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Pongamos orden al desorden

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¿Podemos encontrarle sentido a la confusión espiritual en este mundo? ¿Dónde está la verdadera Iglesia de Dios que sigue las doctrinas y enseñanzas originales de Jesucristo?

Hace poco mi esposa dictó una clase para jóvenes adultas sobre cómo mantener una casa limpia y ordenada. A algunos les parecerá sexista, pero el hecho es que, si una casa se encuentra limpia y arreglada, lo más probable es que la mujer haya sido quien tomó la iniciativa. Voy a repetir alguna información que mi esposa presentó en sus lecciones: Un científico investigador de la universidad de Indiana “encontró que las personas con casa ordenada tienen mejor salud que las de casa desordenada”. Otros investigadores descubrieron que las mujeres “que describían su espacio vital como ‘desordenado’ o lleno de ‘proyectos sin terminar’, presentaban una mayor probabilidad de sentirse deprimidas y fatigadas que las que describían su casa como ‘tranquila’ y ‘un remanso’. Los investigadores también encontraron que las mujeres con casa desordenada presentaban niveles más altos de cortisol, la hormona del estrés” (La poderosa psicología tras la pulcritud, Psychology Today, 11 de julio del 2016).

Quizá nuestras madres sabían, más de lo que creímos, cuando nos insistían: “Dios es un Dios de orden”. Aunque esto no es un mandato que se encuentre en la Biblia, si se encuentra el principio general del orden. Adán fue colocado en un huerto hermoso con la expectativa de que “lo labrara y lo cuidara” (Génesis 2:15, RV 1995); debía conservar su hermosura y no dejar que cayera en el desorden. “Los hijos de Israel subían en buen orden desde Egipto” (Éxodo 13:18, Nácar Colunga). Y debían acampar de manera ordenada (Números 2:1-2).

En nuestros campamentos de verano para jóvenes, la Iglesia del Dios Viviente sigue un principio aprendido del apóstol Pablo, quien enseñó a los miembros de Corinto a mantener el orden y evitar la confusión. Los instruyó así: “Dios no es Dios de confusión, sino de paz” y terminó diciendo: “Hágase todo decentemente y con orden” (1 Corintios 14:33, 40). El tema que trataba era la forma de llevar a cabo los servicios, pero el principio que encierra es válido para todos los aspectos de la vida: las personas sensatas prefieren el orden a la confusión.

Todo lo anterior nos lleva a plantear una pregunta: ¿Por qué reina tanto caos religioso si Dios no es Dios de confusión?

El caos de la cristiandad

El mundo está totalmente confundido respecto al Creador. Cientos de millones de personas se postran ante un surtido de imágenes de madera, metal, piedra o plástico que, según creen, representan santos o dioses. Otros millones más adoran ídolos del corazón: lo que han concebido como dioses en su propia mente.

Según proyecciones del Pew Research Center, en el mundo hay aproximadamente 2.400 millones de cristianos nominales, 1.900 millones de musulmanes, 1.200 millones de hindúes y cientos de millones pertenecientes a otras religiones (Composición religiosa por países, 2010-2050”, 21 de diciembre del 2022). Y dentro de esas religiones hay de todo menos uniformidad. En el islam y el judaísmo hay divisiones mayores y menores, pero el mundo de la cristiandad es el que presenta las mayores confusiones. ¡Ni siquiera hay claridad sobre cuántos grupos cristianos hay! Pero según la Biblia, Dios no es autor de confusión. ¿Entonces, cómo llegamos a semejante desorden?

La humanidad se negó desde el principio a aceptar el dominio de Dios sobre su creación. Cuando se le dio a elegir entre confiar en su Creador, o confiar en sí mismo para decidir sobre el bien y el mal, Adán optó por lo último; y hemos seguido su ejemplo durante toda la historia humana. La Biblia presenta una larga crónica sobre la confianza de la humanidad en sí misma, y las consecuencias que se generaron. Como ejemplo, el libro de los Jueces está entre los más cruentos de la Biblia, y su último versículo revela el problema causa de todo: cuando no hay una autoridad suprema, cada uno se vale por sí mismo: “En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 21:25).

