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Muchas personas afirman que están predicando el mismo mensaje que predicó Jesucristo.
Si es así, ¿por qué dejan por fuera lo principal de su mensaje, ahora que el mundo lo necesita más que nunca?
Todo el mundo anhela la paz. Todos ansiamos ver el fin de la pobreza, la violencia y la enfermedad. Queremos amar y ser amados, criar una familia y descansar de gobernantes dictatoriales y egocéntricos. Sin embargo, esta paz nos elude. La pobreza, la violencia y la enfermedad aumentan, y los gobiernos que deberían ayudar a los pueblos a menudo los oprimen.
Consciente de este anhelo frustrado del corazón humano, un antiguo profeta hizo mención del “Deseado de todas las naciones” (Hageo 2:7). ¿A qué se refería y cómo alcanzaremos lo que tanto deseamos? ¿Es posible que la esperanza de la humanidad se haga realidad?
Hageo se refería al Mesías, Aquel que los judíos han deseado y esperado durante buena parte de su existencia como pueblo. Pero la esperanza no es para un solo pueblo. Es la esperanza de todos los hombres y mujeres del mundo. Deseamos que llegue alguien y ponga fin a todos los males que vivimos. Deseamos una paz que sea mucho más que la ausencia de guerra.
El Mesías de quien habló el profeta Hageo era Jesús de Nazaret, y su primera venida fue solo un cumplimiento parcial de la profecía. Hageo habló de un período turbulento en el cual Dios intervendría de manera que conmocionaría a todo el mundo: “Así dice el Eterno de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los Cielos y la Tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho el Eterno de los ejércitos” (Hageo 2:6-7). El mensaje, dirigido al pueblo de Judá cuando volvió del cautiverio en Babilonia, lo instaba a construir el segundo templo en Jerusalén. Ese fue un período turbulento y la profecía indicaba que si construían el templo, “el Deseado” vendría. Llegaría a ese templo y establecería la paz duradera.
Efectivamente, Jesús llegó a ese templo, pero varios siglos más tarde. ¡Los tiempos de Dios no son como los tiempos del hombre! Aun así, la profecía no se cumplió enteramente en el primer siglo de la era cristiana. Todavía están por venir los días cuando Dios “[hará] temblar los Cielos y la Tierra, el mar y la tierra seca y [hará] temblar a todas las naciones”.
Es necesario preguntarse: ¿Se cumplirá esta profecía algún día, o es una simple ilusión con la cual nos engañamos? Para entenderlo, es preciso captar el amplio panorama de lo que Dios está haciendo aquí en la Tierra.
Volviendo al principio, vemos que Dios creó la vida en esta diminuta esfera, que colocó en un Universo tan grande que no alcanzamos a comprenderlo. Somos como la más pequeña de las hormigas que andan por el suelo. No obstante, la mente humana nos faculta para hacer cosas impresionantes. Aunque algunos se nieguen a creer que el hombre caminó en la Luna, ni siquiera la Unión Soviética en tiempos de la guerra fría disputó que doce norteamericanos lo hicieron. Ahora los líderes chinos invierten tiempo y recursos para repetir la hazaña. ¡Ellos no dudan que la bandera estadounidense está allí! La humanidad es capaz de hacer cosas impresionantes, y cada uno puede hacer su propia lista de proezas increíbles.
En contraste, aquí nos encontramos como minúsculos microbios en el granito más diminuto de lo que parece ser un Universo ilimitado. Haciendo a un lado las especulaciones y esperanzas sin fundamento, todos los indicios muestran que estamos solos en el cosmos. Nunca se ha encontrado evidencia fehaciente de la existencia de vida extraterrestre.
Entonces ¿de qué trata todo esto? ¿Por qué estamos aquí? ¿Cómo pudo surgir vida de lo que no es vida? ¡No son preguntas fáciles para la ciencia! Más aún, ¡la ciencia no puede responderlas! ¿Cómo es posible que una inteligencia como la nuestra haya evolucionado a base de leyes impensadas? ¿Y cómo pudieron surgir esas leyes? ¿Por qué vemos tanta perfección y hermosura en el mundo natural? ¿Debemos creer que nada tiene un propósito?
