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Todo el cuerpo humano es un milagro de la creación y una muestra extraordinaria de la ingeniería divina. Y la sangre es en sí una señal maravillosa del diseño inteligente realizado por Dios.
No la vemos pero sabemos que está allí, justo debajo de la piel. Si no fuera así, ¡estaríamos muertos!
La sangre, materia vital, roja y espesa, fluye continuamente por todo el sistema circulatorio manteniéndonos con vida. ¿Cómo lo hace? ¿Por qué es tan importante la sangre y qué es lo que hace por nosotros?
La sangre cumple múltiples funciones que hacen posible la vida. Es una sustancia diseñada ingeniosamente para cumplir varios objetivos. Quizás una escena imaginaria nos ayudará a entenderla.
Imaginemos a un chico jugando con sus amigos un partido de baloncesto en la cancha del barrio. Le ha pasado la pelota un compañero y ahora corre precipitadamente hacia la cesta, abriéndose paso entre la defensa para anotar una canasta. Al hacerlo, choca con otro jugador y cae el piso. Los demás extienden la mano para levantar a su amigo y animarlo a continuar. Antes de reanudarse el juego, el chico nota que el codo le sangra un poquito, pero no mucho. Limpiándose la sangre sin ninguna preocupación, se lanza de nuevo al juego sin perder la sonrisa.
El joven quizá no se dé cuenta que la sangre humana, gracias a su extraordinario diseño, ha podido realizar por lo menos cinco funciones cruciales que hacen posible el partido, ¡y su vida! Son cinco cometidos que la sangre debe cumplir día tras día para cada uno de nosotros.
La sangre es el sistema de transporte dentro del cuerpo. Cada una de sus células, entre 20 y 40 millones de ellas, recibe continuamente oxígeno y nutrientes, y elimina sus productos de desecho por medio de la sangre que fluye entre la extensa red fibrosa de venas, arterias y capilares, que recorren todo el cuerpo.
Las células musculares de nuestro jugador de baloncesto se alimentan de los nutrientes que la sangre transporta desde el sistema digestivo, al igual que las hormonas que regulan y motivan su cuerpo; adrenalina para aumentar su ritmo cardíaco y preparar sus músculos, proteínas para construir y mantener sus huesos y tejidos, y el combustible obtenido del desayuno que disfrutó antes; todo lo lleva a sus células hambrientas, sin parar, en cada momento, mientras se dirige hacia la canasta.
Al exigir más a los músculos, estos claman pidiendo más oxígeno para quemar como combustible. Los pulmones absorben aire y es la sangre, específicamente las células altamente especializadas llamadas eritrocitos, o glóbulos rojos, lo que lleva el oxígeno adonde se necesita. Estos eritrocitos, fabricados en la médula ósea, son como discos simétricos lisos con una depresión redonda en el centro de cada lado. Se distinguen de las demás células del cuerpo en que no tienen núcleo central. Lo que contienen es la proteína llamada hemoglobina, que se aferra al oxígeno de los pulmones y lo entrega a otras células que encuentra en su viaje por el organismo. La hemoglobina pasa por los vasos sanguíneos microscópicos, y así ninguna célula queda privada del oxígeno que requiere continuamente.
Cuando el eritrocito llega a una célula, intercambia su oxígeno por dióxido de carbono, producto de desecho, y lo transporta a los pulmones, que lo liberan con cada exhalación. A cambio, recibe una nueva recarga de oxígeno para su siguiente viaje. La sangre transporta no solo dióxido de carbono, sino otros productos de desecho que van al hígado o a los riñones. Estos órganos filtran la sangre y la dejan lista para continuar su incesante viaje cargada de más material.
Pie de foto: Esta plaqueta sanguínea ha detectado una brecha en un vaso sanguíneo. Está extendiendo sus tentáculos que le permitirán recolectar materiales de la sangre para sellar la abertura.
Hay otras dos funciones clave de la sangre, que se activaron cuando nuestro joven atleta se lastimó el codo.
