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Hace 80 años los aliados realizaron el desembarco más grande de la historia.
¿Si se vieran en la necesidad de hacerlo, pudieran hacerlo de nuevo?
En las profecías hay respuestas para los acontecimientos del fin.
El 6 de junio de 1944, amaneció el día del desembarco más grande de la historia. Más de 130 destructores, buques y cruceros bombardearon la costa francesa. Su cometido era proteger a los barcos que transportaban tropas cruzando el canal de la Mancha, mientras 300 dragaminas despejaban el camino. Unas 7.000 naves transportaban casi 200.000 soldados, de ocho naciones aliadas, a las costas de una Europa dominada por los nazis; y más de 1.200 aviones lanzaron paracaidistas detrás de las líneas enemigas.
En total, más de dos millones de aliados participaron en la operación, desde soldados que desembarcaron en la playa o que descendieron del cielo, hasta pilotos y marinos que transportaban hombres y provisiones, así como médicos que socorrían a millares de heridos. Y no olvidemos que, de los soldados que salían de sus barcazas para lanzarse a la playa, muchos perdieron la vida bajo una lluvia de metralla sin llegar a poner el pie en las arenas de Europa.
La batalla de Normandía que siguió, cuyo objeto era asegurar la presencia aliada en el Continente, y dar comienzo a la liberación de Francia y el resto de Europa en manos de Adolfo Hitler, terminaría con 70.000 soldados aliados muertos en la playa, y más de 150.000 heridos. Pero la oleada de la guerra había cambiado. Menos de un año después, el 8 de mayo de 1945, Alemania se rindió incondicionalmente en el cuartel del general estadounidense Dwight D. Eisenhower; a los Estados Unidos, al Reino Unido, a Francia, a la Unión Soviética y demás naciones de las Fuerzas Aliadas. Cuatro meses después, la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin con la rendición formal e incondicional del Japón ante el general estadounidense Douglas MacArthur.
En toda la historia escrita, nunca se había producido una invasión militar de la magnitud de la batalla de Normandía, llamada en clave operación Overlord, fue la operación militar efectuada por los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial que culminó con la liberación de los territorios de Europa Occidental ocupados por la Alemania nazi. Y en los 80 años desde entonces, aquella invasión continúa siendo única en la experiencia humana. Nada parecido había ocurrido antes y nada parecido ha ocurrido después.
Sin embargo, el deterioro de las condiciones actuales en el mundo traen a la mente una pregunta: ¿Si esas naciones tuvieran que volver a hacer lo mismo, lo harían? ¿Serían capaces los Estados Unidos y el Reino Unido de volver a reunir los recursos militares necesarios para salvar al mundo?
Ochenta años después del día D, las señales no son alentadoras.
Pocos parecen dudar de que Estados Unidos todavía gobierna el ejército más poderoso del mundo, considerando todo, y por una buena razón: Ningún otro país se ha mostrado capaz de llevar simultáneamente, fuerzas a tantos lugares del mundo; apoyadas por la tecnología más avanzada que existe y la más grande potencia militar.
Sin embargo, nada dura para siempre. Y la voluntad estadounidense de conservar esta primacía se está desvaneciendo.
El titular de un editorial del Wall Street Journal en marzo de este año resaltó el estado actual de la nación: “Biden reduce las fuerzas armadas de Estados Unidos”. Le seguía la afirmación: “El presupuesto del Presidente para el Pentágono revela que las fuerzas armadas se encuentran en un estado de decadencia administrado”. Los editores del diario, señalaron una preocupante reducción de las inversiones militares: De la Armada, del reclutamiento, reducción de… bueno, de prácticamente todos los elementos militares importantes. Precisamente cuando la nación afronta más amenazas de las que ha visto en decenios. Lo que no se ha reducido es el estancamiento político, ya que los políticos parecen mucho más interesados en ganar sus guerras partidistas, que en ganar alguna guerra contra otras naciones.
Y el Reino Unido corre un peligro aún mayor. Escribiendo para: Reino Unido en una Europa cambiante (un grupo de expertos académicos patrocinado por el King's College de Londres), el analista de políticas gubernamentales, Andrew Dorman, resumió el estado de las fuerzas armadas británicas con estas palabras: “Hora de entrar en pánico”. Un análisis suyo en febrero del 2024 señala la conclusión de los jefes de Servicios Militares del Reino Unido respecto al “estado de las Fuerzas Armadas Británicas y su incapacidad para mantener una guerra por un cierto período de tiempo”. En momentos en que una amenaza de guerra es sumamente alta, Dorman ve al Reino Unido en un estado similar al de los años treinta, cuando tuvo que precipitarse desesperadamente a fin de estar preparado ante la amenaza creciente en Europa. Ahora es incierto, en el mejor de los casos, que pudiera salir airoso con otra preparación precipitada.
