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La civilización se vino transformando a medida que una religión se extendía por el globo, afectando cuanta cultura tocaba.
En el año 31 de nuestra era, Jesucristo fundó su Iglesia, que debía llevar sus enseñanzas y su mensaje sobre el Reino de Dios a todo el mundo (Mateo 28:19-20). Quienes formaban parte de ese movimiento empezaron a llamarse “cristianos” (Hechos 11:26). Pero antes de trascurrir mucho tiempo, ciertos elementos de esa fe comenzaron a desviarse gravemente de las enseñanzas de Jesús (Judas 3). La religión que nació de esta divergencia, y que mezclaba algunas enseñanzas y prácticas de Jesús con otras enseñanzas y prácticas ajenas a la Biblia, terminó por revestirse del poder y autoridad de Roma y asumió el título público de “cristianismo”.
La mezcla de conceptos bíblicos con ideas paganas representada por esta cristiandad que llegó a tener alcance global, así como las maneras extraordinarias que Dios utilizó para preservar la fe pura y las enseñanzas del cristianismo verdadero entre su “manada pequeña”; serán el tema de artículos futuros en esta serie. En todo caso, la historia es clara: la religión híbrida que ha utilizado el nombre de Cristo, ha tenido enorme influencia sobre la civilización, con repercusiones en todo el mundo.
Ese impacto pronto comenzó en el Imperio Romano. El exprofesor de sociología doctor Alvin Schmidt destaca una observación de Elwood Cubberly, en el sentido de que las enseñanzas de Jesucristo eran un desafío a “casi todo lo que había representado el mundo romano”. El doctor James Kennedy escribió: “La vida era prescindible antes de la influencia del cristianismo… En aquellos tiempos el aborto era rampante. El abandono era cosa común: sacar a los bebés débiles o indeseados al bosque o a la montaña a que murieran de hambre o fueran presa de animales salvajes era cosa corriente… Con frecuencia se abandonaba a las niñas recién nacidas porque se consideraba que las mujeres eran inferiores”.
Los romanos promovían competencias brutales de gladiadores en las cuales miles de esclavos, criminales condenados y prisioneros de guerra se vapuleaban y masacraban para entretener al público. Autores romanos indicaron que “la actividad sexual entre hombres y mujeres era altamente promiscua y esencialmente depravada antes y durante el período en que aparecieron los cristianos en la sociedad romana”, y que el homosexualismo era extendido entre los griegos y romanos paganos, en especial en lo que atañe a hombres con niños. Las mujeres estaban relegadas a un estatus bajo en la sociedad, donde recibían poca educación, no podían hablar en público y se consideraban propiedad del marido.
Con la difusión de este “cristianismo” en la región, las partes de sus enseñanzas que correspondían a la verdad bíblica tuvieron un impacto profundo. Ante las prácticas paganas se presentaban los principios bíblicos respecto del estatus de la mujer y la importancia de la familia (Efesios 5:22-33; 6:1-4), la santidad de la vida humana creada a la imagen de Dios (Génesis 1:26) y el carácter abominable de la inmoralidad sexual y el homosexualismo (1 Corintios 6:9-10). Con el tiempo, los emperadores romanos incluso prohibieron marcar a los criminales y practicar la crucifixión; y pusieron fin a las brutales competencias de gladiadores que habían prevalecido durante casi siete siglos. Así se puso en práctica una de las reformas más importantes en la historia moral de la humanidad. En palabras del historiador Cristopher Dawson, los cambios generados por la difusión de estas ideas señalaron “el comienzo de una nueva era en la historia universal”.
Estos cambios no se limitaron al Occidente. En la India, la influencia de los principios bíblicos acabó con el satí, la práctica de quemar a las viudas en la pira funeraria del marido. En África detuvo la muerte de las esposas y concubinas al morir el jefe de una tribu, reprimió el canibalismo y contribuyó a acabar con el tráfico de esclavos en el siglo 19.
Pese a lo anterior, y si bien llevaba en sus doctrinas y catecismo ciertas enseñanzas bíblicas, este “cristianismo” era una religión de sincretismo que unía algunas enseñanzas de Jesús con otras creencias, prácticas y actitudes provenientes de muchos de los pueblos que se pretendía “transformar”.
Muchos de los mismos eruditos que reconocen los beneficios traídos al mundo por ese “cristianismo”, también reconocen que su creciente influencia a menudo se lograba por medios anticristianos y antibíblicos. No se puede negar la historia de movimientos como la inquisición, que convertía a la fuerza a los judíos y musulmanes en Europa y otras regiones so pena de tortura y muerte. Jesús enseñó: “Mi Reino no es de este mundo; si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían” (Juan 18:36). Pero la religión que difundía su nombre tenía otra opinión cuando lanzó las Cruzadas y otros esfuerzos militares para abrir espacios donde pudiera acrecentar su influencia.
En versiones de este “cristianismo” tanto católicas como protestantes, existía la costumbre de ejecutar en la hoguera o la horca, por decapitación o de otros modos a los herejes y los renuentes a convertirse. La religión que estaba transformando al mundo se llamaba “cristianismo”, pero en realidad no era la religión fundada por Jesucristo.
Aun así, el impacto de esa religión continúa siendo visible en la civilización occidental. Los historiadores del cristianismo han observado que “para la Edad Media, el cristianismo había dado forma a la cultura occidental y seguiría influyendo en la cultura adondequiera que se extendieran sus enseñanzas”. La caridad promovida por las enseñanzas bíblicas con respecto al prójimo (Lucas 10:30-37), dio origen, con el tiempo, a hospitales, orfelinatos, hogares de ancianos, atención a los pobres, los desvalidos y los carentes de techo. Incluso algunas de las universidades más grandes y destacadas de nuestros días se fundaron con fines “cristianos”.
Aunque los críticos sostienen que la religión cristiana obstaculizó el avance de la ciencia, la historia dice lo contrario. El doctor Rodney Stark, profesor de sociología y religión comparada, afirmó: “Las principales figuras científicas de los siglos dieciséis y diecisiete eran en su gran mayoría cristianos devotos, que consideraban su deber el comprender la obra de Dios”. En contraste con las religiones asiáticas sin Dios y los dioses caprichosos de otras religiones, el Dios de la Biblia es un Ser racional cuya creación se rige por leyes que se pueden descubrir y aplicar a la solución de problemas para bien de la humanidad (Salmos 19:1; Proverbios 25:2), y este concepto fue “esencial para el surgimiento de la ciencia”.
Los críticos ateos pueden mofarse de las creencias bíblicas y las supersticiones de la cristiandad tradicional, pero lo hacen mientras disfrutan de los beneficios de vivir en una cultura edificada sobre muchas de las convicciones que ellos aborrecen. Aunque desde muchos puntos de vista parece estar en decadencia por el momento, la Biblia profetiza que aquel cristianismo apóstata surgirá de nuevo con poder, no solo para influir en el mundo, sino para conquistarlo (Apocalipsis 6:1-2); y eso lo pondrá en conflicto con el cristianismo verdadero que pretendió acabar (Apocalipsis 13:11-17).
De un modo muy real, el punto decisivo en la historia representado por la difusión de esa mezcla de cristianismo y paganismo, puede ser presagio de un punto aún más decisivo en el futuro.