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¿Hasta adónde habrán llegado con la insistencia sin discriminación por la diversidad? ¿Cuánto va a decaer la moral de la sociedad antes de que Dios intervenga para salvarnos… de nosotros mismos?
Si observamos alrededor, veremos un mundo que es testigo del amor de Dios por la diversidad. Nuestro planeta ofrece incontables serranías, valles y llanuras. Ríos poderosos y arroyos cristalinos se abren camino hacia lagos, tierras bajas y mares. Vemos selvas, desiertos y territorios que se muestran entre estos dos extremos.
Vemos flores de todos los colores, formas y tamaños, hay más de 60.000 especies de árboles presentes en todos los tamaños y formas, desde el cedro majestuoso hasta los arbustos y árboles pequeños. Existen aves de todos los colores, formas, tamaños, hábitos y cantares. El cóndor vuela horas enteras sostenido por las corrientes de aire, mientras que el colibrí, que casi no pesa nada, revolotea ágil y veloz de aquí para allá. No todos tienen las mismas preferencias alimenticias. ¿Se alegra usted de no ser un buitre que se alimenta de los zorrillos y comadrejas que no lograron evadir el golpe de una rueda en la carretera? Sin embargo, los buitres tienen su propósito importante dentro del equilibrio ecológico, y se nutren muy bien de las pobres víctimas de las vías. En los mares abundan criaturas extrañas y diversas, algunas tan raras que los científicos difícilmente logran discernir si son plantas o animales.
¿Cuánta diversidad hay entre los animales? Varias fuentes concuerdan en que hay más de dos millones de especies identificadas; entre estas encontramos de los invertebrados más de un millón de insectos, 110.615 arácnidos, 80.460 moluscos, 80.122 crustáceos y 2.175 corales. De los vertebrados conocidos, 35.672 son peces, 8.250 son anfibios, 11.341 son reptiles, 11.158 son aves y 6.485 son mamíferos (OurWorldInData.org).
La ciencia nos asegura que no hay dos copos de nieve idénticos, aunque todos tienen una forma hexagonal. Igualmente, no hay dos seres humanos idénticos, aunque cada uno de nosotros está diseñado según el código genético escrito por Dios.
La creación demuestra que Dios ama la diversidad. Pero hoy en día, el tipo de diversidad que se enseña en los colegios es algo que Dios no ama. El Eterno sí ama a todos los seres humanos, cualquiera que sea nuestra forma, color o tamaño, y con todos nuestros defectos personales y faltas. Le encantan nuestras aptitudes y personalidades. Al fin y al cabo, fue quien nos diseñó, así como diseñó la variedad enorme de copos de nieve. Pero esto no significa que le agrade todo lo que hacemos. Sus mandamientos revelan que ciertos comportamientos no los acepta.
Uno de esos comportamientos es postrarse delante de estatuas y representaciones supuestamente de Dios. Los ídolos rebajan al gran Creador a algo tan bajo como forjado por manos humanos, y tergiversan la apropiada adoración a Dios. Notemos esta interesante descripción de la necedad de los ídolos, en la que se utiliza como ejemplo un árbol recién cortado:
“El carpintero… Parte del leño quema en el fuego; con parte de él come carne, prepara un asado, y se sacia; después se calienta, y dice: ¡Oh! me he calentado, he visto el fuego; y hace del sobrante un dios, un ídolo suyo; se postra delante de él, lo adora, y le ruega diciendo: Líbrame, porque mi dios eres tú. No saben ni entienden; porque cerrados están sus ojos para no ver, y su corazón para no entender. No discurre para consigo, no tiene sentido ni entendimiento para decir: Parte de esto quemé en el fuego, y sobre sus brasas cocí pan, asé carne, y la comí. ¿Haré del resto de él una abominación? ¿Me postraré delante de un tronco de árbol?” (Isaías 44:13, 16-19).
