Por más de tres años los discípulos viajaron con Jesucristo de pueblo en pueblo, a veces con Jesucristo y a veces sin él. Habían dejado a sus hogares para convertirse en viajeros, para vivir en viviendas temporales. En la última Pascua antes de la muerte de Jesucristo, se sentaron juntos en el aposento de una casa que no era de ellos y escucharon lo que Jesucristo les decía, “En la casa de mi Padre muchas moradas hay. De otra manera, se los hubiera dicho. Voy pues, a preparar lugar para ustedes” (John 14:2).