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¿Haríamos lo mismo?
Alguna vez nos habremos preguntado cómo sería nuestra vida si hubiéramos nacido en otro momento de la historia. Muchos quisieran haber vivido en tiempos de los pioneros de América. Otros hubieran querido vivir en tiempos de Jesucristo, cuando hacía tantos milagros.
Para quienes piensan que les hubiera gustado vivir en los días de Jesús, hay un punto inquietante. A pesar de sus milagros, que fueron muchos e indiscutibles, la gente lo hizo crucificar. De ahí la pregunta: ¿Qué habríamos hecho si hubiéramos estado allí? ¿Habríamos actuado como la multitud? ¿Nos habríamos mezclado con la turba que clamaba: “Crucifícale, crucifícale”? Nosotros ¡jamás! Por lo menos, eso pensamos. Pero en realidad, ¿seremos tan diferentes de quienes vivieron en el primer siglo de nuestra era?
Las Escrituras indican que al final de su ministerio, Jesús tenía solo 120 seguidores fieles (Hechos 1:15); después de tantos milagros realizados: convertir agua en vino, alimentar a miles con unos pocos panes y unos pequeños peces, caminar sobre el agua y sanar a muchos. Ciertos milagros fueron presenciados por pocas personas, como cuando caminó sobre el agua. Otros eran bien conocidos por veintenas, centenas o aun millares de personas. La resurrección de Lázaro, que llevaba muerto cuatro días, fue un hecho tan conocido que los jefes judíos, movidos por la envidia, para eliminar toda prueba de lo que Jesús había hecho, no se contentaron con maquinar la muerte de Jesús, sino que también pensaron en matar a Lázaro (Juan 12:9-11).
¿Qué habríamos hecho si hubiéramos vivido en los tiempos de Cristo? Podemos desear. Podemos especular. Pero no podemos saber… porque no habríamos sido los mismos que somos ahora. Vendríamos de otros padres y de otro ADN, y en la vida estaríamos sujetos a influencias muy diferentes.
Sin embargo, supongamos por el momento que hubiéramos sido exactamente los mismos en el primer siglo. Eso no podría ser, por supuesto, pero supongamos que sí, en aras de la discusión.
Se ha dicho, con razón, que el mejor indicador del comportamiento futuro es el comportamiento actual. ¿Podrá aplicarse el mismo principio en sentido opuesto? Suponiendo que fuéramos, en todos los aspectos, la misma persona que somos, ¿será que el comportamiento actual revele cómo nos habríamos comportado si hubiéramos nacido en tiempos de la vida humana de Jesús?
Aunque no nos agrade reconocerlo, no siempre somos la persona que quisiéramos ser en la vida diaria. Esto nos ayuda a comprender si habríamos tomado parte en la crucifixión o no. La mayoría, muy probablemente, creemos que en esa multitud nosotros seríamos la excepción. Esa es la persona que queremos ser y la que creemos ser. Es impensable que gritáramos: “¡Crucifícale!” Sin embargo, el autoengaño es un rasgo humano universal, y por las decisiones que toman, la mayoría de quienes se declaran cristianos, muestran ¡que sí serían parte de esa multitud! ¿Cómo puede ser posible? ¿Y cómo podemos estar tan seguros?
Jesús vino en la carne como el Hijo de Dios, pero pocos comprenden lo que fue antes. Ni siquiera los judíos de su época lo entendían. Muchos dan por sentado que el Dios del Antiguo Testamento, quien escribió los diez mandamientos en piedra, quien habló con Moisés, fue Aquel a quien Jesús llamó Dios Padre. La realidad es que el Ser divino que habló con Moisés no era Dios el Padre, sino el Verbo, ¡quien vino a ser Jesucristo! Este hecho, de fácil demostración, tiene consecuencias para el cristianismo actual.
El apóstol Pablo escribió: “No quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Corintios 10:1-4).
Leemos, además: “Nadie ha visto jamás a Dios” (1 Juan 4:12). ¿Cómo puede ser, si también leemos que 74 israelitas vieron al Dios de Israel? “Subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de Israel… Mas no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron” (Éxodo 24:9-11).
¿Cómo reconciliamos: “Nadie ha visto jamás a Dios” con: “Vieron al Dios de Israel”? La respuesta la da Juan, discípulo de Jesús: “A Dios [Padre] nadie le vio jamás; el unigénito Hijo [Cristo], que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer [al Padre]” (Juan 1:18). Un motivo de la venida de Jesucristo fue para revelar al Padre. “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Lucas 10:22).
El “cristianismo” moderno ha creado una imagen falsa de un Padre, áspero y exigente, que daba órdenes imposibles a la humanidad, pero así como vemos en este y otros pasajes de las Escrituras, el Dios del Antiguo Testamento es el mismo que más tarde dio su vida por la humanidad. Es también quien reprendió a los habitantes del primer siglo, diciendo: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46).
¿Acaso actualmente las cosas son diferentes? La gente llama a Jesús: “Señor” (que significa: “Amo”), pero pretenden que se conforme a sus propias ideas del bien y del mal, sus ideas de cómo adorarlo, y sus costumbres inventadas por hombres. Dicen que son sus seguidores, ¿pero acaso andan como Él anduvo? ¿O siguen a la multitud, los caminos de sus familiares y amigos, y las tradiciones transmitidas de una generación a otra?
Repetimos: ¿Qué habríamos hecho si fuéramos habitantes de Judea en el primer siglo de nuestra era? ¿Habríamos seguido a Jesús? El apóstol Juan responde: “En esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso y la verdad no está en él; pero el que guarda su Palabra, en este verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en Él. El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1 Juan 2:3-6).
¿Cómo anduvo Jesús? ¡No fue por los caminos del cristianismo popular! El cristianismo, tal como en general se conoce ¡no es el cristianismo de Cristo! El reconocido historiador Paul Johnson escribió lo siguiente, respecto de la paganización del cristianismo desde sus primeros años:
“Muchos cristianos no distinguían claramente entre su propio culto y el culto al Sol. Se referían a Cristo ‘conduciendo su carroza por el cielo’, celebraban sus servicios el domingo, se arrodillaban hacia el Este, y celebraban la navidad el 25 de diciembre, el cumpleaños del Sol en el solsticio de invierno. En la época del renacimiento pagano, bajo el emperador Juliano, fue fácil para muchos cristianos apostatar a causa de esta confusión: El obispo de Troya le dijo a Juliano que siempre había rezado al Sol en secreto. Constantino jamás abandonó el culto al Sol y lo mantuvo en sus monedas. Convirtió el domingo en día de reposo” (A History of Christianity, 1976, págs. 67-69).
Lo que consta en las Escrituras no deja lugar a ambigüedades: Jesús guardó el sábado y los días santos anuales, lo mismo que sus apóstoles y la Iglesia de Dios primitiva. No guardaban fiestas paganas recicladas, para mayor información, solicite nuestros folletos gratuitos: ¿Cuál es el día de reposo cristiano? y Las fiestas santas. Plan maestro de Dios). También puede leerlos en línea ingresando a nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org. En abril de este año comenzó el ciclo anual de los días santos bíblicos, tal como aparecen en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Son los mismos días que guardaron Jesús, sus apóstoles y la Iglesia primitiva; y los mismos que Jesús estableció en Israel, antes de los mandamientos en el monte Sinaí (Éxodo 12-13). La presente generación no sería muy diferente de la generación del primer siglo d.C. Aquellos sacrificaron al Mesías, y esta generación haría otro tanto. Entonces queda la pregunta: ¿Haríamos lo mismo, considerando las decisiones que se toman actualmente?