Para hacer una búsqueda avanzada (buscar términos específicos), escriba juntamente los criterios de interés como se muestra en los siguientes ejemplos:
Hace poco me llamó la atención un comentario en Twitter: “Los niños cuestan unos catorce mil dólares anuales. Pero piense en el dinero que se ahorra al haber perdido su vida social”. Fue una observación humorística pero correcta: ¡los hijos sí son costosos!
No es extraño que en el 2018 la tasa de nacimientos haya continuado su descenso en muchos países. Mucha gente piensa que traer hijos al mundo sencillamente es demasiado caro, especialmente si hay que ponerlos en una guardería, y luego proveerles el último teléfono celular y el calzado de moda entre sus compañeritos. ¿Estaremos olvidando algo?
En el Salmo 127 leemos: “Como flechas en la mano del héroe, así los hijos de la juventud. Dichoso el hombre que ha llenado de ellas su aljaba; no quedarán confusos cuando tengan pleito con sus enemigos en la puerta” (vs. 4-5, Biblia de Jerusalén).
A los ojos de Dios, tener una aljaba o carcaj llena de hijos ¡es bueno! ¿Qué podemos aprender de esta sencilla analogía? ¿Por qué se refiere a los hijos como “flechas en la mano del héroe”, o “del valiente”, según otras versiones? Veamos si esta metáfora inspirada nos ayuda a replantear nuestra perspectiva sobre los hijos.
La humanidad se ha valido del arco y la flecha desde tiempos muy antiguos. La capacidad de lanzar un proyectil al aire con fuerza y precisión resulta valiosa tanto en la cacería como en la guerra. Para que una flecha cumpla su propósito, debe reunir ciertas características esenciales.
En mi caja de objetos curiosos tengo una punta de flecha indígena. Me la regaló un señor de edad en el Sur del estado de Arkansas. Vivía cerca de una zona frecuentada por algunas tribus indígenas en el pasado y, con los años, había encontrado decenas de esas puntas. La pequeña cuña plana de piedra gris es una obra de arte. Se ven y se sienten las marcas donde fueron tallando la piedra, afilándola hasta darle la forma de un diamante. Los arqueros actuales usan flechas con punta muy similar. Las puntas modernas generalmente son de metal y cortantes como una cuchilla, pero la finalidad es la misma. Esta es la parte de la flecha que cumple el efecto, ya que está diseñada para penetrar en el blanco. Es preciso afilarla, pulirla y darle la forma precisa para que cause el mayor efecto. El hecho de fijar esta punta a la flecha le permite al arquero extender su poder mucho más allá del alcance del brazo.
La segunda parte de la flecha es el cuerpo o vara, llamado también el astil. Antiguamente se hacía de madera, pero hoy también puede ser de fibra de vidrio, aluminio o carbono. La vara debe ser perfectamente recta y lo bastante fuerte para volar por el aire con precisión. Al mismo tiempo, debe tener la rigidez adecuada. La vara se dobla al abandonar el arco, absorbiendo energía de la cuerda. Luego se endereza y vuela hacia el blanco. Si su rigidez es insuficiente, o si es demasiada, la flecha perderá precisión.
Las plumas o tiras plásticas van en el extremo trasero de la vara. Podría pensarse que son decorativas, pero tienen por objeto estabilizar la flecha durante el vuelo. Si el emplumado es helicoidal, o en espiral, hace rotar la flecha, dándole más estabilidad y precisión. Estas plumas también puede ser un recurso para hacer más visible una flecha perdida, pero en realidad, su fin primordial es imprimir mayor estabilidad y precisión.
El talón está situado al final de la flecha, es una piecita que antiguamente se hacía de hueso o cuerno, pero que hoy comúnmente es de plástico. La función del talón es afianzar la flecha en la cuerda por medio de una muesca. Allí la retiene firmemente mientras se tensa la cuerda y luego la suelta al disparar. El talón es una pieza muy importante como punto donde se transfiere la energía de la cuerda a la flecha.
Al examinar las partes de una flecha y cómo funcionan, se van aclarando las lecciones que podemos derivar de la analogía bíblica.
Dios planteó claramente a los antiguos israelitas su responsabilidad de transmitir sus leyes a sus hijos e hijas: “Las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:7). Les ordenó que, así como se le da forma a una punta de flecha, formaran, afilaran y pulieran a sus hijos en la comprensión de su camino. Los padres de hoy tienen el mismo mandato. Cuando enseñamos a nuestros hijos a convertir la Palabra de Dios en parte de su vida, les ayudamos a atravesar la neblina cultural, y discernir lo que realmente es el bien. Hebreos 4:12 nos dice: “La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”.
A manera de la vara, que forma el cuerpo principal de la flecha, podemos establecer costumbres de vida con nuestros hijos para guiarlos hacia el futuro. Podemos inculcar hábitos de bondad, cortesía, respeto y honradez en su vida diaria. Una mente dotada de verdadera sabiduría y costumbres de vida que sean rectas y correctas, darán a nuestros hijos una gran posibilidad de salir adelante en la vida.
Las plumas y el talón completan el panorama. A medida que crecen los niños, necesitan la guía y el estímulo constantes de sus padres para dar estabilidad a su vida, así como el emplumado da estabilidad a la flecha. Nosotros proveemos gran parte de esa estabilidad cuando son pequeños, y cuando van creciendo llegan a su vida otros mentores. El talón puede representar la relación estrecha que los une con sus padres. El amor de una madre y un padre por sus hijos debe establecer un lazo inquebrantable de corazón y mente. Sin embargo, como madres y padres, también comprendemos que nuestros hijos ya crecidos deben lanzarse a su propia vida, formando nuevas familias como lo hicimos nosotros.
En Génesis 18:19, Dios dijo lo siguiente acerca de Abraham: “Yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino del Eterno, haciendo justicia y juicio, para que haga venir el Eterno sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él”.
Leyendo estas palabras, entendemos lo importante que era para Dios que Abraham proyectara su obediencia, fidelidad y honradez al futuro por medio de sus hijos, nietos y las siguientes generaciones. Al llevar una vida de fe y enseñar a su hijo a llevar una vida de fe, Abraham trascendió poderosamente en el futuro.
Nosotros podemos hacer lo mismo. Traer hijos al mundo es una bendición y una proyección hacia el futuro. Al instruirlos, formarlos y aguzar su entendimiento del camino de vida que Dios desea, los estamos preparando para tener un impacto mucho más allá de nuestro pequeño círculo o influencia actual. Un héroe con la aljaba llena de flechas afiladas puede hacer frente al enemigo con confianza, sabiendo que puede proyectar su fuerza para defender a los suyos. Esa bendición que son los hijos nos da la oportunidad de traer al mundo “una descendencia para Dios” (Malaquías 2:15) y de proyectar por medio de ellos los principios, creencias y convicciones que tanto valoramos a la próxima generación… ¡y mucho más allá! [MM]