¿Cuánto vale la vida humana? | El Mundo de Mañana

¿Cuánto vale la vida humana?

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Mucha gente habla de los derechos humanos, pero, ¿cómo probamos si realmente existen? ¿Quién decide el valor de los seres humanos?

No es la clase de pregunta que nos hagamos todos los días. Pero la incapacidad de la sociedad para responderla, está causando devastación y caos en la humanidad y sus instituciones:

¿Cuánto vale la vida humana?

La falta de respuesta ha causado grandes fracturas morales, culturales y políticas; que se manifiestan en nuestras calles, en las aulas de las escuelas y en las salas de los gobiernos. El caos destructor ocasionado por la colectiva confusión sobre este punto, queda bien ilustrado en los dos extremos de la vida humana: la concepción y la muerte. Cada uno de estos extremos en la jornada humana universal, representa un campo de batalla en el intenso conflicto cultural. Y cada uno también representa que la vida humana se halla más vulnerable ante las modas y caprichos de la sociedad.

Muchos protestan contra la desvalorización de la vida humana, y se inquietan ante la creciente cultura de muerte en la civilización occidental. Otros celebran lo que consideran es la disposición a asegurar la muerte con dignidad, y ven en el suicidio la manifestación máxima de la autonomía y libertad de acción del ser humano. ¿Quién puede afirmar dónde está la razón? ¿Estaremos llegando a un nuevo siglo de las Luces, o estamos descendiendo a lugares sombríos de consecuencias horripilantes e inevitables?

El derecho a morir

La muerte como una opción tiene cada vez más acogida en Canadá; pese a que en el 2016 los legisladores restringieron el suicidio asistido, legalizado el año anterior por el Tribunal Supremo Canadiense para quienes padecían enfermedades terminales, y para quienes la muerte natural era razonablemente previsible.

En solo seis años, del 2016 al 2021, el número de canadienses que optaron por la muerte asistida se multiplicó diez veces, de 1.018 a 10.064. Fue así como en el 2021 hubo personas en Canadá que pidieron ayuda para morir a razón de más de 27 diarias. La tendencia era bien previsible, con solo observar a Bélgica, donde se descriminalizó la eutanasia en el 2002, más de un decenio antes de Canadá. En el 2003, el promedio de muertes anual por eutanasia en Bélgica era 235. Y en menos de 20 años esa cifra se ha multiplicado más de diez veces, porque en el 2021 el país dio noticia de 2.699 casos de eutanasia: más de siete personas al día en una población que es como la tercera parte de la canadiense.

La ley belga estipulaba que quienes eligieran la muerte debían ser mayores de edad, conscientes y capaces de tomar sus propias decisiones. Y la persona tenía que tener una condición médica sin esperanza, que incluyera sufrimiento físico o mental constante e insoportable y sin alivio posible. Pero con el tiempo, el concepto de lo que constituye “sufrimiento físico o mental insoportable” se ha ampliado de manera inquietante. En el 2012, dos gemelos sordos de 45 años, diagnosticados con glaucoma, murieron por eutanasia porque las autoridades legales conceptuaron que su temor de enceguecer constituía un “sufrimiento mental insoportable”. En el 2014, la norma se amplió para incluir a menores de edad que deseaban morir con el consentimiento de los padres. Desde entonces la eutanasia se ha aplicado hasta en niños de solo nueve años de edad.

Como era de esperar, Canadá ha seguido la tendencia belga. El año pasado, la norma del 2016 se reemplazó con otra menos rígida: la persona tiene que hallarse en estado de “sufrimiento físico o mental insoportable” que “no pueda aliviarse en condiciones que se consideren aceptables”.

Los observadores ya han notado, con inquietud, un aumento de suicidios entre los pobres o discapacitados, para quienes el costo de vida resulta demasiado oneroso; como es el caso de una mujer de 51 años que padecía alergias ambientales, y eligió el suicidio porque no encontraba ayuda para mudarse a otro lugar.