La diversidad en la geografía, en la flora y la fauna; y en las aptitudes y personalidades es una cosa; divergir de la conducta moral que Dios dispone para nuestro bien es otra. La inmoralidad no puede justificarse bajo el disfraz de diversidad. El Dios que creó la variedad por doquiera en la Tierra no se complace al ver conductas que traen resultados perjudiciales para su creación. El abandono del camino de vida tal como se revela en su Palabra, la Biblia, trae como consecuencia dolor y sufrimiento.
¿Por qué hay tanta gente que no puede ver la relación entre las conductas inmorales, es decir, las condenadas en las Sagradas Escrituras, y sus penosos resultados? Una persona que sí ha relacionado las dos cosas es la doctora Miriam Grossman. A propósito de su trabajo como psiquiatra en la universidad de California, en Los Ángeles, escribió:
“Estos cambios en los valores morales son el resultado de agendas sociales impuestas en la comunidad universitaria, y en mi labor en el centro de consejería veo las consecuencias a diario. Los comportamientos peligrosos son cuestión de elección personal; se prohíbe juzgar porque esto podría ofender… Presento mis argumentos basada en hechos científicos, no bíblicos. No me baso en el Levítico. Como verán, mis datos son del New England Journal of Medicine y los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades” (Unprotected, págs. xvii, xxiii).
Sobra decir que aquí, en El Mundo de Mañana, no olvidamos el Levítico, y seguramente la doctora Grossman tampoco, pero su punto es válido. Basta abrir los ojos para ver la relación entre la promiscuidad y sus graves consecuencias. Se observa en la vida de personas que nos rodean, y está documentada en las ciencias para todo el que tenga ojos para ver.
También lo entienden, hasta cierto punto, algunas personas destacadas del movimiento LGBTQIA+. Veamos la siguiente admisión de dos de los abanderados homosexuales más conocidos del último medio siglo: “Las relaciones entre hombres no suelen durar mucho… Esto se debe en parte a las características de la fisiología y la psicología masculina, que determinan una menor estabilidad inherente en la unión sexual y romántica de hombre con hombre, que en la unión de hombre con mujer” (Marshall Kirk y Hunter Madsen, After the Ball, pág, 318).
¿Por cuánto tiempo más continuará la humanidad en las mismas dolorosas lecciones? ¿Cuánto tardará en comprender que la sexualidad, fuera de una relación matrimonial monógama entre un hombre biológico y una mujer biológica, es contraproducente? Animar a los niños a cuestionar su identidad, a celebrar cuando declaran su homosexualidad, o administrar supresores de la pubertad a niños que no son capaces de apreciar la enormidad e irreversibilidad de tales acciones; son conductas que no producen el tipo de diversidad que agrada a Dios.
El movimiento LGBTQIA+ suele manifestarse bajo el estandarte del orgullo, en una actitud que Dios denunció desde hace mucho tiempo. “He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso. Y se llenaron de soberbia, e hicieron abominación delante de mí, y cuando lo vi las quité” (Ezequiel 16:49-50).
Todos conocemos el dicho: “Odia el pecado, ama al pecador”. Una buena forma de comprender lo que significa es pensar en alguien que sufre de cáncer. Odiamos el cáncer por el dolor y sufrimiento que causa, y amamos de verdad a los afligidos. Es así como Dios ama a los que son hechos a su imagen. Ama a los enfermos, y por lo tanto, aborrece aquello que los enferma.
La cultura de intimidación y autosuficiencia no terminará bien para las naciones occidentales. Dios tiene cuidado de todos; le diversidad le encanta, pero no la diversidad perversa que se promociona cada vez con mayor insistencia. El Eterno creó un mundo de colores y formas para beneficio de la humanidad. Miremos alrededor. Disfrutemos. Y tomemos un tiempo para enterarnos del plan que tiene Dios para los hombres y mujeres de todo el mundo. ¡Ese plan es más grandioso de lo que jamás nos hemos imaginado!