Para hacer una búsqueda avanzada (buscar términos específicos), escriba juntamente los criterios de interés como se muestra en los siguientes ejemplos:
Millones de personas sienten que su trabajo carece de propósito y de satisfacciones. ¿Desea Dios que disfrutemos del trabajo, o que simplemente lo soportemos?
Muchas personas ven en su trabajo un callejón sin salida, una actividad frustrante y sin propósito. ¿Sentimos acaso que nuestro trabajo, cualquiera que sea, es un cúmulo de monotonía? ¿Debe ser así? Una encuesta señala que incluso en países desarrollados solamente la mitad de los trabajadores están satisfechos con su empleo. Es de suponer, entonces, que en otros lugares donde el trabajo es mal remunerado, y a veces agobiante, pocos cumplen sus labores con dedicación y satisfacción.
A lo largo de la historia, la experiencia laboral no ha sido agradable ni cómoda para la mayoría de las personas. Incluso ahora, para la mayoría de los habitantes de la Tierra, el trabajo no es un lujo sino un mal necesario en su lucha por sobrevivir. Un académico explicó: “Desde una perspectiva histórica, la norma cultural que asigna un valor moral positivo al buen cumplimiento del trabajo, por tener este un valor intrínseco, es un fenómeno bastante reciente. Durante buena parte de la historia antigua, el trabajo fue duro y degradante.
El sistema de creencias de los hebreos miraba el trabajo como una maldición ideada por Dios explícitamente para castigar la desobediencia e ingratitud de Adán y Eva… En efecto, en numerosos pasajes del Antiguo Testamento se favorece el trabajo, no porque brindara felicidad alguna, sino por la premisa de que era necesario para evitar la pobreza y la miseria” (Contexto histórico de la ética de trabajo, Roger Hill, Ph. D.).
¿Habrá sucedido algo que transformó el concepto que la humanidad tenía del trabajo? ¿Se habrá considerado alguna vez que el trabajo era algo positivo y satisfactorio, aunque ahora apenas si se tolera como una carga inevitable en el mejor de los casos? La respuesta, por sorprendente que sea, es afirmativa.
El libro del Génesis dice que Dios trabajó para crear nuestro mundo. Separó el agua de la tierra seca y creó los peces, las aves y los animales terrestres. Seis veces el Génesis relata que Dios miró la obra de sus manos y ¡consideró que era buena! Concluida la semana y finalizada su labor, “vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Dios no estaba mortificado por su trabajo, ¡lo disfrutó! Laboró seis días y luego reposó en el séptimo día para disfrutar de lo que había hecho, instituyendo así el sábado como día de reposo semanal (Génesis 2:1-3).
Ahora bien, Dios no quería disfrutar del proceso de la creación de modo solitario, sino que quería compartir su mundo y el desarrollo con otros. Una razón clave por la cual creó a los seres humanos, fue para que participaran de la alegría de su obra. Leemos que Dios “plantó en Edén, al Oriente; y puso allí al hombre que había formado… Tomó, pues, el Eterno Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Génesis 2:8, 15). Dios quería que Adán, Eva y sus descendientes; tuvieran el estímulo agradable y emocionante de cuidar el huerto en Edén; y finalmente ¡de embellecer toda la Tierra! Pero ellos pecaron. Rechazaron la verdad de Dios, su soberanía y su camino de vida. ¿Cuál fue el resultado?
“Al hombre dijo [Dios]: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la Tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Génesis 3:17-19). Cuando nació Noé, su nombre era un recuerdo de que la humanidad trabajaba duramente a causa del pecado de Adán y Eva. Cuando nació, sus padres comentaron: “Este nos aliviará de nuestras obras y del trabajo de nuestras manos, a causa de la Tierra que el Eterno maldijo” (Génesis 5:29).
