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Muchos se preguntan: ¿Qué ocurrirá ahora que Estados Unidos aceptó su derrota en la lucha de 20 años para liberar a Afganistán de los talibanes?
Pocos historiadores se sorprendieron cuando los talibanes recuperaron el control de Afganistán en agosto del año pasado. La nación, o mejor dicho la región, que a veces ha comprendido una nación, pero que a menudo ha sido parte de otro imperio o una región de tribus en guerra; ha sido una espina en el costado para sus invasores extranjeros desde hace siglos.
Mientras los titulares de prensa proclamaban la caída de Afganistán, algunos pensaban en la retirada torpe y peligrosa de los Estados Unidos, que le había dado a un antiguo enemigo acceso a tecnologías y equipos militares valiosos; y ponía en riesgo la vida no solo de los occidentales en el país, sino también de los afganos que habían respaldado la presencia estadounidense. O pensaban en las relaciones de Estados Unidos con los aliados de la OTAN, y otros que quedaron en posición vulnerable a raíz de la retirada. Hubo también quienes se preguntaron si ahora China, que busca ampliar su iniciativa de la ruta de la seda, podrá convertir en aliados a los musulmanes de Afganistán, mientras continúa su persecución contra los musulmanes uigures.
Sin embargo, solo muy pocos han podido observar la situación a los ojos de la profecía bíblica. Mientras muchos lamentan la caída de Kabul, ¿qué les puede enseñar el auge de los talibanes en Afganistán a los estudiosos de la Biblia?
Desde antes del actual conflicto, que cobró más de 150.000 vidas afganas y la de miles de soldados y contratistas occidentales, Afganistán no ha tenido una historia de gobiernos duraderos y estables. Durante siglos, la región no fue una nación soberana, sino una tierra de tribus diversas sin mayor afinidad entre sí. Entre estas se incluyen las tribus de los aimak, los baluchis, los hazaras, los lirguizas, los nuristanis, los pastunes, los sadat, los tayikas, los turkmenos y los uzbekos. Unas profesan el Islam suní, otras el chiita. Unas tienen lazos más estrechos con países fuera de Afganistán que con sus conciudadanos afganos. De estas tribus, la pastún, en el Sur, es la más grande. Es significativo que los pastunes, como tribu, estén relacionados con buena parte del vecino Pakistán, que siempre ha apoyado a los talibanes en su lucha contra la injerencia de Occidente.
Estas divisiones étnicas fueron clave para el éxito inicial de la invasión encabezada por Estados Unidos en el 2001. Las fuerzas de Occidente lograron su entrada al aliarse con tribus del Norte que habían chocado históricamente con los pastunes, y estos últimos formaron el núcleo del movimiento talibán. Es irónico que, cuando los talibanes fueron aprendiendo la lección de la política de identidad occidental, empezaron a hacer deliberados esfuerzos por atraer a miembros de las tribus norteñas, incorporándolas en sus esfuerzos de liderazgo y desarrollo, y ofreciéndoles ayuda económica. A la vez, hicieron hincapié en el hecho de que, pese a algunas diferencias, las tribus rivales tenían mucho más en común entre sí que con los decadentes invasores de Occidente.
Lo anterior debe traer a la memoria la profecía de Jesucristo sobre el tiempo del fin: “Se levantará nación contra nación, y reino contra reino” (Mateo 24:7). Es significativo que la palabra griega traducida aquí como “nación” sea ethnos, que significa más exactamente “etnia” o “tribu”. La guerra asoladora ciertamente ha llevado pestes a Afganistán y ha sido constante la lucha entre ethnos y ethnos: pueblos contra pueblos.
Cabría preguntarse si los líderes militares de Occidente que decidieron invadir Afganistán ignoraban la historia de esa nación o si, conociéndola, optaron por hacerse los desentendidos. Los invasores de Occidente llevan siglos intentando, sin éxito, afianzar su presencia en esa región problemática. ¿Será que las tropas estadounidenses, después del acto terrorista del 11 de septiembre, pretendían lograr lo que ningún agresor occidental había podido?
Aun sin tener en cuenta la experiencia de Gran Bretaña en siglos pasados, los occidentales debían conservar el recuerdo de los escollos que enfrentó la Unión Soviética en esa región. Cuando un gobierno comunista se tomó Afganistán en 1978, entraron tropas soviéticas a batallar contra los grupos que procuraban derrocar a los comunistas. Muchos analistas consideran que la costosa campaña de Afganistán fue un factor principal en la caída de la Unión Soviética en 1991.