Por su parte, los estadounidenses no deben pensar que semejante cosa sea imposible en su país. Muchos recuerdan el escándalo del doctor Jack Kevorkian, médico de Michigan que en la década de 1990 empezó por ayudar a varias decenas de personas a cometer suicidio, y llegó hasta atreverse a matar a un paciente, lo que le valió ocho años de cárcel. Hoy el suicidio asistido es ilegal en Michigan, pero en varios estados, entre los cuales también legalizan amplios derechos del aborto; como California, Oregón y Washington; junto con Maine, Nueva Jersey y Vermont en la costa Oriental; han legalizado esta práctica que, hasta hace poco, muchos consideraban una barbarie.

El derecho de abortar contra el derecho de la vida

En febrero del 2012, los especialistas en ética Alberto Giubilini y Francesca Minerva publicaron un artículo en el Journal of Medical Ethics, demostrando que el razonamiento ético que permitiría el asesinato de un niño en el vientre de su madre, otorga necesariamente el derecho de matar a ese niño después de haber nacido y en etapa de pleno crecimiento. La idea de establecer una equivalencia entre el aborto y el infanticidio enfureció a muchos. Sin embargo, Minerva y Giubilini no abogaban por alguna norma o posición, limitándose a argumentar que la moral de los dos actos es una misma. Si los hechos en sí están bien o mal es algo que no pudieron explicar.

Entonces, ¿cómo podemos determinar qué es lo correcto? Cuando el año pasado se revocó el fallo dictado en 1973 por el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, en el caso de Roe v. Wade, muchos continuaron reclamando el “derecho” al aborto voluntario. De hecho, muchos olvidan que el fallo, dictado en junio del año pasado, no hizo ilegal el aborto. El Tribunal evadió la pregunta crucial: “¿Es el aborto asesinato?” Limitándose a devolver la mayor parte de las decisiones sobre este a la jurisdicción de cada estado. Ahora la batalla se libra en forma local… y “batalla” no es una simple metáfora. Tras la decisión, activistas militantes que defienden el aborto vandalizaron e incendiaron iglesias y centros de atención mental relacionada con el embarazo, dejando mensajes como “si el aborto no está protegido, usted tampoco lo está”.

El caos en la sociedad debe ser prueba suficiente de que los “derechos” cambian de un ciclo político a otro, según las inclinaciones e ideologías de quien ocupe el poder en el momento. Y ninguna nación tiene una Constitución que dure eternamente.

Entonces, ¿dónde existen nuestros “derechos”? En el ámbito político se habla mucho de “derechos humanos” y “derechos de la mujer”, del “derecho a la vida” y del “derecho a la autonomía corporal”. Se defienden las leyes que protegen esos “derechos”, y se lucha contra las que les resulten contrarias. Pero, ¿cuál es el origen de esos “derechos”? ¿Adónde podemos acudir para comprobar que realmente existen? La ciencia puede explicar cuán rara podría ser la vida humana en el Universo, como lo hicieron los astrobiólogos en el libro clásico Rare Earth, pero no puede decir por qué la vida humana sería más valiosa que la de un pulpo, por ejemplo, o la de un elefante africano.

Incluso, algunos destacados biólogos han declarado que la vida humana no es más valiosa, y que decir lo contrario es “parcialidad en favor de una especie”. En la colección de Paola Cavalieri y Peter Singer  titulada: El proyecto de los grandes simios: Igualdad más allá de la humanidad, nadie menos que la luminaria evolucionista Richard Dawkins describe su convicción al respecto: Decir que los seres humanos ocupan una posición especial más que los animales, equivale moralmente al apartheid, y hacer un chimpancé humano mediante ingeniería genética quizá desengañaría a la humanidad, quitándole la idea de que tenemos algún valor por encima de los animales. En Twitter llegó a especular sobre el beneficio de cultivar carne de células humanas, para ayudar a los seres humanos a vencer su repugnancia moral al canibalismo.

La única fuente real para la respuesta

Aquel que creó la vida humana, el trascendente y todopoderoso Creador, revela lo que se niegan a ver los burladores, y revela sabiduría y verdad allí donde los filósofos no ofrecen más que conjeturas y posibilidades. Respecto al valor de la vida humana, Dios expone su posición explícitamente y sin lugar a dudas en las páginas de su Palabra revelada. Con respecto a la creación de la humanidad, las Escrituras declaran:

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la Tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:26-27).