En hebreo, el nombre “Noé” significa descanso, y es indicativo del reposo que esperaban sus padres de sus duras faenas. Sí, ¡el pecado trajo consecuencias espantosas al mundo! Adán y Eva dejaron de lado un trabajo maravilloso: un medio laboral extraordinario, condiciones de empleo perfectas ¡y prestaciones enormes! Al pecar, optaron por rebelarse contra los mandatos de Dios y fueron expulsados del más hospitalario y acogedor de los ambientes. Desde entonces, miles de millones de seres humanos han luchado por subsistir.
Muchos esperaban que a partir de la revolución industrial mejoraran las condiciones de vida, ya que las eficientes máquinas le ahorrarían trabajo al hombre. Pero el avance industrial no resolvió los problemas de muchos trabajadores. Por el contrario, la historia muestra que muchos obreros de las nuevas fábricas trabajaban en condiciones deplorables. En 1833 un autor describió a los obreros de Inglaterra y su penosa situación: “Tienen la tez amarillenta y pálida, con rasgos curiosamente planos debido a la falta de una cantidad apropiada de sustancia adiposa [gordura] para rellenar las mejillas. Muchísimos jóvenes y mujeres andan cojeando o caminan con torpeza… Un aire abatido y sin espíritu, sus piernas dobladas y un aspecto que tomado en su conjunto, da al mundo ‘escasa seguridad de ser humano’, y si la da, ‘tristemente desprovisto de sus justas proporciones’” (La población manufacturera de Inglaterra, P. Gaskell, págs.. 161-162, 202-203).
Fueron especialmente los niños quienes más sufrieron con la nueva economía mecanizada. Muchos de ellos fueron reducidos prácticamente a la esclavitud. El autor prosiguió: “El trabajo fabril es un tipo de labor que en muchos aspectos resulta espacialmente inapto para niños. Encerrados en un ambiente caluroso, desprovistos del ejercicio necesario, sometidos a una misma posición durante horas, con un solo conjunto o sistema de músculos llamados a activarse, no es de extrañar que sus efectos sean nocivos para el crecimiento del niño (Ibídem).
Si bien las condiciones de trabajo han mejorado grandemente en el último siglo y medio, la esclavitud todavía existe en el mundo industrial. En muchos países los trabajadores siguen padeciendo en condiciones lamentables, y en un medio laboral demasiado duro.
Dios concedió un día de reposo, el sábado, como descanso semanal de nuestras labores, para recordarnos que después de 6.000 años en que los seres humanos han vivido a su manera, alejados de Dios y guiados por su propio egoísmo, pronto vendrá un reposo de mil años, que será el Reino milenario de Jesucristo en la Tierra. El Nuevo Testamento habla de un descanso que se avecina para toda la Tierra: “Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado… Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día… Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas” (Hebreos 4:1, 8, 10).
¿Cómo será ese descanso milenial? La profecía bíblica muestra que la Tierra regresará a un estado semejante a como fue el huerto en Edén (Isaías 51:1-3). Las Sagradas Escrituras presentan un período cuando “se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente” (Miqueas 4:4). La Tierra será tan fecunda, y el medio tan propicio para la vida humana, que “el que ara alcanzará al segador, y el pisador de las uvas al que lleve la simiente” (Amós 9:13). También leemos que: “Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa” (Isaías 35:1).
No solo se levantará la maldición de Adán y Eva, sino que se eliminará la causa de la maldición divina, que es la rebeldía de la humanidad y su rechazo de los caminos y las leyes de Dios.
El profeta Ezequiel describió así la vida bajo el gobierno de Dios: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros… pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26-27).