A su vez, los soviéticos habrían podido aprender algo del Imperio Británico, que duró escasos cuatro años en Kabul tras la invasión de 1828, y no volvieron a tener influencia allí hasta 1879. No obstante, bajo el control nominal de Inglaterra, Afganistán permaneció neutral en la Primera Guerra Mundial, y luego declaró su independencia de Gran Bretaña en 1919 bajo el rey Amanulah Kan, quien quiso traer reformas occidentales a su Afganistán independiente. El intento de Kan duró poco, pues los tradicionalistas musulmanes lo obligaron a abdicar en 1929.
Ahora Estados Unidos se ve en la misma posición de fracaso que ya conocieron Gran Bretaña y Rusia. Las dificultades de Gran Bretaña en Afganistán comenzaron cuando aún existía el poderoso Imperio Británico, y terminaron en sus años de decadencia. ¿Qué nos dice el auge de los talibanes sobre el futuro de Estados Unidos?
Los estadounidenses se quedaron atónitos en agosto del año pasado cuando los soldados talibanes victoriosos difundieron una foto que conmemoraba la captura de Kabul. La pose que asumieron imitaba, quizá como burla, el famoso monumento estadounidense en la isla de Iwo Jima, que conmemora una importante victoria de la Segunda Guerra Mundial. Para Estados Unidos, esas victorias son cada vez más un simple recuerdo lejano. Aunque muchos analistas se extrañan ante la decadencia de Estados Unidos como potencia mundial, los estudiosos de la Biblia no se sorprenden. Hace mucho tiempo Dios advirtió a los antecesores de los pueblos británico y estadounidense que vendría el día en que dejarían de ocupar su posición de poder en el escenario mundial: “Los que os aborrecen se enseñorearán de vosotros, y huiréis sin que haya quien os persiga… Y quebrantaré la soberbia de vuestro orgullo” (Levítico 26:17, 19).
¿Cuánto les costó a los Estados Unidos su fracasada incursión en Afganistán? La revista Forbes calcula que la guerra en ese país, que se prolongó por dos decenios, costó más de 2 billones de dólares [trillones en Estados Unidos], equivalente a $300 millones diarios; sin que se hayan contabilizado aún todos los costos (16 de agosto del 2021). Compárese esto con los $150 mil millones, alrededor de $800 mil millones en dólares actuales, que gastó el país en la guerra de Vietnam. Y la guerra le costó al país algo más que dinero: el precio que ha pagado en términos de respeto internacional es enorme. Hubo europeos que incluso lo acusaron de violar tratados al retirar precipitadamente las fuerzas de Afganistán, sin coordinar y sin informar a sus aliados de la OTAN.
¿Qué augura lo anterior para Taiwán, diminuta isla que se ha mantenido independiente de China desde 1949? Al observar cómo Hong Kong cae cada vez más firmemente bajo el control de China, y viendo que Estados Unidos ya no da muestras fidedignas de ser protector de sus aliados. No olvidemos que Afganistán comparte con China una frontera de 76 kilómetros, y que ha expresado su interés en estrechar esas relaciones.
“China respeta el derecho del pueblo afgano de decidir independientemente su propio destino, y está dispuesta a establecer relaciones amistosas de buenos vecinos y cooperación con Afganistán, y a desempeñar un papel constructivo en la paz y reconstrucción de Afganistán”, dijo Hua Chunying, representante del Ministerio de Extranjería (Xinhaunet.com, 16 de agosto del 2021). El vocero de los talibanes Suhail Shaheen ha visto con buenos ojos el apoyo de China, y dijo que su gobierno “garantizará la seguridad de los inversionistas y trabajadores” de ese país (SCMP.com, 9 de julio del 2021). Con la perspectiva de ampliar su iniciativa de la ruta de la seda por Kabul, China se encuentra en una encrucijada de poder e influencia en sus relaciones internacionales, mientras que el papel de Estados Unidos se reduce, en esencia, a un simple observador.
¿Quién hubiera previsto un mundo donde Estados Unidos hubiera perdido no solo su posición como superpotencia militar, sino su lugar como modelo de los más altos valores? Quizá nos sorprenda saber que los estudiosos de la Biblia, que conocen bien las profecías para el tiempo del fin, ya esperaban esto desde hace algún tiempo. El profeta Jeremías dice: “Todos tus enamorados te olvidaron; no te buscan; porque como hiere un enemigo te herí, con azote de adversario cruel, a causa de la magnitud de tu maldad y de la multitud de tus pecados” (Jeremías 30:14). Los “enamorados” de los Estados Unidos (sus aliados) han empezado a perder lo que sentían por la superpotencia que antes fue benefactora y protectora, y en quien se podía confiar. Aun así, Dios recibiría con gusto a su pueblo estadounidense y demás descendientes de los británicos al verlos arrepentidos, aunque hubieran “fornicado” en su dudoso trato con muchas naciones (Jeremías 3:1).
