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El misterio del futuro cautiva la imaginación de la juventud cuando tratan de visualizar la vida que les espera. Los niños se preguntan cómo será su futuro. Un muchacho tal vez diga que de grande quiere ser piloto de aviones. Uno de mis hijos quería operar equipos pesados de construcción, y ahora mi nieta quiere ser princesa. Lo más común es que las aspiraciones juveniles cambien de objetivo a medida que los niños van creciendo y conociendo mejor sus propias aptitudes y gustos. Pero un joven siempre querrá saber algo sobre su futuro personal.
Hay sociedades donde el futuro está cargado de promesas para los jóvenes. Muchos conocemos las ceremonias de graduación en colegios y universidades, donde un orador quizá les diga a sus oyentes que el futuro será lo que ellos, individual y colectivamente, hagan de este; o si se esfuerzan mucho y escuchan su corazón, luchando por una meta personal meritoria, la alcanzarán. Hay sociedades donde el futuro y buen nombre de toda una familia descansa sobre los hombros de una persona joven que recibe una gran oportunidad de instruirse o de alcanzar el éxito. Sin duda, el futuro encierra muchas posibilidades.
A pesar de tantas posibilidades, muchos adultos llegan a sentir que les falta algo, que su futuro no resultó como esperaban.
Hace mucho tiempo había un joven que por herencia tenía su carrera y sus muchas posibilidades prácticamente garantizadas. Recibió instrucción personal con los mejores tutores y contaba con recursos casi ilimitados para viajar y conocer. Su futuro estaba virtualmente asegurado. Cuando llegó a adulto y asumió el mando de su nación, su reputación como líder reflexivo y práctico aumentó dramáticamente. Esa persona era el rey Salomón de Israel. “Dios dio a Salomón sabiduría y prudencia muy grandes, y anchura de corazón como la arena que está a la orilla del mar. Era mayor la sabiduría de Salomón que la de todos los orientales, y que toda la sabiduría de los egipcios. Aun fue más sabio que todos los hombres… venían de todos los pueblos y de todos los reyes de la Tierra, adonde había llegado la fama de su sabiduría” (1 Reyes 4:29-31, 34).
El rey Salomón podía llevar a cabo cualquier proyecto que quisiera, pero algo le faltaba en la vida. Hoy muchos jóvenes, al igual que este rey, quieren alcanzar éxito, felicidad y satisfacciones; pero encuentran que en realidad no conocen el camino. La búsqueda de cosas materiales, que tanto atrae a la juventud, pierde interés y se siente hueca con el tiempo. Salomón aprendió esta lección: “Fui engrandecido y aumentado más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; a más de esto, conservé conmigo mi sabiduría. No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda mi faena. Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del Sol” (Eclesiastés 2:9-11).
La vida es más que dinero y cosas materiales, cosa que muchas personas no han comprendido hasta muy avanzado su camino en la vida. Los jóvenes deben planear lo mejor que puedan para el futuro. Deben desarrollar capacidades e intereses que les sirvan para ver por una familia en el futuro. Pero todos, jóvenes y viejos, debemos recordar que todo lo que logremos en lo material, no podrá compensar la ausencia de un sentido más profundo en la vida.
Alguien más sabio que Salomón dijo: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee… La vida es más que la comida, y el cuerpo que el vestido” (Lucas 12:15, 23). El Dios que habló estas palabras cuando andaba entre nosotros hace 2.000 años, comisionó a su Iglesia para que enseñara un camino de vida que trascienda la abundancia material. Es un camino lleno de emociones y satisfacciones. Vale la pena seguirlo. [MM]