Tan pronto se rompieron los vasos sanguíneos, la sangre comenzó a sellar la rotura. Ciertas estructuras en la sangre, como las plaquetas, llamadas también trombocitos, se acumularon en el revestimiento de los vasos en el lugar de la lesión. Las plaquetas, que también se forman en la médula ósea, responden a señales del vaso sanguíneo lesionado, extendiendo una especie de ramas o tentáculos que les permiten adherirse y formar un sello sobre la abertura. Al hacerlo, envían señales a la sangre pidiendo más plaquetas. Finalmente se forma un coágulo que sella la rotura, lo que mantiene la sangre dentro de los vasos y da al cuerpo la oportunidad de sanar.
El funcionamiento de las plaquetas está muy regulado por el cuerpo. Si la coagulación es demasiado lenta, la persona se arriesga no solo a una infección sino a desangrarse. Y si la sangre se coagula demasiado rápido o con mucha facilidad, puede formar coágulos peligrosos que causen otras lesiones, e incluso un infarto cerebral. La coagulación de la sangre humana es un mecanismo increíblemente refinado, que demuestra el grado de precisión de un Creador amoroso ¡y un Diseñador genial!
Volvamos a nuestro jugador de baloncesto. Todavía no está fuera de peligro. Cuando se hirió el codo, la abertura en la piel dio entrada inmediata a bacterias y otros organismos microscópicos invasivos, capaces de causar una peligrosa infección.
¡Pero la sangre ya está en plena acción! Ahora llegan los glóbulos blancos, o leucocitos, dispuestos a destruidor a los invasores y proteger al chico contra una grave infección. Los glóbulos blancos forman parte de una de las grandes maravillas de la creación: el sistema inmunológico humano, del cual escribimos en mayor detalle en nuestro artículo: Guerra bajo nuestra piel, publicado en nuestra edición de julio y agosto del 2018. Basta decir aquí que la sangre lleva un ejército microscópico que está siempre alerta a la presencia de cualquier enemigo que se presente. Sin este ejército movilizándose constantemente, ¡nuestra vida sería breve y dolorosa!
Finalmente, cuando los compañeros le ayudan al jugador a levantarse, él se limpia el sudor de la frente. ¡Está caluroso! Aquí también vemos a la sangre ayudando de un modo que rara vez nos detenemos a considerar. Allí donde sudamos, la piel se enfría. Las células de la sangre, que llevan calor desde el interior del cuerpo, pasan por estas zonas más frescas de la piel sudorosa. Allí dejan su cúmulo de calor y regresan al interior del cuerpo llevando temperaturas más frescas. Cuando el medio ambiente está frío, nuestro sistema circulatorio hace lo contrario: aleja la sangre de la piel para que el cuerpo no pierda calor.
Llevar alimento y combustible continuamente a las células hambrientas, llevarse las toxinas y productos de desecho, tapar y sellar las cortaduras, inundar los puntos lesionados con sus ejércitos defensores, y mantener el cuerpo a una temperatura conveniente: la sangre de nuestro joven jugador trabaja fuertemente, haciendo todo lo que sabe hacer para que continúe jugando.
La ciencia todavía no ha podido reproducir todo lo que la sangre hace por nosotros. Este elemento rojo, que fluye por nuestras venas, es una maravilla de ingeniería y diseño, y nada que la humanidad pueda crear se acerca siquiera a esta sustancia increíble.
Dios declara que la vida está en la sangre (Levítico 17:11) ¡y no es de sorprenderse, en tanto vemos la importancia que tiene para la vida! Pero más importante aún es la realidad espiritual señalada por este fenómeno en relación con Jesucristo. La sangre nuestra sin duda es un elemento esencial que nos mantiene la vida física, pero la sangre derramada por nuestro Salvador es la que nos permite alcanzar la vida eterna cuando nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7), eliminando de nosotros el peor de los productos de desecho.
Más allá de la genialidad de su diseño y su asombrosa capacidad para cumplir tantas funciones diferentes, la sangre encierra lecciones mucho más profundas para nosotros, y apunta hacia algo más allá de la vida física: las realidades espirituales y eternas de Aquel que la creó. [MM]