La última vez que los talibanes tuvieron un poder estable, antes del ataque de las fuerzas estadounidenses a raíz del ataque de Osama bin Laden contra el Centro Mundial de Comercio, en Nueva York, y el Pentágono, en Washington; impusieron en Afganistán una forma de ley musulmana estricta, un código moral aborrecible para la mayoría de la gente secular de Occidente, lo mismo que para muchos religiosos.
Ahora muchas mujeres afganas se han acostumbrado a las normas occidentales promovidas por el gobierno afgano depuesto, pero a los pocos días del golpe de agosto se vislumbró un cambio hacia las viejas costumbres. Los líderes talibanes aseguraron que las mujeres tendrían que llevar solamente el hiyab como cubierta de la cabeza, pero no toda la burka que cubre el cuerpo entero y que es lo que prefieren. En cuanto a retribuciones de la posguerra, la situación ha sido menos clara. Suhail Shaheen, vocero del Gobierno talibán, le dijo a la presentadora de la BBC Yalda Hakim: “Aseguramos a la gente en Afganistán, especialmente en la ciudad de Kabul, que su vida y propiedades están seguras. No habrá venganza contra nadie… Nosotros somos los siervos del pueblo y de este país” (15 de agosto del 2021).
Pero ante los informes de requisas casa por casa a los pocos días del golpe, y con software de reconocimiento facial e información biométrica de Estados Unidos que cayó en manos de los talibanes, muchos temen una ola de represión, que recuerde los peores excesos de los años noventa, los cuales tuvieron a muchos afganos simpatizando por un tiempo con las fuerzas occidentales que peleaban contra los talibanes. Para contar con esa solidaridad, ahora los talibanes deben derrotar a los guerreros del llamado EI-K, que pretenden imponer un gobierno islámico más radical en Afganistán.
Hay quienes guardan esperanzas, señalando los pasos positivos que lograron dar los talibanes durante su breve período en el poder tras la caída de la Unión Soviética. Observadores de las Naciones Unidas señalaron que, bajo el gobierno de los talibanes, la producción de heroína en Afganistán se había eliminado casi por completo hacia el 2001, fenómeno importante para el mundo, ya que el 90 por ciento de la heroína mundial proviene de amapolas cultivadas en unas pocas provincias afganas. Más tarde, y tras años de presencia militar de la coalición de Occidente, la producción de heroína alcanzó su máximo histórico en el 2017. Las fuerzas occidentales hicieron todo lo que pudieron por mantener las ganancias de la heroína fuera de manos talibanas… pero esas ganancias cayeron en otras manos.
Lo que no han comprendido los guerrilleros, ahora gobernantes, talibanes; es que ninguna teocracia puede funcionar bien si el que está a cargo no es Dios. Los cristianos verdaderos sin duda se esfuerzan por llevar una vida de obediencia, y entienden que no es su deber establecer gobiernos civiles que, en el mejor de los casos, solo podrían ser una pálida y defectuosa imitación del venidero Reino de Dios.
Jesucristo recuerda a sus seguidores que “la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios” (1 Corintios 15:50). Los cristianos fieles van a nacer dentro de ese Reino cuando Jesucristo regrese, y serán sus asistentes en el gobierno milenario (Apocalipsis 20:4-6). No hay victoria militar terrenal ni plataforma política que lo logre; solamente puede hacerlo, y lo hará, Jesucristo cuando regrese (Apocalipsis 1:7).
Cuando uno ve a su país asediado por agresores extranjeros, quizá sienta la tentación de tomar las armas y unirse a la lucha. Eso fue lo que ocurrió en Afganistán, donde finalmente había tantos afganos dispuestos a apoyar a los talibanes, que el viejo gobierno secular no podía mantenerse en pie sin el refuerzo artificial de la fuerza estadounidense. Ese no es el papel que le corresponde a un cristiano. Los cristianos ya tienen su ciudadanía en el Cielo, la cual se hará efectiva en la Tierra, en el Reino de Dios que vendrá. Su deber ahora es vivir en una tierra extraña, que es este mundo tan maltratado por Satanás, y obedecer desde ahora las leyes del futuro Rey que pronto vendrá, Jesucristo.
La noticia más cierta y mejor de todas es esta: llegará pronto el momento en que todas las tribus y naciones pondrán los ojos en Jerusalén, en el trono del Rey de reyes, Jesucristo, cuya autocracia benévola, la verdadera teocracia que necesita nuestro mundo asolado por guerras, extenderá su influencia por todo el planeta Tierra. [MM]