Los estatutos impuestos en un lugar de trabajo sirven para promover un medio saludable y seguro, e incluso para prevenir casos de muerte. Si se respetan los reglamentos, las tasas de muertes laborales, lesiones y enfermedades ocupacionales, disminuyen notablemente. Mucho antes de que los hombres pensaran estas pausas, Dios estableció reglamentos para promover un medio laboral sano y seguro. Por ejemplo: “Si alguno abriere un pozo, o cavare cisterna, y no la cubriere, y cayere allí buey o asno, el dueño de la cisterna pagará el daño, resarciendo a su dueño, y lo que fue muerto será suyo” (Éxodo 21:33-34). Otro estatuto manda una buena práctica de construcción, que es construir barandas en los techos para evitar accidentes: “Cuando construyas una casa nueva, hazla con un pretil en la azotea para que, si alguien llegara a caerse y se muriera, no eches sobre tu casa la culpa de esa muerte (Deuteronomio 22:8, RVC).
En el Reino venidero, bajo el gobierno de Jesucristo, la Tierra tendrá una economía vibrante y firme. Habrá suficientes bienes para todos y servicios eficientes, provistos por personas dedicadas a su trabajo, y ¡que lo estarán disfrutando! Cuando la gente empiece a comprender el trabajo tal como Dios lo ve, y cuando pongan los principios del amor divino en práctica todos los días, mediante el poder del Espíritu Santo, empezarán a sentir en su trabajo una tranquilidad y una satisfacción ¡indescriptibles! Ese futuro será maravilloso. Pero, ¿será necesario esperar hasta el regreso de Jesucristo, para comenzar a disfrutar de un medio laboral feliz? ¿Quisiéramos sentir mayor interés y más sentido de propósito en el trabajo y en la vida actual? ¡Es muy posible! Consideremos los siguientes puntos fundamentales para que el trabajo sea una bendición:
Adán y Eva cometieron el error de desobedecer a Dios y buscar la satisfacción por sus propios esfuerzos. El primer paso para hallar satisfacción en el trabajo es aprender del error de Adán y Eva, aceptando a Dios como nuestro Señor, nuestro Jefe, quien realmente mande en nuestra vida y provea para todas nuestras necesidades. Si realmente deseamos ser bendecidos y felices en el trabajo, empecemos por buscar a Dios. Jesucristo nos enseña: “Si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?... Mas buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:30-33).
Si estamos haciendo la voluntad de Dios y obedeciendo sus mandamientos, nos va a guiar y administrar en el trabajo, y en nuestra vida. A los israelitas les dijo: “Acuérdate del Eterno tu Dios, porque Él te da el poder para hacer las riquezas… Mas si llegares a olvidarte del Eterno tu Dios y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres y a ellos te inclinares, yo lo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis” (Deuteronomio 8:18-19). Dios nos dice que seamos agradecidos (Colosenses 3:15). Especialmente en tiempos económicos inciertos, el solo hecho de tener qué comer y un empleo, ya es algo que debemos agradecer. El apóstol Pablo nos exhorta así: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6). El primer paso para lograr más satisfacción en el trabajo es simplemente dar el reconocimiento a Dios que lo provee.
¿Cómo podemos mejorar nuestra experiencia laboral? Una manera es ¡ser mejor trabajador! Muchos trabajadores desperdician hasta el 20 por ciento de su tiempo en el trabajo… y lo reconocen abiertamente. Algunos llaman por teléfono para decir que están enfermos cuando no lo están, o consumen alcohol o narcóticos en el trabajo. ¡Solo un pequeño porcentaje dice que se esfuerza al máximo! ¿Y nosotros? ¿Nos dedicamos a cumplir la jornada de trabajo a conciencia?
¿Nos cuesta entendernos con los demás: colegas, empleados o el jefe? Y, ¿si tenemos un jefe especialmente difícil? Dios nos enseña a manejar esas situaciones: “Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar. Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente… Si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios” (1 Pedro 2:18-20).
Ciertamente llega un momento cuando hay que poner fin a los maltratos de un jefe agresivo buscando otro empleo. Pero antes de precipitarnos a dejar un lugar de trabajo desagradable, conviene hacer todo lo posible por mejorarlo. Esforcémonos por hallar maneras de ayudar al jefe a alcanzar sus metas. No busquemos confrontación sino cooperación. Recordemos que “la blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor” (Proverbios 15:1).