Alemania presenta un claro contraste con los Estados Unidos y el Reino Unido, al admitir la necesidad de acrecentar su poderío militar.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Alemania rehuyó como cosa desagradable la idea de recuperar la capacidad bélica que tuvo. Vistos oficialmente como los malos en dos guerras mundiales, los alemanes parecían estar tranquilos empleando medios pacíficos únicamente para dirigir su economía, sus relaciones gubernamentales y los tejemanejes de la vida política; dejando a otras naciones, en particular los Estados Unidos, la tarea de encabezar el apoyo armado y la defensa de Europa.
Pero esos días se acabaron. Con las perspectivas de guerra en su Continente, y con la incertidumbre respecto al liderazgo estadounidense en el exterior, los dirigentes alemanes están viendo las cosas muy distintas de como las veían incluso hace pocos años. En el 2022, el gobierno alemán se comprometió a dedicar 100.000 millones de euros al fortalecimiento de sus fuerzas armadas, y ha percibido la necesidad de dar “pasos integrales hacia una militarización de la sociedad alemana en general” (German-Foreign-Policy.com). Con sus fuerzas armadas reducidas a 180.000, un número históricamente bajo; hay quienes llegan a pedir que se vuelva a imponer el servicio militar obligatorio, mientras otros proponen agilizar los trámites de ciudadanía para los inmigrantes que se alisten.
El ministro de defensa, Boris Pistorius, quiere ver un notable aumento en el gasto militar de su nación. No satisfecho con los recientes aumentos que llevaron ese gasto a cerca del dos por ciento del PIB, en febrero del 2024, Pistorius dijo a los asistentes a la conferencia anual sobre seguridad en Múnich: “Es posible que lleguemos al 3 por ciento o quizás hasta el 3,5 por ciento: dependiendo de lo que esté ocurriendo en el mundo”.
Este reconocimiento de la necesidad de aumentar el gasto militar halló eco en toda la Unión Europea. Afirmando que la situación actual es “el mayor reto de seguridad desde la Segunda Guerra Mundial”, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, advirtió en un escrito el 18 de marzo que se publicó en todos los diarios de Europa: “Si deseamos la paz, debemos prepararnos para la guerra”. Michel instó a las naciones de la Unión a adoptar una “economía de guerra” y asumir la responsabilidad por su propia seguridad, en vez de confiar en el incierto apoyo de los Estados Unidos.
En los próximos años pueden venir muchos cambios. Es posible que Estados Unidos se dé cuenta de la ilusión de seguridad generada por su siglo de dominio mundial, reconociendo la índole realmente peligrosa de los nubarrones que se forman en el horizonte. Es posible que el Reino Unido recupere, aunque sea por breve tiempo, el sentido del destino y propósito que alguna vez movió a su pueblo a construir una armada poderosa que gobernó los mares, y una fuerza militar disciplinada respetada en todo el globo. Y posiblemente Alemania vea que sus temores son infundados, que aún queda algo de vida en los lazos y acuerdos de la posguerra que le permitieron hacer de lado las ambiciones militares en favor de una influencia pacífica.
El camino hacia el futuro rara vez es una línea recta. Los cambios van y vienen. Sin duda habrá vueltas y revueltas, altibajos impensables; pero el destino inevitable ya está predicho en las páginas de la Biblia, y es seguro. Ese destino incluye unos Estados Unidos y un Reino Unido devastados, con sus ejércitos destrozados, e impotentes para evitar la destrucción total destinada a sus pueblos; mientras que Alemania surgirá de nuevo a la cumbre del poderío mundial, esgrimiendo una fuerza bélica que hará maravillar al mundo.
El Dios de la Biblia declara: “Anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Isaías 46:10). Y su Palabra, respecto del tiempo del fin, revela que estas naciones experimentarán un cambio completo, respecto de sus condiciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Antes de que regrese Jesucristo, veremos a los Estados Unidos y al Reino Unido humillados, quebrantados y esclavizados; y a merced de una Alemania compitiendo por el control de todo el mundo.
