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¿Hay problemas en su matrimonio? ¿Necesita ayuda?
¡Una fuente de ayuda profunda y práctica es la Biblia!
La institución del matrimonio es una de las mayores bendiciones que Dios ha dado a los seres humanos. Sin embargo, las maldiciones del egoísmo y la carnalidad han ocasionado millones de divorcios, familias deshechas y niños perjudicados. Las presiones de nuestra sociedad contribuyen a fragmentar a las familias, hay un número creciente de hogares donde ambos padres trabajan, se imponen valores mercantilistas y materialistas, hay una influencia penetrante de la industria del entretenimiento, falta de tiempo para actividades en familia, incapacidad de las familias para comunicarse, unirse y mantener propósitos en común.
¿Y su matrimonio? ¿Estará tal vez sufriendo de tensiones, o quizás incluso de conflictos severos? La Palabra de Dios, la Biblia, ofrece soluciones asombrosas que ayudan a mejorar la relación matrimonial, e incluso ¡pueden salvarla!
Las exigencias del trabajo es otro factor que le hace daño al matrimonio, robándole a la pareja su tiempo. En un reciente artículo de investigación periodística, una reconocida socióloga afirmó: “Los trabajadores se encuentran cada vez más atrapados en las garras del tiempo… Tienen dos empleos, uno en el trabajo y otro en la casa”. Otro sociólogo señaló: “La gente está cumpliendo horarios de trabajo más largos, y no porque así lo deseen”.
El estudio también reveló la índole cambiante de los conceptos que se tienen del papel del marido y de la mujer: “Solo el diez por ciento, aproximadamente, de las parejas dijeron que prefieren los papeles tradicionales, del varón como el que trabaja para ganar el pan, y de la mujer que trabaja como ama de casa de tiempo completo. Sin embargo, el 25 por ciento de las parejas se encuentran en esta modalidad”.
¿Qué pueden hacer las parejas para manejar estas presiones sobre su familia y su matrimonio? Algunas se sienten tentadas a renunciar al matrimonio. ¡Pero hay una fuente de ayuda verdadera! ¡Necesitamos la verdad! Jesús dijo en Juan 17:17: “Tu Palabra es verdad”. La Biblia, la Palabra de Dios escrita, es la revelación del Creador a sus criaturas, ¡y es la fuente de la verdad! ¿Qué otra fuente podría ser mejor para guiarnos respecto de la relación matrimonial?
Los diez mandamientos nos enseñan cómo relacionarnos con Dios y cómo relacionarnos con los demás. Se resumen en dos grandes mandamientos: “Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento, Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos” (Marcos 12:29-31).
Las cualidades de amor a Dios y amor al prójimo son fundamentales para nuestra propia existencia, así como para las relaciones familiares. Dos de los diez mandamientos se aplican directamente a nuestra vida familiar. El quinto mandamiento nos dice: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la Tierra que el Eterno tu Dios de da” (Éxodo 20:12). Esta es una ley espiritual de causa y efecto. Cada uno de nosotros tiene el deber, dado por Dios, de honrar a nuestros padres.
El séptimo mandamiento dice: “No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14). Dios exige lealtad y fidelidad en el matrimonio.
Estos mandamientos protegen y enriquecen nuestras relaciones familiares. Nuestro Creador desea que formemos familias unidas y que amemos a nuestro prójimo. Y el prójimo más cercano que tenemos es ¡nuestro cónyuge!
¿Dónde se originó el matrimonio? Las Sagradas Escrituras nos dicen que Dios, el Creador, instituyó el matrimonio. Adán estuvo solo hasta que Dios le presentó una bella esposa. “Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; esta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban” (Génesis 2:23-25).
Dios es el Creador del matrimonio y la familia. Desea que esas relaciones sean felices y emocionantes. Pero sabemos lo que les ocurrió a Adán y a Eva: ¡Pecaron! Desobedecieron los principios y las leyes que les habrían traído éxito y felicidad.
Dios permite que aprendamos el camino de las relaciones correctas. “He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Sí, por intermedio de Jesucristo, podemos saber lo que es la vida abundante, aun en el matrimonio, ¡siempre y cuando pongamos en práctica las instrucciones y los principios revelados por Dios!
Con esta importante perspectiva en mente, consideremos cinco estrategias que sirven para mejorar el matrimonio, e incluso salvar un matrimonio cuando se está desmoronando.
Estrategia 1: Renueve su compromiso. Probablemente usted ya sabe que este es uno de los principios más básicos en el matrimonio. Los presentadores del programa de radio y televisión de El Mundo de Mañana han tratado este tema en varios programas. La primera estrategia para mejorar su matrimonio es renovar el compromiso.
Quizás ya tengamos esto en la mente. Pero cabe preguntar: ¿Lo hemos practicado en lo emocional y espiritual? ¿Recordamos las promesas que hicimos durante la ceremonia de boda? Usualmente la ceremonia incluye el compromiso de los contrayentes de amarse fielmente y respetarse por el resto de la vida; en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, ¡hasta que la muerte los separe!
