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Lejos de representar un desastre ecológico, nuestros amigos bovinos y demás rumiantes del planeta son benéficos para el medio ambiente. Entérese del papel vital que Dios les designó, como renovadores de los campos y praderas del planeta Tierra.
Aunque severo y exigente, el explorador estadounidense Meriwether Lewis, en 1805 quedó boquiabierto cuando vio por primera vez la llanura sin límites que se abría ante sus ojos. Frente a él, iluminaba el Sol del verano a “una pradera fértil y plana hasta donde alcanza la vista, en la cual no hay ni un solo árbol ni un arbusto solitario” (Stephen Ambrose, Undaunted Courage pág. 216). En esa pradera divisó manadas innumerables de ciervos, venados, bisontes y antílopes.
Naturalista adelantado a su tiempo, Lewis vio lo que apenas comienzan a entender los científicos que estudian los ecosistemas: que los pastizales antiguos en todos los continentes son tan vitales para el medio ambiente, igual que los grandes bosques. En estos prospera una variedad de fauna y flora tan importante como las de los ecosistemas boscosos. Equilibradas y afinadas a la perfección por el Maestro Diseñador, los pastizales, así como los animales que en estos pastan, contribuyen a la salud del suelo. Son tan asombrosos vistos bajo el lente científico actual, como lo fueron para Lewis y Clark hace 200 años.
Hoy en día, en medio de las tierras de cultivo modernas sobre explotadas, con el manto superior del suelo que se arremolina en el aire, es posible que no nos demos cuenta de que los primeros colonos encontraron praderas cubiertas de pastos tan altos, que tendrían problemas para encontrar un refugio subterráneo entre estos.
Remontándonos aún más hacia el pasado, en la llanura norteamericana había oleadas de animales migratorios pastando, como el mamut lanudo y el bisonte prehistórico gigante; animales que hace mucho dieron paso a las poblaciones posteriores de bisontes y antílopes. (Para saber más sobre temas creacionistas de los animales prehistóricos, ingrese a nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org). En su momento culminante, las impresionantes manadas de bisontes llegaron a unos 50 millones de cabezas, el triple de la población humana en la década de 1840. El tamaño descomunal de estas bestias encubre una relación delicada y simbiótica entre la llanura y sus gigantes.
Ahora, con los suelos agotados por la agricultura industrial, y con escasos terrenos vírgenes para estudiar, los pastizales pasan a un segundo plano para los ecólogos, en favor de los ecosistemas forestales más de moda. Las praderas de África, Europa, Asia y Australia, así como de Norte y Sudamérica; fueron antaño ejemplos del diseño hermoso y la ingeniería perfecta de nuestro Creador.
Cada animal ha sido diseñado con el sistema de alimentación que corresponde a sus necesidades metabólicas, sea que arranque manojos de pastos largos con una lengua prensil, o que tome hojas selectivamente con sus labios flexibles. Las distintas formas como pasta cada especie también producen efectos distintos en los pastos y el suelo. Aunque parezca que andan pastando al azar, con la mirada en la tierra, el movimiento de los animales afecta los pastos y suelos que los alimentan de un modo bastante eficiente.
Hasta el ganado doméstico, si tiene la opción, prefiere no pastar en el mismo lugar más de un día. El Servicio de extensión de vida agrícola de la universidad de Texas A&M, dice que esos animales parecen tener una “memoria de referencia”, que va generando un mapa del pastizal, de modo que no regresan a la misma zona en 20 días o más. Esto da a la tierra pastada tiempo para reponerse con hierba nueva y sana.
El número de briznas u hojas de pasto produce un efecto específico en la salud de las plantas. Cuando los animales migratorios mordisquean las puntas de los pastos, aumentan la disponibilidad de nutrientes y así estimulan el crecimiento vigoroso de nuevas hojas. Las hojas jóvenes y verdes producen más reservas alimentarias para desarrollo de las raíces y de toda la planta.
Esas reservas alimentarias reforzadas, producidas por las hojas nuevas, forman una planta más resistente y nutren la masa de raíces que va profundizando. La muerte de una parte limitada de ese volumen raigal contribuye a secuestrar carbono en la tierra, y mejora la porosidad del manto superior, facilitando así la penetración y saturación con agua e incluso añadiendo profundidad al manto. Los animales que arrancan pasto con raíces y todo producen un efecto similar en la tierra, dejando espacio para que las plantas vecinas se extiendan y amplíen.
