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Las naciones de Occidente han dominado gran parte del mundo durante casi cinco siglos. En ese tiempo, las naciones europeas y más tarde los Estados Unidos, llegaron al poder y extendieron la influencia de la civilización occidental por buena parte del globo. China y Japón se abrieron por coerción al comercio europeo y estadounidense. Las potencias occidentales subyugaron y fraccionaron África, la India y gran parte de Asia. El Imperio Ruso cayó en manos comunistas y luego perdió la Guerra Fría con el Occidente.
Pero las páginas de la historia también nos han traído, en los últimos decenios, al comienzo de una nueva era. Los especialistas señalan que en el siglo XX “la expansión del Occidente” llegó a su fin y “comenzó la revuelta contra el Occidente” a medida que otras civilizaciones emergían en el escenario mundial (The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, Samuel P. Huntington). Hoy nos encontramos en otro momento decisivo en la historia, “uno de aquellos raros momentos en la historia en que el eje político y económico del mundo va cambiando de dirección” alejándose del Occidente y apuntando hacia el Oriente (The Dawn of Eurasia, Bruno Maçães).
¿Qué impacto tendrá sobre el mundo este gran cambio, en el que surgen las civilizaciones de Oriente, desafiando a las potencias occidentales y su predominio en el mundo? Mientras los analistas seculares procuran discernir el futuro geopolítico, pocos se imaginan que ciertos hechos decisivos en el futuro se predijeron hace mucho tiempo en las antiguas profecías de la Biblia. Menos aún reconocen el significado profético de los acontecimientos actuales que empiezan a parecerse a los predichos para los tiempos previos al regreso de Jesucristo. Muchos han olvidado que Dios es quien guía el curso de la historia y que Él levanta naciones y las derriba conforme a su propósito (Job 12:23; Daniel 2:21; 4:17).
Profecías para el tiempo del fin
Alrededor del año 539 AC, el profeta hebreo Daniel, quien se encontraba entre los cautivos judíos en Babilonia, recibió una revelación detallada acerca del futuro lejano. En Daniel 11:40-45, escribió que “al cabo del tiempo” el Rey del Sur (una fuerza árabe musulmana) provocará o atacará al Rey del Norte (una potencia europea en los tiempos del fin), que luego invadirá el Oriente Medio y ocupará Jerusalén (vea el artículo en esta serie: El último resurgimiento de Europa, edición de marzo y abril del 2019, página 14). Daniel también profetizó en el versículo 44: “Noticias del Oriente y del Norte lo atemorizarán y saldrá con gran ira para destruir y matar a muchos”. Rusia queda al norte de Jerusalén; e Irak, Irán y China quedan hacia el este. Otras profecías, en Apocalipsis 9, indican que esta potencia europea lanzará una ofensiva de cinco meses hacia el norte y oriente y esto precipitará una fuerte respuesta militar que dejará muerta a la tercera parte de la humanidad. Desde la perspectiva de la profecía bíblica, no es coincidencia que hayan emergido una Rusia nueva y agresiva y una China más atrevida mientras el poder e influencia del Occidente van decayendo.
El regreso de Rusia
Rusia está gobernada actualmente por Vladimir Putin, dedicado nacionalista y antiguo operativo de la KGB, con fuertes convicciones ortodoxas. Decepcionado por el colapso de la Unión Soviética y el fracaso del marxismo, su objetivo ha sido unir a un país fragmentado y, como un Pedro el Grande moderno, restablecer el orgullo nacional de Rusia. Recuerda a su pueblo que ellos lograron repudiar las invasiones lanzadas desde el oeste por Napoleón y los nazis. Bajo su liderazgo, la Iglesia Ortodoxa ha reemplazado al partido comunista como fundamento de la sociedad rusa. Como bien observó Samuel Huntington: “Para los pueblos que buscan una identidad y reinventan su etnicidad, son esenciales los enemigos” (Huntington, pág. 20). Para muchos, entre ellos Putin, Estados Unidos y otros países de la civilización occidental son buenos candidatos para cumplir ese papel.