¿Fueron estas palabras huecas? O, por el contrario, ¿nos hemos esforzado personalmente por cumplir nuestra parte de esos votos matrimoniales? Esta primera estrategia para mejorar el estado del matrimonio es renovar el compromiso para con nuestro cónyuge. ¡Tenemos que estar dedicados a preservar la unión matrimonial lo mejor posible! ¿Vivimos dedicados a nuestra esposa o esposo?
¡Me consta que no es fácil! Mi esposa y yo llevamos casados más de 57 años. Hemos tenido nuestros momentos difíciles. Pero ambos sabemos ¡que estamos comprometidos el uno con el otro. Esto es de suma importancia. En nuestro mundo de fáciles divorcios y uniones para experimentar, necesitamos el compromiso del cual hablaba Jesús cuando predicaba el evangelio. En tiempos de Jesucristo, el varón podía repudiar a su esposa por motivos frívolos. Los fariseos, apelando a los escritos de Moisés, le preguntaron si era legítimo el divorcio. Entonces, respondiendo Jesús, les dijo: “Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento; pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Marcos 10:5-9).
Jesús recalcó que, desde el principio, el compromiso matrimonial es para toda la vida. Nuevamente, tenemos que mirar hacia el Creador quien nos une en el vínculo matrimonial. La estrategia número uno para mejorar y salvar el matrimonio es: Renovar el compromiso entre los cónyuges de amarse y servirse fielmente durante todos los altibajos de la vida.
El deseo de Dios es que todos lleguemos a ser parte de su Familia divina por toda la eternidad. Nuestro Padre amoroso en el Cielo nos ha dado el conocimiento infalible para forjar un matrimonio feliz. En el momento de la boda, tal vez estábamos llenos de entusiasmo previendo un matrimonio dichoso que duraría toda la vida. Más tarde, tal vez, nos encontramos ante las realidades de la naturaleza humana, ¡y las serias diferencias entre los cónyuges! Tal vez esto trajo desánimo. Pero no hay que darse por vencidos ni el esposo ni la esposa. Procuremos con todas las fuerzas preservar esa unión.
Estrategia 2: Respete profundamente a su esposo o esposa. Gran parte de lo que vemos y oímos en los medios de difusión nos enseña a faltarle al respeto a los demás. El cine y la televisión suelen ensalzar a personajes que hace gala de vanidad y soberbia. Los medios masivos promueven a protagonistas capaces de denigrar, desacreditar y ofender a los demás. Las actitudes de ira, odio y menosprecio rayan en el homicidio espiritual. Como escribió el apóstol Juan en su primera Epístola 3:15: “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida permanente en él”.
Tenemos que comprender que todo ser humano es, en potencia, un hijo de Dios glorificado y miembro del Reino de Dios por toda la eternidad. Cada uno de nosotros debe reconocer esa posibilidad que Dios ha concedido a nuestro cónyuge. Y esa posibilidad sigue vigente, pese a cualquier actitud que tenga la persona en este tiempo.
Escuchemos lo que dice Dios a los esposos en 1 Pedro 3:7: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederos de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo”. Dios le dice al esposo que le dé honor a su esposa. Ese honor debe reflejarse en sus palabras, cortesía, servicio, lenguaje corporal ¡y actitud hacia ella!
A la esposa Dios también le ordena que respete a su marido: “Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido” (Efesios 5:33). En el matrimonio tiene que existir respeto mutuo. La simple cortesía hace mucho para fomentar ese honor y ese respeto.
Debemos recordar siempre lo que vale en potencia nuestro cónyuge ante los ojos de Dios. Veamos la exhortación del apóstol Pablo en Filipenses 2:3: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”. Los esposos deben valorarse altamente el uno al otro.
Estrategia 3: Comunicarse con amor. Esta tercera estrategia es básica pero muy necesaria. ¿Cuántas veces ocurre que los esposos “cierran los oídos” durante sus conversaciones? Para que haya buena comunicación, tenemos que saber escuchar además de hablar. Escuchemos para entender el punto de vista de la otra persona. ¡Tratemos de comprender lo que siente y lo que necesita! Demostremos respeto escuchando con atención.
El apóstol Pablo escribió sobre este punto: “Siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo aquel que es la Cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4:15). Hay quienes dicen la verdad ¡pero con odio! El discípulo de Jesucristo que está madurando, se cuida de cómo sus palabras y su mensaje afectarán al oyente.
Al hablar con su esposo o su esposa, ¿le estamos demostrando verdadero interés por su bienestar? ¿Transmitimos el sentimiento de respeto? Ciertamente, necesitamos ser pacientes con la otra persona. Pablo nos recuerda: “El amor es paciente y bondadoso” (1 Corintios 13:3, Peshitta). En nuestras conversaciones, recordemos no solamente decir la verdad, ¡sino decirla con amor!
