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¿Qué es en este tiempo lo normal en el ámbito del sexo y la sexualidad?
¿Qué es un matrimonio normal? ¿Qué es una familia normal?
En el pasado, las respuestas serían de común conocimiento. Aunque algunos discreparan en los pormenores, la mayoría convendría en lo que representaba la norma de la vida humana en sus facetas fundamentales: El matrimonio era un compromiso vitalicio entre un hombre y una mujer, dentro del cual se definía una familia, y se brindaba el medio más sano para la crianza de los hijos. La humanidad estaba organizada en hombres y mujeres, y el hecho de que las relaciones sexuales estaban diseñadas para el encuentro de un hombre y una mujer, era cuestión de biología elemental que, para fines instructivos, muchos explicaban, algunas veces torpemente, en términos de los animalitos del campo. La arrolladora mayoría de los padres, refiriéndonos a padres y madres, sabían el sexo de su niño o niña desde el momento en que nacía.
Este era el mundo que la mayoría de nosotros conocimos hasta hace unos 20 o 30 años. No es el mundo que estamos viendo. En este mundo nuevo, el simple hecho de preguntar ¿qué es normal?, resulta ofensivo para muchos. Es posible que incluso algunos lectores de este artículo ya se sientan ofendidos. Esto es porque estamos viviendo las últimas etapas de una prolongada guerra contra la normalidad. Los ingenieros sociales han montado una campaña agresiva desde hace decenios, con la intención de erradicar toda idea de que ciertas cosas deben verse como normales y otras como anormales.
La guerra se ha librado por medio de las redes sociales y el mundo del entretenimiento, por las instituciones educativas y las salas de gobierno. Y han tenido éxito. El dicho atribuido a la humorista Patsy Clairmont, de que “lo normal no es más que una configuración en su secadora”, se ha transformado metódicamente en un concepto fundamental de una nueva manera de ver la civilización, nunca antes visto en el planeta Tierra… con la posible excepción de Sodoma y Gomorra, cuya destrucción fue tan repentina que no dejó rastro de los detalles de su cultura en la historia humana.
En la guerra contra lo normal, es claro que la normalidad está recibiendo una paliza. Y a medida que el mundo se deshace de la normalidad, va ocupando su lugar un mundo distorsionado y anormal. Este es el mundo que heredarán nuestros hijos: un mundo donde lo normal no existe, y donde sugerir lo contrario constituye la peor de las ofensas.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cuán grave es la situación? ¿Podrá empeorar? Por último: ¿Qué piensa Dios de una cultura donde todo lo que es normal se ha convertido en el enemigo?
Si bien quienes atacan la normalidad no están tan coordinados ni tan conspiradores como muchos creen, sí hay ciertas doctrinas y metas que los impulsan y los unen. Ya en estas páginas hemos hablado de la influencia de filósofos que buscan deconstruir la civilización occidental y formarla de nuevo a su propia imagen. En un artículo del doctor Douglas Winnail, publicado en julio del 2021 en la versión en inglés de esta revista, se refirió en detalle a la “larga marcha por las instituciones” emprendida por los “visionarios” desde hace decenios. Surgida del mundo académico de la nefasta escuela de Frankfurt en la década de 1920, la llamada “teoría crítica” se puso de moda en todas sus formas. Los años setenta vieron surgir la teoría crítica legal. Más recientemente, el tema de discusión fue la teoría crítica racial.
Otra teoría, que se menciona menos, pero que ejerce una influencia igualmente importante en la cultura moderna, es la teoría queer. Esta teoría, como las otras teorías críticas, pretende deconstruir la manera usual de ver las cosas, cuestionar normas ampliamente difundidas y rehacer los paradigmas de la estructura social conforme a un paradigma del poder, con unos “oprimidos” y otros “opresores”. La teoría queer, formulada en los programas de LGBT y programas de estudios de la mujer en las universidades del mundo Occidental, se concentra específicamente en la deconstrucción de la sexualidad y del sexo y, por consiguiente, de todo lo afectado por estas facetas de la vida, como es la estructura familiar.