Volviendo a la pregunta de si se hará realidad todo lo que el mundo desea, y cómo se hará realidad, debemos empezar por el principio. Por ser el tema demasiado amplio para un artículo, habrá que omitir muchas facetas del tema, al igual que muchos puntos secundarios. Comencemos, entonces, con el primer hombre y la primera mujer. Al fin y al cabo, alguien tuvo que ser el primero.
La evolución sostiene que el hombre provino de algún primate, pero habría que preguntarse cómo los procesos evolutivos, cualquiera que fuera su comienzo, desarrollaron al macho y la hembra. La reproducción a partir de dos células, en contraste con la reproducción a partir de una sola célula que se divide, es algo bien notable. ¿Se debe a algún accidente excepcional y desconocido en el cual aparecieron el macho y la hembra simultáneamente? ¿Como accidente? ¡Es insólito! ¿O hay un Creador que lo produjo? En El Mundo de Mañana creemos que la evidencia señala hacia un Ser inteligente, al cual conocemos como Dios. Además, reconocemos que Dios no nos dejó sin una revelación de su plan y propósito.
Si leemos su revelación, encontramos que hizo al hombre y a la mujer, los puso en un medio hermoso y les dio a decidir: “Tomó, pues, el Eterno Dios al hombre, lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó el Eterno Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:15-17). La opción era clara. Podía confiar en Dios o podía determinar por sí mismo qué es bien y qué es mal. Sabemos lo que escogió. El hombre y la mujer decidieron hacer las cosas a su manera, y desde entonces todos han seguido ese rumbo. ¿Es acaso extraño que resulten problemas cuando el hombre cree saber más que Aquel que lo creó?
Como dijo Dios respecto de Israel: “¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!” (Deuteronomio 5:29). Al contrario de lo que suele creerse, Dios nos ha dado mandamientos, leyes y estatutos ¡para nuestro bien! Piense en lo diferente que sería la vida si todo el mundo guardara al menos uno de sus mandamientos. Si nadie cometiera adulterio, por ejemplo. Habría mucha más estabilidad en los matrimonios. O si nadie robara, ¡con cuánta tranquilidad saldríamos de la casa! No más sistemas de seguridad. Y si se guardaran todos los mandamientos, el mundo sería totalmente distinto. El problema, claro está, es complicado. Podemos guardar estas leyes, pero no todo el mundo lo hace. Sin embargo, vivimos en un mundo donde todos llevamos parte de la responsabilidad. Pensemos en cuántas distracciones que disfrutamos se basan en transgresiones de los diez mandamientos. Si omitimos la violencia y la sexualidad en las distracciones, ¡los escritores de guiones quedarían sin trabajo!
El “Deseado de todas las naciones” ¡es Jesucristo! Algunos teólogos tienen por costumbre decir que “Jesús es la solución”, y lo es. Pero, ¿de qué manera es la solución? Allí es donde muchos teólogos se pierden.
Jesucristo, sus apóstoles y los cristianos del primer siglo entendían que la profecía de Hageo sobre “el Deseado” no se cumplió en su totalidad con su primera venida. Entendían algo que suele omitirse en los servicios de adoración y culto. Edward Gibbon explica: “La antigua y popular doctrina del milenio estaba íntimamente relacionada con la segunda venida de Cristo… Pero cuando el edificio de la Iglesia estuvo casi completo, se prescindió de su soporte temporal. La doctrina del reinado de Cristo sobre la Tierra se empezó a tratar como una profunda alegoría, luego paulatinamente pasó a verse como una opinión dudosa e inútil, y terminó por rechazarse como absurdo invento de la herejía y el fanatismo” (The Decline and Fall of the Roman Empire, Vol. 1, pág. 262).
¿Será, de hecho, un invento de la herejía y el fanatismo? ¿Por qué creían los primeros cristianos en la venida de un Reino de Dios en la Tierra? ¡Porque eso fue lo que Jesús enseñó! Desde que empezó su ministerio, predicó un mensaje sobre su Reino venidero: “Principio del evangelio de Jesucristo… Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del Reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:1, 14-15).
