La familia de hoy y del mañana - El reto de corregir a los niños | El Mundo de Mañana

La familia de hoy y del mañana - El reto de corregir a los niños

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El amor y la corrección van de la mano en el esfuerzo por criar hijos buenos en una era permisiva y de maldad.

¡Los niños cambian tan rápidamente! Un recién nacido comienza a gatear, luego a caminar y finalmente a correr… y mirando hacia atrás, parece que todo ocurrió de la noche a la mañana. En cada etapa que van viviendo, los pequeños nos traen felicidad y risas. Su mirada de asombro cuando comprenden que, con sus piernitas regordetas, se están poniendo de pie solitos, y su emoción por un simple juego de escondidas con mamá o papá parece definir lo que es la diversión.

Pero la tarea de criar hijos no siempre es pura diversión … al menos si la tomamos en serio. La forma como enseñemos y formemos a nuestros hijos sentará su curso para el futuro, y esto es algo para hacernos pensar seriamente. Quizá preferiríamos compartir solamente sus risas, pero los padres prudentes no se amedrentan ante las partes difíciles de la tarea. Y una de las más difíciles es aprender a corregir a un niño, responsabilidad que Dios nos manda cumplir: “Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma” (Proverbios 29:17).

Todos los padres sabemos lo que es sentir que lo único que hacemos es decir: “no, no, no”; pero no podemos evadir nuestra obligación, solo porque a veces resulta desagradable tanto para los padres como para los hijos. ¿Por qué hemos de corregir a los niños? Y si es necesario corregirlos, ¿cómo debemos proceder?

¿Por qué corregir?

Dios habla por medio del libro de los Proverbios cuando dice: “No menosprecies, hijo mío, el castigo del Eterno, ni te fatigues de su corrección; porque el Eterno al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere” (Proverbios 3:11-12).

Cuando corregimos a nuestros hijos, debemos hacerlo motivados por el amor y no por razones egoístas. Si no tenemos cuidado podemos hablarles con aspereza, solo porque nos han incomodado. Quizá deseen jugar a la pelota o mostrarnos un juego que aprendieron, pero nosotros tenemos la mente en cosas más importantes, y su insistencia inocente nos molesta. Cuando decimos: “¿No ves que estoy ocupado? ¡No me molestes ahora!” Estamos actuando con egoísmo.

Algunas veces corregimos a los niños porque nos causan algún bochorno. Estamos haciendo fila delante del cajero del supermercado, el niño alarga la mano hacia las barras de chocolate en un estante, y nosotros exclamamos: “¡No lo toques!” Está bien, pero, ¿y si está tan distraído que no nos oye, y continúa rebuscando en los estantes… y si los demás se dan cuenta? Si descargamos un torrente verbal sobre un niño que no nos hizo caso, ¿estaremos corrigiendo con amor, o estaremos ante todo mostrando ira porque nos sentimos abochornados delante del cajero y los demás compradores?

Por el contrario, cuando un padre o una madre con sabiduría, le enseñará al niño cuándo es apropiado llamar la atención de ellos y cuándo no. En vez de lanzar un “estoy ocupado, ¡no molestes!”, los padres sabios le enseñarán que hay momentos en que no deben interrumpir la actividad de sus mayores. Y los que amamos y nos interesamos por nuestros hijos, les enseñaremos antes de vernos en una situación bochornosa, que “no toques”, quiere decir “no toques”. Las lecciones de obediencia pueden salvar la vida de un hijo algún día… y esas lecciones se aprenden mejor cuando el niño ve que están motivadas por el amor.

Cómo corregir

¿Cómo procedemos a corregir a nuestros hijos para que lleven una vida sana y agradable delante de Dios? Reflexionemos sobre estos tres puntos:

Primero, enseñar. Dios le dijo a Moisés que enseñara las leyes de Dios a los israelitas, pero los padres también tenían un papel esencial: “Y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:7). Aquí Dios enseña a los israelitas cuándo instruir a los hijos, aprovechando las ocasiones que se presentan durante el día. ¿Cuándo hablamos nosotros con nuestros hijos? ¿Pasan más tiempo con nosotros o con la internet? ¿Estamos permitiendo que los dispositivos electrónicos, y por lo tanto, otras personas sean la principal influencia en ellos?

Los niños aprenden por el ejemplo, y si los padres no les enseñan cómo actuar, hablar y pensar, otro les enseñará. Las lecciones que debemos impartir varían, a medida que el niño va pasando de la primera niñez hacia la adolescencia, pero el punto fundamental es el mismo: La manera correcta de actuar, hablar y pensar es algo que requiere enseñanza y reiteración. No hay duda de que los niños aprenden por el ejemplo, pero si queremos que comprendan lo que ocurre en su mundo, es preciso que los instruyamos de modo concienzudo y proactivo. Absorben información constantemente de todo lo que los rodea: ¿Qué están aprendiendo del medio que les permitimos?

Luego, los padres diligentes inculcan. “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6). La práctica perfecciona. La manera de impartir una lección varía, por supuesto, según cuando el niño tenga dos años o diez, pero la enseñanza, siendo vital, no basta. El paso siguiente tiene que ser: “Ahora practiquemos”. A veces, la práctica se puede convertir en juego, por ejemplo, al practicar una de tantas habilidades sociales y morales que necesita aprender, como compartir con otros.

Pero no todo es juego. Para que la práctica dé los mejores resultados, debe hacerse con regularidad y constancia. Para el músico, ensayar 30 minutos cada día, es mejor que pretender practicar tres horas un día a la semana. Lo mismo se aplica cuando trabajamos con los hijos. Por otra parte, es importante reducir las distracciones a un mínimo. Practicar algo en medio de distracciones es una receta para el fracaso. No exija la perfección cada vez. No deje que la práctica se convierta en una guerra de voluntades con su hijo. A veces conviene más poner fin a una actividad, y comenzarla de nuevo en un momento más propicio.

Por último, evaluar. ¿Recuerda aquella salida al mercado? Ese no era el momento para enseñar ni para inculcar nada en el niño: La fila para pagar presenta demasiadas distracciones y no dejan asimilar la lección. Además, al mercado vamos una sola vez por semana, y la enseñanza y la práctica exigen tiempo todos los días. Pero esa fue una prueba… y las pruebas se presentan constantemente cuando nuestros hijos toman parte en la vida fuera de los confines del hogar. Quizás alguno de ellos quiera llamar la atención mientras estamos conversando después de los servicios religiosos. ¿Le hemos enseñado con regularidad a esperar respetuosamente hasta que nos volvamos hacia él? ¿O se pone a gritar y exigir que le prestemos atención? Su manera de actuar nos muestra qué tan eficaz ha sido la instrucción.

Si el niño no sale muy bien en su evaluación, ¿qué debemos hacer? ¡Volver a enseñar! El pequeño sencillamente ha cometido un error, y eso nos dice que necesita más práctica. O quizá no entendió cómo aplicar determinada lección en una situación definida. No es problema: Enséñele nuevamente y practiquen un poco más.

No hay mayor alegría para los padres que ver a sus hijos crecer y convertirse en adultos felices y exitosos. Como padres, deseamos que nuestros hijos acojan los valores y el camino de vida que son preciosos. Si los amamos, nos dedicaremos a instruirlos y formarlos, haciendo todo lo que esté a nuestro alcance para aplicar la corrección con sabiduría y habilidad mientras sean pequeños.

Si somos constantes en esto, reflejaremos desde ahora la visión que tiene Dios de las familias del mañana: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la Tierra. Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:1-4). 

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