Nuestro lenguaje, actitud o expresión al comienzo del día puede afectar toda la relación. Aprendamos a manifestar una actitud positiva y amorosa al comienzo del día. Podemos evitar una discusión accidental o producir rencor innecesario que podría durar todo el día. Prestemos especial atención cuando nos reunimos al final del día. Por muy cansado o cansada que esté, una palabra positiva de ánimo o agradecimiento, un abrazo o un beso, pueden marcar una gran diferencia en la forma como continuará la relación desde ese momento.
Hay parejas que hacen de las discusiones un verdadero hábito, una serie de provocaciones y respuestas repetidas y previsibles. Procuremos, por el contrario, modificar nuestros hábitos de comunicación. En el libro de los proverbios leemos: “La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor” (15:1). Intentémoslo; respondamos con suavidad, diciendo algo como: “Siento haber dado esa impresión”. Una respuesta tan sencilla como un simple “¡gracias!” puede quitar la leña del fuego de una vieja discusión. ¡Valgámonos de una blanda respuesta la próxima vez que veamos iniciarse una discusión en casa!
Estrategia 4: Practique el camino del dar. Este es un principio espiritual clave que nos ha dado el Salvador, y que se ilustra claramente en el ejemplo del apóstol Pablo: “En todo os he enseñado que es así, trabajando, como se debe socorrer a los débiles y que hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hechos 20:35, Biblia de Jerusalén).
Si asumimos el compromiso de dar el cien por ciento a nuestro matrimonio, ¡recibiremos bendiciones! Pensemos en qué formas podemos dar a nuestro cónyuge. Un pequeño regalo, unas palabras de aprecio, ¡producen un gran efecto! Pensemos en dar sin esperar nada a cambio. Recordemos la exhortación de Jesucristo: “A cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos” (Mateo 5:41). El amor verdadero significa dar el cien por ciento… ¡y andar la milla extra!
El amor también es proveer a las necesidades de la otra persona. El matrimonio es una unión física en la cual los dos miembros de la pareja comparten responsabilidades importantes, así como lo explica el apóstol Pablo: “A causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido. El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer” (1 Corintios 7:2-4). Tenemos que estar en disposición de dar a nuestro cónyuge, aunque no nos sintamos con deseos de hacerlo.
Estrategia 5: Oren juntos. Si estamos casados con una persona no creyente, y si no podemos orar con nuestro cónyuge, de todos modos debemos orar por nuestra pareja, y orar por nuestro matrimonio. Así podemos ser un ejemplo de lo que es un discípulo de Cristo, como leemos en las instrucciones del apóstol Pedro a las mujeres casadas con un inconverso: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas” (1 Pedro 3:1). Nuestro ejemplo cristiano de amar y dar a los demás puede influir muy positivamente en nuestro esposo o esposa. Notemos que el apóstol resalta la conducta, y no el empeño de convencer a la otra persona con argumentos para que adopte nuestra forma de religión.
Si los dos esposos oran, intenten orar juntos una vez al día, como lo hacemos con frecuencia mi esposa y yo: Normalmente, yo doy comienzo a la oración, y luego de un ratito le hago una señal a ella. Después de su oración, yo cierro nuestra oración conjunta. Al dar a conocer nuestros pensamientos, más personales e íntimos a Dios en oración, también los estamos dando a conocer entre nosotros.
Una de las expresiones que más le agradan a mi esposa es: “Oremos sobre eso”. Siempre agradezco su deseo permanente de que Dios participe en nuestro matrimonio y en nuestra vida en común. Todos necesitamos reconocer a nuestro Dios y Salvador en cada aspecto de la vida. Como leemos en Proverbios 3:5-6: “Fíate del Eterno de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas”.
El matrimonio requiere esfuerzo. Para que todo salga bien, hay que trabajarlo y cultivarlo. Exige que demos el todo en el cumplimiento de las obligaciones que Dios nos impone para con nuestro cónyuge. Habrá obstáculos, e incluso roces. Pero con la ayuda divina, podremos mejorar el matrimonio, ¡y aun salvarlo, si es que está en peligro!
Dios instituyó el matrimonio con un gran propósito dentro de su plan para la humanidad. Debemos aprender a amarlo con todo el corazón, el alma, la mente y las fuerzas; y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Dentro de la íntima relación matrimonial, aprendemos continuamente a aplicar estos principios del amor.
En este artículo hemos tratado brevemente sobre cinco estrategias para mejorar, y aun salvar, el matrimonio. Pidámosle a Dios ayuda para aplicar estos principios en nuestra propia vida. Recordemos: No podemos obligar a nuestro cónyuge a cambiar. No podemos cambiar a los demás, pero sí podemos cambiar nosotros mismos. No obstante, nuestro ejemplo de amor y servicio sí puede ejercer influencia y tener un efecto positivo sobre nuestro cónyuge. Necesitamos la ayuda de nuestro Salvador en nuestra propia vida. Como dijo el apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).
¡Que Dios le bendiga, y que bendiga su matrimonio y su familia, mientras se esfuerza por vivir por su Palabra! [MM]