Jesús no se quedó en una ciudad satisfecho con un grupito de seguidores. No es para eso a lo que vino. Andaba por toda Galilea, Judea y lugares intermedios. Muy al principio de su ministerio, “la gente le buscaba, y llegando a donde estaba, le detenían para que no se fuera de ellos. Pero Él les dijo: Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del Reino de Dios; porque para esto he sido enviado” (Lucas 4:42-43).
El Sermón del Monte es el corazón del mensaje de Jesucristo. ¿Cuántos hemos tomado nota de sus muchas referencias al Reino? Aconsejamos leer los siguientes pasajes de la Biblia: Mateo 5:3, 10, 19-20 y 6:10. Y hay que destacar el mandato: “Buscad primeramente el Reino de Dios” (6:33; 7:21).
Muchos oyen con incredulidad la razón que tuvo Jesús para hablar en parábolas. Creen que lo hacía para que sus palabras llegaran a los pescadores, agricultores y pastores; pero no es así. Cuando los discípulos le preguntaron: “¿Por qué les hablas por parábolas?”, respondió: “Porque a vosotros os es dado saber los misterios del Reino de los Cielos; mas a ellos no les es dado” (Mateo 13:10.11; Marcos 4:10-11). Pocos se dan cuenta de que esta era la manera como Jesús solía hablar a la multitud: solamente en parábolas y más tarde, a solas con sus discípulos, les explicaba su significado: “Todo esto habló Jesús por parábolas a la gente, y sin parábolas no les hablaba” (Mateo 13:34). “Aunque a sus discípulos en particular les declaraba todo” (Marcos 4:34).
Un estudio de las Escrituras revela que las parábolas de Jesús se centraban en el Reino de Dios. Una trata de un sembrador que salió a sembrar. Una parte de la semilla cayó al lado del camino, otra cayó en pedregales, parte entre espinos y otra parte cayó en buena tierra (Marcos 4:3-8; ver la explicación en los versículos 13-20). Mateo agrega que el tema de esta parábola es el Reino (Mateo 13:18-19).
Es importante en este punto explicar la diferencia entre las expresiones Reino de Dios y Reino de los Cielos. Mateo suele decir “Reino de los Cielos”, pero tiene las expresiones por intercambiables, como en Mateo 19:23-24. Entonces, ¿cuál es la diferencia?
La mayoría de las personas suponen que “Reino de los Cielos” significa que vamos al Cielo. Esto es problemático y es un error. Por ejemplo, en el Sermón del Monte dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mateo 5:3). Dos versículos más adelante dice: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la Tierra por heredad” (v.5). ¿Debemos entender que los “pobres en espíritu” van al Cielo pero que los mansos “heredan la Tierra”?
La respuesta es sencilla. En este contexto, la palabra de indica propiedad. Cuando hablamos del Banco de Morgan, entendemos que el banco no está en un individuo llamado Morgan, sino que Morgan es su propietario o fundador. De igual manera, el “Reino de los Cielos” pertenecerá a Dios y será administrado conforme a las leyes y principios de Dios, quien reina en el Cielo. En cambio, lo que nosotros vamos a heredar es la Tierra.
Muchos pasajes de las Escrituras afirman con la mayor claridad ¡que el Reino de Dios se establecerá en la Tierra! Uno de los más reveladores es Zacarías 14. El capítulo empieza informándonos que “el día del Eterno viene” (v. 1). Refiriéndose al Mesías, dice que “se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos” (v. 4). Esto se confirma en el relato en el Nuevo Testamento de Jesús ascendiendo al Cielo desde ese mismo monte. (Hechos 1:9-12). Zacarías continúa, declarando que “el Eterno será Rey sobre toda la Tierra” (Zacarías 14:9).
Enseguida, leamos Zacarías 14:16-19. ¡Leamos todo el pasaje! ¡El Reino de Dios será establecido en la Tierra! Quienes sean de Jesucristo a su venida tendrán como destino reinar con Él (Apocalipsis 20:4). ¿Y dónde reinaremos? La Biblia dice que seremos “reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la Tierra” (Apocalipsis 5:10). Entonces, cuando la Biblia habla del Reino de los Cielos, no se refiere a un Reino en el Cielo, sino simplemente al Reino de Dios. Es otra manera de referirse al Reino de Dios.