El verdadero Rey, por supuesto, es Dios, pero es la autoridad a la que el hombre menos quiere someterse. Pablo lo explica en Romanos 8:7: “Los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”. El hombre natural, incluidos los que se dicen seguidores de Cristo, rechaza la autoridad de Dios sobre su vida. Por eso Jesús citó al cristianismo falso como primera señal del fin de la era (Mateo 24:3-4). “Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán” (v. 5). Habrá quienes vendrán en su nombre, es decir, afirmando venir bajo su autoridad, aceptarán que Jesús es el Cristo pero engañarán a muchos con su mensaje.

Desorden espiritual

No pueden ser correctas todas las ideas si son contradictorias acerca de Dios y lo que espera de nosotros, aunque algunos se engañen pensando que sí. Así como el desorden físico hace mal a la persona, el desorden espiritual hace mal a la humanidad. Trae estrés, confusión, guerras y pérdida de vidas. Cuando Dios nos dice que no lo adoremos a la manera de los paganos (Deuteronomio 12:29-32), la gente razona: “No importa qué día guardemos, con tal que guardemos uno de los siete”, o bien: “Mientras lo hagamos por Jesús, está bien que celebremos un día santo ‘cristiano’ originalmente dedicado a una diosa pagana de la fertilidad. Y hay un sinfín de justificaciones más, de quienes buscan evadir las enseñanzas claras sobre doctrina que se encuentran en las Escrituras.

En la Biblia, a menudo figura una mujer como símbolo de una iglesia (Efesios 5:31-32). La Iglesia de Dios se representa como una virgen casta y como la novia de Cristo (2 Corintios 11:2; Apocalipsis 19:7-9). Pero Apocalipsis 17 nos presenta un tipo de mujer muy diferente: una mujer sentada a la que se hace referencia como la “gran ramera”. La vemos montada sobre una bestia que tiene siete cabezas y diez cuernos. Sus colores son púrpura y escarlata (v. 4), es responsable de la muerte de los verdaderos siervos de Dios (v. 6), existe entre “pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas” (v. 15), y es sinónimo de “la gran ciudad que reina sobre los reyes de la Tierra” (v. 18). Y como si esto no bastara para identificarla, tiene escrito en la frente un nombre: “BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA” (v. 5).

El nombre Babilonia proviene de la ciudad de Babel, donde los hombres rebeldes quisieron desafiar al propio Dios, quien, en respuesta, confundió su lengua para sofocar la rebelión y dispersarlos por la Tierra (Génesis 11:1-9). Babel fue también el lugar donde gobernó Nimrod y fundó la religión de los misterios. De allí viene el título mencionado. Ahora observemos que esta mujer es una iglesia madre: “Madre de las rameras”. ¡Pensemos lo que esto significa! Tiene hijas salidas de sus entrañas. Es increíble que muchos puedan identificar a la gran ramera, pero no se den cuenta de quiénes son sus hijas… ¡ni que ellos mismos pueden estar asociados con una de esas hijas!

En cambio, la Iglesia de Dios verdadera, no es una organización grande ni influyente en el mundo. Es pequeña (Lucas 12:32) y perseguida. La noche en que fue detenido Jesús para crucificarlo al día siguiente, hizo esta advertencia a sus discípulos: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra” (Juan 15:20). Jesús también nos dice: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13-14).

Vendrá un día en el cual Jesucristo va a intervenir dramáticamente en los asuntos del mundo. En ese momento pondrá orden al desorden, a la confusión y el caos de la religión y la política, y las riñas entre vecinos y naciones. ¡Es el mensaje que proclamamos en El Mundo de Mañana!