Esta realidad, que cada ser humano lleva en sí como ser único, la imagen de su Creador; es la base que da Dios para decir por qué el asesinato es pecado: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre” (Génesis 9:6).

Todo ser humano posee un valor que trasciende el de cualquier animal. Matar animales no es pecado; en cambio, matar a otro ser humano lleva un enorme peso moral. El asesinato es tan contrario al carácter y naturaleza de Dios, que inmortalizó su prohibición en el sexto de sus diez mandamientos. Mientras los filósofos y abogados debaten la cuestión del valor humano, el Creador y Diseñador de toda vida declara la índole de ese valor sin equívocos.

El valor que Dios ve en la vida humana se refleja igualmente en el glorioso y eterno propósito por el cual creó a la humanidad. Todo ser humano tiene la oportunidad de llegar a ser un miembro glorificado de la propia Familia de Dios, y disfrutar la vida eterna con el Padre en majestad y gozo; heredando todas las cosas junto con nuestro Hermano mayor y Salvador Jesucristo (1 Juan 3:1-3; Apocalipsis 21:7; Hebreos 2:10-11).

La vida humana tiene valor porque el Dios trascendente y Eterno le da su valor. Y ningún filósofo, tribunal ni activista social puede revocar su divino decreto, diseño y propósito.

Toda vida tiene valor

Dios valora toda vida humana desde que empieza, desde sus primeros días en el vientre materno. Vemos en la Biblia hablar de niños en el vientre como seres humanos (véase Jeremías 1:5 y Lucas 1:41). Por medio de personas cuyas palabras inspiró Dios, el Creador se atribuye a Sí mismo el mérito de formar y desarrollar la vida en el vientre (Job 31:15; Salmos 139:13-14).

Dios dejó claro ante la antigua Israel que causar la muerte de un niño en el vientre traería un alto precio, conforme al Antiguo Pacto: “Vida por vida” (Éxodo 21:22-23). Hay quienes pretenden distorsionar el significado claro de este pasaje, pero ni siquiera esa distorsión puede ocultar la verdad. Un niño en el vientre no es, por supuesto, lo que será al nacer; se halla en proceso de crecimiento y desarrollo dentro del vientre, y ese proceso continuará durante años luego de nacer. Pero tanto en el vientre como después de nacer, sigue siendo un ser humano que crece y se desarrolla.

La discapacidad, las aflicciones y la pobreza no reducen el valor de la vida humana. Dios se declara Creador de los enfermos y discapacitados (Éxodo 4:11), y se revela como defensor de los pobres (Isaías 25:4). Esto significa que el valor de nuestra vida se extiende hasta los últimos días. Vemos como tema reiterado en las Escrituras que Dios quiere vernos honrando a los ancianos que hay entre nosotros, y este principio se refleja en su mandato a Israel: “Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo el Eterno” (Levítico 19:32).

Estas claras manifestaciones de los deseos, prioridades y valores de Dios; nos ayudan a aclarar las preguntas que se debaten en las protestas y discusiones amargas de nuestro tiempo. Se abren paso entre los equívocos éticos de estudiosos y filósofos en nuestras universidades, revelan el sinsentido de incontables letreros y gritos de tantos manifestantes en las calles, y condenan las leyes y normas de políticos que pretenden construir una sociedad ajena a la soberanía de Dios.

Compasión, convicción y coraje

Esto no quiere decir que nuestras dificultades sean imaginarias, o que nuestro sufrimiento sea una ilusión. El mundo actual no es lo que Dios pretendía que fuera, y nuestros días pueden presentar muchas fuentes de prueba y angustia. El Reino de Dios aún no ha llegado, y puede ser demasiado tentador para muchos responder eligiendo la muerte sobre la vida, olvidando el valor sagrado que Dios le da a cada vida humana.

