luz regrese al planeta Tierra para establecer su Reino. [MM]