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Muchas personas se inquietan pensando que los sucesos mundiales han tomado un giro peligroso. La propagación de la violencia, el salvajismo y la corrupción en los gobiernos y las sociedades son temas que dominan las noticias. Muchos ven la erosión de los valores judeocristianos en la sociedad occidental y la consiguiente descomposición moral, y se preguntan: ¿Adónde nos llevan estas tendencias? ¿Qué nos trae el futuro? Mientras los críticos se mofan, las profecías bíblicas revelan que el mundo se precipita hacia un hito decisivo en su historia.
Hace casi 2.000 años, Jesucristo les prometió a sus discípulos que regresaría (Juan 14:1-3) y establecería su Reino en la Tierra (Daniel 7:27; Hechos 1:6). También predijo que su segunda venida sería una sorpresa para muchos (Mateo 24:44). Al mismo tiempo, les dijo a los creyentes que “velaran” y que una serie de hechos indicarían que su regreso estaba cerca (ver Mateo 24). Una señal destacada que aparecería antes de su regreso es que las condiciones del mundo estarían como las de cierto momento histórico que precedió a otra crisis mundial: “Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre” (Mateo 24:37). ¡Lo que estamos presenciando es ¡cómo cobra vida ante nuestros ojos el cumplimiento de las profecías para el tiempo del fin!
Muchos suponen que la historia bíblica de Noé es un simple mito. Sin embargo, Jesús se refirió a los sucesos en los tiempos de Noé como hechos. El apóstol Pablo nos advierte que aprendamos de aquellas cosas porque “están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Corintios 10:11). En la época de Noé, Dios intervino dramáticamente en los asuntos humanos por motivos determinados, y esos motivos están resurgiendo en este tiempo. La Biblia narra que Dios le puso fin a aquella civilización porque “la maldad de los hombres era mucha… y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal… Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la Tierra llena de violencia… porque toda carne había corrompido su camino sobre la Tierra” (Génesis 6:5-12). La humanidad había abandonado a Dios y sus caminos y se había entregado al mal. Por eso fue que Dios destruyó al mundo antiguo en un diluvio.
Las Escrituras y fuentes históricas revelan semejanzas inquietantes entre la época de Noé y la nuestra. La Biblia dice que los hombres en tiempos de Noé “tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas” (Génesis 6:2). Considerando la maldad que caracterizaba la época, los eruditos rabínicos observaron hace 1.500 años que estas uniones probablemente incluían uniones con esposas de otros hombres, con otros hombres e incluso con animales. La influencia de esta conducta pervertida continuó después del diluvio con un acto homosexual que cometió Canaán contra su abuelo Noé, sin que este se diera cuenta porque estaba en estado de embriaguez (Génesis 9:20-25). La Biblia dice que este tipo de actividad sexual es una “abominación” (Levítico 18:22). Dios puso fin a una civilización que se había desviado totalmente del camino, una civilización repleta de violencia, perversión y todo tipo de mal; y la constancia histórica quedó preservada como advertencia para nosotros.
Tanto la Biblia como la historia demuestran que las civilizaciones humanas tienden a desviarse de las normas de conducta bíblicas. Las ciudades de Sodoma y Gomorra son un vívido ejemplo de cómo la maldad humana genera castigo divino. La Biblia afirma que el principal motivo de la destrucción de Sodoma y Gomorra fue el homosexualismo desenfrenado de sus habitantes. Cuando dos ángeles visitaron a Lot, quien vivía en Sodoma, “los hombres de la ciudad de Sodoma rodearon la casa. Todo el pueblo sin excepción, tanto jóvenes como ancianos, estaba allí presente… Llamaron a Lot y le dijeron: ¿Dónde están los hombres que vinieron a pasar la noche en tu casa? ¡Échalos afuera! ¡Queremos acostarnos con ellos!” (Génesis 19:1-5, NVI). El profeta Ezequiel asevera que otros pecados de Sodoma eran “soberbia, gula, apatía e indiferencia hacia el pobre y el indigente” (Ezequiel 16:49-50, NVI). Sin embargo, la narrativa bíblica se refiere a las actividades características de las ciudades de Sodoma y Gomorra como “abominación” ante Dios, y es así como Él ve las prácticas sexuales pervertidas (Levítico 18:6-24). Como resultado de esos pecados, “el Eterno hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego” (Génesis 19:24). Los arqueólogos han descubierto restos de asentamientos antiguos de la Edad del Bronce, situados cerca de Bab edh-Dhra en el borde suroriental del mar Muerto, los cuales revelan indicios de destrucción por sismo y fuego. ¡El castigo de Dios por el mal fue definitivo!
Una seria lección para nosotros es que en toda la historia la gente ha pasado por alto y menospreciado las advertencias de un juicio divino que se aproximaba. Noé fue un “pregonero de justicia” (2 Pedro 2:5), quien durante 120 años advirtió a su generación que su fin se acercaba (Génesis 6:3); pero solo ocho personas, él y su propia familia, hicieron caso. Los yernos de Lot pensaron que “se burlaba” cuando les dijo que huyeran de Sodoma porque la ciudad sería destruida (Génesis 19:14). El profeta Ezequiel advirtió reiteradamente a las naciones de Israel y Judá que Dios las castigaría porque, olvidando los motivos de la destrucción de Sodoma y Gomorra, ellas estaban cometiendo las mismas abominaciones (Ezequiel 16:46-52)… y las consecuencias para estas naciones fueron terribles.
El apóstol Pablo predijo que “en los postreros días” los hombres serían “amadores de sí mismos, avaros… soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres… sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores… amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3:1-5). Esta es una descripción acertada de nuestro mundo moderno. Nuestra sociedad es cada vez más violenta y corrupta, tal como en los días de Noé. Decapitaciones, crucifixiones y tortura aparecen de nuevo en las noticias. En el mundo occidental el adulterio, la fornicación, la pornografía y el divorcio están fuera de control. El homosexualismo y el matrimonio entre personas del mismo sexo, que antes se condenaban como conductas pervertidas, ahora se aceptan y se promueven como “estilos de vida alternativos” y se están extendiendo en naciones que antes decían creer en la moralidad bíblica. El asesinato de niños sin nacer mediante el aborto ha ganado aceptación.
Cuando las sociedades hacen a un lado las lecciones de la historia y comienzan a vivir como si no hubiera un Dios, como si no hubiera bien y mal, eso trae consecuencias. David escribió en los Salmos: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmos 14:1) y que “todas las gentes que se olvidan de Dios” serán destruidas (Salmos 9:17). Varios profetas advirtieron a los antiguos israelitas que, por olvidarse de Dios, sufrirían el castigo divino (Oseas 8:14; Jeremías 13:24-27); y este incluía derrotas militares, destrucción de sus ciudades y cautiverio en el extranjero. Moisés también hizo esta advertencia a los israelitas: “Después de mi muerte, ciertamente os corromperéis… y … os ha de venir mal en los postreros días, por haber hecho mal ante los ojos del Eterno, enojándole con la obra de vuestras manos” (Deuteronomio 31:29). Esta es precisamente nuestra situación actual. Pese a las advertencias antiguas, las profecías bíblicas revelan que “en los postreros días vendrán burladores” y que estos, olvidando las lecciones de la historia, despreciarán las advertencias y se mofarán de la idea del regreso de Cristo (2 Pedro 3:1-10). Recordemos la grave observación de George Santayana: “¡Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo!” A medida que el mundo se acerca a otro acontecimiento crítico, la pregunta es: ¿Va a olvidar, o va a recordar las lecciones de la historia? [MM]