Cuando aprendemos maneras novedosas de manejar los conflictos en el trabajo, reducimos el grado de tensión, aumentamos la sensación de bienestar, ¡y la experiencia laboral mejora en general!
Si somos supervisores de otros, ¿nos cuesta llevarnos bien con ellos? Dediquemos algún tiempo para aprender a animar y motivar a los empleados, ¡incluso a los difíciles! Las Sagradas Escrituras dicen a los supervisores que den “lo justo y recto” a sus empleados (Colosenses 4:1), “dejando las amenazas” (Efesios 6:9). La rectitud, la paciencia y el esfuerzo sincero por comprender las metas y necesidades de los empleados, ayudan mucho a forjar un medio laboral mejor. Dios observa cómo tratan los supervisores a los demás, sabiendo que es el Supervisor de ellos desde el Cielo (v. 9).
¿Qué es lo que nos apasiona? El famoso entrenador de béisbol Mike Weeck afirmó que para estar felices y contentos, es esencial sentir pasión por el trabajo: “La mayoría de nosotros nos dejamos levantar y abatir por la vida. Caemos en la rutina, especialmente en el trabajo, y con el tiempo pasamos buena parte de la vida sonámbulos, especialmente en el trabajo. Es hora de sacudirnos y de salir de esa existencia mediocre” (Cómo generar alegría y pasión en el lugar de trabajo y en la carrera, pág. 6). No hay que confundir ímpetu y celo con la obsesión por el trabajo. El objetivo no es excederse, sino hacer algo que nos gusta y que nos parece importante. Participar en algo que es profundamente importante para nosotros, le da emoción al trabajo y desata el sentido creador.
Un especialista explica lo que busca al entrevistar candidatos para empleo en su empresa: “Cuando hago entrevistas, busco pasión y me doy cuenta en dos minutos si la persona la tiene… No hay cabida para alguien con las más impresionantes credenciales si carece de pasión. Al mismo tiempo, alguien con experiencia apenas modesta podría ser perfecto para el cargo” (Ibídem, pág. 5).
Es difícil hallar un trabajo que coincida exactamente con lo que más nos apasiona en la vida. Pero si hay algo que logra emocionarnos, hará mucho más agradable el trabajo. Este principio se aplica más allá del medio laboral. Aunque muchos menosprecian el papel de ama de casa como se describe en la Biblia: “Prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la Palabra de Dios no sea blasfemada” (Tito 2:5). La verdad es que manejar un hogar le brinda a la mujer oportunidades para explorar sus propios intereses en aspectos de decoración y diseño, arte culinario, costura, salud y nutrición, presupuesto, desarrollo infantil y muchos más. La autora Alexandra Stoddard dice: “La prueba de una verdadera vocación, dijo alguien, es que nos guste la parte pesada y rutinaria. Cuando suplimos nuestro trabajo con dedicación y empeño, todo lo que hagamos se convierte en motivo de satisfacción; cuando nos importa y nos apasiona hacerlo bien, entonces cada cosa que hagamos es importante” (Vida agradable en un mundo nuevo, pág. 126). El rey Salomón de la antigua Israel dio este sabio consejo hace muchos años: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9:10). Cumplir nuestro trabajo, cualquiera que sea, con ímpetu y celo, refuerza nuestra motivación y hace más agradable la faena.
Las profecías bíblicas se refieren al Reino milenial de Jesucristo como una época cuando todo el mundo tendrá felicidad y alegría: “Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa. Florecerá profusamente, y también se alegrará y cantará con júbilo; la gloria del Líbano le será dada, la hermosura del Carmelo y de Sarón. Ellos verán la gloria del Eterno, la hermosura del Dios nuestro… Y los redimidos del Eterno volverán, y vendrán a Sion con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido” (Isaías 35:1-2, 10). Dios es un Dios de alegría y su Espíritu se compara con el “óleo de gozo” (Isaías 61:3).