Los académicos imbuidos en estas ideas aspiran a subvertir lo que siempre se consideró normal, y celebrar prácticas e ideas que antes eran anormales. No les basta que una sociedad simplemente acepte o permita el más amplio espectro de conductas sexuales y de “construcciones de sexo”. Su objetivo es alterar el modo usual de ver las cosas en la sociedad, hasta que se considere que nada es “normal” o “anormal”.
Por ejemplo, la doctora Roberta Chevrette de la universidad Middle Tennesee State, ha escrito sobre la necesidad de alterar el pensamiento y las comunicaciones dentro de las familias, de manera tal que la heterosexualidad deje de verse como la norma de referencia, con la cual se comparan otras sexualidades. El objetivo de estos ingenieros sociales es cambiar el pensar de la sociedad, para que se consideren igualmente “normales” todas las formas de sexualidad. Y por supuesto, cuando todo es normal, nada lo es.
El prejuicio contra la sexualidad y la expresión del sexo normales y sanos, se observa en la aparición de lo que viene a ser un vocabulario nuevo. ¿Conocemos acaso las palabras? Nuestros hijos que han recibido educación superior probablemente las saben, y cada vez más, nuestros descendientes más jóvenes también. Lo que es más importante, quienes diseñan las normas y políticas escolares sí las saben.
Una palabra nueva es heteronormativo, que se refiere a la actitud de que la única expresión normal y natural de la sexualidad es la heterosexualidad. Un aspecto importante del proceso de hacer parecer no normal lo que de hecho sí es normal, consiste en ponerle un nombre que permita atacarlo. Así, basta una búsqueda somera en la internet para mostrarnos que el “pensamiento heteronormativo”, es decir, pensar que la expresión normal de la sexualidad es entre un hombre y una mujer, ha dejado de ser un “pensamiento correcto”. Si pensamos que las relaciones sexuales entre hombre y mujer son más normales que otras, se nos considera culpables de heterosexismo.
Igualmente, si usted es un hombre o una mujer que, al igual que casi todos los seres humanos del planeta, sigue considerándose del mismo sexo que se le asignó al nacer, ya no basta llamarse hombre o mujer. Ahora hay que ser un hombre cisgénero o una mujer cisgénero para distinguirse de un hombre transgénero o de una mujer transgénero. Y si es, por ejemplo, un hombre que considera innecesario identificarse como un “hombre cisgénero”; al fin y al cabo, nació hombre y sabe muy bien que es hombre; entonces, ¿para qué necesita de otras palabras? Cuídese, porque está cayendo en cisgenderismo. Y quien considere natural y normal que alguien con cuerpo masculino se crea hombre, está practicando la cisnormatividad. ¿Cómo se atreve a pensar que alguna cosa, una sexualidad, una relación entre sexo, algún tipo de estructura familiar, puede ser normal?
Para tener una idea de cómo presentan como malas la sexualidad y la estructura familiar normales, basta mirar, por extraño que parezca, el movimiento Black Lives Matter (La vida de los negros importa).
Cuando el movimiento Black Lives Matter dominaba los titulares, a raíz de la trágica muerte de George Floyd, algunos interesados en dar su respaldo a la causa vieron con consternación la página: Quiénes somos, de la organización. Bajo el encabezado: “Lo que creemos”, se declaraba: “Reflexionamos sobre nosotros mismos y hagamos el trabajo necesario para desmantelar el privilegio cisgénero… Perturbamos la estructura familiar con el núcleo prescrito por Occidente… Y, promovemos una red que reafirma queer. Cuando nos reunimos, lo hacemos con la intención de librarnos de la férrea sujeción al pensamiento heteronormativo”.
La página se retiró antes de las elecciones presidenciales del 2020 en Estados Unidos, pero el tema no desapareció. ¿Qué tiene que ver la ideología transgénero con la intención de acabar con la discriminación y violencia contra las personas negras? ¿Acaso el apoyo a la vida de las personas de raza negra depende de la oposición a la heteronormatividad, o a la estructura familiar tradicional?
La explicación es que la guerra contra todo lo normal ha logrado introducirse en casi todos los esfuerzos por producir un cambio social. Mientras los teóricos críticos irracionalmente reclasifican todos los elementos de las relaciones humanas como expresiones de un poder coercitivo, todo intento por corregir un tipo de injusticia se va relacionando con todas las demás injusticias, sean reales o imaginarias. Pensar que hay una estructura familiar normal, una sexualidad humana normal y un concepto normal de sexo, equivale a sostener una estructura del poder que pisotea y oprime.