¿Podemos sentir compasión por la adolescente que enfrenta un embarazo no deseado, que ve que la nueva vida dentro de ella puede ponerla en una trayectoria inesperada, incluso aterradora, que implica perder el control sobre circunstancias que había asumido como ciertas? ¿Qué pasa con el anciano que recibe el diagnóstico de su médico de una enfermedad terminal, que inevitablemente traerá dolor, debilidad y devastación financiera? ¿O la viuda que, lejos de su familia, se preocupa si morirá sola y abandonada, o si debe pedirles a sus seres queridos que se conviertan en sus cuidadores durante los años difíciles que se avecinan, si es que realmente están dispuestos a asumir la responsabilidad que les cambiará la vida?

Deberíamos sentir compasión por quienes sufren esas condiciones, que son inevitables en un mundo que no está gobernado por su Creador amoroso y compasivo. Y, de hecho, situaciones como estas se convierten cada año en la nueva realidad de la vida de incontables miles. Pero hay una razón por la cual los casos de suicidio asistido y eutanasia siguen aumentando en número. No debemos negar esta dura y trágica realidad, pero debemos desear aliviar la carga de quienes cuyo sufrimiento puede aliviarse, y ayudar a fortalecer el coraje de los que no pueden escapar del sufrimiento.

Sin embargo, si bien es posible que no entendamos exactamente por qué cada persona que sufre enfrenta la incertidumbre, la confusión y el dolor en la vida, nunca debemos perder de vista a nuestro Creador, quien valora cada vida. Es el Creador quien da la vida, y no tenemos derecho a tomarla. Consideremos que cuando el patriarca Job fue acosado por maldición tras maldición, perdiendo todas sus posesiones, al escuchar que todos sus hijos habían muerto trágicamente, y acosado por enfermedades dolorosas y devastadoras; su angustiada esposa le aconsejó: “Maldice a Dios y muérete”, para poner fin al sufrimiento (Job 2:9).

¿Cómo respondió Job? Comprendió que, si bien el diablo puede traer tales maldiciones, no estarían presentes si el mismo Dios no las permitiera. Fue así como respondió: “¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (v. 10). Si bien Job no sabía la causa de su sufrimiento, lo que aumentó aún más su agonía, reconoció que su vida no era suya. Incluso en su confusión y frustración, tal vez junto con su sentido de justicia propia, Job confiaba en que habría una respuesta (Job 13:15-16), y que Dios estaba actuando hacia un propósito más grande, incluso si solo lo llegara a entender después su muerte (Job 14:14-15).

Valorar la vida humana, como la valora nuestro amoroso Creador, requiere convicción, y esa convicción requiere una actitud valerosa, por parte de cada uno de nosotros individualmente. Pero a diferencia de esos principios y esos derechos sin base ni fundamento que se lanzan de un lado a otro en las guerras culturales; nuestros valores y convicciones se basan en la única realidad verdadera: la de Dios. Quien proporciona a quienes le aman y le obedecen el valor que necesitan (Josué 1:9).

Veamos como ve Dios

Jesús advirtió: “Estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13-14).

Ese camino se hace aún más difícil de encontrar si hemos perdido de vista los principios fundamentales que deben iluminar la vía. Uno de esos principios fundamentales es reconocer el valor de la vida humana, valor determinado por el Dios Todopoderoso; quien nos creó y nos amó, y que ejerce señorío y soberanía absolutos sobre toda vida.

Quizá se puede luchar con estas preguntas como sociedad, o quizá más íntimamente como individuos en alguna situación desesperada. En cualquier caso, las sombras de la confusión se despejan únicamente cuando volvemos a la fuente de luz verdadera: “Tú encenderás mi lámpara; el Eterno mi Dios alumbrará mis tinieblas” (Salmos 18:28).

Toda vida humana tiene valor. Cada una, sin excepción.

Pronto vendrá un mundo donde el Creador de esas vidas restaurará el entendimiento de la humanidad. Mientras tanto, pidámosle que nos ayude a ver a cada persona que cruza nuestro camino: fuertes y débiles, ricos y pobres, alegres y afligidos, ancianos y sin nacer; tal como aparecen ante los ojos de Dios: como personas de valor, hechas a su imagen y creadas con una finalidad que un día revelará que todo el sufrimiento en esta vida ha valido la pena (Romanos 8:18). Y cuanto más veamos a los demás como los ve Dios, más veremos el valor eterno que hay en todos y cada uno.

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