Pero, ¿cómo y por qué? Es fácil culpar a la política. ¿Dónde están en los pasillos del gobierno británico o estadounidense, las voces mesuradas que suenen la alarma como lo hizo Winston Churchill en los días anteriores a la Segunda Guerra Mundial? Sin embargo, los verdaderos culpables no son ni la política ni las decisiones de los Estados. Estos son apenas los síntomas. Y ningún presidente, primer ministro, ningún congreso ni parlamento, ha estado dispuesto a denunciar la verdadera enfermedad que está a la raíz de estos síntomas.
Porque esa enfermedad son los pecados nacionales… y el único remedio es el arrepentimiento nacional.
Muchos tratan de explicar en forma simple el auge de los pueblos estadounidense y británico, a la cumbre del poderío y la influencia que alguna vez tuvieron en el mundo. Unos ofrecen consignas patrioteras sobre el excepcionalismo americano o el ingenio anglosajón. Otros señalan con el dedo acusador al colonialismo o la doctrina de la supremacía de la raza blanca, como los factores impulsores.
La Biblia expone con toda claridad cómo y por qué ocurrió ese auge. Dios bendijo a los pueblos británico y estadounidense, no por sus cualidades, atributos o habilidades especiales; sino porque había hecho a Abraham la promesa incondicional de que sus descendientes llegarían a las posiciones más altas de poder en el mundo. Una lectura atenta de las Escrituras muestra, a la luz de la historia, que el pueblo estadounidense y los descendientes de los británicos se convirtieron en los beneficiarios modernos de aquella promesa en su calidad de descendientes de la antigua tribu israelita de José, así como los pueblos judíos son descendientes de la antigua tribu de Judá.
Las promesas incondicionales, que se demoraron siglos a causa de los pecados de los descendientes de Abraham, se basaron en la fidelidad de Dios para con Abraham a raíz de su obediencia, pero no a causa de una supuesta grandeza que sus descendientes no poseían (Deuteronomio 7:6-8; 9:4-6). Las mismas promesas trajeron las bendiciones que heredaron sus actuales descendientes.
La anterior afirmación puede ser muy sorprendente, y la hacemos con frecuencia en las páginas de El Mundo de Mañana. No la crean sin comprobarla a entera satisfacción en las páginas de la Biblia. A quienes no hayan estudiado nuestro folleto: Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía, les invitamos a descargarlo desde nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org . La clave para entender lo que les espera a los pueblos británico y estadounidense en el tiempo del fin, radica en comprender lo que dice la Biblia sobre sus antepasados.
La profecía bíblica revela una grave verdad: A causa de los pecados de las naciones anglosajonas, y no solamente por sus normas políticas y económicas, su poderío militar terminará siendo aplastado hasta quedar reducido a total ineficacia. La Palabra inspirada de Dios deja muy en claro que Él, y no la fuerza militar, siempre decidió las victorias de Israel. El rey David nos advierte así desde la antigüedad: “Estos confían en carros, y aquellos en caballos; mas nosotros del nombre del Eterno nuestro Dios tendremos memoria” (Salmos 20:7). Y en Levítico 26, el Dios de Israel expuso claramente el desenlace de una batalla, cuando el pueblo de Israel se negaba a obedecer sus leyes y buscar su justicia. Sin importar cuán grandes sean las fuerzas que reúnan, las perspectivas de victoria se desvanecen:
“Si no me oyereis, ni hiciereis todos estos mis mandamientos, y si desdeñareis mis decretos, y vuestra alma menospreciare mis estatutos, no ejecutando todos mis mandamientos, e invalidando mi pacto… Pondré mi rostro contra vosotros, y seréis heridos delante de vuestros enemigos; y los que os aborrecen se enseñorearán de vosotros, y huiréis sin que haya quien os persiga (vs. 14-15, 17).
Pensemos en la frenética salida de Estados Unidos de Afganistán en el año 2021, con gente aterrorizada aferrándose al tren de aterrizaje de los aviones estadounidenses que partían. ¿Qué es esto sino un triste ejemplo de huir “sin que haya quien os persiga”?
Dios promete que por los pecados de los descendientes de Abraham, les impondrá un duro castigo, cuando afirma: “Quebrantaré la soberbia de vuestro orgullo” (v. 19). Gran parte del orgullo de las naciones anglófonas descansa en su poder militar. Quizás ese poder se esté menguando, pero Dios no promete un simple escape. Dice que será un quebrantamiento total y absoluto. Se refiere a las ciudades de los actuales descendientes de las tribus de Israel, que han olvidado a su Creador, y entre ellas se incluyen al Reino Unido y a los Estados Unidos, reducidas por sus enemigos a un estado de devastación.