Ya hemos visto que la parábola del sembrador trata del Reino. Ahora veamos otras parábolas. Marcos 4:26 dice: “Así es el Reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra”. El versículo 30 dice: “¿A qué compararemos el Reino de Dios?” (RV 1995). En Mateo 13 vemos que Jesús, en varias parábolas, comparó el Reino con una semilla de mostaza, con la levadura, con un enemigo que siembra cizaña entre el trigo, con un tesoro escondido, con una perla de gran precio y con una red de pescador.
Jesús comisionó a sus discípulos la predicación del evangelio, la buena noticia del Reino de Dios (Lucas 9:60-62). Los discípulos entendían que sería un Reino real sobre la Tierra. Lo que no entendían era cuándo se iba a establecer, y por eso dijo Jesús la parábola del hombre noble: “Por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el Reino de Dios se manifestaría inmediatamente” (Lucas 19:11). Luego, aclaró que Él iría a un lugar lejano (al Cielo, después de su resurrección), y que volvería a la Tierra en algún tiempo futuro, momento en el cual llamaría a cuentas a sus siervos por lo que hicieron con lo que les había asignado.
Hemos oído de José de Arimatea. ¿Sabemos que su meta en la vida era el Reino de Dios? Esto lo leemos en Lucas 23:50-51. Jesús habló de este Reino después de su resurrección, y sus discípulos comprendieron el mensaje. Lo que querían saber era cuándo (Hechos 1:3, 6).
¿Y cuál mensaje predicó el apóstol Pablo? En cierta ocasión especial se dirigió a los ancianos de Éfeso, diciendo: “Yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el Reino de Dios, verá más mi rostro” (Hechos 20:25). Era el mismo mensaje que había predicado estando preso en Roma: “Habiéndole señalado un día… les declaraba y les testificaba el Reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas… predicando el Reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo” (Hechos 28:23, 31).
Un diácono recién ordenado, de nombre Felipe, bajó a Samaria y allí “anunciaba el evangelio del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo” (Hechos 8:12). Notemos que no predicaba solamente sobre el Reino, sino también sobre el nombre de Jesucristo. Vimos lo mismo en el párrafo anterior respecto de la predicación de Pablo.
La palabra “evangelio” significa sencillamente buena noticia, y no se puede hacer separación entre el mensaje sobre el Reino y la buena noticia de lo que hizo Jesucristo por nosotros. Dio su vida para que pudiéramos ser parte del Reino de Dios. ¡Él es el camino al Reino y es el Rey del Reino! El mensaje central del Nuevo Testamento trata de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios. El problema es que el mensaje que Jesús predicó ha caído en el abandono, reemplazado por un mensaje sobre la persona de Cristo. Y lamentablemente, el mensaje que se predica sobre la persona de Jesús, a menudo resulta sumamente distorsionado o, francamente, describe a alguien enteramente distinto.
El apóstol Pablo corrigió así a la Iglesia de Dios en Corinto: “Si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis” (2 Corintios 11:4). Prosiguió, explicando que no todos los que se declaran cristianos realmente son siervos de Cristo. ¡Muchos son siervos de otro! “Porque estos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (vs. 13-15). ¡Son palabras fuertes! Pablo los llamó ministros de Satanás, aunque se hagan pasar por ministros de justicia y ministros de Cristo.
Debemos preguntarnos por qué no se predica más extensamente la buena noticia del Reino de Dios que viene a la Tierra. Al fin y al cabo, si Jesús no regresa nadie sobrevivirá en el camino rebelde de la humanidad (Mateo 24:21-22). El regreso de Jesucristo a la Tierra es la mejor noticia que podemos imaginar. Quizá por eso Jesucristo nos ordena tenerlo en mente al orar, como vemos en su oración modelo: “Venga tu Reino… porque tuyo es el Reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” (Mateo 6:10, 13). [MM]