Como líder de una de las naciones fundamentales dentro de la civilización ortodoxa, Putin se inquieta ante la ampliación de la OTAN en Europa Oriental y ante las incursiones económicas y culturales chinas en el Oeste de Eurasia. Su alternativa es formar una zona de influencia rusa, la Unión Económica Eurasiática (UEE), que se contraponga al peso de la Unión Europea y a la influencia de la iniciativa China conocida como la Nueva Ruta de la Seda. Esto, pese a que China y Rusia tienen en común tanto su pasado comunista como su distanciamiento histórico de los valores occidentales. Considerando el pasado de Putin en la KGB, no es extraño que, a medida que crece su poder, Rusia haya vivido más autoritarismo y la brutal supresión de la disidencia. La reciente anexión de Crimea y del Oriente de Ucrania, regiones principalmente rusas y ortodoxas, permite vislumbrar cómo se comportará en el futuro una Rusia más agresiva.
El despertar de China
Eurasia, la masa terrestre más grande del globo, que reúne una enorme población y los recursos del mundo, queda al oriente de Jerusalén. En esta región se concentran varias de las economías más grandes del mundo. El país más dinámico y formidable en Eurasia es
China, cuyo dirigente actual, el presidente Xi Jinping, busca restaurar su grandeza tras casi un siglo de humillación ante las potencias occidentales. El gobierno chino, como el ruso, necesita un enemigo “para reforzar su apelación al nacionalismo chino y legitimar su poder, papel que cumplen Estados Unidos y el Occidente” (Huntington, pág. 224). La meta de China bajo la guía del presidente Xi es asumir su papel histórico de líder en Asia y convertirse en protagonista en el escenario mundial. Con este fin, está promoviendo su iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda que invierte recursos inmensos en la construcción de carreteras, ferrovías, puertos, centrales de energía y conducción; a través de Asia y por todo el mundo. Su propósito es promover el comercio y abrir mercados para la mano de obra y productos chinos y darle a China acceso a recursos como petróleo, gas, carbón y minerales; que su creciente economía reclama con desesperación.
Sin embargo, el liderazgo agresivo del presidente Xi ha despertado inquietud entre los vecinos de ese país y otras potencias mundiales. Los cuantiosos préstamos a países menos desarrollados los inclinaría más a apoyar los intereses chinos. Algunos temen que los proyectos de desarrollo de infraestructura y transporte servirían para el traslado de tropas militares. Xi, al igual que Putin, se ha mostrado dispuesto a sofocar con fuerza las voces de disidencia internas y se ha comprometido a proteger los intereses y los ciudadanos de su nación en el exterior. Para proteger sus intereses, recientemente China estableció una base militar en Yibuti, sobre el mar Rojo.
Unos ven el aumento de presencia y actividades militares en el mar del Sur de China como una provocación, pero China las considera medidas defensivas para asegurar que nunca más se sienta amenazada por potencias extranjeras. China y Rusia han realizado ejercicios militares conjuntos y ninguna de las dos tiene intenciones de dejarse dominar por las naciones del Occidente. Su objetivo es alcanzar y reemplazar al Occidente, a la vez que trabajar por establecer un nuevo orden político más acorde con sus intereses (Maçães).
Hoy que vemos la era de la dominación occidental llegando a su fin, y el centro de gravedad pasando al Oriente; los observadores señalan que “el surgimiento de China es posiblemente el origen de una gran guerra entre civilizaciones” (Huntington). Unas naciones procurarán impedir o contener este cambio, mientras que otras desearán unir fuerzas con las civilizaciones emergentes. En su libro: China’s Asian Dream, el analista económico Tom Miller recuerda a los lectores que Napoleón describió a China como un león dormido que “sacudirá al mundo” cuando se despierte. En el futuro choque de civilizaciones, predicho hace mucho tiempo en la profecía bíblica, ¡el rugido del león y sus aliados ciertamente se hará sentir en todo el mundo! [MM]