“Dondequiera que habitéis”, advierte a estos pueblos por medio del profeta Ezequiel, “serán desiertas las ciudades, y los lugares altos serán asolados, para que sean asolados y se hagan desiertos vuestros altares; y vuestros ídolos serán quebrados y acabarán, vuestras imágenes del Sol serán destruidas, y vuestras obras serán deshechas. Y los muertos caerán en medio de vosotros; y sabréis que yo soy el Eterno” (Ezequiel 6:6-7).
Muchas profecías revelan el mismo destino: ciudades destruidas y arrasadas, sus habitantes dispersos por toda la Tierra como sirvientes y esclavos. Viene un día cuando dichas naciones, tan poderosas en su momento, serán aniquiladas, sumidas en la miseria, la impotencia y la total dependencia de la voluntad de sus conquistadores. Es el llamado “tiempo de angustia para Jacob”, en Jeremías 30:7, y el tiempo de “gran tribulación” en palabras de Jesucristo (Mateo 24:21).
Las Escrituras resaltan el destino de los Estados Unidos y del Reino Unido en los últimos días, pero, ¿qué dice de la gran nación alemana? ¿En qué terminarán sus nuevas aspiraciones militares?
Alemania, al igual que los Estados Unidos y el Reino Unido, figura en las páginas de la Biblia, en su forma antigua como la famosa nación de Asiria. Esto también debe confirmarlo el lector por sí mismo. Nuestro folleto gratuito titulado: Alemania en Profecía, ha sido diseñado para ayudar a descubrir esta gran nación moderna, tanto su pasado antiguo como su futuro próximo, dentro de la Palabra inspirada de Dios.
Cuando descubrimos a Alemania en las palabras de los profetas, vemos que su destino es, efectivamente, muy diferente del de los pueblos angloparlantes. A la vez que las naciones angloparlantes decaen, Alemania surgirá a la cabeza de una Europa preparada para la guerra como algo sin precedentes en el mundo. El apóstol Juan escribió sobre la futura potencia bélica, lo que Jesucristo le había revelado en una visión:
“Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad” (Apocalipsis 13:1-2).
Efectivamente, esta encarnación final del Imperio Romano, respaldada por el poder de Satanás, será la culminación de los imperios humanos en toda la historia, y su poderío será algo que nunca antes se había visto en el mundo.
Empleará este poder para hacer la guerra: “Adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?” (v. 4). Los choques de esta inmensa potencia industrial, económica y militar contra otras; como las naciones sumadas del Oriente Medio y África del Norte, así como de ejércitos multitudinarios que llegarán del Oriente pasando el río Éufrates, causará la muerte de miles de millones (ver Daniel 11:40-44; Apocalipsis 9:17-18). Esto, sin embargo, no ocurrirá sin que antes la bestia aplaste y pisotee a los Estados Unidos y al Reino Unido.
¿Se volverá a dar otra victoria militar de los Estados Unidos y del Reino Unido de la magnitud que se vio en el día D? La respuesta segura de la Biblia nos dice que el final de estas naciones será funesto. Si bien puede haber altibajos antes de llegar al final de la era actual, y el regreso de Jesucristo para establecer su Reino en la Tierra, las Escrituras revelan que, dentro de poco, veremos surgir una fuerza imparable en Europa, encabezada por una Alemania plena de renovado poder, y que se propondrá conquistar al mundo… con los pueblos estadounidense y británico completamente vencidos y subyugados.
Un hecho poco conocido sobre el día D, acaecido hace 80 años en el mes de junio, es que existe un debate sobre lo que significa la “D”. Algunos sugieren que se deriva del lenguaje militar que indica el final de la cuenta regresiva de un evento, similar a la “Hora H”. El general de brigada Robert Schultz, escribiendo en nombre del propio general Eisenhower, dijo una vez que se refería a la “fecha de salida” (Depart Date) de una operación anfibia.
Sin embargo, la profecía deja trágicamente claro que el día D que les espera a los Aliados, que una vez ayudaron a salvar al mundo, será un día de derrota, devastación y desolación. Pero esas circunstancias serán temporales, porque Jesucristo regresará poco después de esos humillantes acontecimientos, y traerá a todo el mundo: estadounidenses, británicos y alemanes por igual; al Día D que la humanidad realmente necesita: un día de liberación divina.