Para los ingenieros sociales, creer que el mejor fundamento para la familia es el matrimonio entre un hombre y una mujer, que las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer representan la sexualidad normal y natural, y que sí es posible en casi todos los casos identificar el sexo de un niño al nacer; es alinearse con grupos fascistas como Mussolini o Hitler, o con los racistas del Ku Klux Klan. Suponer el sexo de una persona por su aspecto exterior se tilda de ignorancia, en el mejor de los casos, y de violencia en el peor. Si una jovencita se siente acosada por la idea de que puede ser transgénero, ayudarle a sentirse más tranquila como mujer es cometer el pecado imperdonable de intentar una terapia de conversión.
Y por mal que anden las cosas, todavía estamos lejos de lo peor.
La guerra contra la normalidad es una guerra de límites. Los seres humanos desean ardientemente su libertad sexual; sin el peso de normas, definiciones, leyes o siquiera sentimientos de vergüenza. Quisieran definir la sexualidad con base únicamente en los deseos individuales. Por tanto, los límites deben desaparecer: Los límites que mantienen las relaciones sexuales dentro del matrimonio deben desaparecer, los límites que definen el matrimonio como la relación entre un hombre y una mujer deben desaparecer, y los límites que definen las diferencias entre los sexos deben desaparecer.
Uno de los pocos límites que quedan, el que define uno de los últimos territorios aún sin conquistar en la guerra contra lo normal, es la distinción de la edad. Muchas personas siguen considerando que la niñez es un período en cual la persona debe ser protegida contra las incursiones de la libertad sexual moderna. No obstante, quienes se creen nuestros superiores sociales y académicos, consideran que este límite también debe desaparecer. Y hay señales inquietantes de que, efectivamente, está desapareciendo.
Consideremos la avalancha de contenido sexual en las bibliotecas escolares. La Asociación Estadounidense de Bibliotecas encontró que ocho de los diez libros más cuestionados en las bibliotecas escolares en el 2021, fueron debido a su explícita índole sexual. El libro más cuestionado, que no nombraremos para no promoverlo accidentalmente, traía imágenes que cualquier persona razonable consideraría pornográficas e indecentes. Hasta recientemente, cualquier maestro que diera a conocer un libro así a los estudiantes sería tachado de pedófilo y predador, que preparaba a los niños para la actividad sexual; y se le aplicaría alguna disciplina, incluso el despido del cargo.
Eso era antes de que el asalto sostenido contra la normalidad ganara tanto terreno. En el mundo actual, el autor de ese libro fue honrado con una entrevista en la revista Time, con todo y pronombres inventados; y oponerse a la colocación de ese libro en las bibliotecas escolares señala a la persona como “sexista”, “homofóbica” o “transfóbica”.
Hora de lectura drag, se trata de hombres que visten como mujeres, a menudo con ropa exagerada y sexualmente sugestiva, que leen cuentos a los niños allí donde les den la oportunidad.
El hecho de que sea esencial el elemento drag, revela que el propósito de fondo de la hora de lectura drag, es llevar a los niños a desechar las distinciones de sexo, y acepten como normal la perversión que es la exhibición drag. Reuniendo los extremos: La inexperiencia e inocencia de los niños ante la perversidad de hombres que imitan mujeres de maneras extremas y grotescas, busca borrar las líneas entre sexos en las mentes infantiles impresionables para que crezcan con la sensación de que “esto” es tan normal como “aquello”.
Son metas que los dedicados a estos eventos reconocen. En el diario acadámico Curriculum Inquiry (2021, vol. 50, núm. 5), el investigador de la “pedagogía crítica”, Harper Keenan y una “reina del drag”, conocida como: Lil Miss Hot Mess, colaboraron en un trabajo titulado: Pedagogía drag. La lúdica práctica de la imaginación queer en la primera niñez. En este los autores, dirigiéndose a quienes les preocupa que estos eventos suavicen la naturaleza subida de tono, que es inherente en las presentaciones de drag, explican que la hora de lectura drag “es menos una fuerza suavizadora, y más una introducción a familias alternativas”.