En la actualidad, muchos cumplen trabajosamente sus faenas con un corazón cargado de tensiones y presión. Pero Jesucristo promedió alivio y descanso para quienes acudan a Él: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30).
¿Contamos nosotros con ese descanso? ¿Permitimos que Jesucristo nos ayude a llevar la carga, que nos levante cuando caemos? Todos conocemos a alguien dotado de una personalidad simpática y contagiosa, y hemos visto cómo una palabra alegre o una risa espontánea rompen el hielo de la tensión en el momento justo. Hace mucho tiempo, Dios inspiró al rey Salomón para que escribiera: “El corazón alegre hermosea el rostro; mas el dolor del corazón el espíritu abate” (Proverbios 15:13).
Para tener éxito en el trabajo y en la vida, es preciso que nos agrade lo que hacemos. Consideremos lo siguiente: “Deseo que todas las cosas sean tranquilas y felices, porque ese es el medio que más estimula mi creatividad… El ser humano tiene una necesidad que lo impulsa a desear la felicidad, y si esta no es auténtica, resulta difícil fingirla” (Veeck, pág. 21). ¿Somos capaces de sonreír con facilidad y de imprimir un poco de alegría en una situación pesada? ¿Somos capaces de reírnos de nosotros mismos y no tomarnos muy en serio? Al convertirnos en alguien que trabaja no solo con celo y pasión, sino con alegría, podemos tener una experiencia laboral mucho mejor, a la vez que ayudamos a los demás a ser más productivos.
Para los verdaderos discípulos de Jesucristo, cualquier trabajo, aun el más difícil o el que parezca como un callejón sin salida, puede encerrar un gran significado y un propósito enorme, ¡si recordamos para quién trabajamos! El apóstol Pablo explicó: “Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios, sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres” (Efesios 6:5-6). Nuestro trabajo puede cobrar un significado mucho mayor, cuando comprendemos que no trabajamos solamente para otros seres humanos, ¡sino para agradar a Dios!
Nuestra vida es un campo de entrenamiento para algo mucho más grande. Adán y Eva tuvieron la oportunidad de trabajar para Dios, ¡la misma oportunidad que reciben los cristianos en la actualidad! Dios busca a personas que puedan servirle en el milenio venidero, personas obedientes, trabajadoras, que amen al prójimo, ¡y que vivan la vida con pasión y alegría! ¿Consideramos que nuestro trabajo es interminable, bajo o sin valor? ¿Que no ofrece oportunidades? Dios se vale de las experiencias más pequeñas para enseñar a sus discípulos lecciones que aplicarán de manera importante en el futuro. Jesucristo lo explicó en la parábola de los talentos: “El Reino de los Cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes… Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. Llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré” (Mateo 25:14, 19-21).
Dios está preparando a sus discípulos para que gobiernen con Jesucristo, para que le ayuden a administrar una sociedad mundial. El requisito previo para trabajar con Jesucristo en su Reino, no es que alcancemos riqueza y posición en esta vida, sino que adquiramos carácter, y que aprendamos obediencia a Dios, amor al prójimo y fe total en el Hijo de Dios, no importa la oportunidad en la que Dios nos coloque ahora. Aprovechemos al máximo cada oportunidad de trabajo con celo, ímpetu, alegría y amor. No desperdiciemos ninguna oportunidad de prepararnos en el trabajo actual, ¡para cumplir con un trabajo para Dios en su Reino! (Mateo 25:24-28).
¿Es nuestro trabajo una maldición? ¡No tiene por qué serlo! Con la ayuda de Dios, todos podemos sentir alegría en el trabajo; a la manera de Dios, y prepararnos para un trabajo profundo, satisfactorio, y de gran significado en el Reino de Dios.