Muchos animales que pastan caen dentro de la clasificación de herbívoros rumiantes. Luego de ingerir el material vegetal, lo muelen triturándolo con sus fortísimos molares mientras la saliva regula el pH. Luego traga el material masticado, que pasa al primero de una serie de compartimentos en el estómago. Poco después, el alimento se devuelve, impulsado por los ingeniosos músculos del esófago. Una vez regurgitado, el bolo de comida se mastica de nuevo.
Cuando está bien triturado, la materia vegetal fibrosa avanza a un compartimento del estómago que funciona como un tanque de fermentación, repleto de bacterias, protozoarios y hongos. Aquí el estómago extrae carbohidratos de las fibras vegetales indigeribles. Este proceso digestivo es lo que hace de los animales que pastan eficientes fabricantes de carne para los predadores de la llanura… y también para la gente comedora de carne.
Mientras todo esto ocurre, en el otro extremo del animal la materia digerida se convierte en fertilizante repleto de nutrientes, a la vez que dispersa semillas sin necesidad de maquinarias ni combustible. Mucho antes de los imperfectos fertilizantes químicos, el abono proveniente de la fauna aportaba al suelo nitrógeno, fósforo y minerales en una forma de alta biodisponibilidad y de liberación lenta. Que repartidos sobre una llanura, retiene los nutrientes del suelo y reduce la contaminación de las aguas.
Al pastar, los animales van pisoteando la hierba y los juncos, cuyo contenido de carbón es superior a lo que ellos pueden consumir. Al mismo tiempo, depositan excremento, el cual refuerza el contenido de humus en el suelo, dándole mayor estructura y profundidad. La vida silvestre migratoria, e incluso el trajín de rotación del ganado y los pastos, secuestran de manera efectiva el carbono perdido en el suelo.
Esto explica en parte, por qué la flor de tierra o capa vegetal de las praderas vírgenes alcanza metros de profundidad, en contraste con los centímetros que vemos en otras partes. Cuenta el historiador Stephen Ambrose, que el explorador Meriwether Lewis cavó hasta cinco metros de tierra fértil en las praderas norteamericanas.
Son muchas las complejidades de la interacción entre ganado y pradera que va renovando los suelos. Los animales que pastan son como podadoras de cuatro patas que, habiendo un equilibrio adecuado de las poblaciones, optimizan la salud de los pastos. Machacan la vegetación vieja sin utilizar, y reparten abono para secuestro del carbono y mejoramiento de la estructura de la tierra. Con la energía solar en las plantas, producida por fotosíntesis de la hierba, se llega a obtener alimento para carnívoros y omnívoros. Las tierras vírgenes de las antiguas praderas tienen una calidad y profundidad, que los agricultores las han apetecido desde hace siglos.
Lamentablemente, las praderas como las que encontraron los antiguos exploradores se están agotando velozmente. La agricultura industrial y excesiva de la tierra da como resultado decenas de miles de toneladas de suelo perdido cada año, en forma de polvo que se lleva el viento o por la erosión con las lluvias. En el horizonte se asoman derrumbes de tierra, polvaredas de la magnitud de tormentas, suelos agotados; y por lo tanto, escasez de alimentos.
Sin embargo, llegará el día cuando tendremos un planeta verdaderamente renovado con tierras sanas. El profeta Isaías por inspiración de Dios profetizó: “El lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de aguas; en la morada de chacales, en su guarida, será lugar de cañas y juncos” (Isaías 35:7). Destellarán gotas de rocío en las altas hierbas mecidas por las brisas. El Sol de la mañana volverá a acariciar con sus cálidos rayos las espaldas de los rumiantes que pastan en las praderas interminables que tanto admiró Lewis.
“Ahora vemos por espejo, oscuramente” (1 Corintios13:12) toda esa belleza. Pero podemos dar por seguro que en el venidero milenio, las praderas y los rumiantes volverán a funcionar en conjunto, como mecanismos dedicados a regenerar los suelos y secuestrar carbono. El Dios Creador elaboró no solo los pastizales, sino todos los ecosistemas de la Tierra, dotándolos de una sinergia y un equilibrio fantásticos para disfrute y bienestar de la humanidad.
Si la Tierra nos puede causar satisfacción, asombro y gratitud por la obra que Dios creó, ¿cuánto más queda por descubrir y disfrutar en los mil años de perfecta paz que se avecinan? Pero es posible que ahora mismo tengamos un anticipo de lo que será un mundo libre de todo pecado. Podemos aprender mucho sobre ese período milenial de paz, y lo que podemos hacer para que Jesucristo sea nuestro Rey desde ahora; solicitando y estudiando nuestro folleto gratuito titulado: El maravilloso mundo de mañana. [MM]