Los valores invertidos y subidos de tono que se manifiestan en una presentación drag, no se están suavizando, según nos aseguran, sino que son los instrumentos que se emplean para cambiar la mentalidad de los niños que participan inocentemente, enseñándoles que no hay distinciones sexuales ni de sexo y que nada es normal. Este enfoque explicará en parte por qué el esfuerzo se extendió tan rápidamente a los bares drag para familias, donde los niños entregan billetes a los que se exhiben, a la manera de los clientes de un local de striptease. Por eso hay eventos y programas de televisión donde se invita a los niños a presentarse en drag.
El objetivo no es la simple aceptación y nunca lo fue; es programar a los niños a olvidar lo que es normal, y acoger un mundo sin distinciones sexuales. Como señalaban los autores del trabajo en Curriculum Inquiry: “Aunque el drag implica algunas convenciones, al final de cuentas no tiene reglas. A menudo, la cualidad que lo define es romper cuantas reglas pueda”.
La presión actual por sexualizar la niñez trae a la mente la observación del rey Salomón de que “nada hay nuevo debajo del Sol” (Eclesiastés 1:9), y el ataque contra las barreras sexuales de la sociedad se remonta a los filósofos y académicos cuyas ideas sentaron las bases de la teoría Queer. En 1977, almas esclarecidas como Paul-Michel Foucault, Jean-Paul Sartre y Jacques Derrida; firmaron una petición dirigida al gobierno francés en el sentido de permitir que los adultos tuvieran relaciones sexuales consensuales con niños. La legislación francesa, según argumentaban, “debe reconocer el derecho de niños y adolescentes de tener relaciones con quien deseen”.
Movido por el espíritu de aquella época, antes de que pasara de moda temporalmente, el autor francés Tony Duvert, se pronunció públicamente a favor de la “gran aventura de la pedofilia”, y censuró el “fascismo de las madres” (Tildar de “fascista” al que sostiene ideologías contrarias no es un fenómeno moderno… ni muy creativo). Si bien estos académicos se adelantaron a su época, sus ideas no desaparecieron, sino que con el tiempo han regresado. Y mientras sigue ardiendo el conflicto ideológico, los ataques contra la barrera sexual entre niños y adultos continúan sin un intento de disimularlos.
El Diario de un inocente, de Tony Duvert, escrito cuando estaba en auge el ambiente sexual libertino de los años setenta, termina con una conclusión que incluye, según descripción de MIT Press, editorial que lo publicó en inglés, “una construcción imaginativa pero rigurosa de un mundo al revés, donde las sexualidades marginales se han convertido en la norma”; en otras palabras, “el mundo de hoy”. O al menos, el mundo amoral que apasionadamente pretenden construir quienes se declaran nuestros superiores, dedicados a anular los últimos elementos de resistencia a su guerra contra lo normal.
El caos social producido por la normalización de la perversidad, y la perversión de la normalidad, no refleja la mente del Dios Todopoderoso, Creador de la vida humana, quien estableció la institución del matrimonio como fundamento de la familia. Las Escrituras, desde sus primeras páginas que nos presentan al Creador, revelan lo que piensa del caos destructor de linderos, quien opera precisamente creando límites.
El primer pasaje del Génesis nos muestra un mundo en caos: “La Tierra estaba [se volvió] desordenada y vacía” (Génesis 1:2). Un mundo “desordenado”, sin distinciones, formas ni ideales como guía; es precisamente lo que pretenden crear los ingenieros sociales. (La razón de aquel estado de la Tierra se detalla en nuestro folleto: Evolución o creación. ¿Qué omiten ambas teorías? Este folleto se puede obtener gratuitamente solicitándolo por medio de un correo a: [email protected], o se puede leer en línea ingresando a nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org.
En aquel ambiente, el Creador impuso el orden estableciendo límites claros. Separó la luz de la oscuridad (v. 4), las aguas de abajo de las aguas de arriba (vs. 6-7), y el mar de la tierra seca (v. 9). Al crear la vida en la Tierra, estableció una clara distinción entre los animales y la humanidad. Los seres humanos son creados, pero se distinguen en que llevan la imagen de Dios (vs. 25-26). Organizó a la humanidad en dos sexos: varón y hembra (v. 27).
Cuando Dios ordenó el mundo que había creado, declaró que todo era “muy bueno” (v. 31). Y ahora disfrutamos la bondad de ese orden. Miramos los cielos y nos deleita la variedad de nubes, las “aguas de arriba”, como un vasto paisaje aéreo suspendido sobre la Tierra. Vemos los mares, y nos maravillamos ante ese mundo de vida y asombro bajo las olas. Separada del cielo y del mar, la tierra firme provee el fundamento sobre el cual vivimos, así como gran parte de nuestro alimento y diversos paisajes de hermosura y majestad.
De igual manera nos deleitamos con la diferencia entre los seres humanos y los animales. Aunque el mundo continúe incursionando en la locura, concediendo derechos legales a los animales, como si fueran personas, en vez de reconocer la obligación que tenemos de tratarlos de manera humanitaria (Ver Deuteronomio 25:4; Proverbios 12:10). En el fondo, todavía reconocemos que los seres humanos somos profundamente distintos. Esta realidad se manifiesta en cada aseveración de que los seres humanos debemos respetar la dignidad de los semejantes, lo que implica un grado de respeto y consideración, que ni los lobos ni los tiburones jamás podrán acordar. Por algo llamamos “humanitario” el trato benigno dado a los animales, y llamamos “brutal” la violencia extremada. Por muchas que sean las proezas legales e ideológicas, los límites que Dios ha establecido representan la realidad… y en el fondo, sabemos la diferencia.
Por último, la diferencia entre hombre y mujer es obvia aun a primera vista. La distinción es profunda, y como dice el viejo dicho: ¡Viva la diferencia!
Aceptar los límites que Dios ha incorporado en el tejido de la realidad misma, no ha sido suficiente para crear una sociedad ordenada, pacífica y sana; pero sí es un primer paso necesario, así como establecer los límites fue el primer paso que Dios dio al crear nuestro mundo. Y aceptar esas distinciones es reconocer que unas cosas son normales… y otras sencillamente no lo son.
Finalmente, es irónico que gran parte el mundo libre una guerra apasionada contra lo normal, ya que Jesucristo se propone hacer correcciones fundamentales a la definición de lo que es normal, cuando imponga un mundo nuevo a su segunda venida.
Aun las normas tradicionales que tanto ofenden a los ingenieros sociales, como la familia bíblica, el matrimonio, la sexualidad y los papeles de cada sexo; han sido manchadas y corrompidas por un mundo que no se apoya firmemente sobre la guía divina. Algunos han pretendido usar los papeles bíblicos de los sexos para oprimir a las mujeres, y tratarlas como algo menos que humanas. Incluso cuando el esposo y padre puede ser el principal proveedor y líder de su familia, es muy frecuente que su trabajo se interponga entre él, la esposa e hijos a quienes supuestamente sirve; distorsionando y corrompiendo lo que es una familia. Y mucho antes de que se aceptaran y celebraran las sexualidades alternativas, muchos hombres y mujeres distorsionaban y maltrataban las relaciones sexuales entre hombre y mujer para satisfacer deseos ilícitos y perversos, algo muy apartado de los designios e intenciones del Creador.
El Reino establecido por Jesucristo no será como el mundo de los años cincuenta, ni como Judá en tiempos de Jesús. La nostalgia de un pasado mejor no sustituye la transformación total señalada en el evangelio, y la vida que se ofrece a los verdaderos discípulos trasciende todo lo que se ha vivido en las eras de la historia. Vivir a la manera de Dios exige un cambio absoluto y completo en la forma como nos vemos, y como vemos nuestras relaciones y obligaciones: “Como son más altos los Cielos que la Tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:9).
Cuando Jesucristo regrese, el mundo aprenderá lo que puede ser la familia, la sexualidad, las relaciones y la sociedad; cuando los seres humanos sigan los designios e intenciones originales del Creador de la vida. Entonces las bendiciones que vendrán, por fin harán entender por qué nadie debe aspirar a cambiar lo normal según Dios por otra cosa.